miércoles, 23 de julio de 2014

                                    EL QUÉ HACER
                         (Política Internacional del Paraguay).

1.- POLÍTICA DE REALIZACIÓN.                                  

               Lo que el Paraguay necesita para asegurarse a largo plazo una posición mejor –que la que predomina ahora– en el orden internacional, es un Estadista con visión y paciencia suficientes para anular las discriminaciones de sus vecinos y de otros Estados. Ese líder parece haber aparecido ahora, desde que Horacio Cartes fundó su movimiento “Honor Colorado” y fue electo como contendor por el Partido Nacional Republicano para Presidente de la República, ganando ampliamente las pasadas elecciones generales del 21 de Abril de 2013.
               Su método para reconstruir la Política Internacional del Paraguay podemos llamarlo Política de Realización”, que equivale a una inversión total de la política paraguaya anterior y el abandono de la inocua “guerra de guerrillas” diplomática que sus predecesores habían entablado contra las cláusulas del Tratado de Asunción de 1991, los protocolos subsecuentes del MERCOSUR y, en general, su retraimiento del mundo exterior. Una de las facetas de la “realización” se basaría en aprovechar la obvia incomodidad de Brasil y Argentina ante el abismo que hay entre los principios y las condiciones del Tratado, y el trato que dan a sus vecinos más pequeños, Paraguay y Uruguay, mas la flagrante violación de la legalidad en que incurrieron con la suspensión del Paraguay y el ingreso “manu militari” de Venezuela como socio pleno del MERCOSUR. A cambio de un esfuerzo paraguayo de cumplir con un reducido y renovado programa de acción y de renunciar a su exigencia de reparaciones, esta política se esforzó por lograr que los propios socios lo liberaran de las cláusulas políticas más onerosas que pretendían imponerle.
Una Nación más débil frente a los Estados extranjeros que la circundan tiene, básicamente, dos opciones: Puede desafiar al más fuerte, con la esperanza de dificultarle demasiado la aplicación de su política; o puede colaborar con el más fuerte, mientras acumula fuerzas y aliados para una confrontación ulterior. Ambas estrategias tienen sus riesgos: la resistencia provoca una prueba de fuerza en el momento de máxima debilidad; la colaboración hace correr el riesgo de desmoralización, porque las políticas que apelan al más fuerte también tienden a confundir la opinión pública del más débil.
               Antes de la aparición de Cartes, Paraguay había seguido la política de resistencia pero débilmente y sin mucha convicción; pero la afrenta sufrida en el MERCOSUR desató una apasionada oposición nacionalista: hay presiones generalizadas por librarse de las restricciones impuestas a la fuerza económica y política paraguaya, y es casi unánime el consenso de que las actitudes y exigencias de sus socios son escandalosas. En contraste, creemos que Cartes comprende que, por muy odiado que ahora ya fuese el tratado del MERCOSUR –y en realidad, no sabemos si él mismo lo odia– nuestro País necesita la ayuda de sus miembros para librarse de sus cláusulas más onerosas. La búsqueda de nuevas alianzas y mercados sería una táctica útil para desconcertar a aquéllos, pero su verdadera repercusión sólo se sentiría después que Paraguay estuviera lo bastante fuerte y apoyado para desafiar abiertamente el acuerdo del MERCOSUR. Ante todo, recuperar la fuerza económica requeriría obtener préstamos del extranjero, lo cual sería difícil para el Paraguay en una atmósfera de enfrentamiento. De éste modo, la “política de realización” a practicarse por Cartes, reflejaría ante todo su realista evaluación de las necesidades de la recuperación política y económica paraguaya. “La básica debilidad política y económica paraguaya –ha dicho– muestra los límites, la naturaleza y los métodos de la política exterior paraguaya”.
               Aunque la “política de realización” se fundara en un estricto realismo, éste no abunda mucho más en el Paraguay del MERCOSUR que en los días anteriores al Tratado de Asunción; sin embargo todos tienen que reconocer, aunque sea cansadamente, que “la venganza es demasiado costosa en estos días”. Además, con esta nueva política la República se verá plagada por agitadores nacionalistas chauvinistas e izquierdistas –cada cual por su lado– aunque se le conceda unas condiciones de arreglo mucho más generosas que las que hubiese podido obtener con la confrontación. Vemos ahora mismo, y el futuro lo confirmará, que nuestro anterior Gobierno democrático Liberal no recibió ni recibirá ningún reconocimiento por conservar el núcleo del país en las circunstancias más difíciles. Sin embargo, hay que recordar que en política hay pocas recompensas por mitigar daños, porque rara vez es posible demostrar que las consecuencias habrían podido ser peores de lo que fueron.
