sábado, 4 de julio de 2015

LOS PACTOS POLÍTICOS

               LOS  PACTOS  POLÍTICOS

        A raíz del sorprendente Pacto político de una fracción del Partido Colorado y las fuerzas de Izquierda neo-marxistas, surge el recuerdo de los varios pactos que tuvieron lugar en nuestra patria entre los Partidos Políticos tradicionales y lo que puede diferenciarlos del que se viene ahora. Empecemos haciendo un poco de historia.
        Los principales actores visibles de estos pactos son colectivos, en algunos casos, como el Partido Nacional Republicano y el Partido Liberal, o sus respectivas facciones y desprendimientos principales; pero casi siempre fue decisiva la intervención de sus Jefes históricos, como el General Bernardino Caballero, el General Benigno Ferreira, Antonio Taboada y el General Juan Bautista Egusquiza. Como iremos recordando, los pactos nunca fueron sometidos a la aprobación popular y en todos los casos fueron decisiones de las respectivas cúpulas partidarias, las que a su vez actuaron bajo la irresistible influencia de aquellos Jefes históricos, incluso contra la indisimulada reticencia de los miembros de las respectivas Comisiones Directivas de sus Partidos. Los propósitos perseguidos por los firmantes de los Pactos fueron: Pactos de Paz, luego de enfrentamientos armados, para devolver la paz a la República y la estabilidad a las Instituciones; Pactos Revolucionarios para derrocar Gobiernos; y Pactos electorales para integrar los Parlamentos.
        Así tenemos los “Pactos Revolucionarios” para la conquista del Poder como el suscrito entre Caballero y Ferreira en 1909, o el de la “defensa del Poder Público” como el del Presidente Rojas en 1911 sostenido militarmente por el Partido Colorado; y también el “Pacto de Corrientes” de 1912, en que Jaristas, Liberales Democráticos y Republicanos acordaron la conquista del Poder por medio de la revolución armada. En cuanto a los “Pactos de Paz”, con alcances políticos institucionales, están los de 1874 y 1904, por los cuales fue modificada la autoridad Gubernamental, del propio Poder Ejecutivo  en su figura Presidencial, o la modificación del Gabinete y otros Cargos menores, que fundamentalmente incluían el fin de las operaciones militares. En estos dos casos fue visible la injerencia extranjera, la Brasileña en 1874 y la Argentina en 1904, que fueron actores importantes para el arreglo de Paz. En cuanto a los “Pactos Parlamentarios” fueron formalizados para la concurrencia a elecciones para renovar el Parlamento con listas elaboradas de común acuerdo y con reserva de un número fijo de los Registros Electorales para cada uno de los Partidos. El acuerdo dejaba en libertad a cada Partido para que designase como Candidato a cualquiera de sus afiliados, no extendiéndose el acuerdo a la digitación de nombres. Estos acuerdos tuvieron la particularidad de ser resultado de las negociaciones interpartidarias, patrocinadas por sus respectivos Directorios, y en general fueron respetados por el electorado, que concurría a sufragar por los Candidatos oficiales. Tuvieron éxito en los años 1895, 1897, 1899, 1901, 1906 y 1912, significando una evolución cívica nunca más repetida en otros períodos de nuestra historia política.
        Ahora, cabe preguntarse: ¿qué consecuencias tuvieron esos Pactos en el orden político e institucional? Lo que parece claro es que durante el breve tiempo de vigencia de las acuerdos Parlamentarios, se calmaron las pasiones desenfrenadas y se aquietaron los ímpetus revolucionarios desapareciendo la amenaza de la guerra y violencia. Otro aspecto importante es la disminución del exclusivismo político, una práctica constante que puede definirse como la distribución de Cargos de importancia dentro del círculo que controlaba el Poder Político y, como contrapartida, la exclusión de quienes no pertenecían a esa minoría privilegiada. Esto se vio disminuido durante ese período de seis años como consecuencia del ambiente conciliador que reinaba en la escena. También apuntemos que con los Pactos Parlamentarios los viejos amigos, luego devenidos en adversarios, de nuevo volvían a reunirse a discutir el destino de sus respectivas instituciones cívicas y el rol que ellas cumplirían en la vida nacional. Los Pactos demostraron, en general, que no existían adversarios y/o enemigos irreconciliables, y que el transcurso del tiempo era capaz de borrar las viejas heridas, como ya lo dijera hace 2.000 años Plinio el Viejo y lo repitiera Plinio el Joven: “El tiempo borra todas las huellas”. Y, en verdad, ¿Quién pensaría que Caballero y Ferreira se unirían en un Pacto de tanta significación como el de 1909, ya que fueron adversarios de toda la vida, y se enfrentaron en los campos de batalla de 1873 y 1904, para finalmente unirse en el común propósito de la búsqueda del Poder?
