sábado, 16 de noviembre de 2013

IDEOLOGIA DEL PARTIDO COLORADO


                    IDEOLOGÍA DEL PARTIDO COLORADO
                Colorado el gran Partido Nacional Republican        
                ha upéa querido hermano la tradición nacional 
                                  “Polka Colorada” 
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                En el “Suplemento Cultural” de ABC Color del 6 de Enero de 2013, el ideólogo liberal Víctor Oxley Ynsfrán al responder a un artículo de la analista Fátima Villalba, quien se reveló gran admiradora del intelectual colorado Natalicio González, afirmó que desde sus inicios el Partido Colorado era de “ideología Liberal” y que con Natalicio “fue rehecho ‘nacionalista’ al modo de los fascistas y, desde ello, adoptaron el ideal de la República, pero al tenor de Franco, Hitler o Mussolini”(sic). Ésta es una respuesta republicana para poner las cosas en su lugar.
               Los fundamentos ideológicos del coloradismo estriban en el Nacionalismo, el Republicanismo y el Agrarismo, enmarcados dentro de la Democracia Social, que pasaremos a exponer someramente, así como lo haremos con los de su antagonista histórico: el Liberalismo.
               El Nacionalismo ideológico tiene su origen en Fichte, quien formula sus postulados nacionalistas en sus “Discursos a la Nación Alemana”, como reacción a la ocupación napoleónica que enarbolaba la ideología liberal. Se forma sobre las ruinas del Estado Feudal donde la soberanía pertenecía al Monarca, luchando por dar a los pueblos conciencia de su unidad a través de la atribución de los mismos derechos a todos los individuos haciendo que la soberanía pertenezca a la Nación, reconociendo el derecho que tiene cada pueblo a ser dueño de su propio destino sin interferencias por parte de otros Estados. Existe, pues, una contradicción insuperable entre la fidelidad a la nación, la ideología que justifica el principio de que en todo grupo humano se pueden detectar características esenciales que lo distinguen del resto de la humanidad, y el pretendido universalismo, con su consecuencia internacionalista, de las ideologías liberales, socialistas o comunistas. Pero huelga decir que el Nacionalismo Republicano no tiene ninguna relación con el Fascismo o el Nazismo, ni tampoco está limitado a los confines nacionales del Chauvinismo, pues para nosotros la nación y humanidad no son términos contradictorios, sino complementarios. El nacionalismo de Natalicio González estuvo influido por la Action Française de Barrès y Maurras que de ningún modo era Fascista, y además Oxley comete su primer gran error al calificar a Francisco Franco de Republicano puesto que siempre fue Monárquico, así como tampoco fueron republicanos Hitler ni Mussolini.
               En cuanto al Republicanismo, ello no es “sinónimo de liberalismo”, como se ha dado en decir por algunos supuestos “ideólogos”, sino del “bien común”, que arranca de Cicerón, quien puntualizó conceptualmente el significado de “res pública” (cosa del pueblo) cuando dice que por pueblo debe entenderse “non omnis hominu coetus quoquo modo congregatus, sed coetus multitudinis iuris consensu et utilitatis comunione sociatus”; es decir que no es la unión de todos los hombres congregados de cualquier modo, sino la unión por el interés común y el consenso a una Ley, y añadía que “el interés que vincula a la comunidad tiene primacía sobre el individuo” (De República: T. I. p. 25 ); algo diferente al individualismo libertario liberal. Al destacar como elementos distintivos de la República “el interés común” y el consenso a una “Ley común”, Cicerón concluía oponiendo la República no sólo a la Monarquía sino “a los Gobiernos injustos”, a los que San Agustín llamará después magna latrocinia.                              
               La vinculación del republicanismo y la cuestión social estaba, pues, presente en el concepto romano y adquiere más unidad de criterio en el pensamiento político moderno donde, con Maquiavelo primero y Montesquieu después, entre otras cosas se expresa claramente que en la República debe haber una relativa igualdad, y también virtud que lleva a los ciudadanos a anteponer el bien del Estado a su interés particular concluyendo que el orden político en el régimen republicano nace desde abajo, aun en medio de los disentimientos, con tal que tengan canales institucionales para expresarse. Y siguiendo estos lineamientos ideológicos, el Partido Nacional Republicano llevó siempre a la práctica la conexión del republicanismo con la preocupación por la cuestión social, como lo demuestran los ejemplos históricos que daremos más adelante.
               El Agrarismo tiene su origen ideológico en la Revolución Mexicana con el precepto que: “La propiedad de las tierras y las aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional, corresponde originariamente a la nación, la cual tiene el derecho de transmitir el dominio de ellas a los particulares, reservándose las limitaciones que considerase necesarias a la propiedad privada en aras de la distribución de la riqueza”; también distinto al derecho de “uso y abuso” de la propiedad que reconocía el Código Liberal de Napoleón. El Agrarismo fue elevado al máximo nivel ideológico por Juan León Mallorquín desde los comienzos del siglo XX y luego por Natalicio.