               Sólo un Estadista con impecables credenciales Nacionalistas y Democráticas como Cartes puede pensar en fundamentar la política exterior del Paraguay en “colaborar”, así fuese en forma ambivalente, con el odiado acuerdo del MERCOSUR. Hombre de gran cordialidad, que ama la praxis (hacer que sucedan cosas), sus conversaciones suelen estar salpicadas de alusiones  a nuestro pasado clásico. Y ahora tiene que lidiar con una Opinión Pública cada vez más convencida que Paraguay había sido atraído con engaños al tratado del MERCOSUR por un Brasil y una Argentina suspicaces, celosos cada cual de su supremacía. El hecho de que quien es el representante de los Nacionalistas Republicanos, para los que el Tratado de Asunción constituye “la mayor estafa de la historia”, iniciara una política de realización sólo podrá parecer un extraño giro de los acontecimientos a quienes creen que la Realpolitik no puede enseñar los beneficios de la moderación. Pero Cartes es el primer líder paraguayo –y el único líder democrático– capaz de explotar las ventajas geopolíticas que el tratado confiere a su país; porque captó el carácter esencialmente frágil de esa relación y lo utilizaría para clavar una cuña entre los dos aliados inmersos en grandes problemas internos.
               Ahora, la “polvareda” que ha levantado la aceptación paraguaya del ingreso de Venezuela al MERCOSUR ilustra la polarización de actitudes  a que hemos aludido y el alarmante maniqueísmo ante el llamado “caso Venezolano”. Por eso es nuestra intención abordarlo desde otro ángulo y encontrarle una salida para lo cual debemos empezar recordando a Hans Kelsen, aquel jurista maestro de la llamada “Escuela de Viena” y su doctrina de la “Teoría pura del Derecho”. Kelsen ha elaborado una teoría del conocimiento jurídico tratando de depurar la construcción jurídica de todos los elementos históricos, políticos y sociológicos extraños a la misma. Su afirmación fundamental es que el Derecho pertenece al mundo del deber ser, netamente distinto del mundo del ser; se limita a la fría lógica pura del Derecho positivo sobre las bases de la Filosofía Crítica Neokantiana en antítesis a la orientación histórica y sociológica. Pero el mismo Kelsen reconocía que basarse en la “Teoría Pura del Derecho” supone que los problemas metajurídicos (mas allá, de otro modo del Derecho) ya están resueltos; es decir, se presupone la existencia de un “agreement on fundamentals” (acuerdo sobre lo esencial), que actúe como término fundante de la pirámide de normas.
               En nuestro caso, con el advenimiento de la Democracia en Sudamérica, entramos al “Estado de Derecho” cuya base radica, en un marco demoliberal, no violar ni torcer la Ley. Sin embargo, en el problema que nos ocupa, guiarse por la fría lógica del Derecho implica entrar en colisión con la posibilidad de solución política negociada de un conflicto no previsto por la Teoría Pura del Derecho. El problema planteado por la aplicación de la fría lógica del Derecho a la cuestión del ingreso de Venezuela radica en el hecho de
que el “agreement on fundamentals” no existe en este caso porque para su existencia deberían suponerse dos cosas: por un lado, que no hay un fuerte actor político capaz de resistir y por el otro, la aceptación por parte de todos los involucrados de una misma definición de los límites que deben imperar en la convivencia societal. Pero en la medida en que uno o varios de los actores involucrados no participa de ese encuadre fundante, se siente lesionado por él y posee el Poder real para sustentar su posición, la lógica del Derecho, considerada neutra a partir del consenso sobre la Teoría Pura del Derecho, pasa a ser visualizada como política y a incidir políticamente en la situación. Por otra parte, en este juego perverso que estamos observando, el actor político por excelencia en el marco del “agreement on fundamentals” demoliberal (el Gobierno Paraguayo) no podía intentar utilizar el Derecho para desactivar un potencial efecto político (la inclusión de Venezuela en el MERCOSUR) sin hacer peligrar el fundamento mismo del estado de Derecho. Todo se podía negociar a partir del reconocimiento –aunque sea tácito– de que el “acuerdo sobre lo esencial” (agreement on fundamentals) ya no existía o había cambiado.    
