Política Exterior
Paraguaya
1.- POLÍTICA DE REALIZACIÓN.
La asistencia del Pte. Cartes a la reunión del “Grupo de los
77” en Bolivia, también su participación con los Mandatarios Sudamericanos, de
los BRICS, y el Pte. de la Federación Rusa Vladímir Putin, así como su postura
independiente durante la “Cumbre de Presidentes del MERCOSUR” en Caracas,
Venezuela, y su firmeza en cuanto a la posición paraguaya respecto a las
negociaciones sobre la renovación del “Tratado de YACYRETÁ”, marcan el sello del
“Nuevo Rumbo” que ha tomado la Política Exterior paraguaya. Examinémosla desde
sus inicios.
Lo que el Paraguay necesitaba para
asegurarse a largo plazo una posición mejor –que la que predominaba– en el orden
internacional, era un Estadista con
visión y paciencia suficientes para anular las discriminaciones de sus vecinos
y de otros Estados. Ese líder parece haber aparecido ahora, desde que Horacio Cartes fundó su movimiento
“Honor Colorado” y fue electo como contendor por el Partido Nacional
Republicano para Presidente de la
República , ganando ampliamente las elecciones generales del
21 de Abril de 2013.
Su método
para reconstruir la Política Internacional del Paraguay podemos llamarlo “Política de Realización”, que equivale a una inversión total
de la política paraguaya anterior y el abandono de la inocua “guerra de guerrillas”
diplomática que sus predecesores habían entablado contra las cláusulas del
Tratado de Asunción de 1991, los protocolos subsecuentes del MERCOSUR y, en
general, su retraimiento del mundo exterior. Una de las facetas de la “Realización”
se basó en aprovechar la obvia incomodidad de Brasil y Argentina ante el abismo
que hay entre los principios y las condiciones del Tratado, y el trato que dan
a sus vecinos más pequeños, Paraguay y Uruguay, mas la flagrante violación de
la legalidad en que incurrieron con la suspensión del Paraguay y el ingreso
“manu militari” de Venezuela como socio pleno del MERCOSUR. Entonces, a cambio de un esfuerzo paraguayo de cumplir con un
reducido y renovado programa de acción y de renunciar a su exigencia de
reparaciones políticas y diplomáticas por lo acontecido, esta posición se
esforzó por lograr que los propios socios lo liberaran de las cláusulas
políticas más onerosas que pretendían imponerle.
Una Nación
más débil frente a los Estados extranjeros que la circundan tiene, básicamente,
dos opciones: Puede desafiar al más fuerte, con la
esperanza de dificultarle demasiado la aplicación de su política; o puede colaborar con el más fuerte, mientras acumula fuerzas y aliados para
una confrontación ulterior. Ambas
estrategias tienen sus riesgos: la
resistencia provoca una prueba de fuerza en el momento de máxima debilidad; la colaboración hace correr el riesgo
de desmoralización, porque las políticas que apelan al más fuerte también
tienden a confundir la opinión pública del más débil.
Antes de la aparición de Cartes, Paraguay había seguido la
política de resistencia pero débilmente y sin mucha convicción; pero la afrenta
sufrida en el MERCOSUR desató una apasionada oposición nacionalista: hay presiones generalizadas por librarse
de las restricciones impuestas a la fuerza económica y política paraguaya, y es
casi unánime el consenso de que las actitudes y exigencias de sus socios son
escandalosas. En contraste, creemos que Cartes comprende que, por muy odiado
que ahora ya fuese el tratado del MERCOSUR –y en realidad, no sabemos si él
mismo lo odia– nuestro País necesita la ayuda de sus miembros para librarse de
sus cláusulas más onerosas. La búsqueda de nuevas alianzas y mercados sería una
táctica útil para desconcertar a aquéllos, pero su verdadera repercusión sólo
se sentiría después que Paraguay estuviera lo bastante fuerte y apoyado para
desafiar abiertamente el acuerdo del MERCOSUR. Ante todo, recuperar la fuerza
económica requeriría obtener préstamos del extranjero, lo cual sería difícil
para el Paraguay en una atmósfera de enfrentamiento. De éste modo, la “política
de realización” a practicarse por Cartes,
reflejaría ante todo su realista evaluación de las necesidades de la
recuperación política y económica paraguaya. “La básica debilidad política y económica
paraguaya –ha dicho– ha sido la causa de los límites, la naturaleza y los
métodos de la política exterior paraguaya”.
