IDEOLOGÍA DEL PARTIDO COLORADO
Colorado el gran Partido Nacional Republican
ha upéa querido hermano la tradición nacional
“Polka Colorada”
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ha upéa querido hermano la tradición nacional
“Polka Colorada”
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En el “Suplemento Cultural” de ABC
Color del 6 de Enero de 2013, el ideólogo liberal Víctor Oxley Ynsfrán al responder a un artículo de la analista Fátima Villalba, quien se reveló gran
admiradora del intelectual colorado Natalicio
González, afirmó que desde sus inicios el Partido Colorado era de
“ideología Liberal” y que con Natalicio “fue rehecho ‘nacionalista’ al modo de
los fascistas y, desde ello, adoptaron el ideal de la República, pero al tenor
de Franco, Hitler o Mussolini”(sic). Ésta es una respuesta republicana para
poner las cosas en su lugar.
Los fundamentos ideológicos del coloradismo estriban en el Nacionalismo, el Republicanismo y el Agrarismo,
enmarcados dentro de la Democracia Social, que pasaremos a exponer someramente,
así como lo haremos con los de su antagonista histórico: el Liberalismo.
El Nacionalismo
ideológico tiene su origen en Fichte, quien formula sus postulados
nacionalistas en sus “Discursos a la Nación
Alemana”, como reacción a la ocupación napoleónica que
enarbolaba la ideología liberal. Se forma sobre las ruinas del Estado Feudal
donde la soberanía pertenecía al Monarca, luchando por dar a los pueblos
conciencia de su unidad a través de la atribución de los mismos derechos a
todos los individuos haciendo que la soberanía pertenezca a la Nación, reconociendo el
derecho que tiene cada pueblo a ser dueño de su propio destino sin
interferencias por parte de otros Estados. Existe, pues, una contradicción
insuperable entre la fidelidad a la nación, la ideología que justifica el
principio de que en todo grupo humano se pueden detectar características esenciales
que lo distinguen del resto de la humanidad, y el pretendido universalismo, con
su consecuencia internacionalista, de las ideologías liberales, socialistas o
comunistas. Pero huelga decir que el Nacionalismo Republicano no tiene
ninguna relación con el Fascismo o el Nazismo, ni tampoco está limitado a
los confines nacionales del Chauvinismo, pues para nosotros la nación y
humanidad no son términos contradictorios, sino complementarios. El
nacionalismo de Natalicio González
estuvo influido por la Action Française de Barrès y Maurras que de ningún modo
era Fascista, y además Oxley comete
su primer gran error al calificar a Francisco Franco de Republicano puesto que
siempre fue Monárquico, así como tampoco fueron republicanos Hitler ni
Mussolini.
En cuanto al Republicanismo, ello no es “sinónimo de liberalismo”, como se ha
dado en decir por algunos supuestos “ideólogos”, sino del “bien común”, que
arranca de Cicerón, quien puntualizó
conceptualmente el significado de “res pública” (cosa del pueblo) cuando dice
que por pueblo debe entenderse “non omnis hominu coetus quoquo modo
congregatus, sed coetus multitudinis iuris consensu et utilitatis comunione
sociatus”; es decir que no es la unión de todos los hombres congregados de
cualquier modo, sino la unión por el
interés común y el consenso a una Ley, y añadía que “el interés que vincula
a la comunidad tiene primacía sobre el individuo” (De República: T. I.
p. 25 ); algo diferente al individualismo libertario liberal. Al destacar como
elementos distintivos de la
República “el interés común” y el consenso a una “Ley común”,
Cicerón concluía oponiendo la
República no sólo a la Monarquía sino “a los Gobiernos injustos”, a los
que San Agustín llamará después magna
latrocinia.
La vinculación del republicanismo y la cuestión social estaba, pues,
presente en el concepto romano y adquiere más unidad de criterio en el
pensamiento político moderno donde, con Maquiavelo primero y Montesquieu
después, entre otras cosas se expresa claramente que en la República debe haber una
relativa igualdad, y también virtud que lleva a los ciudadanos a anteponer el bien del Estado a su interés
particular concluyendo que el orden político en el régimen republicano nace
desde abajo, aun en medio de los disentimientos, con tal que tengan canales
institucionales para expresarse. Y siguiendo estos lineamientos ideológicos, el
Partido Nacional Republicano llevó
siempre a la práctica la conexión del republicanismo con la preocupación por la
cuestión social, como lo demuestran los ejemplos históricos que daremos más
adelante.
El Agrarismo tiene su origen
ideológico en la Revolución Mexicana
con el precepto que: “La propiedad de las tierras y las aguas comprendidas
dentro de los límites del territorio nacional, corresponde originariamente a la
nación, la cual tiene el derecho de transmitir el dominio de ellas a los
particulares, reservándose las limitaciones que considerase necesarias a la
propiedad privada en aras de la distribución de la riqueza”; también distinto
al derecho de “uso y abuso” de la propiedad que reconocía el Código Liberal de
Napoleón. El Agrarismo fue elevado al máximo nivel ideológico por Juan León Mallorquín desde los
comienzos del siglo XX y luego por Natalicio.
En fin, en el origen Democrático-Social del Partido Nacional Republicano –que movió
a Ignacio A. Pane a declarar que no
hacía falta fundar un Partido Socialista en el Paraguay pues ya existía el
Partido Nacional Republicano, reorganizado en 1908, que se ocupaba de la Cuestión Social– se observa el Conservadurismo ideológico, que nada tiene que ver con el Conservadurismo
Neoliberal reaccionario de los Partidos Conservadores Europeos y Norteamericanos
actuales, y surgió como respuesta al Iluminismo
liberal
que hacía del ser humano una criatura exclusivamente histórica, negando sus
valores trascendentes y hacía de la razón el metro de lo real, siendo el poder
político un límite a superar, un momento represivo que no tiene realidades
propias. Es por eso que el Liberalismo es
internacionalista, laicista, antitradicionalista y considera al Estado un mal
necesario por lo cual pretende reducirlo a su expresión mínima, pues se
caracteriza (el Liberalismo) por una concepción para la cual el individuo y no
los grupos constituyen la verdadera esencia, porque los valores individuales
son superiores a los colectivos. El Conservadurismo
ideológico, en cambio, partía de un límite intrínseco al hombre y veía por
eso en el Poder del Estado un momento necesario de la sociedad, ligado a la
perfección humana, que sin él caería en la anarquía. El Estado es el cemento
de la sociedad, el gran conservador del equilibrio, y se trata de
controlarlo por la Ley
antes que destruirlo, como condición imprescindible de la convivencia social, “conservando las tradiciones y las
conquistas sociales” –como lo expresara Ricardo Brugada (h) en la Asamblea de la A.N.R. del 9 de Febrero de 1902– buscando mejorar
constantemente pero en forma paulatina, dentro del marco de una reforma
cuidadosamente estudiada, sin revoluciones ni políticas de “shock”. Esto es lo
que decían en épocas históricas muy distantes el Príncipe Metternich y el Dr. Federico
Chaves. “Ser Conservador –escribió Metternich en 1821– no requiere volver a
un período anterior, ni la reacción, sino reformas cuidadosamente consideradas.
