LOS
PACTOS POLÍTICOS
A raíz del sorprendente Pacto político
de una fracción del Partido Colorado y las fuerzas de Izquierda neo-marxistas,
surge el recuerdo de los varios pactos que tuvieron lugar en nuestra patria
entre los Partidos Políticos tradicionales y lo que puede diferenciarlos del
que se viene ahora. Empecemos haciendo un poco de historia.
Los principales actores visibles de
estos pactos son colectivos, en algunos casos, como el Partido Nacional
Republicano y el Partido Liberal, o sus respectivas facciones y
desprendimientos principales; pero casi siempre fue decisiva la intervención de
sus Jefes históricos, como el General Bernardino Caballero, el General Benigno
Ferreira, Antonio Taboada y el General Juan Bautista Egusquiza. Como iremos
recordando, los pactos nunca fueron sometidos a la aprobación popular y
en todos los casos fueron decisiones de las respectivas cúpulas partidarias,
las que a su vez actuaron bajo la irresistible influencia de aquellos Jefes
históricos, incluso contra la indisimulada reticencia de los miembros de las
respectivas Comisiones Directivas de sus Partidos. Los propósitos perseguidos
por los firmantes de los Pactos fueron: Pactos de Paz, luego de enfrentamientos
armados, para devolver la paz a la República y la estabilidad a las
Instituciones; Pactos
Revolucionarios para derrocar Gobiernos;
y Pactos electorales para integrar los Parlamentos.
Así tenemos los “Pactos
Revolucionarios” para la conquista del Poder como el suscrito entre Caballero y
Ferreira en 1909, o el de la “defensa del Poder Público” como el del Presidente
Rojas en 1911 sostenido militarmente por el Partido Colorado; y también el
“Pacto de Corrientes” de 1912, en que Jaristas, Liberales Democráticos y
Republicanos acordaron la conquista del Poder por medio de la revolución
armada. En cuanto a los “Pactos de Paz”, con alcances políticos
institucionales, están los de 1874 y 1904, por los cuales fue modificada la
autoridad Gubernamental, del propio Poder Ejecutivo en su figura Presidencial, o la modificación
del Gabinete y otros Cargos menores, que fundamentalmente incluían el fin de
las operaciones militares. En estos dos casos fue visible la injerencia
extranjera, la Brasileña en 1874 y la Argentina en 1904, que fueron actores
importantes para el arreglo de Paz. En cuanto a los “Pactos Parlamentarios”
fueron formalizados para la concurrencia a elecciones para renovar el
Parlamento con listas elaboradas de común acuerdo y con reserva de un número
fijo de los Registros Electorales para cada uno de los Partidos. El acuerdo
dejaba en libertad a cada Partido para que designase como Candidato a
cualquiera de sus afiliados, no extendiéndose el acuerdo a la digitación de
nombres. Estos acuerdos tuvieron la particularidad de ser resultado de las
negociaciones interpartidarias, patrocinadas por sus respectivos Directorios, y
en general fueron respetados por el electorado, que concurría a sufragar por
los Candidatos oficiales. Tuvieron éxito en los años 1895, 1897, 1899, 1901,
1906 y 1912, significando una evolución cívica nunca más repetida en otros
períodos de nuestra historia política.
Ahora, cabe preguntarse: ¿qué
consecuencias tuvieron esos Pactos en el orden político e institucional? Lo que
parece claro es que durante el breve tiempo de vigencia de las acuerdos
Parlamentarios, se calmaron las pasiones desenfrenadas y se aquietaron los
ímpetus revolucionarios desapareciendo la amenaza de la guerra y violencia.
Otro aspecto importante es la disminución del exclusivismo político, una
práctica constante que puede definirse como la distribución de Cargos de
importancia dentro del círculo que controlaba el Poder Político y, como
contrapartida, la exclusión de quienes no pertenecían a esa minoría
privilegiada. Esto se vio disminuido durante ese período de seis años como
consecuencia del ambiente conciliador que reinaba en la escena. También
apuntemos que con los Pactos Parlamentarios los viejos amigos, luego devenidos
en adversarios, de nuevo volvían a reunirse a discutir el destino de sus respectivas
instituciones cívicas y el rol que ellas cumplirían en la vida nacional. Los
Pactos demostraron, en general, que no existían adversarios y/o enemigos
irreconciliables, y que el transcurso del tiempo era capaz de borrar las viejas
heridas, como ya lo dijera hace 2.000 años Plinio el Viejo y lo repitiera Plinio
el Joven: “El tiempo borra todas las huellas”. Y, en verdad, ¿Quién pensaría que Caballero y Ferreira se unirían
en un Pacto de tanta significación como el de 1909, ya que fueron adversarios de
toda la vida, y se enfrentaron en los campos de batalla de 1873 y 1904, para
finalmente unirse en el común propósito de la búsqueda del Poder?