Aunque
la “política de realización” se fundara en un estricto realismo, éste no abunda
mucho más en el Paraguay del MERCOSUR que en los días anteriores al Tratado de
Asunción; sin embargo todos tienen
que reconocer, aunque sea cansadamente, que “la venganza es demasiado costosa en estos días”. Además, con esta
nueva política la República
se verá plagada por agitadores nacionalistas chauvinistas e izquierdistas –cada
cual por su lado– aunque se le conceda unas condiciones de arreglo mucho más
generosas que las que hubiese podido obtener con la confrontación. Vemos ahora
mismo, y el futuro lo confirmará, que nuestro anterior Gobierno democrático
Liberal no recibió ni recibirá ningún reconocimiento por conservar el núcleo
del país en las circunstancias más difíciles. Sin embargo, hay que recordar que en política hay pocas
recompensas por mitigar daños,
porque rara vez es posible demostrar que las consecuencias habrían podido ser
peores de lo que fueron.
Sólo
un Estadista con impecables credenciales Nacionalistas y Democráticas como Cartes puede pensar en fundamentar la
Política Exterior del Paraguay en “colaborar”, así fuese en forma ambivalente, con el odiado acuerdo del
MERCOSUR. Hombre de gran cordialidad, que ama la praxis (hacer que sucedan
cosas), sus conversaciones suelen estar salpicadas de alusiones a nuestro pasado clásico. Y ahora tiene que
lidiar con una Opinión Pública cada vez más convencida que Paraguay había sido
atraído con engaños al tratado del MERCOSUR por un Brasil y una Argentina
suspicaces, celosos cada cual de su supremacía. El hecho de que quien es el
representante de los Nacionalistas Republicanos –para los que el Tratado de
Asunción constituye “la mayor estafa de la historia”– iniciara una política de
realización sólo podrá parecer un extraño giro de los acontecimientos a quienes
creen que la Realpolitik
no puede enseñar los beneficios de la moderación. Pero Cartes es el
primer Líder paraguayo –y el único Líder democrático– capaz de explotar las
ventajas geopolíticas que el tratado confiere a su país; porque captó el carácter esencialmente frágil de esa relación y
lo utilizaría para clavar una cuña entre los dos aliados inmersos en grandes
problemas internos.
Ahora, la “polvareda” que ha levantado
la aceptación paraguaya del ingreso de Venezuela
al MERCOSUR ilustra la polarización de actitudes a que hemos aludido y el alarmante
maniqueísmo ante el llamado “caso Venezolano”. Por eso es
nuestra intención abordarlo desde otro ángulo y encontrarle una salida para lo
cual debemos empezar recordando a Hans
Kelsen, aquel jurista maestro de la llamada “Escuela de Viena” y su
doctrina de la “Teoría pura del Derecho”. Kelsen ha elaborado una Teoría del
conocimiento jurídico tratando de depurar la construcción jurídica de todos los
elementos históricos, políticos y sociológicos extraños a la misma. Su
afirmación fundamental es que el Derecho pertenece al mundo del deber ser,
netamente distinto del mundo del ser;
se limita a la fría lógica pura del Derecho positivo sobre las bases de la Filosofía Crítica
Neokantiana en antítesis a la orientación histórica y sociológica. Pero el
mismo Kelsen reconocía que basarse en la “Teoría Pura del Derecho” supone que
los problemas metajurídicos (mas
allá, de otro modo del Derecho) ya están resueltos; es decir, se presupone la existencia de un “agreement on fundamentals” (acuerdo sobre lo esencial), que actúe
como término fundante de la pirámide de normas.
En nuestro caso, con el advenimiento
de la Democracia
en Sudamérica, entramos al “Estado de Derecho” cuya base radica, en un marco
demoliberal, no violar ni torcer la Ley. Sin
embargo, en el problema que nos ocupa, guiarse por la fría lógica del Derecho
implica entrar en colisión con la posibilidad de solución política negociada
de un conflicto no previsto por la Teoría
Pura del Derecho. El problema planteado por la
aplicación de la fría lógica del Derecho a la cuestión del ingreso de Venezuela
radica en el hecho de que el “agreement on fundamentals” no existe en este
caso porque para su existencia deberían suponerse dos cosas: por un lado, que
no hay un fuerte actor político capaz de resistir y por el otro, la aceptación por parte de todos los
involucrados de una misma definición de los límites que deben imperar en la
convivencia societal. Pero en la medida en que uno o varios de los
actores involucrados no participa de ese encuadre fundante, se siente lesionado
por él y posee el Poder real para sustentar su posición, la lógica
del Derecho, considerada neutra a partir del consenso sobre la Teoría Pura del Derecho, pasa
a ser visualizada como política y a incidir políticamente en la situación.
