3ª.
Parte de la Trilogía
sobre RUSIA, CHINA y EE.UU. tres
Imperios que se disputan el dominio del Mundo.
EL “EXCEPCIONALISMO” NORTEAMERICANO.
“Nosotros
somos la Nación indispensable”
(Madeleine Albright, ex Secretaria de Estado de los
EE.UU.).
“Casi
como por efecto de alguna Ley natural, en cada siglo parece surgir un país con
el poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios para
modificar todo el sistema internacional, de acuerdo con sus propios valores. En
el siglo XVII Francia, encabezada por el Cardenal Richieleu, introdujo el
enfoque moderno a las relaciones internacionales, basado en la Nación-Estado
y motivado por intereses nacionales como propósito supremo. En el siglo XVIII
la Gran
Bretaña introdujo el concepto de Equilibrio del Poder, que
dominó la Diplomacia Europea durante los siguientes 200 años. En el siglo XIX
la Austria
de Metternich reconstruyó el Concierto de Europa, y la Alemania
de Bismarck lo desmanteló, convirtiendo la Diplomacia Europea en un
frío juego de Política del Poder.
En el siglo XX ningún país ha influido
tan decisivamente en las Relaciones Internacionales, y al mismo tiempo con
tanta ambivalencia, como los Estados Unidos. Ninguna sociedad ha
insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la intervención en los asuntos internos de otros Estados,
ni ha afirmado más apasionadamente que sus propios valores tenían aplicación
universal. Ninguna Nación ha sido más pragmática en la conducción
cotidiana de su Diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de sus
convicciones morales históricas” (Henry
Kissinger:“La Diplomacia” pp. 11-12; Fondo de Cultura Económica; México,
1996).
En verdad, los EE.UU. han tenido siempre a lo largo de su historia dos actitudes
contradictorias en cuanto a su Política Exterior: una es perfeccionar
constantemente la Democracia en su interior, actuando así como un Faro para el
resto de la humanidad; y otra es que sus propios valores le imponen la
obligación de hacer Cruzada por ellos en todo el mundo. Por ello el pensamiento
norteamericano ha oscilado continuamente entre el “Aislamiento” y el “Compromiso”. Pero ambas actitudes, aunque contradictorias, consideran normal
un Orden Global Internacional fundamentado en la Democracia, el Libre Comercio
y el Derecho Internacional y a través de su historia se ha intensificado la fe
del país en que es posible superar la historia y que si el mundo
realmente desea la Paz, tendrá que aplicar las prescripciones morales
de los EE.UU. Así, ambos enfoques:
el Aislacionista y el de Cruzado, reflejaron y reflejan todavía una fe común de
los Norteamericanos, de que poseen el mejor sistema de Gobierno del mundo y que
el resto de la humanidad podía alcanzar la paz, el progreso y la prosperidad abandonando
sus sistemas tradicionales y adoptando la reverencia de los Estadounidenses por
la Democracia y la Libertad.
Desde que los EE.UU. entraron en la
arena de la política mundial, en 1917, han sido tan predominantes en su fuerza
–y por ello tan convencidos de lo justo de sus ideales– que los principales
acuerdos internacionales de ese siglo han sido encarnaciones de los valores
norteamericanos; y el desplome del
Comunismo Soviético fue como la confirmación intelectual de esos ideales, tal como
lo expresara Francis Fukuyama en “El
Fin de la Historia y el Último Hombre”. Pero
en el “Nuevo Orden Internacional” ha resurgido con mucha fuerza el Nacionalismo y las Naciones han buscado
su propio interés con mayor frecuencia que los “principios elevados” de los
EE.UU. y han competido con él más que cooperado y se rebelan por doquier, lo
cual choca con la autodesignada “misión” Norteamericana de implantar un estilo
de vida global. Y por primera vez los Estados Unidos no pueden volver a su Aislacionismo, retirándose del Mundo,
ni tampoco dominarlo. Y eso les
causa un gran tormento, porque ninguna Nación se ha impuesto a sí misma las
exigencias morales y materiales que los EE.UU. se han impuesto, y ningún país
se ha atormentado tanto por el divorcio entre sus valores morales y la
imperfección inherente a las situaciones concretas a las que deben aplicarse en
la realidad material.