Y también cabe preguntarse: ¿Por qué
fueron posibles esos Pactos? Al respecto es importante señalar otro aspecto de
la cuestión: el origen social común
de los Dirigentes de los Partidos en los tiempos de los susodichos Pactos.
Además, no es desconocido el hecho que esos Dirigentes integraban ciertas
Fraternidades, las que constituían escenarios de encuentros, diálogos y
acuerdos… El “Diccionario de la Masonería Paraguaya” del Dr. Amadeo Báez
Allende, es ilustrativo para analizar este aspecto que podría haber sido
influyente en la conformación de las Acuerdos Políticos. Y a estos factores
debemos sumar otro, aún mas decisivo e importante para el objeto de este
análisis: que los dos Partidos
Tradicionales no tenían posiciones doctrinarias extremistas y totalmente
enfrentadas, ya que ambos propugnaban un mismo modelo de Estado: el democrático, policlasista y de respeto
a las instituciones republicanas, sin totalitarismo ni revolución social maximalista.
La excepción a esto fue la aparición del Radicalismo
en el Partido Liberal que tuvo como norma invariable su tenaz oposición a toda
forma de Pacto político. En cuanto los Radicales se consolidaron en el Poder
terminaron con los Pactos y la conciliación que caracterizaron el período
anterior. Y esto puede y va a
suceder si la Izquierda neo-marxista
llega al Poder, como pasaremos a estudiar.
Y sucederá así porque la Izquierda
extremista busca una transformación total de la estructura socio-económica y
política de toda la sociedad y está dominada por el poder mítico de una
Ideología inflexible que debemos considerar. En su libro “Opinión Pública Soviética e Ideología”,
escrito en 1986, el sociólogo, entonces emigrado, Vladímir Shlapentokh ha
descrito la Ideología como “un conjunto de doctrinas, complejo y relativamente
flexible, que se desenvuelve en dos niveles:
el pragmático (reflejo de las realidades de la vida material) y el mitológico
(creador de valores abstractos que propician el consenso)” y la caracteriza
como “un sistema de valores y creencias, más o menos cohesivo, que define las
necesidades primordiales y las normas morales de conducta que existen en una
sociedad, y que sirve también para justificar o legitimar el orden
prevaleciente en la misma” (Vladímir
Shlapentokh: Soviet Public Opinion
and Ideology: Mythology and Pragmatism in Interaction [La Opinión Pública
Soviética y la Ideología: mitología y pragmatismo en interacción]; Nueva York,
Praeger, 1986). El Gobierno imbuido de tal ideología dedica
grandes recursos y mucha energía a la tarea de configurar las percepciones del
público y resulta claro que protege con mucho celo su monopolio en ese aspecto; dicho monopolio es una característica
habitual de las sociedades impositivas, donde la voluntad de controlar
la conducta no sólo se manifiesta en la economía planificada y centralizada,
sino también en todas las esferas de la sociedad, desde la ciencia hasta la
educación moral. No hay concesiones de ninguna clase a la discrepancia: la dependencia inflexible de la
visión mítica de la realidad crea un peso muerto que gravita sobre el proceso
de cambio o modernización; acusa a la “Clase Dominante” de haber diseminado un
concepto distorsionado de la realidad con el único propósito de proteger su
Poder y sus intereses. La compleja, refinada e intrincada edificación del mundo
subjetivo de los ciudadanos es en verdad totalitaria: su combinación de engaño e hipocresía, que permite involucrar
prácticamente a todos los miembros de la sociedad dentro de un juego masivo de
desempeño de papeles, envenena la moral pública; además, el
efecto perjudicial de la mitología sobre la vida económica se ha evidenciado
desde hace mucho tiempo.