Por otra parte, en este juego perverso que estamos observando, el actor
político por excelencia en el marco del “agreement on fundamentals” demoliberal –el Gobierno Paraguayo– no podía
intentar utilizar el Derecho para desactivar un potencial efecto Político (la
inclusión de Venezuela en el MERCOSUR) sin hacer peligrar el fundamento mismo
del estado de Derecho. Todo se podía negociar a partir del
reconocimiento –aunque sea tácito– de que el “acuerdo sobre lo esencial”
(agreement on fundamentals) ya no existía o había cambiado.
Ahora bien, lo anteriormente expuesto no significa que Horacio Cartes desdeña la petición
de ayuda Norteamericana e Inglesa dados los guiños amistosos de ambas
potencias anglosajonas; en ningún
caso dejaría de evaluar las
consecuencias del “éxito” de esa política propuesta. Si la “Política de Realización”
triunfase, Paraguay sería cada vez más fuerte y estaría en posición de “contar”
en el equilibrio de poder del Cono sur, toda vez que su Progreso Económico y Social
–también parte de la Política de Realización– acompañase ese avance. De manera
similar, si un Programa Internacional de ayuda (como pasa con Colombia)
alcanzare su objetivo, la creciente fuerza paraguaya tendría consecuencias
geopolíticas en toda la vasta periferia de América del Sur. En ambos casos, los
partidarios de la conciliación tienen metas positivas y hasta buena visión del
futuro, porque si el Paraguay recobra algo de Poder, naturalmente recuperará
todo lo perdido; acaso valga la pena
pagar un precio, pues sería un error no reconocer que sí hay un precio, ya se estuviese buscando una conciliación
duradera o un cambio radical del orden existente.
De hecho, Colombia
es un ejemplo palpable: durante los
últimos años recibió ayuda por varios miles de millones de dólares por parte de
los Estados Unidos para modernizar y fortalecer su Industria así como sus
Fuerzas Armadas. Si nos sucede algo similar, los paraguayos podríamos decir en
un futuro no muy lejano: “todas nuestras medidas de índole política
y diplomática, mediante la deliberada colaboración con las dos potencias
anglosajonas, se han combinado para crearle a nuestros vecinos una situación
que a la larga no podrán sostener”.
Para colmo de males de ésta época, ya
prevalecen en Sudamérica tres series de compromisos: la primera consiste en alianzas tradicionales, apoyadas
por la maquinaria ya habitual de conversaciones de Jefes de Estado y consultas
políticas. La segunda serie consiste en unas garantías especiales como
las de los protocolos ulteriores al tratado de Asunción de 1991, consideradas
obviamente como menos obligatorias que las alianzas en toda forma, lo que
explica porqué nunca encontraron obstáculos en los Parlamentos excepto el
paraguayo. Por último, ahí está el compromiso de la propia Organización
de los Estados Americanos (OEA) con la democracia y la seguridad colectiva, que
en la práctica fue devaluado por Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela, pues
si en realidad la seguridad colectiva es fidedigna, es también, por definición,
inadecuada para garantizar la seguridad de los derechos, incluso de sus
principales miembros fundadores, ya que la maquinaria burocrática causa
interminables retardos para investigar hechos, arbitrariedades y otros diversos
medios de conciliación, como lo hemos sufrido en el MERCOSUR y la UNASUR. La única esperanza que
queda para un nuevo y pacífico orden Sudamericano es que el alivio emocional e
ideológico de los propios acuerdos y las expectativas que produjeron, pudiesen
superar sus fallas estructurales. En retrospectiva, se ha vuelto obvia la mala
política de crear dos clases de organizaciones en América del Sur (ALBA y
UNASUR) pero Hugo Chávez la consideró como una extensión esencial de los
compromisos estratégicos de Venezuela, que llegaba al límite de lo que los
Gobiernos Sudamericanos apoyarían hablando de “justicia”, aun cuando
discreparan marcadamente en su definición.