Es obvio ya que el sistema
internacional de las primeras décadas del siglo XXI queda señalado por una
aparente contradicción: por una parte, Fragmentación; por la otra,
creciente Globalización. Contiene al menos seis Grandes Potencias
–Estados Unidos, Europa, Rusia, China, Japón y probablemente a corto plazo
India– así como toda una pléyade de países de mediana importancia y más
pequeños (Brasil, Sudáfrica, Irán). Y se está notando que para los EE.UU.
conciliar valores diferentes y experiencias históricas muy diversas entre
países de importancia comparable constituye una experiencia nueva y una
considerable desviación, tanto del “Aislamiento” del siglo XIX y
principios del XX, como de la “Hegemonía
de facto” de la Guerra Fría. El final de ésta ha creado lo que se ha
llamado un “Mundo Unipolar” o de una sola “Superpotencia”; pero en realidad los
Estados Unidos no están ahora, 25 años después, en mejor posición para imponer
unilateralmente la “Agenda Mundial”, de lo que estaban al comienzo de los años ’90: son más preponderantes de lo que eran
entonces, pero, sin embargo, de manera irónica, “el Poder también se ha vuelto
más difuso”. De este modo, en realidad ha decrecido la capacidad de los EE.UU. para aplicarlo a dar forma al
resto del mundo. Los Estados Unidos
seguirán siendo la Nación más grande y poderosa, pero una Nación que tendrá
sus iguales; los EE.UU. serán primus
inter pares pero serán, no obstante, una Nación como otras. Por
consiguiente, el “Excepcionalismo” Norteamericano –que es la base indispensable
de su Política Exterior– tal vez sea menos aplicable en el decurso de este
siglo que se ha venido.
EL
MITO NORTEAMERICANO.
“Cuando
la Unión Soviética colapsó, EE.UU. se alzó como la superpotencia hegemónica.
Parecía que el país había resuelto todos sus problemas. El mundo lo envidiaba.
Pero las cosas han cambiado. La historia ha vuelto para vengarse”, escribe el Analista Andranik
Migranyan –Director del “Instituto de Democracia” de Nueva York– en su artículo
“El mito del Excepcionalismo Estadounidense”
en la revista 'The National Interest'.
“Los Estadounidenses se consideran a sí
mismos una Nación excepcional desde hace siglos y solo ahora empiezan a
darse cuenta de las dificultades que tienen”,
subraya el Politólogo. El término “Excepcionalismo Estadounidense” fue
acuñado por el historiador francés Alexis
de Tocqueville en su obra 'La Democracia
en América' (1835-1840). A partir de los años 20 del siglo pasado el
término empieza a utilizarse ampliamente. El currículo de las Universidades del
país incluye un curso titulado “El Excepcionalismo Estadounidense”,
la Asignatura llamada “El Excepcionalismo Estadounidense y los
Derechos Humanos” forma parte también del Yale World Fellows Program,
un programa de la Universidad de Yale
que tiene como objetivo formar una red de nuevos Líderes Globales emergentes: en él cada año participan unas 18
personas seleccionadas entre jóvenes profesionales de todo el planeta. .
El mito presenta a EE.UU. como una tierra
prometida que da a los ciudadanos una oportunidad sin precedentes para
conseguir la prosperidad y la libertad personal. Por otra parte, la Nación Estadounidense
tiene una misión de Liderazgo Mundial que consiste en ilustrar al resto del
planeta y difundir los valores y las instituciones de la Democracia. Los problemas
llegan cuando los mitos “se enfrentan
con la realidad oscura”, acentúa Migranyan.
“Es muy peligroso cuando los
políticos y la sociedad no se percatan de que la brecha entre la ideología y la
realidad se está transformando en un profundo precipicio”, comenta.
A pesar de su deuda colosal y de sus
acentuados problemas sociales, EE.UU. sigue siendo un centro clave de la
influencia económica mundial. “El
país sigue cultivando la idea de su “Excepcionalismo”, pero está perdiendo
los elementos de este 'excepcionalismo' uno tras otro”, insiste el Analista. Por ejemplo: uno de los postulados principales –la importancia del trabajo
individual como herramienta para lograr la prosperidad personal y colectiva–
cae en el olvido: actualmente como
mínimo un 35% de la población está inactiva y vive de los subsidios Estatales.
EL MESIANISMO IMPERIAL.