               Ahora bien,  lo anteriormente expuesto no significa que Horacio Cartes desdeña la petición de ayuda norteamericana e inglesa dados los guiños amistosos de ambas potencias anglosajonas; en ningún caso  dejaría de evaluar las consecuencias del “éxito” de esa política propuesta. Si la política de realización triunfase, Paraguay sería cada vez más fuerte y estaría en posición de “contar” en el equilibrio de poder del Cono sur, toda vez que su progreso económico y social –también parte de la Política de Realización– acompañase ese avance. De manera similar, si un programa internacional de ayuda (como pasa con Colombia) alcanzare su objetivo, la creciente fuerza paraguaya tendría consecuencias geopolíticas en toda la vasta periferia de América del Sur. En ambos casos, los partidarios de la conciliación tienen metas positivas y hasta buena visión del futuro, porque si el Paraguay recobra algo de Poder, naturalmente recuperará todo lo perdido; acaso valga la pena pagar un precio, pues sería un error no reconocer que sí hay un precio, ya se estuviese buscando una conciliación duradera o un cambio radical del orden existente.
               De hecho, Colombia es un ejemplo palpable: durante los últimos años recibió ayuda por varios miles de millones de dólares por parte de los Estados Unidos para modernizar y fortalecer su Industria así como sus Fuerzas Armadas. Si nos sucede algo similar, los paraguayos podríamos decir en un futuro no muy lejano: todas nuestras medidas de índole política y diplomática, mediante la deliberada colaboración con las dos potencias anglosajonas, se han combinado para crearle a nuestros vecinos una situación que a la larga no podrán sostener”.
              



Para colmo de males de ésta época, ya prevalecen en Sudamérica tres series de compromisos: la primera consiste en alianzas tradicionales, apoyadas por la maquinaria ya habitual de conversaciones de Jefes de Estado y consultas políticas. La segunda serie consiste en unas garantías especiales como las de los protocolos ulteriores al tratado de Asunción de 1991, consideradas obviamente como menos obligatorias que las alianzas en toda forma, lo que explica porqué nunca encontraron obstáculos en los Parlamentos excepto el paraguayo. Por último, ahí está el compromiso de la propia Organización de los Estados Americanos (OEA) con la democracia y la seguridad colectiva, que en la práctica fue devaluado por Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela, pues si en realidad la seguridad colectiva es fidedigna, es también, por definición, inadecuada para garantizar la seguridad de los derechos, incluso de sus principales miembros fundadores, ya que la maquinaria burocrática causa interminables retardos para investigar hechos, arbitrariedades y otros diversos medios de conciliación, como lo hemos sufrido en el MERCOSUR y la UNASUR. La única esperanza que queda para un nuevo y pacífico orden Sudamericano es que el alivio emocional e ideológico de los propios acuerdos y las expectativas que produjeron, pudiesen superar sus fallas estructurales. En retrospectiva, se ha vuelto obvia la mala política de crear dos clases de organizaciones en América del Sur (ALBA y UNASUR) pero Hugo Chávez la consideró como una extensión esencial de los compromisos estratégicos de Venezuela, que llegaba al límite de lo que los Gobiernos Sudamericanos apoyarían hablando de “justicia”, aun cuando discreparan marcadamente en su definición.
