EL QUÉ HACER
(Política
Internacional del Paraguay).
1.- POLÍTICA DE REALIZACIÓN.
Lo que el Paraguay necesita para
asegurarse a largo plazo una posición mejor –que la que predomina ahora– en el
orden internacional, es un Estadista
con visión y paciencia suficientes para anular las discriminaciones de sus
vecinos y de otros Estados. Ese líder parece haber aparecido ahora, desde que Horacio Cartes fundó su movimiento
“Honor Colorado” y fue electo como contendor por el Partido Nacional
Republicano para Presidente de la
República , ganando ampliamente las pasadas elecciones
generales del 21 de Abril de 2013.
Su método para reconstruir la Política Internacional del Paraguay
podemos llamarlo “Política de Realización”, que equivale a una inversión total
de la política paraguaya anterior y el abandono de la inocua “guerra de
guerrillas” diplomática que sus predecesores habían entablado contra las
cláusulas del Tratado de Asunción de 1991, los protocolos subsecuentes del
MERCOSUR y, en general, su retraimiento del mundo exterior. Una de las facetas
de la “realización” se basaría en aprovechar la obvia incomodidad de Brasil y
Argentina ante el abismo que hay entre los principios y las condiciones del
Tratado, y el trato que dan a sus vecinos más pequeños, Paraguay y Uruguay, mas
la flagrante violación de la legalidad en que incurrieron con la suspensión del
Paraguay y el ingreso “manu militari” de Venezuela como socio pleno del
MERCOSUR. A cambio de un esfuerzo
paraguayo de cumplir con un reducido y renovado programa de acción y de
renunciar a su exigencia de reparaciones, esta política se esforzó por lograr
que los propios socios lo liberaran de las cláusulas políticas más onerosas que
pretendían imponerle.
Una Nación más débil frente a los Estados extranjeros
que la circundan tiene, básicamente, dos opciones: Puede desafiar al más fuerte, con la esperanza de dificultarle demasiado
la aplicación de su política; o puede colaborar
con el más fuerte, mientras acumula fuerzas y aliados para una confrontación
ulterior. Ambas estrategias tienen sus riesgos: la resistencia provoca una prueba de fuerza en el momento de
máxima debilidad; la colaboración hace
correr el riesgo de desmoralización, porque las políticas que apelan al más
fuerte también tienden a confundir la opinión pública del más débil.
Antes de la aparición de Cartes, Paraguay había seguido la
política de resistencia pero débilmente y sin mucha convicción; pero la afrenta
sufrida en el MERCOSUR desató una apasionada oposición nacionalista: hay presiones generalizadas por
librarse de las restricciones impuestas a la fuerza económica y política
paraguaya, y es casi unánime el consenso de que las actitudes y exigencias de
sus socios son escandalosas. En contraste, creemos que Cartes comprende que,
por muy odiado que ahora ya fuese el tratado del MERCOSUR –y en realidad, no
sabemos si él mismo lo odia– nuestro País necesita la ayuda de sus miembros
para librarse de sus cláusulas más onerosas. La búsqueda de nuevas alianzas y
mercados sería una táctica útil para desconcertar a aquéllos, pero su verdadera
repercusión sólo se sentiría después que Paraguay estuviera lo bastante fuerte
y apoyado para desafiar abiertamente el acuerdo del MERCOSUR. Ante todo,
recuperar la fuerza económica requeriría obtener préstamos del extranjero, lo
cual sería difícil para el Paraguay en una atmósfera de enfrentamiento. De éste
modo, la “política de realización” a practicarse por Cartes, reflejaría ante
todo su realista evaluación de las necesidades de la recuperación política y
económica paraguaya. “La básica debilidad política y económica paraguaya –ha
dicho– muestra los límites, la naturaleza y los métodos de la política exterior
paraguaya”.
Aunque la “política de
realización” se fundara en un estricto realismo, éste no abunda mucho más en el
Paraguay del MERCOSUR que en los días anteriores al Tratado de Asunción; sin embargo todos tienen que
reconocer, aunque sea cansadamente, que “la
venganza es demasiado costosa en estos días”. Además, con esta nueva
política la República
se verá plagada por agitadores nacionalistas chauvinistas e izquierdistas –cada
cual por su lado– aunque se le conceda unas condiciones de arreglo mucho más
generosas que las que hubiese podido obtener con la confrontación. Vemos ahora
mismo, y el futuro lo confirmará, que nuestro anterior Gobierno democrático
Liberal no recibió ni recibirá ningún reconocimiento por conservar el núcleo
del país en las circunstancias más difíciles. Sin embargo, hay que recordar que
en política hay pocas recompensas por mitigar daños, porque rara vez es
posible demostrar que las consecuencias habrían podido ser peores de lo que
fueron.