               En fin, en el origen Democrático-Social del Partido Nacional Republicano –que movió a Ignacio A. Pane a declarar que no hacía falta fundar un Partido Socialista en el Paraguay pues ya existía el Partido Nacional Republicano, reorganizado en 1908,  que se ocupaba de la Cuestión Social se observa el Conservadurismo ideológico, que nada tiene que ver con el Conservadurismo Neoliberal reaccionario de los Partidos Conservadores Europeos y Norteamericanos actuales, y  surgió como respuesta al Iluminismo
liberal que hacía del ser humano una criatura exclusivamente histórica, negando sus valores trascendentes y hacía de la razón el metro de lo real, siendo el poder político un límite a superar, un momento represivo que no tiene realidades propias. Es por eso que el Liberalismo es internacionalista, laicista, antitradicionalista y considera al Estado un mal necesario por lo cual pretende reducirlo a su expresión mínima, pues se caracteriza (el Liberalismo) por una concepción para la cual el individuo y no los grupos constituyen la verdadera esencia, porque los valores individuales son superiores a los colectivos. El Conservadurismo ideológico, en cambio, partía de un límite intrínseco al hombre y veía por eso en el Poder del Estado un momento necesario de la sociedad, ligado a la perfección humana, que sin él caería en la anarquía. El Estado es el cemento de la sociedad, el gran conservador del equilibrio, y se trata de controlarlo por la Ley antes que destruirlo, como condición imprescindible de la convivencia social, “conservando las tradiciones y las conquistas sociales” –como lo expresara Ricardo Brugada (h) en la Asamblea de la A.N.R. del 9 de Febrero de 1902– buscando mejorar constantemente pero en forma paulatina, dentro del marco de una reforma cuidadosamente estudiada, sin revoluciones ni políticas de “shock”. Esto es lo que decían en épocas históricas muy distantes el Príncipe Metternich y el Dr. Federico Chaves. “Ser Conservador –escribió Metternich en 1821– no requiere volver a un período anterior, ni la reacción, sino reformas cuidadosamente consideradas. El verdadero Conservadurismo implica una política activa. Pero la reforma debe ser producto del orden y no de la voluntad; debe afirmar la universalidad de la ley contra la contingencia del poder”(1). Y Chaves, junto con Epifanio Méndez , hablaba del “orden para la libertad”. Y es también lo que entendía el General Bernardino Caballero cuando afirmaba en ese su “testamento político” que fue su Manifiesto del 11 de Agosto de 1904: “El Partido Nacional Republicano, que es la escuela conservadora de la política paraguaya… Nuestro Partido con el concurso de todos los intereses conservadores del país…  Nuestro gran Partido netamente paraguayo…”(2). He aquí la prueba indiscutible del origen ideológico conservador y nacionalista del Partido Colorado.
               Es que ya desde la “Gloriosa Revolución” Inglesa de 1688-89, surgió con fuerza el implacable juego de los Partidos Políticos, y la división entre los Torys (Conservadores) y los Whigs (Liberales) se agudizó desde el principio, cuando en 1675 fue fundado en Londres "The Green Ribbon Club" (El Club de la Cinta Verde) que se convirtió en el núcleo de los que ya se autodenominaban "El Partido del País" y representaban los intereses de la ascendente clase media de comerciantes, importadores, exportadores, profesionales e industriales que cuestionaban el modelo paternalista cristiano-medieval favorable a los Gremios de Artesanos y Trabajadores, y las trabas a la libre actividad económica del Mercantilismo sostenido por la Corona, exigiendo también más Poder para el Parlamento con disminución de las Prerrogativas Reales, siendo su Líder Anthony Ashley Cooper, Primer Conde de Shaftesbury y uno de los primeros ideólogos del Liberalismo junto con John Locke ("Tratado sobre Gobierno Civil": Primer y Segundo). Frente a ellos se erguía el Partido de la Corte, autodenominado también "El Partido Honrado" que defendía la supremacía del Poder Real y representaba a los Caballeros terratenientes y los pequeños hidalgos rurales así como a los artesanos y obreros beneficiados por los privilegios que sus Gremios habían obtenido de las Monarquías; sus principales ideólogos primigenios fueron Henry St. John, Vizconde Bolingbroke ("Carta sobre el Estudio de la Historia e Idea de un Rey Patriota") y Edmund Burke ("Reflexiones sobre la Revolución Francesa"). Para 1680, sin embargo, ambos Partidos ya eran conocidos como Whig (abreviación de una palabra escocesa Whigamore que significaba "bandolero") y Tory (palabra irlandesa que significaba "ladrón") que con buen humor las adoptaron  y luego se expandió al resto del mundo como Liberales y Conservadores.