        Y también cabe preguntarse: ¿Por qué fueron posibles esos Pactos? Al respecto es importante señalar otro aspecto de la cuestión: el origen social común de los Dirigentes de los Partidos en los tiempos de los susodichos Pactos. Además, no es desconocido el hecho que esos Dirigentes integraban ciertas Fraternidades, las que constituían escenarios de encuentros, diálogos y acuerdos… El “Diccionario de la Masonería Paraguaya” del Dr. Amadeo Báez Allende, es ilustrativo para analizar este aspecto que podría haber sido influyente en la conformación de las Acuerdos Políticos. Y a estos factores debemos sumar otro, aún mas decisivo e importante para el objeto de este análisis: que los dos Partidos Tradicionales no tenían posiciones doctrinarias extremistas y totalmente enfrentadas, ya que ambos propugnaban un mismo modelo de Estado: el democrático, policlasista y de respeto a las instituciones republicanas, sin totalitarismo ni revolución social maximalista. La excepción a esto fue la aparición del Radicalismo en el Partido Liberal que tuvo como norma invariable su tenaz oposición a toda forma de Pacto político. En cuanto los Radicales se consolidaron en el Poder terminaron con los Pactos y la conciliación que caracterizaron el período anterior. Y esto puede y va a suceder si la Izquierda neo-marxista llega al Poder, como pasaremos a estudiar.
        Y sucederá así porque la Izquierda extremista busca una transformación total de la estructura socio-económica y política de toda la sociedad y está dominada por el poder mítico de una Ideología inflexible que debemos considerar. En su libro “Opinión Pública Soviética e Ideología”, escrito en 1986, el sociólogo, entonces emigrado, Vladímir Shlapentokh ha descrito la Ideología como “un conjunto de doctrinas, complejo y relativamente flexible, que se desenvuelve en dos niveles: el pragmático (reflejo de las realidades de la vida material) y el mitológico (creador de valores abstractos que propician el consenso)” y la caracteriza como “un sistema de valores y creencias, más o menos cohesivo, que define las necesidades primordiales y las normas morales de conducta que existen en una sociedad, y que sirve también para justificar o legitimar el orden prevaleciente en la misma” (Vladímir Shlapentokh: Soviet Public Opinion and Ideology: Mythology and Pragmatism in Interaction [La Opinión Pública Soviética y la Ideología: mitología y pragmatismo en interacción]; Nueva York, Praeger, 1986). El Gobierno imbuido de tal ideología dedica grandes recursos y mucha energía a la tarea de configurar las percepciones del público y resulta claro que protege con mucho celo su monopolio en ese aspecto; dicho monopolio es una característica habitual de las sociedades impositivas, donde la voluntad de controlar la conducta no sólo se manifiesta en la economía planificada y centralizada, sino también en todas las esferas de la sociedad, desde la ciencia hasta la educación moral. No hay concesiones de ninguna clase a la discrepancia: la dependencia inflexible de la visión mítica de la realidad crea un peso muerto que gravita sobre el proceso de cambio o modernización; acusa a la “Clase Dominante” de haber diseminado un concepto distorsionado de la realidad con el único propósito de proteger su Poder y sus intereses. La compleja, refinada e intrincada edificación del mundo subjetivo de los ciudadanos es en verdad totalitaria: su combinación de engaño e hipocresía, que permite involucrar prácticamente a todos los miembros de la sociedad dentro de un juego masivo de desempeño de papeles, envenena la moral pública; además, el efecto perjudicial de la mitología sobre la vida económica se ha evidenciado desde hace mucho tiempo.