El verdadero Conservadurismo implica una política activa. Pero la reforma debe
ser producto del orden y no de la voluntad; debe afirmar la universalidad de la
ley contra la contingencia del poder”(1). Y Chaves, junto con Epifanio Méndez ,
hablaba del “orden para la libertad”. Y es también lo que entendía el General Bernardino Caballero cuando
afirmaba en ese su “testamento político” que fue su Manifiesto del 11 de
Agosto de 1904: “El Partido Nacional
Republicano, que es la escuela conservadora de la política paraguaya… Nuestro
Partido con el concurso de todos los intereses conservadores del país… Nuestro gran Partido netamente paraguayo…”(2).
He aquí la prueba indiscutible del origen ideológico conservador y nacionalista
del Partido Colorado.
Es que ya desde la “Gloriosa Revolución” Inglesa de
1688-89, surgió con fuerza el implacable juego de los Partidos Políticos, y la
división entre los Torys (Conservadores) y los Whigs (Liberales) se agudizó desde el principio, cuando en 1675 fue fundado en Londres "The Green Ribbon Club" (El Club de la Cinta Verde) que se convirtió en el núcleo de los que ya se autodenominaban "El Partido del País" y representaban los intereses de la ascendente clase media de comerciantes, importadores, exportadores, profesionales e industriales que cuestionaban el modelo paternalista cristiano-medieval favorable a los Gremios de Artesanos y Trabajadores, y las trabas a la libre actividad económica del Mercantilismo sostenido por la Corona, exigiendo también más Poder para el Parlamento con disminución de las Prerrogativas Reales, siendo su Líder Anthony Ashley Cooper, Primer Conde de Shaftesbury y uno de los primeros ideólogos del Liberalismo junto con John Locke ("Tratado sobre Gobierno Civil": Primer y Segundo). Frente a ellos se erguía el Partido de la Corte, autodenominado también "El Partido Honrado" que defendía la supremacía del Poder Real y representaba a los Caballeros terratenientes y los pequeños hidalgos rurales así como a los artesanos y obreros beneficiados por los privilegios que sus Gremios habían obtenido de las Monarquías; sus principales ideólogos primigenios fueron Henry St. John, Vizconde Bolingbroke ("Carta sobre el Estudio de la Historia e Idea de un Rey Patriota") y Edmund Burke ("Reflexiones sobre la Revolución Francesa"). Para 1680, sin embargo, ambos Partidos ya eran conocidos como Whig (abreviación de una palabra escocesa Whigamore que significaba "bandolero") y Tory (palabra irlandesa que significaba "ladrón") que con buen humor las adoptaron y luego se expandió al
resto del mundo como Liberales y Conservadores.
Según un eminente catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Cambridge: "...El Partido Tory enseñó que los fundamentos de la sociedad eran algo más que la conveniencia y el contrato (afirmación Whig), que la sociedad era un organismo moral, unido por una tradición y por sentimientos de lealtad que no podían ser violados o ignorados impunemente. En la reacción Whig se vieron disminuidos tanto los indispensables poderes de gobierno como los instintos sociales de los hombres; los derechos fueron puestos por delante de las obligaciones, la conveniencia por encima de la lealtad, y el individuo en un escalón más elevado que la comunidad. El conservadurismo filosófico de Bolingbroke y Burke era necesario para devolver su dignidad a la Constitución, reviviendo los elementos místicos y tradicionales de la sociedad… El reemplazo de la teoría orgánica de la política (Tory) por el concepto contractual (Whig) debilitó el sentido de obligación política desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX "(3).
Hay que acotar, sin embargo, que los Partidos Conservadores fueron apartándose de su ideología primigenia y para las primeras décadas del siglo XX, ante el avance y la expansión de la ideología Socialista, reemplazaron a los Partidos Liberales -los se extinguieron o se redujeron a su mínima expresión- tanto en la vida política como en la ideología, convirtiéndose en lo que son hoy el Partido Conservador Inglés, los Partidos de signo Conservador del continente europeo, y el Partido Republicano de los EE.UU. (que ha abandonado el Nacionalismo Republicano Progresista de Lincoln y Mark Hanna): Partidos reaccionarios neoliberales.
Pero Blas Garay, Fulgencio R. Moreno e Ignacio A. Pane, ya a principios de 1890, evitaron que el Partido Colorado se convirtiera en un Partido Conservador al poner énfasis en el Republicanismo con su ideología de Democracia Social, al que más de dos décadas después Juan León Mallorquín agregaría el Agrarismo y Natalicio González el Nacionalismo.
Según un eminente catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Cambridge: "...El Partido Tory enseñó que los fundamentos de la sociedad eran algo más que la conveniencia y el contrato (afirmación Whig), que la sociedad era un organismo moral, unido por una tradición y por sentimientos de lealtad que no podían ser violados o ignorados impunemente. En la reacción Whig se vieron disminuidos tanto los indispensables poderes de gobierno como los instintos sociales de los hombres; los derechos fueron puestos por delante de las obligaciones, la conveniencia por encima de la lealtad, y el individuo en un escalón más elevado que la comunidad. El conservadurismo filosófico de Bolingbroke y Burke era necesario para devolver su dignidad a la Constitución, reviviendo los elementos místicos y tradicionales de la sociedad… El reemplazo de la teoría orgánica de la política (Tory) por el concepto contractual (Whig) debilitó el sentido de obligación política desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX "(3).
Hay que acotar, sin embargo, que los Partidos Conservadores fueron apartándose de su ideología primigenia y para las primeras décadas del siglo XX, ante el avance y la expansión de la ideología Socialista, reemplazaron a los Partidos Liberales -los se extinguieron o se redujeron a su mínima expresión- tanto en la vida política como en la ideología, convirtiéndose en lo que son hoy el Partido Conservador Inglés, los Partidos de signo Conservador del continente europeo, y el Partido Republicano de los EE.UU. (que ha abandonado el Nacionalismo Republicano Progresista de Lincoln y Mark Hanna): Partidos reaccionarios neoliberales.