Sólo un Estadista con impecables credenciales
Nacionalistas y Democráticas como Cartes
puede pensar en fundamentar la política exterior del Paraguay en “colaborar”, así fuese en forma ambivalente, con
el odiado acuerdo del MERCOSUR. Hombre de gran cordialidad, que ama la praxis
(hacer que sucedan cosas), sus conversaciones suelen estar salpicadas de
alusiones a nuestro pasado clásico. Y
ahora tiene que lidiar con una Opinión Pública cada vez más convencida que
Paraguay había sido atraído con engaños al tratado del MERCOSUR por un Brasil y
una Argentina suspicaces, celosos cada cual de su supremacía. El hecho de que
quien es el representante de los Nacionalistas Republicanos, para los que el
Tratado de Asunción constituye “la mayor estafa de la historia”, iniciara una
política de realización sólo podrá parecer un extraño giro de los
acontecimientos a quienes creen que la Realpolitik no puede enseñar los beneficios
de la moderación. Pero Cartes es el primer líder paraguayo –y el único líder
democrático– capaz de explotar las ventajas geopolíticas que el tratado
confiere a su país; porque captó el
carácter esencialmente frágil de esa relación y lo utilizaría para clavar una
cuña entre los dos aliados inmersos en grandes problemas internos.
Ahora, la “polvareda” que ha levantado la
aceptación paraguaya del ingreso de Venezuela
al MERCOSUR ilustra la polarización de actitudes a que hemos aludido y el alarmante
maniqueísmo ante el llamado “caso Venezolano”. Por eso es
nuestra intención abordarlo desde otro ángulo y encontrarle una salida para lo
cual debemos empezar recordando a Hans
Kelsen, aquel jurista maestro de la llamada “Escuela de Viena” y su
doctrina de la “Teoría pura del Derecho”. Kelsen ha elaborado una teoría del
conocimiento jurídico tratando de depurar la construcción jurídica de todos los
elementos históricos, políticos y sociológicos extraños a la misma. Su
afirmación fundamental es que el Derecho pertenece al mundo del deber ser,
netamente distinto del mundo del ser;
se limita a la fría lógica pura del Derecho positivo sobre las bases de la Filosofía Crítica
Neokantiana en antítesis a la orientación histórica y sociológica. Pero el
mismo Kelsen reconocía que basarse en la “Teoría Pura del Derecho” supone que
los problemas metajurídicos (mas
allá, de otro modo del Derecho) ya están resueltos; es decir, se presupone la existencia de un “agreement on fundamentals” (acuerdo sobre lo esencial), que actúe
como término fundante de la pirámide de normas.
En nuestro caso, con el
advenimiento de la
Democracia en Sudamérica, entramos al “Estado de Derecho”
cuya base radica, en un marco demoliberal, no violar ni torcer la
Ley. Sin embargo, en el problema que nos
ocupa, guiarse por la fría lógica del Derecho implica entrar en colisión con
la posibilidad de solución política negociada de un conflicto no
previsto por la Teoría Pura
del Derecho. El problema planteado por la aplicación de la fría lógica
del Derecho a la cuestión del ingreso de Venezuela radica en el hecho de
que
el “agreement on fundamentals” no existe en este caso porque para su
existencia deberían suponerse dos cosas:
por un lado, que no hay un fuerte
actor político capaz de resistir y por el otro, la aceptación por parte de todos los involucrados de una misma definición
de los límites que deben imperar en la convivencia societal. Pero en la
medida en que uno o varios de los actores involucrados no participa de ese
encuadre fundante, se siente lesionado por él y posee el Poder real para
sustentar su posición, la lógica del Derecho, considerada
neutra a partir del consenso sobre la Teoría
Pura del Derecho, pasa a ser visualizada como política y a
incidir políticamente en la situación. Por otra parte, en este juego
perverso que estamos observando, el actor político por excelencia en el marco
del “agreement on fundamentals” demoliberal (el Gobierno Paraguayo) no podía
intentar utilizar el Derecho para desactivar un potencial efecto político (la
inclusión de Venezuela en el MERCOSUR) sin hacer peligrar el fundamento mismo
del estado de Derecho. Todo se podía negociar a partir del
reconocimiento –aunque sea tácito– de que el “acuerdo sobre lo esencial”
(agreement on fundamentals) ya no existía o había cambiado.