La exposición que presentamos plantea
un interrogante que estaba implícito desde el comienzo: ¿es en verdad posible que un Gobierno o una élite obtenga algún
beneficio de una ideología falsa, fallida en sí misma, contraproducente y antitética
con respecto al progreso y la modernización? Podemos responder de manera
indirecta a este acertijo. La ideología marxista impuesta es un obstáculo para
el progreso y la modernización y lleva indefectiblemente a un totalitarismo
que fatalmente sacrifica a sus “compañeros de ruta”; y el intento de su desmantelamiento, una vez ya instalada, podría
abrir la puerta aun extremismo aún más desastroso y radical, una “huida hacia
adelante” o bien al contraataque de los Conservadores reaccionarios. En ambos
casos la Nación va al fracaso.
En nuestro caso actual, el Programa de Lugo es como una respuesta ideológica frente a las deficiencias del
Gobierno de Cartes en el terreno de
la política y de la economía; la visión conservadora neoliberal que éste tiene
de la sociedad, su glorificación del Poder, su desconfianza hacia el pueblo
Colorado y su tolerancia a la actitud morosa y “convenienciera” de su
Burocracia, son a su vez una respuesta “ideológica” pobre a los afanes
utópicos, los proyectos atolondrados y al “voluntarismo” de la ideología
izquierdista extremista de Lugo,
que, sin embargo, encandilan al pueblo sumido en la pobreza.
En cambio, la Ideología Nacionalista
Republicana tiene un significado bastante preciso. Esta ideología incluye, por
ejemplo, el respeto al carácter inalienable de los Derechos Humanos; la
elevación e incluso casi la “santificación” del Pueblo; el concepto de
“Contrato Social” entre Gobernantes y gobernados (que si los primeros llegan a
infringir pueden ser desconocidos por los segundos); la limitación y el control
de las facultades del Gobierno; la tolerancia de gran variedad de intereses
cual es el “Policlasismo”; y el establecimiento de una demarcación clara –protegida por la Ley– entre los ámbitos
público y privado. Conforme a estas normas resulta difícil decir que Lugo –y el “Luguismo”– sea demócrata. La definición que ofrece Shlapentokh de
la ideología introduce en el “Luguismo” una contradicción de términos que sólo
aumenta la confusión de lo que éste quiere representar. En la ideología del
Coloradismo se exalta la primacía del Pueblo sin sacrificar al individuo, la
santidad de los derechos naturales, y, por tanto, la imposición de límites al
Gobierno. En ella se ha consagrado la competencia en una economía de mercado
como el medio de lograr el bien común, con intervención del Estado solo para
reparar las fallas e inequidad en la distribución de la riqueza, en lugar de
condenar dicha competencia como un elemento destructivo de la armonía social.
En cambio, la ideología neo-marxista es consistente,
cuenta generalmente con un vigoroso sector de partidarios fanatizados (entre
los que está incluida una poderosa Burocracia), resulta compatible con la
maquinaria política que está dispuesta a recurrir a la represión y enardece la
patriotería (como en Venezuela y Cuba).
El ambicioso experimento social que al
parecer tendría como resultado una nueva y gloriosa sociedad basada en la
libertad, la búsqueda colectiva del bien común y la abundancia material no se
puede juzgar precisamente como un éxito histórico. A pesar de que las
aspiraciones utópicas expresan la visión más optimista y los ideales más
elevados de la humanidad, han resultado particularmente perniciosas en la
práctica, sobre todo porque en su búsqueda de la perfección humana pierden
hasta el menor vestigio de compasión hacia las flaquezas que a todos nos
afligen. Por su naturaleza misma, las utopías son al mismo tiempo idealistas y
autoritarias. El poder de la Ideología para configurar la percepción de
la realidad y el comportamiento es evidente, y los “Pactistas” con la Izquierda
utópica y mítica deben evaluar los peligros a los que se exponen de caer en manos
de un Régimen que utilice la ideología como instrumento para el control social
y para la transformación de la naturaleza humana. Como lo escribiera sagazmente
un escritor Comunista, Ilya Ehrenburg: “Nuestros
contemporáneos pueden saber con exactitud cuál es la órbita que describirá un
satélite que se ha lanzado al cosmos;
sin embargo, nosotros todavía no podemos saber cuál será la órbita en la que se
desplazarán las emociones y las actividades humanas”.--
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