Pero Blas Garay, Fulgencio R. Moreno e Ignacio A. Pane, ya a principios de 1890, evitaron que el Partido Colorado se convirtiera en un Partido Conservador al poner énfasis en el Republicanismo con su ideología de Democracia Social, al que más de dos décadas después Juan León Mallorquín agregaría el Agrarismo y Natalicio González el Nacionalismo.
2.- CONSERVADURISMO IDEOLÓGICO.
Queremos
ahondar más en este tema porque los ideólogos Liberales, como Víctor
M. Oxley Ynsfrán y también algunos prestigiosos intelectuales Colorados, como
Julio César Frutos (Papuchín) -en el "Diario HOY", 1er. Cuaderno, del Viernes 9 de Septiembre de 1994-, el actual Canciller Eladio Loizaga -"ÚLTIMA HORA", Sábado 10 de Septiembre/94- y Bernardino Cano Radil (Bebito) -en el Programa "Polémica al Atardecer" de "Radio 970"- y otros más,
sostienen que el origen ideológico del Partido es de raíz liberal a tal punto
que el ex-Senador Miguel Ángel Ramírez, hace pocos años, afirmó con todo
desparpajo ante las cámaras de televisión: “El Partido Colorado es un Partido
Liberal”(!!). Nada más opuesto a la verdad como ya lo aclaró, según hemos
visto, el propio Gral. Bernardino
Caballero, aleccionado tal vez por el eminente ideólogo anti-liberal de la
época Juan Crisóstomo Centurión. Aquellos se basaron en una frase, sacada totalmente de contexto, del Dr. Ignacio A. Pane en la Convención Partidaria del 25 de Noviembre de 1918, en la que expresó: "...El Partido Republicano ha sido el único liberal y el único democrático que hasta ahora ha gobernado el Paraguay, y... cuando vuelva, tarde o temprano, al Poder... ha de ser todavía más liberal y más democrático...", ignorando completamente que Ignacio A. Pane no se refería al aspecto ideológico ni socioeconómico, sino que respondía de esta forma a las críticas de los Liberales Radicales que acusaban al Coloradismo de ser un Partido contrario a la libertad y a la democracia, favorable a la tiranía y al totalitarismo. Prueba de ello la tenemos en que en el mismo discurso puntualizó, aclarando: "...desde diez años antes de la caída en 1904, ya hacía yo la oposición en la prensa... con mi firma... NO, POR CIERTO, COMO LIBERAL... Soy partidario decidido de la doctrina de la solidaridad social, en eso se encuentra uno de mis ideales de SOCIALISTA... de la solidaridad voluntaria, reflexiva, CONCILIABLE CON LA LIBERTAD... Enarbolemos, pues, como bandera partidaria lo bueno del pasado Colorado, a saber:... respeto al derecho de los humildes, del obrero y de la mujer; no caer como un PONTÍFICE LIBERAL en el fanatismo antirreligioso... Natural es que, por tradición y espíritu corporativo, nuestros adversarios Liberales sigan sintiendo horror al pueblo, a la democracia y al SOCIALISMO".
Según
el famoso “Diccionario de Política”
de Bobbio y Matteucci, el Conservadurismo
surge sólo como necesaria respuesta a las teorías que, a partir del siglo
XVIII, se desprendieron de la visión antropológica tradicional para reivindicar
para el hombre la posibilidad no sólo de mejorar sus propios conocimientos y su
propio dominio sobre la naturaleza sino, a través de los unos y el otro, de
lograr una comprensión cada vez mayor y, por lo tanto, la felicidad. El
resultado tendencial de estas teorías –llamadas “Iluminismo” y/o “Progresismo”–
es hacer de la historia humana un proceso abierto y ascendente, basado sobre
una antropología revolucionaria en la cual el individuo es núcleo activo, capaz
de mejorarse haciéndose cada vez más racional.
Para el precedente pensamiento Cristiano Medieval y el Absolutismo Monárquico
el poder político tenía raíces trascendentes y estaba comprendido en una visión
de la vida tendiente a subestimar el mundo, lo que se identifica no con el
conservadurismo sino con las teorías reaccionarias y que nos muestra
la distinta naturaleza de Reacción y
Conservadurismo, a menudo erróneamente considerados el uno como la
radicalización del otro. La escisión fue en realidad triple, porque el Progresismo iluminista, luego llamado Liberalismo, se separó decididamente –y
eso fue lo que dio lugar al Conservadurismo Ideológico– de toda una
serie de posiciones filosóficas, políticas y científicas que sin romper el
núcleo más íntimo de la tradición cultural
europea (el llamado a valores trascendentes y a la doble naturaleza del hombre)
habían modificado en él partes sustanciales. Esto es particularmente visible en
el pensamiento del más clásico y mayor representante del Conservadurismo, Edmund Burke (1729-1797). Su ataque al Iluminismo Liberal, no por casualidad
provocado por el estallido de la Revolución
Francesa, no es un ataque a él en cuanto a filosofía, que a
través del vaciamiento sensualista de la metafísica, había hecho del mundo
externo el eje del equilibrio espiritual del hombre y, por lo tanto, veía en la
acción social el lugar de la autoconciencia humana; porque tal filosofía
también formaba parte de su mundo cultural. Su reacción se dirigió sobre todo a
la idea activa que los iluministas tenían de la razón individual, que la
hacía metro de lo real, con la consecuencia de que ésta no se desenvolvía
simplemente en el mundo social sino que se hacía su juez y podía pretender
modificarlo en nombre de sus propios valores autónomos.
Burke representa las posiciones de aquellos
intérpretes y protagonistas de los profundos cambios sociales, económicos y
culturales acontecidos en la escena europea sobre todo a partir del siglo XVI,
que habían comenzado una mundanización de la vida pero sin faltar a sus compromisos con el ideal de un universo moral
fijo y ligado a un sistema de valores trascendentes.