               Ante estas perspectivas, la política paraguaya debe evitar volverse cada vez más reactiva y defensiva, porque los Dirigentes confundidos suelen tender a sustituir un sentido de la dirección por simples maniobras de relaciones públicas. Hay que tener una política decidida; y una alianza política, económica y militar con los EE.UU. y Gran Bretaña, como ya lo estuvieron propugnando líderes del área empresarial, políticos y militares, no era descabellada, ante la manifiesta hostilidad –entonces– económica y política hacia el Paraguay por los Estados Bolivarianos y sus aláteres, además del rearme iniciado por Venezuela, Ecuador y sobre todo Bolivia, que resulta alarmante para nuestra propia seguridad. Con la alianza antes citada, Paraguay podría respirar más tranquilo organizando unas pequeñas Fuerzas Armadas, pero muy modernas y excelentemente armadas y equipadas, que servirían como una “fuerza de disuasión”, una Force de Frapper, como dijera De Gaulle, ya que el derecho de defensa propia y el hecho de que cada Nación fuera su propio juez de las necesidades de esa defensa propia es un reconocimiento consuetudinario de todo el Derecho Internacional; y así, el apoyo económico, comercial y militar de ambas potencias anglosajonas sería tan necesario y su amistad política tan deseable para Paraguay que, sin tener que recurrir a la maquinaria internacional, podría hacer por sí sólo un acuerdo amistoso con sus vecinos….
               Así pues, incluso en este aspecto, la “política de realización” sigue siendo la única opción realista del Paraguay; y eso sólo puede hacerlo un frío practicante de la Realpolitik, que favorezca el interés nacional paraguayo con implacable persistencia.
               Sin embargo, a diferencia de sus críticos Nacionalistas Chauvinistas –y en total contraste con Liberales e Izquierdistas– Cartes confía en la paciencia, las componendas y la venia del consenso Sudamericano –si ello fuere posible– para alcanzar sus metas. Su agilidad mental le permitiría cambiar concesiones de papel –especialmente en la cuestión sensible y simbólica de las reparaciones por parte del MERCOSUR– por el fin de la injusticia y la hostilidad hacia el Paraguay y la perspectiva de unos cambios a largo plazo que no dejarían de colocar a su Patria en una posición cada vez más vital. Hasta el fin del Gobierno Luguista y Liberal la Cancillería paraguaya ha practicado una política de sumisión. Ahora que Horacio Cartes ejerce el poder, debe estar comenzando a aplicar una política positiva… de firmeza, que pronto se convertirá en una política de exigencias. Por de pronto, según la declaración de los “socios” del MERCOSUR, con las elecciones generales de Abril de 2013 cesó la “suspensión” del Paraguay y éste pudo regresar con el halago de restituírsele “todos sus derechos e igualdad en un sistema que daría seguridad a todos sus miembros”, frase ambigua que implica el derecho teórico a esa paridad que las prescripciones de los Protocolos de Ushuaia 1 y 2 hacen tan difícil, cuando no imposible, de lograr,  ya que la fórmula de “igualdad” dentro de un sistema de “seguridad” es una contradicción de términos, y desde Agosto del 2013 ni el ánimo del nuevo Gobierno ni el público paraguayo están para tales sutilezas.

2.- PERSONALIDAD POLÍTICA DE HORACIO CARTES.

               Horacio Cartes nació hace 58 años en un Paraguay que consolidaba el largo camino hacia la Dictadura unipersonal signada por el “culto a la personalidad”. Desligándose de cualquier trato con el sistema, se dedicó al contrario, a construir y solidificar desde muy joven su imperio empresarial, para luego incursionar en la dirigencia deportiva, pero no obstante estas actividades que ocupaban bastante de su tiempo, nunca dejó de interesarse en el rumbo político de su patria, siendo un perspicaz y sagaz observador del mismo. Con las facciones campechanas de un paraguayo típico, despertaba rápidamente la confianza de la gente. Su proverbial caballerosidad, adquirida en su juventud, refleja una serenidad asombrosa, tan necesaria en un Gobernante de un país pobre y atrasado, pleno de problemas de asimetrías estructurales, pocos de cuyos ciudadanos adultos podían recordar un pasado político del que pudieran enorgullecerse. En la oficina de Cartes, las cortinas estaban siempre a medio correr, haciendo que todo el que entrara se sintiera como en un capullo donde el tiempo se había detenido. Esa serenidad que la personalidad de Cartes trasmite, es la característica más necesaria en un Gobernante cuya misión será dar a su país –que tiene muchas razones para dudar de su pasado político– el valor necesario para enfrentarse a un futuro incierto. Cuando Cartes se decidió a dedicarse de lleno a la actividad y la lucha política, pareció que toda su vida había sido una preparación para la responsabilidad de devolver el respeto a su sociedad, jaqueada, desmoralizada y dividida.
