GEOPOLÍTICA
DEL BRASIL
El despojo de que fue, y es, víctima el Paraguay por parte del Brasil en el caso de la Usina
Hidroeléctrica de Itaipú, aplicando
el “Poder de la Fuerza” en su relación internacional, me mueve a presentar este
estudio que demuestra la perenne y consistente que es la aplicación de la
“Política del Poder” por parte de Itamaraty.
Al respecto es interesante recordar que frente a la “Política del Poder” lo más sensato es
construir la Política del “Equilibrio
del Poder” cuyo arquitecto, el Príncipe Metternich, Canciller
Austríaco, la pergeñó en el Congreso de Viena de 1815 que siguió
al fin de las Guerras Napoleónicas, y dio casi un siglo de paz a Europa hasta
que fue reemplazada por la “Política del
Poder” de Prusia y llevó a la hecatombe de la 1ª Guerra Mundial.
El sistema del “Equilibrio del Poder” no se propone evitar crisis, pero cuando
funciona debidamente, limita la capacidad de unos Estados para dominar a
otros y, a la vez, el alcance de los conflictos. Su meta no es tanto la paz
perfecta cuanto la estabilidad y la moderación. Por su definición misma, una
disposición de “Equilibrio del Poder” no puede satisfacer por completo a cada
miembro del sistema internacional; cuando
mejor funciona es cuando mantiene la insatisfacción por debajo del nivel en
que la parte más fuerte trataría de alterar el orden de convivencia y en
último caso, las pretensiones del miembro más agresivo de la comunidad
internacional son mantenidas a raya por una combinación de los demás; en otras palabras, por el
funcionamiento del “Equilibrio del Poder”.
En su aspecto intelectual, el concepto
de “Equilibrio del Poder” reflejó las convicciones de todos los principales “Maître
à penser” de la Ilustración: a su parecer, el universo, incluso la esfera
política, operaba según ciertos principios racionales que se equilibraban entre
sí. Las acciones aparentemente fortuitas de hombres razonables tenderían en su
totalidad al bien común; aunque la
prueba de esta proposición resultara elusiva en el siglo de conflictos casi
constantes que siguió a la Guerra de los Treinta Años. Tras las dislocaciones
causadas por la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas, los Dirigentes
de Europa restauraron el “Equilibrio del
Poder” y redujeron su brutal dependencia de la fuerza, tratando de
moderar la conducta internacional por medios de nexos morales y jurídicos. Pero
sin embargo, al finalizar el siglo XIX, el sistema Europeo de “Equilibrio del
Poder” retornó a los principios de la “Política
del Poder”, y en un medio mucho más implacable: eliminar al adversario se volvió el método habitual de la
Diplomacia, y llevó a una prueba de fuerza tras otra. Por último, en
1914 surgió una crisis ante la que nadie retrocedió y sobrevino la catástrofe
de la Primera Guerra Mundial.
Aquella famosa frase de Richard Nixon, que a muchos Sudamericanos
y en especial a los Argentinos pareció ominosa, “hacia donde se incline el Brasil se inclinará Latinoamérica”, parecía
confirmar las teorías que, arrancando del Gral. Mario Travassos culminaron en la famosa “Doctrina de la Seguridad Nacional” magistralmente expuesta –para
nuestra desgracia– en el libro “Geopolítica
del Brasil”, de su discípulo el Gral. Golbery
do Couto e Silva, considerado hasta hoy el más brillante e influyente de
los geopolíticos brasileños (Golbery Do
Couto e Silva: “Geopolítica del
Brasil”; José Olimpio Editora; Río de Janeiro, 1967).
Estas teorías, ampliadas y actualizadas
por la década de los ‘60 en la Escuela Superior de Guerra (La
“Sorbona”) del Brasil, se
transformaron luego en la misma estrategia de Itamaratí, y así tomaron
cuerpo conceptos tales como “el destino manifiesto” de Brasil, las “fronteras
ideológicas”, el “satélite privilegiado”, las “fronteras vivas”, el control del
Atlántico Sur, la Comunidad Afro-Luso-Brasileña, y el “cerco antagónico sobre
la Argentina”.
No se trata aquí de analizar el libro
del General Golbery a la luz de las teorías de la geopolítica; esa es tarea de
los especialistas y contribuiría muy poco al objetivo de nuestro trabajo que es
la comprensión del pasado y la previsión del futuro. Lo que deseamos es
verificar qué elementos conformaron su visión especial del proceso brasileño y,
teniendo en cuenta el papel desempeñado por el autor en la conducta política de
los Gobiernos militares, desde Castello Branco en 1964 hasta el antecesor de
Figueiredo, examinar si la acción gubernamental de ese período estuvo al
servicio de aquellos principios inspirados en la “Geopolítica del Brasil” y hasta dónde cumplieron con aquello que
se denominó “Poder Nacional” y con
los “objetivos nacionales permanentes”,
que continúan por otros medios hoy en día.