Podemos colegir con un grado
razonable que los hechos ocurridos en Irak, Afganistán, Libia, Siria, Venezuela
y Ucrania, han develado una realidad dinámica: el mundo ya no será igual que antes, sometido a un Inquisidor
despiadado y, por el contrario, lo anterior hace despertar al planeta de tal
modo que el ansia de liberación se extiende ahora por los cinco continentes.
Nunca pensó el “Imperio Unipolar” que su actuación provocaría un rechazo tal y
que los pueblos comenzarían a exigir soberanía plena, la que se traducirá en
cambios de conciencia, de administración –políticos y espirituales– lo que
indicará una modificación estructural en las relaciones económicas, orientadas
por el Principio de Complementariedad.
Pese a lo que hemos explicado anteriormente, no se puede desconocer que la Teoría
que recorre el mundo como un jinete apocalíptico es el Excepcionalismo,
ideología Estadounidense, hoy desviada de su origen, que asuela la soberanía de
los pueblos, causando la miseria y explotación descarada en su faz Neoliberal.
Uno de los múltiples ejemplos de la aplicación de esta Ideología Imperial es el
bombardeo a Yugoslavia en 1999 realizado por la OTAN, bajo el mandato de Bill
Clinton, entonces Presidente de los Estados Unidos.
La Excepcionalidad es un
planteamiento de progreso, interesante, que hoy al parecer se ha vuelto
reaccionario con elementos de superioridad
–racial, de pensamiento, de desarrollo
y élite privilegiada– atribuida a
una Nación por obra de un “Destino
Manifiesto”, que llega desde una “esencia divina” y lo porta sólo quien tiene un lugar reservado en la Historia
para liderar ética y moralmente al Mundo. En ese sentido, se refiere a que un
pueblo posee capacidades que la gran mayoría no tiene y cuya misión proviene de
una voz que sólo los Líderes la reciben como seres autorizados.
Así es como el Candidato Republicano a la Elección Presidencial en 2012, Mitt
Romney, declaró que Dios
había creado a Estados Unidos para que dirigiera al mundo,
y prometió que si llegaba a la Casa Blanca arremetería contra la “alianza maligna del socialismo de Cuba
y Venezuela”. “Dios no creó a este país para que fuera una Nación de
seguidores. Estados Unidos no está destinado a ser uno de los varios poderes
globales en equilibrio” dijo Romney
en su discurso de campaña más importante sobre Política Exterior. “Estados Unidos debe conducir al mundo
o lo harán otros”, agregó, señalando
que el planeta sería más peligroso si Washington no jugara un papel de primer
orden. El Candidato Republicano pronunció esta alocución el día que se cumplían
diez años del inicio de la intervención en Afganistán, el 25 de Julio de 2012,
en una Academia Militar de Carolina del Sur.
Esta
Doctrina se convierte en la Ideología que sustenta la actuación histórica de
los Estados Unidos y que explica la forma bárbara como ha tratado a
numerosos países del orbe. Algunas de
sus características filosófico-políticas pueden resumirse en que Norteamérica
se atribuye el principio
mesiánico de ser “una Nación que ha
recibido la bendición de Dios para dirigir el mundo” junto a quienes acepten su concepción de dominio. Sus fuentes son
de carácter ético, político, económico, histórico y religioso. Une dos factores: ser únicos y universales, lo
que configura su carácter planetario que ninguna otra Nación posee. Este poder
casi divino le otorga la facultad, como derecho por sobre todos los derechos humanos
existentes –incluso en su propio país– de
castigar a quien estime conveniente. Por tanto, posee una superioridad
moral basada en ser un País que promueve la Libertad en el mundo, los valores más
sagrados, la defensa de la Propiedad como bien inobjetable, el derecho a
desarrollarse por sí mismo –pues Dios dejó a cada ser para que se sacrificara y
surgiese solo– como defensor a ultranza de la Legalidad, la Democracia y la Paz.
Así, le corresponde a esa Nación (EE.UU.) superar todo aquello que pueda
suponer un peligro de envergadura para la Humanidad. Eliminar a quien no cree
en su doctrina es lícito y, además, cuenta con el beneplácito de los amantes de
la Libertad.