        La exposición que presentamos plantea un interrogante que estaba implícito desde el comienzo: ¿es en verdad posible que un Gobierno o una élite obtenga algún beneficio de una ideología falsa, fallida en sí misma, contraproducente y antitética con respecto al progreso y la modernización? Podemos responder de manera indirecta a este acertijo. La ideología marxista impuesta es un obstáculo para el progreso y la modernización y lleva indefectiblemente a un totalitarismo que fatalmente sacrifica a sus “compañeros de ruta”; y el intento de su desmantelamiento, una vez ya instalada, podría abrir la puerta aun extremismo aún más desastroso y radical, una “huida hacia adelante” o bien al contraataque de los Conservadores reaccionarios. En ambos casos la Nación va al fracaso.
        En nuestro caso actual, el Programa de Lugo es como una respuesta ideológica frente a las deficiencias del Gobierno de Cartes en el terreno de la política y de la economía; la visión conservadora neoliberal que éste tiene de la sociedad, su glorificación del Poder, su desconfianza hacia el pueblo Colorado y su tolerancia a la actitud morosa y “convenienciera” de su Burocracia, son a su vez una respuesta “ideológica” pobre a los afanes utópicos, los proyectos atolondrados y al “voluntarismo” de la ideología izquierdista extremista de Lugo, que, sin embargo, encandilan al pueblo sumido en la pobreza.
        En cambio, la Ideología Nacionalista Republicana tiene un significado bastante preciso. Esta ideología incluye, por ejemplo, el respeto al carácter inalienable de los Derechos Humanos; la elevación e incluso casi la “santificación” del Pueblo; el concepto de “Contrato Social” entre Gobernantes y gobernados (que si los primeros llegan a infringir pueden ser desconocidos por los segundos); la limitación y el control de las facultades del Gobierno; la tolerancia de gran variedad de intereses cual es el “Policlasismo”; y el establecimiento de una demarcación clara      –protegida por la Ley– entre los ámbitos público y privado. Conforme a estas normas resulta difícil decir que Lugo –y el “Luguismo”– sea demócrata. La definición que ofrece Shlapentokh de la ideología introduce en el “Luguismo” una contradicción de términos que sólo aumenta la confusión de lo que éste quiere representar. En la ideología del Coloradismo se exalta la primacía del Pueblo sin sacrificar al individuo, la santidad de los derechos naturales, y, por tanto, la imposición de límites al Gobierno. En ella se ha consagrado la competencia en una economía de mercado como el medio de lograr el bien común, con intervención del Estado solo para reparar las fallas e inequidad en la distribución de la riqueza, en lugar de condenar dicha competencia como un elemento destructivo de la armonía social. En cambio, la ideología neo-marxista es consistente, cuenta generalmente con un vigoroso sector de partidarios fanatizados (entre los que está incluida una poderosa Burocracia), resulta compatible con la maquinaria política que está dispuesta a recurrir a la represión y enardece la patriotería (como en Venezuela y Cuba).
        El ambicioso experimento social que al parecer tendría como resultado una nueva y gloriosa sociedad basada en la libertad, la búsqueda colectiva del bien común y la abundancia material no se puede juzgar precisamente como un éxito histórico. A pesar de que las aspiraciones utópicas expresan la visión más optimista y los ideales más elevados de la humanidad, han resultado particularmente perniciosas en la práctica, sobre todo porque en su búsqueda de la perfección humana pierden hasta el menor vestigio de compasión hacia las flaquezas que a todos nos afligen. Por su naturaleza misma, las utopías son al mismo tiempo idealistas y autoritarias. El poder de la Ideología para configurar la percepción de la realidad y el comportamiento es evidente, y los “Pactistas” con la Izquierda utópica y mítica deben evaluar los peligros a los que se exponen de caer en manos de un Régimen que utilice la ideología como instrumento para el control social y para la transformación de la naturaleza humana. Como lo escribiera sagazmente un escritor Comunista, Ilya Ehrenburg: “Nuestros contemporáneos pueden saber con exactitud cuál es la órbita que describirá un satélite que se ha lanzado al cosmos; sin embargo, nosotros todavía no podemos saber cuál será la órbita en la que se desplazarán las emociones y las actividades humanas”.--


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