Ante estas perspectivas, la política paraguaya
debe evitar volverse cada vez más reactiva y defensiva –como antes de Cartes lo fue– porque los Dirigentes
confundidos suelen tender a sustituir un sentido de la dirección por simples
maniobras de relaciones públicas. Hay
que tener una política decidida; y una alianza política, económica y militar
con los EE.UU. y Gran Bretaña, como ya lo estuvieron propugnando Líderes del área Empresarial,
Políticos y Militares, no era (ni es) descabellada, ante la manifiesta
hostilidad –entonces– económica y política hacia el Paraguay por los Estados
Bolivarianos y sus aláteres, además del rearme iniciado por Venezuela, Ecuador
y sobre todo Bolivia, que resulta alarmante para nuestra propia seguridad. Con
la alianza antes citada, Paraguay podría respirar más tranquilo organizando
unas pequeñas Fuerzas Armadas, pero muy modernas y excelentemente armadas y
equipadas, que servirían como una “fuerza de disuasión”, una Force
de Frapper, como dijera De Gaulle, ya que el “derecho de defensa propia”
y el hecho de que cada Nación fuera su propio juez de las necesidades de esa
defensa propia es un reconocimiento consuetudinario de todo el Derecho
Internacional; y así, el apoyo
económico, comercial y militar de ambas potencias anglosajonas sería tan
necesario y su amistad política tan deseable para Paraguay que, sin tener que
recurrir a la maquinaria internacional, podría hacer por sí sólo un acuerdo
amistoso con sus vecinos…
Así pues, incluso en este aspecto, la
“Política de Realización” sigue siendo la única opción realista del Paraguay; y eso sólo puede hacerlo un frío practicante
de la Realpolitik ,
que favorezca el interés nacional paraguayo con implacable persistencia.
Sin embargo, a diferencia de sus
críticos Nacionalistas Chauvinistas –y en total contraste con Liberales e Izquierdistas–
Cartes confía en la paciencia, las
componendas y la venia del consenso Sudamericano –si ello fuere posible– para
alcanzar sus metas. Su agilidad mental le permitiría cambiar concesiones de
papel –especialmente en la cuestión sensible y simbólica de las reparaciones
por parte del MERCOSUR– por el fin de la injusticia y la hostilidad hacia el
Paraguay y la perspectiva de unos cambios a largo plazo que no dejarían de colocar
a su Patria en una posición cada vez más vital. Hasta el fin del Gobierno Luguista y Liberal la Cancillería Paraguaya
ha practicado una política de sumisión. Ahora que Horacio Cartes ejerce el Poder, notamos que ya está comenzando a
aplicar una política positiva… de
firmeza, que pronto se convertirá en una política de exigencias. Por de pronto, según la declaración de
los “socios” del MERCOSUR, con las elecciones generales de Abril de 2013 cesó
la “suspensión” del Paraguay y éste pudo regresar con el halago de
restituírsele “todos sus derechos e igualdad en un sistema que daría seguridad
a todos sus miembros”, frase ambigua que implica el derecho teórico a esa
paridad que las prescripciones de los Protocolos de Ushuaia 1 y 2 hacen tan
difícil, cuando no imposible, de lograr,
ya que la fórmula de “igualdad” dentro de un sistema de “seguridad” es
una contradicción de términos, y desde Agosto del 2013 ni el ánimo del nuevo
Gobierno ni el público paraguayo están para tales sutilezas.
2.- PERSONALIDAD POLÍTICA DE HORACIO CARTES.
Horacio Cartes nació hace 58 años en un
Paraguay que consolidaba el largo camino hacia la Dictadura unipersonal signada
por el “culto a la personalidad”. Desligándose de cualquier trato con el Sistema,
se dedicó al contrario, a construir y solidificar desde muy joven su imperio Empresarial,
para luego incursionar en la dirigencia deportiva, pero no obstante estas
actividades que ocupaban bastante de su tiempo, nunca dejó de interesarse en el
rumbo político de su patria, siendo un perspicaz y sagaz observador del mismo.
Con las facciones campechanas de un paraguayo típico, despierta rápidamente la
confianza de la gente. Su proverbial caballerosidad, adquirida en su juventud,
refleja una serenidad asombrosa, tan necesaria en un Gobernante de un país
pobre y atrasado, pleno de problemas de asimetrías estructurales, pocos de
cuyos ciudadanos adultos podían recordar un pasado político del que pudieran
enorgullecerse. En la oficina de
Cartes, las cortinas estaban siempre a medio correr, haciendo que todo el que
entrara se sintiera como en un capullo donde el tiempo se había detenido. Esa
serenidad que la personalidad de Cartes
trasmite, es la característica más necesaria en un Gobernante cuya misión es
dar a su país –que tiene muchas razones para dudar de su pasado político– el
valor necesario para enfrentarse a un futuro incierto. Cuando Cartes se decidió
a dedicarse de lleno a la actividad y la lucha política, pareció que toda su
vida había sido una preparación para la responsabilidad de devolver el respeto
a su sociedad, jaqueada, desmoralizada y dividida.