Sus
valores están ligados a la Libertad, Propiedad, Igualdad y Justicia, las cuales
se supeditan al Mercado, pues es la
forma como el Creador hizo el mundo:
libre y autorregulado, según su propio albedrío. El “Terrorismo” es la
amenaza a la supervivencia de esta Nación, justificación para ejecutar todas las
acciones que sean convenientes con el fin de garantizar la continuidad viva de
su gente y aliados. La creencia absoluta es que Dios está de su lado –todos los
Presidentes Norteamericanos, y en especial Obama, han proclamado ser “muy piadosos en Religión”– y le permitirá siempre obtener
victorias; así, todos los castigos
son justos pues responden a una necesidad de que el plan divino sea mantenido,
cueste lo que costare, como lo declaró confiado, en 1961, el entonces
Presidente John F. Kennedy: “que los
Estados Unidos eran tan fuertes que pagarían
cualquier precio, soportarían cualquier carga por asegurar el triunfo de la
Libertad” aun a costa de sus
propios ciudadanos, quienes únicamente son llamados a la grey en la medida que
sirven a su Gobierno y están dispuestos a dar la vida por su Patria, la cual se
llama Norteamérica: “No
preguntes –dijo Kennedy en su discurso de toma de posesión de la
Presidencia– lo que América puede hacer
por ti; sino qué puedes hacer tú por América”. Como vemos, el Excepcionalismo, derivación del Pragmatismo
–Escuela Filosófica actualizada
en su versión Neoliberal– conduce a que todo Ser Humano pueda ser considerado
un daño colateral en la medida que su sacrificio se realice para proteger la
identidad del país.
Lo anterior ha conducido a las mayores
masacres en el mundo, iniciada con el exterminio de millones de indios en el territorio
de este país o el robo a México de una porción inmensa de su territorio… por
ser 'primitivos' y contrarios al “Destino Manifiesto”. Ello obviamente conduce actualmente a
contradicciones de principio insalvables, en su Política Exterior, como el caso de la escisión de Kosovo en Serbia, a través de
la guerra de exterminio (15.000
bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia en 1999), que se convierte en prístina y conveniente, pues “ellos” (EE.UU) la orientan, y en cambio, el Referéndum de Crimea –sin un disparo y con el 96% de aprobación mayoritaria– sin embargo en “ilegal
y contrario al Derecho Internacional”. El caso de los Nazis del Partido Sbovoda,
con gran Poder en Ucrania, demuestra esa inequidad conceptual.
Esa razón instrumental ha llevado a esta Superpotencia a los mayores
desastres y a un número indeterminado de cientos de miles de soldados
estadounidenses –y extranjeros aliados– muertos, mutilados, pensionados,
enfermos mentalmente. Por ello –como todos los instrumentos para sostener esta
doctrina son válidos– se utiliza la “Guerra Mediática” de forma alienante con
el fin de presentar una ilusión como realidad: los Medios de información ocultan lo que sucede realmente. La Prensa,
obviamente, y el uso de las grandes redes sociales para domesticar son uno de
los mecanismos aplicados.
La Propiedad
a ultranza, el patriotismo irracional, la supuesta amenaza a la seguridad,
conducen a la creación de un temor a lo desconocido, existiendo un enemigo, o
incluso siendo todos, quienes atentan contra ellos, puesto que son el Pueblo
escogido. Además, la envidia es
la fuente de las amenazas porque quieren robarle su forma de ser (modo de vida
americano), lo que configura una temible sentencia que es obligatorio impedir;
al respecto, el entonces Presidente Lyndon Johnson dijo a los soldados
de un Regimiento de GI acantonados en
Corea, en 1965: “Sólo somos 200
millones en un mundo de 3.000 millones; los otros quieren lo que nosotros
tenemos, ¡y no se lo vamos a dar!”.
Ahora
bien, ¿Qué es ideológicamente el “Excepcionalismo”? Hagamos
primero una aproximación al “Pragmatismo” para poder entenderlo
mejor:
PRAGMATISMO
Y AMERICANISMO.
El Pragmatismo encarna, así es comúnmente admitido, la filosofía del
"americanismo" y ha dado lugar, desde luego, al ingreso del pensamiento
norteamericano en el mundo moderno. Constituye, pues, una filosofía propia,
clara y distinta que supuso, ciertamente, un cambio de ideas; o, más
específicamente, como señala Louis
Menand en un trabajo galardonado con el Premio Pulitzer de Historia 2002, “no
un conjunto de ideas sino más bien una idea sobre las ideas consistente en que
éstas no están esperando a ser descubiertas sino que son herramientas que creamos
para enfrentarnos al mundo” (Louis
Menand:“El Club de los Metafísicos. Historia
de las Ideas en América”; p. 13; Destino, Barcelona, 2002).