Decidido adversario del
radicalismo iluminista liberal como revolución inmanentista (lo inmanente se
opone a lo trascendente), y por lo tanto de todo tipo de progresismo liberal,
Burke comparte con él sin embargo la parte mundana, cree que el hombre se
realiza en la sociedad y que esta última tiene normas y exigencias propias que
están determinadas con técnicas independientes de las usadas para conocer los
imperativos del orden trascendente. Es a causa de la existencia de este terreno
que se desarrolla la dialéctica conservadurismo-liberalismo
correspondiente a dos interpretaciones de la función de la
política, causadas por el diferente
énfasis dado al valor en el conocimiento científico y al significado de la
progresiva desintegración del orden jerárquico en la sociedad. Al mismo
tiempo, en efecto, la tesis liberal
hacía del hombre una criatura exclusivamente histórica y capaz de adecuarse
en la vida práctica a niveles de conocimiento cada vez más elevados, a los
cuales correspondían formas nuevas y óptimas, por ser racionales, de
convivencia social; la tesis
conservadora consideraba la naturaleza humana inmodificable por la acción
práctica, porque basaba sus raíces en
una realidad extrahumana –la voluntad divina– con la consecuencia de que ni
el conocimiento ni la acción política podían ser totalmente liberadores.
El Conservadurismo Ideológico se ha puesto, de vez en cuando, como
defensor de los equilibrios de poder capaces, si se hacen estables, de
satisfacer las necesidades humanas. No obstante, todo el conservadurismo parece,
en estos casos, haber aceptado la tesis de un continuo desarrollo de la
humanidad; pero, lo que lo hace contrario a los fines del progresismo liberal, es la interpretación que de ella (la tesis) se
da, como progreso evolutivo por
acumulación de conocimiento y experiencias –no como superación dialéctica del pasado– o como teoría comunitaria que haciendo de la
sociedad la fuente de existencia individual, da al poder político el derecho de guiar a los individuos en el
camino del progreso. En ambos casos se
niega el núcleo más íntimo del progresismo liberal, es decir la autonomía histórica del individuo.
3.- CONSERVADURISMO IDEOLÓGICO Y PODER
POLÍTICO.
Alternativo al Progresismo Liberal, contrario a un
planteo radical de los problemas políticos, incierto en cuanto a las
posibilidades de desarrollo autónomo de la humanidad, el Conservadurismo Ideológico ha pensado y profundizado mucho más que
el Liberalismo el problema del poder
político. “Se trata de un hilo rojo que corre a lo largo de la historia del
Conservadurismo y cuya importancia para la comprensión de éste último es
capital”(4).
La
perspectiva histórica abierta del Liberalismo es, en efecto,
tendencialmente apolítica, en cuanto cree que el hombre, como ser
fundamentalmente libre y racional, es
capaz, en potencia, de crear comunidades donde la coacción está ausente y
domina una espontánea cooperación. El poder político se hace así un límite a
superar, un momento represivo que no tiene realidades propias y cuyas
verdaderas formas es necesario volver a buscar en intereses egoístas y en la
explotación ligados al todavía imperfecto estado de la sociedad. El Conservadurismo, en cambio, que parte
de la conciencia de un límite intrínseco al hombre, lejano y alejable, pero
siempre presente, es conducido a ver en el Poder, en la coacción política, un
momento necesario de la sociedad íntimamente ligado a la perfección humana.
“Profundamente ambiguo y demoníaco, el poder político es, para el
Conservadurismo, el cemento de la sociedad que, cualquiera sea la estructura,
sin él caería en la anarquía”(5). Al mismo tiempo, sin embargo, justamente en
cuanto confiado a los hombres, el Poder es intrínsecamente tiránico si no es
controlado. De ahí la constante preocupación por los mecanismos políticos de limitación
del poder y, sobre todo, por la supremacía de la ley que, a menudo,
el Conservadurismo eleva a tabú intocable en cuanto instrumento primario de
estabilización de los procesos sociales. En esta defensa del Poder Político –y,
por ende, del Estado, que se trata de controlar y no de destruir– como
condición imprescindible de la convivencia social, el Conservadurismo
Ideológico ha hallado el modo de
reaccionar contra la reducción a interés egoísta o a problema organizativo
hecho de él por el Liberalismo.
4.- REPUBLICANISMO, DEMOCRACIA SOCIAL Y
CUESTIÓN SOCIAL.
Dos prominentes Colorados, Ignacio A. Pane y Ricardo Brugada, fueron quienes acompañaron, con su apoyo, al
movimiento obrero en su lucha por legítimas reivindicaciones sociales. En 1911 Ignacio A. Pane presentó al Parlamento
un proyecto que establecía el régimen de
las 8 horas de trabajo. En 1917, presentó otro proyecto sobre “arbitraje obligatorio” y la creación
del Departamento Nacional del Trabajo. Por su parte, Ricardo Brugada fue honrado con el título de Socio Fundador del
“Centro Obrero” en 1907. Colaboró con los sindicatos en varias huelgas, algunas
de la cuales lograron resonantes éxitos, como la de los tranviarios.
Ignacio A. Pane expresó, en un estudio divulgado en 1916, que el Partido Nacional Republicano se había
adelantado en materia social, al incorporarla a su Programa. Se refería al
proyecto de jornada de 8 horas y a la necesidad de leyes que consagren la
situación del obrero ante los accidentes de trabajo, los seguros de vejez y de
invalidez, etc. Y agregaba: “Se me dirá en este punto que para eso se puede
formar el Partido Socialista. Y yo
contestaré: es que en el país ya está formado ese Partido. Es el Nacional
Republicano, reorganizado desde 1908, con jóvenes y viejos preocupados con la
cuestión social…” “Es evidente que el socialismo
nacional de Pane –sin ningún parentesco marxista, analizando el contexto de
su exposición– implicaba la adopción de una nueva legislación social y un
mejoramiento integral de la sociedad, en beneficio de los sectores más débiles.
A ese respecto, el propio Pane aclara que ‘…no pretendemos suprimir de golpe
y porrazo el capital, sino transformarlo, mejorarlo. Puesto que lo más
apremiante para nosotros es mejorar la posición económica, jurídica, y, en
general, social del trabajador, del obrero. Puesto que más armonizados estarán
los intereses de la sociedad, cuanto mejor se enlacen y combinen ambos’…”
(“Política y Obreros”. En Revista “Cultura”, órgano del Centro de Cultura
Paraguaya “Bernardino Caballero”; Septiembre de 1946; Nº 36, pp. 26 y 28-29)
(6).