Ahora bien, lo anteriormente expuesto no significa que Horacio Cartes desdeña la petición de
ayuda norteamericana e inglesa dados los guiños amistosos de ambas potencias
anglosajonas; en ningún caso dejaría de
evaluar las consecuencias del “éxito” de esa política propuesta. Si la política
de realización triunfase, Paraguay sería cada vez más fuerte y estaría en
posición de “contar” en el equilibrio de poder del Cono sur, toda vez que su
progreso económico y social –también parte de la Política de Realización–
acompañase ese avance. De manera similar, si un programa internacional de ayuda
(como pasa con Colombia) alcanzare su objetivo, la creciente fuerza paraguaya
tendría consecuencias geopolíticas en toda la vasta periferia de América del
Sur. En ambos casos, los partidarios de la conciliación tienen metas positivas
y hasta buena visión del futuro, porque si el Paraguay recobra algo de Poder,
naturalmente recuperará todo lo perdido;
acaso valga la pena pagar un precio, pues sería un error no reconocer que sí
hay un precio, ya se estuviese buscando una conciliación duradera o un cambio
radical del orden existente.
De hecho, Colombia es un ejemplo
palpable: durante los últimos años
recibió ayuda por varios miles de millones de dólares por parte de los Estados
Unidos para modernizar y fortalecer su Industria así como sus Fuerzas Armadas.
Si nos sucede algo similar, los paraguayos podríamos decir en un futuro no muy
lejano: “todas nuestras medidas de índole política y diplomática, mediante
la deliberada colaboración con las dos potencias anglosajonas, se han combinado
para crearle a nuestros vecinos una situación que a la larga no podrán sostener”.
Para colmo de males de ésta época, ya prevalecen en
Sudamérica tres series de compromisos:
la primera consiste en alianzas tradicionales, apoyadas por la maquinaria ya
habitual de conversaciones de Jefes de Estado y consultas políticas. La segunda
serie consiste en unas garantías especiales como las de los protocolos
ulteriores al tratado de Asunción de 1991, consideradas obviamente como menos
obligatorias que las alianzas en toda forma, lo que explica porqué nunca
encontraron obstáculos en los Parlamentos excepto el paraguayo. Por último, ahí
está el compromiso de la propia Organización de los Estados Americanos (OEA)
con la democracia y la seguridad colectiva, que en la práctica fue devaluado
por Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela, pues si en realidad la seguridad
colectiva es fidedigna, es también, por definición, inadecuada para garantizar
la seguridad de los derechos, incluso de sus principales miembros fundadores,
ya que la maquinaria burocrática causa interminables retardos para investigar
hechos, arbitrariedades y otros diversos medios de conciliación, como lo hemos
sufrido en el MERCOSUR y la UNASUR. La
única esperanza que queda para un nuevo y pacífico orden Sudamericano es que el
alivio emocional e ideológico de los propios acuerdos y las expectativas que
produjeron, pudiesen superar sus fallas estructurales. En retrospectiva, se ha
vuelto obvia la mala política de crear dos clases de organizaciones en América
del Sur (ALBA y UNASUR) pero Hugo Chávez la consideró como una extensión
esencial de los compromisos estratégicos de Venezuela, que llegaba al límite de
lo que los Gobiernos Sudamericanos apoyarían hablando de “justicia”, aun cuando
discreparan marcadamente en su definición.