Siguiendo una exposición de William
Savery que es citada por H. B. Van Wesep, autor cuyo estudio sobre el Pragmatismo
constituirá más adelante el guion del repaso al núcleo de autores que conforman
el Pragmatismo Estadounidense, pueden distinguirse dos factores comunes,
al menos, en todas las concepciones filosóficas norteamericanas. En primer lugar, hay
que llamar la atención sobre un nuevo
criterio de “verdad”: Frente a las Teorías de la “Correspondencia” o de la copia seguida
por Aristóteles y los Escolásticos (que convertía la verdad en una reproducción
de la cosa real) y de la coherencia de autores como Spinoza, Kant, Hegel y
otros (que contribuían a teorizar sobre lo que las cosas podían ser o sobre lo
que deseábamos que fueran), aparece la “Teoría de la Supervivencia” en la que la
verdad está relacionada con la acción, de modo que la formulación que se
impone, aunque sea como primer esbozo muy general, es la de que "verdad es
lo que funciona". En segundo término, corresponde señalar que el “Pragmatismo”
es una concepción que toma como punto de partida el sentido común y no
prescinde nunca del mundo concreto y cotidiano. Se trata, pues, de una forma de
realismo pluralista, no monista, que hace posible albergar una diversidad de
perspectivas.
El término “Pragmatismo” fue
acuñado por Charles Sanders Peirce (1839-1914) durante los encuentros
del “Metaphysical Club” de Cambridge, Massachusetts, hacia 1872; es decir, poco
después de la Guerra Civil Estadounidense. Sin embargo, se puede afirmar que el
“Pragmatismo” no se reduce a la época de su formulación a la sombra de la
Universidad de Harvard en el ya citado “Club de los Metafísicos”; puede hablarse
también de un itinerario del Pragmatismo que cubre un período –anterior y
posterior al enunciado– que permitirá conocer, de acuerdo con Van Wesep, cómo
mudó el pensamiento norteamericano del Deísmo y del Trascendentalismo al “Meliorismo”
pragmático (H.B. Van Wessep: Siete
Sabios y una Filosofía. Itinerario del Pragmatismo; Editorial Hobbs
Sudamericana; Baires,1965).
La moral del “Meliorismo”, presupuesto necesario
de todos los que tienen ideales, opone al quietismo abstracto la creencia
activa en la perfectibilidad; su optimismo no significa ya simple satisfacción
frente a lo actual, sino confianza en la posibilidad de perfecciones
infinitas. Lo existente no es perfecto en sí, pero marcha hacia un
perfeccionamiento; para el hombre, en particular, se traduce en dignificación
de su vida. Todo lo humano es susceptible de mejoramiento; es natural el
devenir de un bien mayor, mensurable por el conjunto de satisfacciones en
que los hombres hacen consistir la felicidad. De otra parte el Excelsiorismo apunta en la dirección
del progreso del hombre, le interesa más principalmente las cosas temporales y
mundanas del diario vivir, por sobre aquellas cosas eternas y celestiales.
Constituyendo un “optimismo de profundos alcances humanistas”,
desarrollado en una incesante actividad humana, y por tanto abierta a la
aprobación de nuevos e ilimitados descubrimientos humanos, en todos los campos
de las ciencias.
Por lo expuesto, la aproximación al Pragmatismo
va a tomar en cuenta una doble consideración: de un lado, su formulación, y, de otro, un recorrido que
permitirá relacionar, recalando en diversos autores, sus tesis principales. Se supone que fue Peirce, como queda dicho, quien acuñó el
término "Pragmatismo" durante los debates del Club, aunque no fue hasta
mucho tiempo después cuando se le confiriera significado filosófico a la
expresión. Dicho término resultó ser una derivación de la distinción kantiana
entre praktisch y pragmatisch, pretendiendo proporcionar
con ello una nueva teoría lógica del significado; de manera que la función del
pensamiento no sea sino imponer una regla de acción, un hábito de
comportamiento o bien una creencia. Peirce
se encargó de exponer los postulados del pragmatismo en dos artículos titulados
The Fixation of Belief y How to Make Our Ideas Clear, publicados en “Popular
Science Monthly”, en noviembre de
1877 y enero de 1878, respectivamente. Sin embargo, es de justicia reconocer
que la expresión Pragmatismo fue popularizada por William James a partir de una conferencia que data de 1898.