El fundamento del pensamiento
geopolítico en el Cono Sur en general y en Brasil en particular, ha sido el concepto
orgánico de la “Nación-Estado” el cual sostiene que las “naciones-estado” son análogas a
organismos vivientes que nacen, crecen, buscan espacio y recursos para vivir,
con el fin de aumentar su poder y, luego, finalmente decaen y perecen. Golbery do Couto e Silva, como defensor
de ese concepto, tiene un punto de vista pesimista y darwiniano de las
relaciones internacionales, en el que los Estados poderosos se hacen más
fuertes y los débiles se someten o perecen, y los militares imbuidos de la
Doctrina de la Seguridad Nacional han tendido a identificarse fuertemente con
esta “Nación-Estado-Orgánica” y
creyeron que su principal deber era el de asumir firmemente la defensa de ese
Estado tanto de sus enemigos externos como internos.
Ese elemento fundamental que se nota en
la conducta de los Gobiernos Militares brasileros, se advierte
significativamente en el libro del Gral. Golbery, especialmente en la
introducción titulada “El problema vital
de la seguridad nacional”, “Un eterno
dilema del hombre, animal social”, donde es patente la influencia de Hobbes, ese filósofo del “gran miedo”,
cuando literalmente expresa: “…El Estado soberano, surgido de las fuentes
profundas del Miedo, para proveer la seguridad individual y colectiva en la Tierra,
pasaría a afirmar su voluntad omnipotente sobre los destinos de todos los
súbditos que lo habían creado...” y “…Hobbes puede ser considerado como el
patrono, reconocido u oculto, de las modernas Ideologías Políticas que
amenazan, por todos lados, al mundo decadente de un Liberalismo impotente y
exhausto”. “…Hoy, la inseguridad del hombre es la misma, quizá todavía
mayor…” y “…el eterno dilema que lo aflige… tiende a solucionarse de nuevo… por
el completo sacrificio de la libertad en nombre de la seguridad individual y
colectiva”. El miedo, pues, de que nuestra “Civilización Cristiana
Occidental” desaparezca y, con ella, nuestro Estado-Nación, inspira todo el
concepto de la “Seguridad Nacional” desarrollado en el libro de Golbery y lo
lleva a un antiliberalismo reaccionario, entremezclando los principios del
Estado de Derecho del siglo XIX con la Escuela de Manchester y los principios
meta-jurídicos que informan la normatividad del Derecho y la Seguridad
Jurídica, exaltando la Libertad, no como atributo del individuo ante el
Estado, sino como fundamento de la “Seguridad Nacional”, es decir, puramente
instrumental y no moral.
Otro elemento que agrega la geopolítica
brasileña es la idea que ningún grupo social era capaz, en aquélla época, de
dar apoyo a la acción del Estado para reformular las estructuras sociales y las
suyas propias para adecuarlas a las exigencias del momento, lograr la
racionalización de la economía y cumplir con el destino intuido de la Nación, y
que por lo tanto las Fuerzas Armadas eran llamadas a ocupar el núcleo de Poder
en el Estado. El elemento “desarrollista” dio lugar, también, a una variante
que, frente a los aspectos más agresivos, hostiles e imperiales de la Doctrina
de la Seguridad Nacional, puso énfasis, no sólo en el desarrollo de los
recursos nacionales y de su voluntad de poderío, sino también a acercamientos
cooperativos hacia los Estados vecinos. Pero la mentalidad geopolítica de Couto
e Silva, condujo, por la lógica interna de la proposición inicial, a una Política de Poder con el fin de fortalecer
el Estado frente a todo lo demás y, por ende, a una Política
Nacionalista extrema tendiente al expansionismo, que podemos señalar
claramente citando estos párrafos de la edición traducida por Paulo Schilling,
conocido nuestro (Paulo Schilling: “Obra citada. Traducción”; p. 29; El Cid
Editor, México, 1978.) “…el hecho fundamental que se debe considerar, en el
conjunto del panorama internacional, es que cada Estado se mueve bajo el
impulso potente de un núcleo de aspiraciones e intereses, más o menos definidos
con precisión en un complejo jerárquico de Objetivos. Para los Estados-naciones
de nuestra época, son sus objetivos nacionales”, y “…el Brasil está
magistralmente bien situado para realizar un gran destino tan incisivamente
indicado en la disposición eterna de las masas continentales, cuando suene, al
final, la hora de su efectiva y ponderable proyección más allá de las
fronteras” (Ibídem: p. 232).