Esta actitud de solidaridad con la
suerte de los trabajadores no es, en modo alguno, una actitud demagógica. Bajo
el Gobierno del General Bernardino
Caballero fue promulgada la primera
Ley Laboral de nuestra historia. Esta Ley fue promulgada por Caballero el
18 de Julio de 1884. Más adelante, el 22 de Mayo de 1891 fue fundado el primer
Sindicato de Obreros Paraguayos, también bajo un gobierno colorado. Más
adelante, el 7 de Noviembre de 1902 fue establecido el descanso dominical y en días feriados de empleados y obreros. En
esa época, El Senado era presidido por Bernardino
Caballero, quien respaldó decididamente el proyecto, el cual se debió a una
iniciativa de la Asociación
de Empleados de Comercio, presidida por un colorado, Don Jorge
López Moreira.
Debe notarse el contraste con la
actitud liberal, pues, por la misma
época, Cecilio Báez, eminente
doctrinario de esa corriente, afirmó: “No existe el pretendido conflicto entre
el capital y el trabajo, como han dado en afirmar algunos”(7).
El Programa de 1938 contenía varios puntos destinados a resolver la
cuestión social, incluyendo las vacaciones anuales pagas, que no existió
durante todo el largo predominio del Partido Liberal, así como los contratos
colectivos, defensa de la maternidad, reglamentación
del trabajo en yerbales y obrajes, prohibición del pago en especies, seguridad
social, etc. Y el Programa aprobado
el 23 de Febrero, por la Convención Partidaria de 1947, desarrollaba el de 1938,
añadiéndole nuevos elementos, sobre todo en lo referente a la igualdad de sexos y protección de la mujer. Esta es una
breve reseña de una larga serie de conquistas que interrumpimos para no aburrir
al amable lector.
5.-
DIVERGENCIAS IDEOLÓGICAS CON EL LIBERALISMO Y EL
SOCIALISMO.
Aunque hemos ya expresado
brevemente las diferencias ideológicas que separan al Nacionalismo Republicano
del Liberalismo al analizar el Conservadurismo Ideológico, vamos a puntualizar
algo más en forma muy esquemática para rematar la cuestión: 1) la característica principal del
liberalismo es el individualismo, frente a la solidaridad republicana. 2) el Internacionalismo liberal ante el
Nacionalismo republicano. 3) el
laicismo liberal, fruto del racionalismo; y la defensa de la religiosidad y el
sentido de trascendencia que hace el social-republicanismo colorado. 4) la “audacia”: el Liberal es audaz,
lo que lo hace ir a políticas de “shock” tanto en lo económico como en lo
social; en cambio, la “prudencia” domina la conducta del Nacionalismo
Republicano, con una política “paso a paso” contraria a un planteo radical de
los problemas políticos, económicos y sociales. 5) Estado reducido al mínimo: El Liberalismo conceptúa al Estado
como un peligro potencial para la libertad del individuo y de la sociedad. Un
crecimiento del Estado –dice– genera una “clase”: la Burocracia, que tiende
a ampliar su poder y privilegios en detrimento de las libertades e intereses
ciudadanos; esa burocracia tiende a la corrupción y busca crecer cada vez más
llevando al gigantismo estatal; es una clase perversa y totalitaria. El
Coloradismo propende a un Estado regulador fuerte; la realidad del
Estado encuentra justificación en la aspiración de organizar socialmente la
libertad. El Estado existe para que el Poder no sea el simple dominio de los
intereses de un sector, partido, clase o grupo sobre el resto de la sociedad. 6) El liberalismo busca un Estado
meramente subsidiario, “mirón”. El coloradismo, un Estado benefactor,
asistencial, conservador de las conquistas antes que reducirlas.
7)
El Liberalismo cree en el “Darwinismo social” y en el “Malthusianismo” mientras
que el Republicanismo los rechaza por pesimistas y cree en un Estado más
compasivo y asistencial. Recordemos que el
Estadista Conservador Bismarck fue el primero en instaurar el Seguro Social
obligatorio en Europa al hacerlo en la Alemania imperial del último tercio del siglo XIX
(1870).
8)
El Liberalismo es partidario de la “libertad negativa”, en contrario el
coloradismo lo es de la “libertad positiva”. Esta distinción se la debemos a un
sabio Profesor de la
Universidad de Oxford: Isaiah
Berlin (fallecido en 1997), que la esbozó en su discurso inaugural del año
académico, en Oxford, en 1958. Esta tesis ha sido universalmente aceptada,
aunque muchos de los que usan estos conceptos ignoren a su autor. La libertad “negativa” es aquella que
se entiende en función de lo que la niega o limita: la coerción. “Soy más libre
cuando menos entes o personas se encuentren para decidir mi vida de acuerdo al
criterio propio”. “Mientras menos autoridad se ejerza sobre mi conducta, más
libre soy”. Éste es un concepto más individual que social y absolutamente
moderno. Nace en sociedades que han alcanzado un alto nivel de civilización y
una cierta afluencia. Quienes defienden esta noción de libertad ven siempre en
el Poder el peligro mayor y proponen por eso que su radio de acción sea mínimo,
el indispensable para evitar el caos. La
libertad “positiva” no quiere limitar la autoridad, sino adueñarse de ella,
ejercerla. Esta noción es más social que individual pues sostiene que la
posibilidad que tiene el individuo de decidir su destino está supeditada a
causas sociales. ¿Cómo puede un analfabeto disfrutar de la libertad de prensa?
¿De qué sirve la libertad de viajar a quien vive en la miseria y no puede salir
de su casa? Para esta noción “positiva” hay más libertad en términos sociales
cuando menos diferencias se manifiestan en el cuerpo social, cuanto más
homogéneo es el nivel económico y cultural de una comunidad.
Lo importante de estas dos
concepciones de la libertad no es la sutileza intelectual que ha permitido
diferenciarlas; son los horrores que cada una ha producido cuando ella
sirvió para organizar a la sociedad de manera exclusiva, prescindiendo
totalmente de la otra libertad. El “Archipiélago Gulag”(8) de los “paraísos
socialistas” es el resultado de una libertad meramente social, que desprecia la libertad negativa, aquella que defiende al individuo contra la autoridad. Y
las monstruosas desigualdades sociales y económicas y las iniquidades de la
explotación de ciertas sociedades, son la consecuencia de cifrar todo el
progreso en la libertad “negativa”, desdeñando por entero la “positiva”. Para
Isaiah Berlin ambas libertades son incompatibles, como el agua y el aceite. El
verdadero progreso, sin embargo, está en no permitir que una suprima del
todo a la otra, en mantener a ambas vivas, vigentes, en una difícil
transacción, que debe irse remozando sin tregua.