El Pragmatismo constituye, siguiendo nuevamente a Menand, un modo de
explicar cómo se forman las creencias y cómo se adoptan las decisiones;
pudiendo considerarse el núcleo de sus aportaciones la convicción de que las ideas
no deben convertirse en ideologías (asimiladas éstas al marco en que se
desenvuelven los imperativos trascendentes que pretenden justificar, o bien el
orden existente, o bien la llamada a la subversión). Pero es que, además, no se
puede pasar por alto que el Pragmatismo se propuso como objetivo fundamental
que a las personas les resultara más difícil llegar a la violencia por sus creencias;
ideas como la tolerancia, envuelta en una especie de escepticismo, conformaron,
por tanto, una cultura intelectual íntimamente unida al sentir democrático en
el que "los diversos vástagos del modo pragmático de pensar –la filosofía
educacional, la concepción pluralista de la cultura, el argumento para las
libertades de expresión– fueron, en cierto sentido, traducciones de esa ética individualista
Protestante a términos sociales y seculares" (Entrevista a Louis Menand: Estados Unidos, ¿Pragmatismo o Absolutismo? Suplemento Babelia; El País, p. 2; 19-X-2002,
Barcelona).
El cambio en los presupuestos intelectuales
de la vida americana que hay que reconocerle al Pragmatismo se plasmó en el modo de pensar sobre la educación, la
democracia, la libertad, la justicia y la tolerancia. Esta fuente de
inspiración, esta forma de ser, empero, no puede considerarse enteramente agotada
por más que se oponga a la misma el Absolutismo
a que nos referiremos después. La relación existente entre el “Pragmatismo” y
el “Aislacionismo”, una tentación que siempre, como venimos repitiendo, está latente
en la Política Exterior Estadounidense, podrá ser advertida con mayor claridad
al abordar seguidamente el itinerario de esta particular manera de ser o modo
de pensar; constituyendo dicho recorrido nada más que una síntesis, incluso
apresurada, tendiente a conferir continuidad, con afán orientativo, a la
exposición.
Así, se ha de constatar, cuanto menos,
que la concepción realista y pluralista, apegada al sentido común y al
mundo de lo cotidiano y lo concreto, de una parte; y la noción de verdad,
íntimamente relacionada con la acción, y por tanto, alejada de la creencia en las verdades absolutas, eso
que se ha llamado Absolutismo, de
otra; constituyen las ideas-fuerza que están presentes en los autores que
conforman el Pragmatismo: el
movimiento de ideas que ha pasado a ser considerado, no es ocioso insistir,
como la filosofía netamente norteamericana.
Según varios filósofos
representantes del Pragmatismo “Estados Unidos es un país absolutista y su cultura política es muy absolutista. Decir que el Pragmatismo
constituye la aportación a la filosofía mundial no significa que represente el
espíritu americano” (Louis Menand:
“Entrevista cit.”, pág. 2; Barcelona, 2002). La oposición apreciada
entre Pragmatismo y Absolutismo
no es suscrita, empero, sin discrepancias;
o por lo menos, a partir de lecturas no siempre convergentes. La visión
pragmática, o simplemente práctica o instrumental, cuando no la propiamente
pragmatista, se sitúa, con frecuencia, como un antecedente, o como un aspecto determinante, de la acción política Estadounidense. Edward S. Said (1935-2003), por ejemplo,
pudo entrever un notorio influjo de esta línea de pensamiento a la hora de
definir y proyectar dicha acción política: “Detrás
de esto se halla la creencia en el ‘Pragmatismo’ como sistema
filosófico destinado a administrar la realidad: un Pragmatismo anti-metafísico, anti-histórico y hasta
–curiosamente– anti-filosófico. Esa especie de anti-nominalismo posmodernista
constituye, junto a la filosofía analítica, un sistema de pensamiento muy
influyente en las Universidades Estadounidenses"(Edward S. Said:“La Otra América” en Le
Monde Diplomatique; nº 89, Marzo de 2003, p. 23).