Ese elemento Nacionalista ha dotado al
pueblo brasileño de una “visión de futuro” diferente y superior a la de sus
congéneres latinoamericanos; y eso no es un elemento desdeñable; el escritor
holandés Fred Polak describe muy
bien, en su libro “The Image of the
Future” lo que concierne a la relación que existe entre el progreso de las
naciones y la imagen que éstas tenían de su futuro. Polak quería saber qué
existió primero: si la idea que esa nación tenía de su futuro o el desarrollo
mismo a que esa nación llegaba. Lo que él descubrió en sus investigaciones fue
que, en gran medida, una visión de futuro precedía al éxito. Una y otra vez
pudo confirmar que primero un país tenía que tener una imagen convincente del
futuro al que quería llegar y ésta imagen, generalmente, era sugerida por los
líderes; luego, la comunidad hacía suya esa visión de futuro y le brindaba su
apoyo; así, en forma conjunta, convertían ese sueño en realidad. Tal lo
sucedido con Brasil; a pesar de todos los tropiezos y problemas que enfrenta,
es actualmente la Nación líder de Latinoamérica y la sexta potencia industrial
del mundo.
La Ideología Nacionalista impregna toda
la obra de Golbery do Couto e Silva; pero ahí también puede estar su talón de
Aquiles, pues, en prosecución de un Nacionalismo que “…es todavía toda nuestra
nobleza. Y si no lo es conscientemente, es muy importante que lo sea” (p. 121),
y que “…Por lo tanto, el Nacionalismo es, debe ser, sólo puede ser un absoluto,
en sí mismo un objetivo último” (p.124) para “…lograr el nivel superior de un
Nacionalismo ya maduro, realista y crítico y, en otras palabras, aséptico, que
ya no se unirá más a la corruptora histeria demagógica y bloqueará, al fin, la
endemia desvitalizadora de la teorización hueca y superada” (p. 126).
Golbery llega a descreer de
la capacidad creadora del pueblo, el cual debe ser empujado, conducido –aún a
su pesar– hacia la construcción de la grandeza del Brasil, siendo
no precisamente el sujeto de la historia del país sino el objeto de la acción
del Estado, porque –y aquí encontramos otro elemento– para el “ethos”
burocrático-militar de quien escribió la “Geopolítica”, y de los Gobiernos que
se inspiraron en ella, la Guerra y la Política son partícipes de la misma
naturaleza, de ahí su propensión al empleo máximo de la violencia y el
sacrificio de factores esenciales de la
política como la flexibilidad de la acción, las tácticas de marchas y
contramarchas y el contacto permanente con las masas.
Ese “corsé” ideológico le impidió a
Golbery contar con una Teoría del Estado adecuada para presidir la elaboración
de su doctrina, y por considerar solamente a la fuerza social hegemónica
que debía ser privilegiada para organizar la racionalización de la economía y la
visión de futuro de la Nación el Régimen inaugurado en 1964 sólo pudo durar el
momento de la dominación del Estado por su instrumento o sea, el tiempo que la
sociedad tuvo capacidad de soportar esa dominación; no pudo proyectarse como Proyecto diferente al Liberalismo Capitalista
signado por un Estado “carterial”, al cual volvió, porque las FF.AA. no pueden realizar la
función por antonomasia del Partido Político: organizar la sociedad, ligar
las fracturas, optar por alguna de las diferentes fuerzas que componen el
cuadro social, vencer el miedo a la crítica de la sociedad y finalmente pasar
de la crítica de la sociedad a su organización en una nueva relación de las
fuerzas presentes. Pero en Brasil
las FF.AA. se mantienen
“intocables”, y hurgando en el pasado reciente de hace dos décadas, vemos cómo
los Jefes Militares Brasileños han expresado duras críticas
al Gobierno de Fernando Henrique Cardoso, defendiendo el Nacionalismo y
oponiéndose a la privatización del petróleo por considerarlo “estratégico”, de
las comunicaciones por “intocables”, a la apertura a la empresa privada de la
navegación de cabotaje y la Marina Mercante, y a la reforma del sistema de
Previsión Social. Las críticas han sido públicas y el Jefe del Estado Mayor Conjunto (EMFA) declaró: “…Nosotros no queremos más de lo que siempre existió: el reconocimiento de que el
militar es diferente. Siempre fue así, desde el tiempo del
Imperio y de la República” (Diario
Noticias; p. 36; Sábado 15 de Abril de 1995). Y nadie pidió una censura del
Congreso ni del Ejecutivo. Y hasta ahora nadie se mete con ellos, ni siquiera para investigar la
violación de los Derechos Humanos durante el Régimen Militar, a pesar de algunas declaraciones
petulantes de Dilma Rouseff.