9)
Durante el predominio Liberal en la Inglaterra del siglo XIX existía el “voto
censitario” según el cual sólo podían votar quienes superaban cierta cuantía económica,
con lo que cinco de seis adultos varones quedaban excluidos de este derecho;
pero el Conservador Disraeli consiguió, en 1869, que el Parlamento aprobara
la Ley de Reforma
Electoral, que permitía votar a todos los varones mayores de edad; era el
comienzo del “voto universal”.
En fin, para el coloradismo la
verdadera libertad es colectiva. La cuestión no reside en ser un individuo sino
en pertenecer a un grupo que sea libre. La libertad no consiste, entonces, en
liberarse de los otros sino en liberarse con los otros y cambiar las
estructuras de la sociedad. La idea que la libertad no pueda ser sino colectiva
se ha vuelto hoy una verdad fundamental: o la libertad es un hecho de la
colectividad o bien ya no se la considera como un valor importante, porque el
individualismo es esencialmente reaccionario, y es también evidente que la
libertad no puede jamás ser una propiedad individual; lo colectivo es, al mismo
tiempo, la ocasión de la libertad y la posibilidad de la libertad. Por otra
parte, es un error pensar que la libertad pueda ser institucionalizada: en esta
dirección han actuado los liberales. No hay que olvidar que el liberalismo
político es, en definitiva, la tentativa de inscribir la libertad en las
instituciones; pero la institución es por sí abiertamente negadora de la
libertad, en la misma medida en la cual tiende a ser organización, sistema, autoridad;
en esa sociedad no puede haber otra libertad que no sea aquella admitida por el
Poder. Los liberales, en cambio, han creído que es posible incluirla en el
sistema institucional, y se esfuerzan por idear mecanismos institucionales de
autocontrol; pero éstos están integrados en el sistema del poder y pueden
siempre ser cambiados; por eso la libertad institucionalizada es la más frágil
de todas: conocemos bien el apotegma famoso: “ninguna libertad para los enemigos de la libertad”, como suele
repetir siempre el hasta hace poco Presidente del Senado, Alfredo Luis Jaegli.
En cuanto a las divergencias con
el Socialismo, primero es menester
referirnos a las distintas clases de socialismo. Al principio todos se llamaban
“Partidos Social Demócratas” y en ellos, la influencia de Marx se extendió desde el “Manifiesto Comunista” (1848) hasta
inclusive la formación de la II
Internacional en
1889, pues la I Internacional,
fundada por Marx en 1864, había prácticamente desaparecido por sus fracasos tácticos;
pero la II Internacional
también adoptó las tesis marxistas que pregonaba la lucha de clases y la
revolución. Ya entonces existió la diferencia entre “Socialismo” y “Comunismo”
expuesta por Marx en su “Crítica del Programa de Gotha” y fue explicitada por Lenin en su obra “El Estado y la Revolución” en 1917.
Pero en sus orígenes la influencia revolucionaria marxista fue considerable y
la encabezaba el “Partido Social Demócrata Alemán”, en el cual, sin embargo,
pronto se planteó la polémica entre Revolución o Reformismo. El teórico de esta
última concepción fue Eduard Bernstein (1850-1932),
quien había sido secretario de Engels, y en 1899 publicó “Problemas del Socialismo y las Tareas de la Socialdemocracia”,
obra en la que manifestó su desacuerdo con las tesis marxistas que pronosticaban la
creciente concentración industrial en el capitalismo, la agudización de las
crisis económicas y la creciente miseria de la clase obrera. Bernstein observó
que a fines del siglo XIX se estaba produciendo lo contrario a una polarización
de clases y estaba surgiendo una importante clase media junto a una elevación
del nivel de vida de los obreros. Basado en estas ideas, descartaba la salida
revolucionaria y la “Dictadura del Proletariado”, proponiendo una labor reformista
a través de la lucha parlamentaria, afirmando que el capitalismo puede ser
reformado desde su interior. Las teorías de Bernstein, rechazadas en un
principio, fueron adoptadas por la Social-democracia alemana en la década de 1920.
Así fue que Lenin, después de la revolución rusa de 1917, llamó a su Partido:
“Comunista”; para diferenciarlo de los reformistas social-demócratas.
Y ahora llegamos a las
divergencias ideológicas: Con respecto a los Partidos Comunistas, el Nacionalismo Republicano rechaza
enfáticamente la concepción marxista enunciada en el “Materialismo Dialéctico”
y el “Materialismo Histórico” por hacer del ser humano un ente sin
trascendencia espiritual donde la materia es anterior a la conciencia y lo
convierte en un producto meramente terrenal, ateo y condicionado por la
economía ( la infraestructura) que determina el intelecto (la supraestructura).
Tampoco acepta la lucha de clases, “Motor de la Historia” como lo
afirmaba Marx, por ser Policlasista; ni
la revolución violenta, porque la Democracia Social Republicana es evolucionista en
el marco de una reforma paso a paso pero cuidadosamente estudiada dentro de los
marcos legales y constitucionales. No acepta la “Dictadura del Proletariado”
por ser democrático, ni tampoco la socialización total de los medios de
producción y de consumo por ser partidario de la iniciativa individual en el
marco de un “capitalismo social”. Y, para ser breve, digamos que no acepta
ningún totalitarismo ni la “exportación de la revolución”. El Estado no lo es
todo en la concepción republicana aunque importante por su papel de regulador y
equilibrador de la sociedad.
Y con respecto a la Social-Democracia
–con la que el Nacionalismo Republicano tiene bastante afinidad– sin embargo
sus diferencias estriban en que aquélla se define como Partido de la
Case Obrera, y tiene sus base principal en
los Sindicatos; siendo el Republicanismo un Partido policlasista y “Agrarista”
con su base en la gran masa del campesinado. Tampoco está de acuerdo con la
injerencia excesiva del Estado ni en la subvención generalizada de bienes y
servicios que implica altos impuestos y una gran carga tributaria, siendo que
nuestro país aún no ha llegado siquiera a los umbrales de la “Economía
impulsada por la Inversión”
como para intentar políticas económicas de aquellos con un alto grado de
desarrollo. Tampoco acepta el desprecio a los valores religiosos tradicionales
ni un consumismo materialista exagerado. En resumen, la Social-democracia
europea y en especial la de los países nórdicos son ideales a alcanzar pero sin
abjurar de nuestros valores sociales, tradicionales y espirituales.
6.- EL
NACIONALISMO EN EL SIGLO XXI.