               El sentido de seguridad interna de Cartes se debe más a la fe que al análisis. Aunque no es un estudioso erudito de la historia, sin embargo todo el tiempo que pasó apartado de la política práctica lo dedicó a la reflexión; había pasado por la escuela de las convulsiones de su patria y tenía (y tiene) una intuición extraordinaria de las corrientes de la época. También posee una penetrante comprensión de la psicología de sus contemporáneos, y especialmente de sus flaquezas; en una ocasión deploró la carencia de gobernantes fuertes en el Paraguay de las últimas dos generaciones; cuando se le mencionó a Stroessner contestó a su manera lapidaria: “Nunca confunda la energía con la fuerza”.
               Horacio Cartes se esfuerza (y se esforzará aún más) desde el Poder por superar las turbulentas pasiones del Paraguay y por dar a su país –con su historia de extremismo y su inclinación a lo romántico– una reputación de confiabilidad. Devoto interesado en la Realpolitik, sobre todo ahora que el Paraguay se halló tan atacado, la grandilocuente centralización política autoritaria siempre le pareció ofensiva a su propio estilo, sobrio y objetivo. No tiene ninguna afinidad con la oligarquía aristocrática, que había creado un Paraguay dividido en clases muy distantes donde una exigua minoría lo tiene casi todo, y consideraba que había sido un gran error de política exterior fundamentar la seguridad paraguaya en su habilidad de maniobrar entre Argentina y Brasil. En su opinión, un Paraguay fuerte, próspero y libre, en el centro de América del Sur, no representaría una incomodidad para nadie a expensas de su propia seguridad.
               La respuesta de Cartes al caos del mundo Latinoamericano de la post-guerra fría y la aplicación cruda y a rajatabla del Neoliberalismo –que Sudamérica aún no supera– es que un país dividido y pobre, sin sus raíces históricas, requiere una política firme si desea recuperar algún dominio sobre su futuro. Él se niega a dejarse desviar de este curso por simple nostalgia del pasado, ni por la tradicional relación paraguaya de amor-odio con Argentina y Brasil; opta incondicionalmente por la Democracia de Occidente aún al precio de exponerse a la vindicación de los adeptos al “Socialismo del Siglo XXI” y sus simpatizantes autoritarios. Los adversarios internos del Partido Colorado y por supuesto de Cartes: los Liberales  (PLRA), pueden jactarse de tener antecedentes intachables de oposición a la dictadura;  su tradicional base de apoyo de sus discursos siempre ha sido que se habían opuesto a ella valerosamente y en gran parte es verdad. Serán tan desconfiados de la “política de realización” como devotos de la “democracia liberal” y darían mayor prioridad a la unificación de políticas con las naciones del Pacífico que a sus relaciones con el Atlántico. Si se da una orientación pro anglo-sajona de Cartes, la combatirán, y pagarían con gusto el progreso de los objetivos nacionales del Paraguay haciendo un compromiso con la neutralidad en el MERCOSUR y la UNASUR.
               Pero pensamos que Cartes rechazará la negociación de neutralidad (dejar las cosas como están) que  desearían hacer, en parte por razones filosóficas, pero en parte por otras sagazmente prácticas: él no desea ni deseará en el futuro, despertar reacciones nacionalistas chauvinistas ni poner al Paraguay en subasta, sobre todo habiendo ya dos modelos de Estados en Sudamérica; y comprende mucho mejor que sus adversarios locales que, en las condiciones históricas de la época, un Paraguay unido y fuerte sólo podría surgir de un acuerdo organizado contra el autoritarismo. De lo contrario, al nuevo Estado Paraguayo se le impondrían severas restricciones y se restablecerían los controles internacionales al libre tránsito de su economía. Los vecinos poderosos creerían tener un permanente derecho de intervenir.
                Creemos que Cartes considerará que para el Paraguay esta subordinación implícita, derivada de la neutralidad ante la división que ya impera en América del Sur, sería más peligrosa psicológicamente que reconocer y aceptar francamente esa división. Y el carácter de su personalidad política nos hace creer que él optará por la igualdad y la integración con la Democracia Occidental y la respetabilidad para su Patria.-



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