Ante estas perspectivas, la
política paraguaya debe evitar volverse cada vez más reactiva y defensiva,
porque los Dirigentes confundidos suelen tender a sustituir un sentido de la
dirección por simples maniobras de relaciones públicas. Hay que tener una
política decidida; y una alianza
política, económica y militar con los EE.UU. y Gran Bretaña, como ya lo
estuvieron propugnando líderes del área empresarial, políticos y militares, no
era descabellada, ante la manifiesta hostilidad –entonces– económica y política
hacia el Paraguay por los Estados Bolivarianos y sus aláteres, además del
rearme iniciado por Venezuela, Ecuador y sobre todo Bolivia, que resulta
alarmante para nuestra propia seguridad. Con la alianza antes citada, Paraguay
podría respirar más tranquilo organizando unas pequeñas Fuerzas Armadas, pero
muy modernas y excelentemente armadas y equipadas, que servirían como una
“fuerza de disuasión”, una Force de Frapper, como dijera De
Gaulle, ya que el derecho de defensa propia y el hecho de que cada Nación fuera
su propio juez de las necesidades de esa defensa propia es un reconocimiento
consuetudinario de todo el Derecho Internacional; y así, el apoyo económico,
comercial y militar de ambas potencias anglosajonas sería tan necesario y su
amistad política tan deseable para Paraguay que, sin tener que recurrir a la maquinaria
internacional, podría hacer por sí sólo un acuerdo amistoso con sus vecinos….
Así pues, incluso en este
aspecto, la “política de realización” sigue siendo la única opción realista del
Paraguay; y eso sólo puede hacerlo un frío practicante de la Realpolitik , que favorezca el interés nacional
paraguayo con implacable persistencia.
Sin embargo, a diferencia de sus críticos
Nacionalistas Chauvinistas –y en total contraste con Liberales e Izquierdistas–
Cartes confía en la paciencia, las componendas y la venia del consenso Sudamericano
–si ello fuere posible– para alcanzar sus metas. Su agilidad mental le
permitiría cambiar concesiones de papel –especialmente en la cuestión sensible
y simbólica de las reparaciones por parte del MERCOSUR– por el fin de la
injusticia y la hostilidad hacia el Paraguay y la perspectiva de unos cambios a
largo plazo que no dejarían de colocar a su Patria en una posición cada vez más
vital. Hasta el fin del Gobierno Luguista y Liberal la Cancillería
paraguaya ha practicado una política de sumisión. Ahora que Horacio Cartes
ejerce el poder, debe estar comenzando a aplicar una política positiva… de
firmeza, que pronto se convertirá en una política de exigencias. Por de pronto,
según la declaración de los “socios” del MERCOSUR, con las elecciones generales
de Abril de 2013 cesó la “suspensión” del Paraguay y éste pudo regresar con el
halago de restituírsele “todos sus derechos e igualdad en un sistema que daría
seguridad a todos sus miembros”, frase ambigua que implica el derecho teórico a
esa paridad que las prescripciones de los Protocolos de Ushuaia 1 y 2 hacen tan
difícil, cuando no imposible, de lograr,
ya que la fórmula de “igualdad” dentro de un sistema de “seguridad” es
una contradicción de términos, y desde Agosto del 2013 ni el ánimo del nuevo
Gobierno ni el público paraguayo están para tales sutilezas.
2.- PERSONALIDAD POLÍTICA DE HORACIO CARTES.
Horacio Cartes nació hace 58 años en un Paraguay que consolidaba el
largo camino hacia la Dictadura unipersonal signada por el “culto a la
personalidad”. Desligándose de cualquier trato con el sistema, se dedicó al
contrario, a construir y solidificar desde muy joven su imperio empresarial,
para luego incursionar en la dirigencia deportiva, pero no obstante estas
actividades que ocupaban bastante de su tiempo, nunca dejó de interesarse en el
rumbo político de su patria, siendo un perspicaz y sagaz observador del mismo.
Con las facciones campechanas de un paraguayo típico, despertaba rápidamente la
confianza de la gente. Su proverbial caballerosidad, adquirida en su juventud,
refleja una serenidad asombrosa, tan necesaria en un Gobernante de un país
pobre y atrasado, pleno de problemas de asimetrías estructurales, pocos de
cuyos ciudadanos adultos podían recordar un pasado político del que pudieran
enorgullecerse. En la oficina de Cartes, las cortinas estaban siempre a medio
correr, haciendo que todo el que entrara se sintiera como en un capullo donde
el tiempo se había detenido. Esa serenidad que la personalidad de Cartes
trasmite, es la característica más necesaria en un Gobernante cuya misión será
dar a su país –que tiene muchas razones para dudar de su pasado político– el
valor necesario para enfrentarse a un futuro incierto. Cuando Cartes se decidió
a dedicarse de lleno a la actividad y la lucha política, pareció que toda su
vida había sido una preparación para la responsabilidad de devolver el respeto
a su sociedad, jaqueada, desmoralizada y dividida.