Después de la Revolución Libertadora
del 3 de Febrero de 1989, el Paraguay se reinserta en la comunidad
internacional. El aislamiento que la política de la Dictadura Stronista
había impuesto al Estado paraguayo, con el “manto de silencio” que tantos
dividendos le diera para escapar a los ojos críticos de las Democracias, daba
lugar a una apertura sin precedentes de la política exterior nacional. Y es en
este marco inédito, que debemos plantearnos una redefinición del concepto de
nacionalismo.
La apertura democrática
paraguaya, la caída del socialismo marxista en Europa del Este y el surgimiento
de un “Nuevo Orden Internacional” con el liderazgo unipolar de los EE.UU.
plantean al nacionalismo clásico el problema de adecuarse a un mundo cada vez
más interdependiente, donde se apunta hacia la conformación de un “Estado
Mundial” de Poder planetario, supranacional, en el que todas las decisiones
nacionales, por más particulares que puedan parecer, tienen su impacto, su
resonancia y su reacción en el seno de la comunidad internacional que cobra, en
su conjunto, una gran relevancia.
Ya se trate de quienes
privilegian factores internos al “Estado-Nación” o de quienes prefieren los
factores sistémicos, lo evidente es que ya estamos inmersos en un “Nuevo Orden
Internacional” en que se cierra un ciclo histórico caracterizado por el dominio
estratégico militar de la
URSS-EE.UU. y por la hegemonía norteamericana en la economía.
En éste nuevo orden, es
necesario redefinir el papel de los Estados Nacionales, el concepto de soberanía
absoluta, la ideología del Nacionalismo, los alcances y los límites de la
integración, la política cultural, la reforma del Estado, las nuevas formas de
organización económica, la relación Estado-Sociedad y el “juego” de la política
latinoamericana y paraguaya. Hoy día, el Estado nacional conserva aún el
carácter de espacio integrado bajo un poder de decisión edificado alrededor de
un sistema institucional que emana, por lo menos teóricamente, de la voluntad
de sus habitantes. Y dado que para el Nacionalismo el Poder del Estado es
incontestable pues constituye la soberanía, los diferentes espacios nacionales
se hallan en situación de competencia, la que conduce a los Estados a tomar
decisiones, muchas veces considerando objetivos basados en la voluntad de poderío,
prioritarios a los del bienestar de las poblaciones.
Así fue como los Estados con
Gobiernos de ideología nacionalista han tenido que elegir –como Poder supremo
de decisión– entre mejorar las condiciones de vida dentro del marco del espacio
o utilizar los recursos del mismo para alimentar la capacidad de su propio
poder, poniendo así en peligro, más o menos a largo plazo, su estabilidad y su
verdadero desarrollo socioeconómico. Pero el nacionalismo del “Estado-Nación”
se halla en crisis, y según
el geopolítico alemán Hanns Albert Steger (3), hasta como obstáculo a la
integración, mientras aumenta la influencia de lo que podríamos llamar, en una
originalidad semántica, “el nacionalismo regional”, compuesto por aquéllas
nacionalidades que aún sin tener un Estado nacional soberano, están unidas por
su historia, raza, cultura, idioma y todo aquello que hace al “ser nacional”;
lo observamos en los Celtas, Vascos, Gascones, Musulmanes de la ex URSS,
Germanos en Polonia y las Rcas. Checa y Eslovaca, Magiares en Rumania y las
diversas nacionalidades de la ex Yugoslavia etc.; cuya fuerza unificadora
trasciende la de los límites impuestos por el poder de sus Estados nominales.
Ahora bien, repetimos que
estamos en un mundo de integración planetaria; e integrar significa unificar
bajo el mando de un centro de poder único, y el proceso pacífico es muy lento
pues encuentra resistencia nacionalista, tanto de las soberanías operantes como de los “factores iconográficos”
observados por la geógrafa Jean Gottmann
(4), quien ha expresado que “al
universalismo de las fuerzas materiales las sociedades humanas oponen un
sistema de resistencia al cambio”; y ha calificado de “iconografías” a esos
factores de resistencia nacionalista, los que están formados por tres elementos
esenciales que actúan en simbiosis: a) la
religión o credo filosófico común al grupo humano; b) el culto por un pasado común; y c) el apego del grupo humano a un sistema de vida y a una
organización político-social determinada. Éstos tres símbolos constituyen un
complejo de conjunto de interacciones muy eficaz y muy sensible a las
motivaciones del nacionalismo.
Pero en el mundo actual existe un conflicto entre los espacios
económicos de las grandes unidades (industrias, empresas, grupos de interés,
etc. etc.) y los espacios políticamente organizados de los Estados nacionales. No
hay coincidencia entre los dos. El crecimiento depende ahora de la
interdependencia, es decir, de factores exteriores al espacio institucional.
Las políticas nacionales clásicas están hoy superadas por la revolución
científico-tecnológica y la evolución de la vida económica. Sin embargo, cada
Estado intenta todavía utilizar en provecho propio sus polos de recursos y de
ésta situación deviene el mayor freno impuesto a la prosperidad, que seguirá hasta que el mundo se decida a optar por
una política económica de crecimiento armonizado en escala planetaria. Y es
aquí que debemos considerar la
superación del nacionalismo clásico que en Latinoamérica nos ha traído,
como valor ordenador, el desarrollo económico y la modernización social sobre
la base de los populismos chauvinistas, embriagando a nuestros países con la
utópica esperanza de la industrialización acelerada, el autoabastecimiento, y el
aislamiento de un nacionalismo mal entendido y peor implementado que ha
fracasado hace ya más de medio siglo. Y justamente hace ya medio siglo que François Perroux señaló la importancia
de las tensiones entre
lo nacional y lo funcional, calificándolas de conflicto nación-función, y auguró que dominaría cada vez más nuestros horizontes actuales (5).
Corresponde a nuestra generación superar éste conflicto, ya que estamos ante un
proceso sin duda irreversible, si observamos su evolución desde el “pagus” de
los Romanos hasta el Estado nacional moderno, proceso integrador planetario que
está en marcha y sigue una jerarquía progresiva que puede delinearse de la
siguiente manera: 1) espacio de
libre comercio, caso del Tratado de Montevideo; 2) espacio de unión aduanera, primer paso hacia una integración
económica; 3) espacio de mercado
común, caso del Tratado de Roma y el MERCOSUR; 4) espacio de unión económica que refuerza vínculos de índole
política (Unión Europea); 5) federación
o unión de Estados nacionales en los que los atributos de la soberanía son
detentados, en lo esencial, por un centro único de poder.