El Pragmatismo
Estadounidense es particularmente evidente en la Política Exterior, que no
sigue ningún lineamiento claro y se adapta a cada situación según se hayan
analizado los mejores resultados para el país. Recurrir al Pragmatismo
significa que las situaciones son confrontadas en un nivel individual, a
diferencia de un nivel colectivo que generalmente implica una planificación a
largo plazo. El Pragmatismo afecta a la Política Exterior de EE.UU. en varias
formas: aminora el requisito de que
los responsables de la toma de decisiones sólo hagan política que esté basada
en estrictos principios legales o principios ideológicos. La política no está casada
con estrictos conceptos filosóficos o morales. Se puede decidir con
mayor flexibilidad, basada principalmente en las percepciones políticas en
lugar de rígidas consideraciones normativas. Además, la Política Exterior
de EE.UU. tiende a ser más reactiva que proactiva; en sus Relaciones Internacionales el país reacciona ante ciertos eventos que se producen
en lugar de anticipar qué se va a producir, como ya mencionaron varios autores
antes. En este sentido, el Pragmatismo contribuye a la tendencia norteamericana
a preferir los objetivos nacionales a corto plazo en comparación a las
soluciones a largo plazo, un enfoque que alimenta la falta de coherencia en las
acciones de Política Exterior.
Pese a las versiones contrapuestas a
que se ha hecho alusión, el Pragmatismo
es, como el Aislacionismo, cita
obligada en un estudio que pretende desbrozar la génesis de la Realpolitik
Estadounidense y que remite,
necesariamente, al Excepcionalismo Norteamericano. El propósito que persigue este
estudio tiende a tratar de desvelar, aunque también a acrecentar, los
interrogantes, e incluso contradicciones, que incesantemente asaltan; pues,
llegados a este punto a nadie le pasará inadvertido que el elemento paradójico
viene a ser una constante con la que hay que irse habituando a contemporizar.
EL “ EXCEPCIONALISMO” NORTEAMERICANO.
El fin del Aislacionismo coincide, no exento de matices, con el inicio del
predominio mundial Norteamericano. El siglo XX ha sido, como ya ha sido
anticipado, el siglo de los Estados Unidos. Su entrada en la Política Internacional
se produjo cuando las estructuras de poder de las viejas Potencias Europeas
estaban a punto de quedar colapsadas. Con miras a ir concluyendo nuestro estudio
centrado en el rastreo de orígenes ideológicos, se considera oportuno enmarcar
éste haciendo alusión, de una parte:
al protagonismo reconocido a Estados Unidos en mérito de su intervención en la
I Guerra Mundial; y, de otra:
con fines recapitulativos, a eso que una y otra vez venimos denominando Excepcionalismo
Norteamericano.
Tras esta expresión, una tanto enigmática,
admitámoslo, tiene acogida una corriente de ideas variopinta. Corriente de
ideas que se ve complementada, a su vez, con una serie de hechos de los que da
cuenta la reciente historia de Estados Unidos de América; decimos historia reciente
cuando, en puridad, no la hay de otra clase pues dicha historia se remonta,
claro es, a poco más de dos siglos. Ya en otro lugar, en un contexto determinado
como fue el ius ad bellum a propósito de
la “Segunda Guerra del Golfo”, se ha tenido oportunidad de
referirse al Excepcionalismo norteamericano (Luis Bueno Ochoa: “Guerra por si acaso o Culminación de la Real
Politik Estadounidense”; Medusa, Madrid, 2006). Constituye éste uno de los aspectos
medulares de la cosmovisión estadounidense,
al menos en lo concerniente al rol
desplegado en el panorama internacional. Nos detendremos, brevemente, en la
corriente de ideas que están en circulación sobre el particular; en una serie
de hechos, de indudable significación histórica, que ilustran cómo los avances
y retrocesos son continuos y, para concluir, en glosar aspectos puntuales de la
mano de dos autores ya citados como Tocqueville y Lipset.