El sentido de seguridad interna de
Cartes se debe más a la fe que al análisis. Aunque no es un estudioso erudito
de la historia, sin embargo todo el tiempo que pasó apartado de la política práctica
lo dedicó a la reflexión: había
pasado por la escuela de las convulsiones de su patria y tenía (y tiene) una
intuición extraordinaria de las corrientes de la época. También posee una penetrante comprensión de la psicología de sus
contemporáneos, y especialmente de sus flaquezas; en una ocasión deploró la carencia de Gobernantes fuertes en el
Paraguay de las últimas dos generaciones;
cuando se le mencionó a Stroessner contestó a su manera lapidaria: “Nunca confunda la energía con la
fuerza”.
Horacio
Cartes se esfuerza (y se esforzará aún más) desde el Poder por superar las
turbulentas pasiones del Paraguay y por dar a su país –con su historia de
extremismo y su inclinación a lo romántico– una reputación de confiabilidad. Devoto interesado en la Realpolitik , sobre
todo ahora que el Paraguay se halló tan atacado, la grandilocuente centralización
política autoritaria siempre le pareció ofensiva a su propio estilo, sobrio y
objetivo. No tiene ninguna afinidad con la Oligarquía aristocrática, que había
creado un Paraguay dividido en clases muy distantes donde una exigua minoría lo
tiene casi todo, y considera que había sido un gran error de política exterior
fundamentar la seguridad paraguaya solamente en su habilidad de maniobrar entre
Argentina y Brasil. En su opinión, un Paraguay fuerte, próspero y libre, en el
centro de América del Sur, no representaría una incomodidad para nadie a
expensas de su propia seguridad.
La respuesta de Cartes al caos del mundo Latinoamericano de la post-guerra fría con
la aplicación cruda y a rajatabla del Neoliberalismo –que Sudamérica aún no
supera– es que un país dividido y pobre, lejos de sus raíces históricas,
requiere una política firme si desea recuperar algún dominio sobre su futuro. Él se niega a dejarse desviar de este
curso por simple nostalgia del pasado, ni por la tradicional relación paraguaya
de amor-odio con Argentina y Brasil;
opta incondicionalmente por la Democracia
de Occidente aún al precio de exponerse a la vindicación de los adeptos al
“Socialismo del Siglo XXI” y sus simpatizantes autoritarios. Los adversarios seculares del Partido Colorado y por supuesto de
Cartes: los Liberales (PLRA), pueden
jactarse de tener antecedentes intachables de oposición a la dictadura;
su tradicional base de apoyo de sus discursos siempre ha sido que se
habían opuesto a ella valerosamente y en gran parte es verdad. Serán tan desconfiados de la
“Política de Realización” como devotos de la “Democracia Liberal” y darían
mayor prioridad a la unificación de políticas con las naciones del Pacífico que
a sus relaciones con el Atlántico.
Si se da una orientación pro anglo-sajona de Cartes, la combatirán, y pagarían
con gusto el progreso de los objetivos nacionales del Paraguay haciendo un
compromiso con la neutralidad en el MERCOSUR y la UNASUR.
Pero
pensamos que Cartes rechazará la
negociación de neutralidad (dejar las cosas como están) que desearían hacer, en parte por razones
filosóficas, pero en parte por otras sagazmente prácticas: él no desea, ni deseará en el futuro, despertar reacciones
nacionalistas chauvinistas ni poner al Paraguay en subasta, sobre todo
habiendo ya dos modelos de Estados en Sudamérica; y comprende mucho mejor que
sus adversarios locales que, en las condiciones históricas de la época, un
Paraguay unido y fuerte sólo podría surgir de un acuerdo organizado contra el autoritarismo. De lo
contrario, al nuevo Estado Paraguayo se le impondrían severas restricciones y
se restablecerían los controles internacionales al libre tránsito de su
economía. Los vecinos poderosos creerían tener un permanente derecho de
intervenir.
Creemos que Cartes considerará que para el Paraguay esta subordinación
implícita, derivada de la neutralidad ante la división que ya impera en América
del Sur, sería más peligrosa psicológicamente que reconocer y aceptar
francamente esa división. Y el
carácter de su personalidad política nos hace creer que él optará por la igualdad y la integración con la Democracia Occidental
y la respetabilidad para su Patria.-
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