En esta etapa histórica de
comienzos del siglo XXI que vivimos, la realidad objetiva del Poder, tal como
la concibe el nacionalismo clásico, gira todavía alrededor de tres metas
principales: la seguridad nacional; el
desarrollo; la voluntad de poderío y prestigio nacionales.
Permanecemos aún dentro del esquema caracterizado por el Estado-Nación,
concepto que apareció después del período feudal y se desarrolló paralelamente
con la primera revolución industrial. Pero es necesario redefinir y superar la
ideología nacionalista clásica porque ya podemos, más que suponer, afirmar, que
el Estado nacional no será la forma definitiva de organización que utilizará el
ser humano para gobernarse , y que el nacionalismo aislacionista y chauvinista,
a pesar de su resurgimiento y recrudecimiento, ha de evolucionar hasta casi
desaparecer, reemplazado por un concepto nacionalista que defendiendo la cultura
y los valores ancestrales de la
Nación, coexista con la idea cada día más acertada del Estado supranacional.
Curiosamente, el reciente
proceso de democratización del Cono Sur pareciera
que tiende a superar la memoria de lo que constituía el interés nacionalista y,
como confusión conceptual, el papel de la burguesía nacional. Aparentemente la
mixtificación que confundió intereses de
carteles empresariales con intereses nacionales e impresionó a grupos importantes
de la izquierda, que se dejaron envolver por esa retórica, está siendo
superada. Y entonces la cuestión del
nacionalismo impregnada por esa visión de los años ’50 que hemos descripto,
se nos aparece así, atrasada y sobrepasada, porque ya no vivimos en esa
sociedad. En la sociedad del conocimiento y la información la economía
simbólica gana espacio. Y allí las fronteras se hacen tenues, exigiendo
definiciones distintas para la legítima defensa de los intereses nacionales;
ahora el punto central se ubica en la conceptualización de la soberanía. La integración es un
proceso inexorable; y el nacionalismo
redefinido tratará de realizar una integración que sea soberana. Vale
decir, que
se preocupará de preservar la base
cultural ajustándola dinámicamente de manera tal que se garantice el sentimiento de unidad nacional y definiendo de qué modo se absorberán las tecnologías
suficientes que permitan sostener a largo plazo decisiones soberanas y al mismo tiempo ofrecer al pueblo un mejor nivel de vida.
Carlos Mateo Balmelli analiza claramente esta cuestión y sienta
postura siguiendo a Margaret Thatcher, al
decir que “se puede ameritar a favor de un internacionalismo construido sobre
la base del Estado-nación. Todo proyecto internacionalista que pretenda
suplantar al Estado-nación no alcanzará los objetivos que se propone. Cualquier
institución supranacional carecerá de la representación política necesaria que
le permita convocar los esfuerzos individuales y colectivos para la defensa y
promoción de las normas civilizadas de conducta internacional”.
“Un proyecto internacionalista
que niegue la función y la pertenencia del Estado-nación en la comunidad
internacional está llamado a perecer y debilitar los elementos configuradotes
del concepto de ciudadanía” Y agrega que “los procesos de redefinición del
Estado que conducen a instancias supranacionales de integración, por más que
tengan un fuerte contenido funcionalista o respondan a necesidades del proceso
económico, son en todos los casos
antecedidos por el proceso político”. Por eso “la voluntad y la decisión
política y el anhelo de asociarse en un nuevo modelo de comunidad
supranacional” debe considerarse “como
un presupuesto que no niegue al Estado-nación
y que tenga como primer fundamento el poder local, fundado y organizado en el
régimen jurídico del Estado-Nación”(6). Y éste pensamiento de Mateo se completa
con el análisis de la descentralización, tanto a nivel local como global: “Si
bien se observa un proceso de globalización económica, al mismo tiempo se puede
afirmar que se produce una localización de los procesos administrativos… De tal
manera que las grandes políticas se resuelven a nivel global, pero la gestión
de asuntos operativos se lleva a cabo, cada vez más, localmente… Necesidades de
naturaleza funcional, ‘low politics”, que requieren de una respuesta rápida y
efectiva, agotan la capacidad operativa y resolutiva del Estado-nación
concebido en su concepción tradicional”(7). Y terminamos esta sinopsis de
sus ideas con la cita certera que hace de Daniel
Bell: “The nation-state is becoming too small for the big problems of the
life and too big for too small problems of life”. (El Estado-nación se está volviendo demasiado pequeño
para los grandes problemas de la vida y muy grande para los pequeños problemas
de la vida).
N O T A S
(1)
Príncipe Metternich: Citado por Henry Kissinger en “Un Mundo Restaurado”; p.
253; Fondo de Cultura Económica; México D.F., 1973.-
(2)
Manifiesto publicado en el Diario “El País”; p. 1, año III, Nº 835; 11 de
Agosto de 1904.-
(3)
I. Deane Jones: “La Revolución Inglesa”;
p. 431; Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1968.-
(4)
Norberto Bobbio y Nicola Matteucci: “Diccionario de Política”; T.I. p. 373 y
ss. Loc. Cit. et passim; Siglo Veintiuno Editores; México D.F., 1981.-
(5)
Ibídem.
(6)
Leandro Prieto Yegros: “Ideología del Partido Colorado”, en “Ideología de los
Partidos Políticos del Paraguay”, p. 261, loco citato et passim; Editorial
Cuadernos Republica nos; Asunción, 1987.-
(7) Ibídem: p. 262 y ss., loc.
cit. et passim.-
(8)
Alexandr Soljenitsin: “Archipiélago Gulag”; obra en que el escritor ruso
describe los campos de concentración de la época de Stalin; Plaza & Janés
S.A. Editores, Barcelona, 1976.-
(9)
Hanns Albert Steger: “Conferencia auspiciada por el Instituto Paraguayo de
Estudios Geopolíticos e Internacionales” (IPEGEI); Centro Cultural Paraguayo-Alemán;
Setiembre de 1991.-
(10)
Jean Gottmann: Citada por André Hillion en “Espacios Económicos y Poder”; Edit.
Pleamar; Buenos Aires, 1978.-
(11)
François Perroux: “L’économie du XXeme Siecle”; P.U.F.; París, 1964.-
(12)
Carlos Mateo Balmelli: “Los Procesos Internos y la Globalización”; pp.
35-36; Editorial Don Bosco; Asunción,
1997.-
(13)
Ibídem: “El Desarrollo Institucional”; p. 140; El Lector; Asunción, 1995.-
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