La corriente de ideas aludida –sin perjuicio
de todo lo dicho hasta ahora sobre el “Aislacionismo” y el “Pragmatismo” y sin
obviar las remisiones al “Realismo” y al “Absolutismo” trazadas que no esconden
alguna suerte de conexión entre las mismas– engarza, aun a costa de incurrir en
reduccionismos, con dos Doctrinas:
la del Destino Manifiesto y la Doctrina
Monroe. La primera, de carácter visionario, si no mesiánico, enlaza
con la propia creación de la Nación Norteamericana como si de un “segundo pueblo elegido”, especie de redentor, se tratara; la
segunda, “ha demostrado ser ambivalente
hasta el punto que lo mismo puede servir para justificar la no injerencia en
asuntos internos como para prestar cobertura a la acción consistente en cobrar
intervención en cualquier momento y ante cualquier situación” (Luis Bueno Ochoa: “Bases del Excepcionalismo Norteamericano”; Revista Telemática de Filosofía
del Derecho, Nº 10; Universidad Pontificia de Comillas; Madrid, 2006/2007. Loco citato et passim). Los intereses de Estados Unidos no
tienen límites, cabría decir; de ahí que nunca esté exento de polémica
distinguir ámbitos de actuación.
A vueltas con el Excepcionalismo norteamericano como elemento crucial que ha
informado “la visión que Estados Unidos tiene de sí mismo y de su papel
protagonista en el mundo”, una aproximación a su estudio, centrándonos en la
historia de las ideas, reenvía esta cuestión a dos de las obras de dos insignes
tratadistas: por un lado, la obra clásica de Alexis de Tocqueville: La Democracia en América 1835-40 (Alianza; Madrid, 1980);
y, más modernamente, el trabajo de Seymour
Martin Lipset titulado: El Excepcionalismo
Norteamericano. Una espada de dos filos (Fondo de Cultura
Económica; Madrid, 2000).
Para Tocqueville, en primer lugar, deviene esencial reparar en el punto
de partida que determina el porvenir de la Nación norteamericana: “el
ardor religioso, el espíritu republicano, y la íntima unión entre el genio
religioso y el de la libertad”. Las razones de dichas peculiaridades
tienen, pues, un doble origen:
Puritano e Inglés, que está asociado a la propia noción de religión-política y
que bien pudiera quedar sintetizado con frases tales como la divisa que corona
los billetes de dólar –In God we trust– o la archifamosa
consigna patriótica “God Bless America”.
Aun cuando la hipótesis que manejaba Tocqueville para explicar el Excepcionalismo se vinculaba a la
ausencia histórica tanto de una Aristocracia señorial como de un Campesinado
servil, debe admitirse la importancia reconocida tanto al llamado “patriotismo reflexivo”,
o amor instintivo a la patria, como al hecho, cierto, contrastado, de que “la
religión es la causa histórica de las sociedades angloamericanas”.
Para Lipset, en otro orden de
cosas, lo que hace singular (o, por mejor decir, excepcional) al sistema
político norteamericano es el extremado
Liberalismo populista; la retórica
de la demagogia litigante; la ausencia
de Socialismo; la debilidad del welfare state; la proliferación de armas
privadas; la persistencia de la pena de muerte (capital punishment); la
coexistencia de minorías de inmigrantes y la pervivencia del racismo, etc. De
lo que se deduce la existencia de un credo norteamericano que puede
quedar descrito con estos cinco términos, a saber: libertad, igualitarismo, individualismo, populismo y laissez
faire. Lipset alcanza, pues, una conclusión análoga a la de Tocqueville al
circunscribir lo esencial del Excepcionalismo norteamericano a la conjunción
religioso-política: a un credo
político que busca conciliar, en definitiva, una forma de consenso
mesiánico que subyace bajo un pluralismo aparente, con una misión
nacional, redentora;que comparten los estadounidenses y que no es
otra sino convertir, en
clave proselitista, al resto del mundo a su Excepcionalismo.
En resumen, hemos podido observar
cómo un conjunto diverso de ideas, de extracción religiosa, política y estrictamente
filosófica, puesto en relación con una sucesión de jalones en la historia de
Estados Unidos, ha contribuido a despejar el origen del Excepcionalismo norteamericano. Dicho Excepcionalismo constituye pues, una marcada seña de
identidad que, no obstante, admite no sólo matices sino relecturas y un amplio elenco de reformulaciones.
No creemos, en fin, que haya inconveniente en reconocer que el Excepcionalismo
norteamericano trasciende lo episódico e invita a una reflexión poliédrica que
no puede evitar verse obligada a convivir con la paradoja.-