El sentido de seguridad interna
de Cartes se debe más a la fe que al análisis. Aunque no es un estudioso
erudito de la historia, sin embargo todo el tiempo que pasó apartado de la
política práctica lo dedicó a la reflexión; había pasado por la escuela de las
convulsiones de su patria y tenía (y tiene) una intuición extraordinaria de las
corrientes de la época. También posee una penetrante comprensión de la
psicología de sus contemporáneos, y especialmente de sus flaquezas; en una
ocasión deploró la carencia de gobernantes fuertes en el Paraguay de las
últimas dos generaciones; cuando se le mencionó a Stroessner contestó a su
manera lapidaria: “Nunca confunda la
energía con la fuerza”.
Horacio Cartes se esfuerza (y se
esforzará aún más) desde el Poder por superar las turbulentas pasiones del
Paraguay y por dar a su país –con su historia de extremismo y su inclinación a
lo romántico– una reputación de confiabilidad. Devoto interesado en la Realpolitik , sobre
todo ahora que el Paraguay se halló tan atacado, la grandilocuente
centralización política autoritaria siempre le pareció ofensiva a su propio
estilo, sobrio y objetivo. No tiene ninguna afinidad con la oligarquía
aristocrática, que había creado un Paraguay dividido en clases muy distantes
donde una exigua minoría lo tiene casi todo, y consideraba que había sido un
gran error de política exterior fundamentar la seguridad paraguaya en su
habilidad de maniobrar entre Argentina y Brasil. En su opinión, un Paraguay
fuerte, próspero y libre, en el centro de América del Sur, no representaría una
incomodidad para nadie a expensas de su propia seguridad.
La respuesta de Cartes al caos
del mundo Latinoamericano de la post-guerra fría y la aplicación cruda y a
rajatabla del Neoliberalismo –que Sudamérica aún no supera– es que un país
dividido y pobre, sin sus raíces históricas, requiere una política firme si
desea recuperar algún dominio sobre su futuro. Él se niega a dejarse desviar de
este curso por simple nostalgia del pasado, ni por la tradicional relación
paraguaya de amor-odio con Argentina y Brasil; opta incondicionalmente por la Democracia
de Occidente aún al precio de exponerse a la vindicación de los adeptos al
“Socialismo del Siglo XXI” y sus simpatizantes autoritarios. Los adversarios internos del Partido Colorado y por supuesto de
Cartes: los Liberales (PLRA), pueden
jactarse de tener antecedentes intachables de oposición a la dictadura; su tradicional base de apoyo de sus discursos
siempre ha sido que se habían opuesto a ella valerosamente y en gran parte es
verdad. Serán tan desconfiados de la “política de realización” como devotos de
la “democracia liberal” y darían mayor prioridad a la unificación de políticas
con las naciones del Pacífico que a sus relaciones con el Atlántico. Si se da
una orientación pro anglo-sajona de Cartes, la combatirán, y pagarían con gusto
el progreso de los objetivos nacionales del Paraguay haciendo un compromiso con
la neutralidad en el MERCOSUR y la
UNASUR.
Pero pensamos que Cartes rechazará la negociación de
neutralidad (dejar las cosas como están) que
desearían hacer, en parte por razones filosóficas, pero en parte por
otras sagazmente prácticas: él no
desea ni deseará en el futuro, despertar reacciones nacionalistas chauvinistas
ni poner al Paraguay en subasta, sobre todo habiendo ya dos modelos de Estados
en Sudamérica; y comprende mucho mejor que sus adversarios locales que, en las
condiciones históricas de la época, un Paraguay unido y fuerte sólo podría
surgir de un acuerdo organizado contra el
autoritarismo. De lo contrario, al nuevo Estado Paraguayo se le impondrían
severas restricciones y se restablecerían los controles internacionales al
libre tránsito de su economía. Los vecinos poderosos creerían tener un
permanente derecho de intervenir.
Creemos que Cartes considerará que para el Paraguay
esta subordinación implícita, derivada de la neutralidad ante la división que
ya impera en América del Sur, sería más peligrosa psicológicamente que
reconocer y aceptar francamente esa división. Y el carácter de su personalidad
política nos hace creer que él optará por la igualdad y la integración con la Democracia Occidental
y la respetabilidad para su Patria.-
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