Con todo, si el Brasil sigue
desarrollándose y paulatinamente supera, o por lo menos alivia los rigores de
su deuda externa, la inflación (como parece estar consiguiéndolo), el desempleo
y la marginalización creciente de las mayorías sin estancar la renta per cápita
ni regresar a una economía de rasgos primario-exportadores, entonces el Régimen
Político basado en la Doctrina de la Seguridad Nacional por un cuarto de siglo
casi, habría rendido sus frutos en una etapa crítica de su historia para volver
a diluirse en las aguas más quietas de la corriente democrática universal y esperemos que vaya abandonando la
Política del “Poder de la Fuerza” en sus relaciones con sus vecinos más
débiles.
Finalizando
con el examen de esa Política en relación al caso de Itaipú quiero mencionar el excelente y crudamente realista libro de
Carlos Mateo Balmelli, ex-Director
paraguayo de la Binacional, en el cual nos advertía recientemente que “Pretender forzar la situación para que un
Estado reconozca que explotó y sustrajo riquezas de otro constituye un
desaguisado al cual se apela cuando se está en condiciones de poder llevar
el uso de la fuerza a la práctica”
(“Itaipú,
una reflexión ético-política sobre el Poder”; p. 192; Ed. Santillana
S.A., 2011). Como ya decía Tucídides,
en “Historia
de la Guerra del Peloponeso”, publicada en
404 al 396 a. C., hace 2.000 años: “Mi derecho llega hasta donde llega mi
fuerza”. Y
para ilustrarlo mejor terminamos con un detalle histórico importante sobre el “Poder de la Fuerza”, como
el ejercido por Brasil en el caso Itaipú:
Para ejemplificar la polémica en torno al Derecho y la Justicia, Tucídides aprovecha un acontecimiento
de las Guerras del Peloponeso, el choque de Atenas con la pequeña Isla
de Melos (año 416); la isla de Melos quería mantenerse neutral
entre las dos potencias, Atenas y Esparta; Atenas exigía la adhesión de Melos;
los Atenienses conquistaron Melos, esclavizaron a los hombres y mataron a
gran cantidad de mujeres y niños;
antes, se reunieron los Embajadores de Atenas
y de Melos y tuvieron un diálogo
escalofriante que narra con todo detalle Tucídides. Los argumentos que
aducían los Melios representaban lo
que se podría llamar la opinión tradicional y religiosa, aquella que reza que
las causas justas y razonables deben triunfar y prevalecer, porque así lo
quieren los Dioses. Tucídides llama a esta concepción la “concepción tradicional y religiosa”. La otra, la mantenida por los Atenienses, es la “concepción realista”, o la lógica del Poder. Los Atenienses
dicen a los Melios que el único
Derecho válido es el del Poder: los
fuertes lo imponen a los débiles;
esto es así, siempre ha sido así y siempre lo será en el futuro. A esta concepción la llama Tucídides “la concepción humana”. Veamos cómo argumentaban los Atenienses: «Porque nosotros no os
molestaremos con excusas de valor aparente o bien haciendo valer nuestro
derecho al poderío que poseemos, porque hemos rechazado a los Persas, o bien
afirmando que, si os atacamos ahora, es por el daño que nos habéis hecho; ni pronunciaremos largos discursos,
que no serían creídos… Vosotros
sabéis, como nosotros sabemos, que, tal como suceden las cosas en el mundo, el
Derecho es un tema del que tratan sólo los que son iguales entre sí por su
Poder, en tanto que los fuertes imponen su Poder, tocándoles a los débiles
padecer lo que deben padecer... Así creemos que sucede entre los Dioses, y
respecto de los hombres sabemos que, a causa de una Ley necesaria de su
naturaleza, ejercen el Poder cuando pueden. No hemos sido nosotros los primeros
en establecer esta Ley ni los primeros en obedecerla, una vez establecida. En
vigor la hemos encontrado y en vigor la dejaremos después de utilizarla. Sólo
la usamos, en el entendimiento de que vosotros y cualquier otro pueblo, de
poseer el mismo Poder que el nuestro, haríais lo mismo.» (Tucídides, 5,89 y
5,105,2).
Estas pasmosas palabras dijeron los Embajadores Atenienses a los Embajadores Melios.
Afirma Wilhelm Nestle (“Historia
del espíritu griego”: pág. 173; Ariel; Barcelona, 1975): «La Ley de la Fuerza, que no se
somete a ningún Derecho supuestamente ideal, es el fundamento de la Política y
de la Historia. Podemos sentirlo como cruel y brutal; pero es así, y el que
crea poder rebelarse contra ello será aplastado. Así se presenta la realidad a
los ojos de aquel que, como Tucídides, tiene
valor suficiente para atender a su deseo de saber y de seriedad, y la contempla
sin prejuicios, sin permitir que ilusiones y sugestiones le enturbien la
mirada. Este diálogo es clave para la comprensión de la obra histórica de Tucídides; según la intención de su
autor es propiamente la clave que permite comprender la Historia en
general».-