          Según un eminente catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Cambridge: "...El Partido Tory enseñó que los fundamentos de la sociedad eran algo más que la conveniencia y el contrato (afirmación Whig), que la sociedad era un organismo moral, unido por una tradición y por sentimientos de lealtad que no podían ser violados o ignorados impunemente. En la reacción Whig se vieron disminuidos tanto los indispensables poderes de gobierno como los instintos sociales de los hombres; los derechos fueron puestos por delante de las obligaciones, la conveniencia por encima de la lealtad, y el individuo en un escalón más elevado que la comunidad. El conservadurismo filosófico de Bolingbroke y Burke era necesario para devolver su dignidad a la Constitución, reviviendo los elementos místicos y tradicionales de la sociedad… El reemplazo de la teoría orgánica de la política (Tory) por el concepto contractual (Whig) debilitó el sentido de obligación política desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX "(3).
               Hay que acotar, sin embargo, que los Partidos Conservadores fueron apartándose de su ideología primigenia y para las primeras décadas del siglo XX, ante el avance y la expansión de la ideología Socialista, reemplazaron a los Partidos Liberales -los se extinguieron o se redujeron a su mínima expresión- tanto en la vida política como en la ideología, convirtiéndose en lo que son hoy el Partido Conservador Inglés, los Partidos de signo Conservador del continente europeo, y el Partido Republicano de los EE.UU. (que ha abandonado el Nacionalismo Republicano Progresista de Lincoln y Mark Hanna): Partidos reaccionarios neoliberales.
               Pero Blas Garay, Fulgencio R. Moreno e Ignacio A. Pane, ya a principios de 1890, evitaron que el Partido Colorado se convirtiera en un Partido Conservador al poner énfasis en el Republicanismo con su ideología de Democracia Social, al que más de dos décadas después Juan León Mallorquín agregaría el Agrarismo y Natalicio González el Nacionalismo.
                            2.- CONSERVADURISMO IDEOLÓGICO.

       Queremos ahondar más en este tema porque los ideólogos Liberales, como Víctor M. Oxley Ynsfrán y también algunos prestigiosos intelectuales Colorados, como Julio César Frutos (Papuchín) -en el "Diario HOY", 1er. Cuaderno, del Viernes 9 de Septiembre de 1994-, el actual Canciller Eladio Loizaga -"ÚLTIMA HORA", Sábado 10 de Septiembre/94- y Bernardino Cano Radil (Bebito) -en el Programa "Polémica al Atardecer" de "Radio 970"-  y otros más, sostienen que el origen ideológico del Partido es de raíz liberal a tal punto que el ex-Senador Miguel Ángel Ramírez, hace pocos años, afirmó con todo desparpajo ante las cámaras de televisión: “El Partido Colorado es un Partido Liberal”(!!). Nada más opuesto a la verdad como ya lo aclaró, según hemos visto, el propio Gral. Bernardino Caballero, aleccionado tal vez por el eminente ideólogo anti-liberal de la época Juan Crisóstomo Centurión. Aquellos se basaron en una frase, sacada totalmente de contexto, del Dr. Ignacio A. Pane en la Convención Partidaria del 25 de Noviembre de 1918, en la que expresó: "...El Partido Republicano ha sido el único liberal y el único democrático que hasta ahora ha gobernado el Paraguay, y... cuando vuelva, tarde o temprano, al Poder... ha de ser todavía más liberal y más democrático...", ignorando completamente que Ignacio A. Pane no se refería al aspecto ideológico ni socioeconómico, sino que respondía de esta forma a las críticas de los Liberales Radicales que acusaban al Coloradismo de ser un Partido contrario a la libertad y a la democracia, favorable a la tiranía y al totalitarismo. Prueba de ello la tenemos en que en el mismo discurso puntualizó, aclarando: "...desde diez años antes de la caída en 1904, ya hacía yo la oposición en la prensa... con mi firma... NO, POR CIERTO, COMO LIBERAL... Soy partidario decidido de la doctrina de la solidaridad social, en eso se encuentra uno de mis ideales de SOCIALISTA... de la solidaridad voluntaria, reflexiva, CONCILIABLE CON LA LIBERTAD... Enarbolemos, pues, como bandera partidaria lo bueno del pasado Colorado, a saber:... respeto al derecho de los humildes, del obrero y de la mujer; no caer como un PONTÍFICE LIBERAL en el fanatismo antirreligioso... Natural es que, por tradición y espíritu corporativo, nuestros adversarios Liberales sigan sintiendo horror al pueblo, a la democracia y al SOCIALISMO".
           Según el famoso “Diccionario de Política” de Bobbio y Matteucci, el Conservadurismo surge sólo como necesaria respuesta a las teorías que, a partir del siglo XVIII, se desprendieron de la visión antropológica tradicional para reivindicar para el hombre la posibilidad no sólo de mejorar sus propios conocimientos y su propio dominio sobre la naturaleza sino, a través de los unos y el otro, de lograr una comprensión cada vez mayor y, por lo tanto, la felicidad. El resultado tendencial de estas teorías –llamadas “Iluminismo” y/o “Progresismo”– es hacer de la historia humana un proceso abierto y ascendente, basado sobre una antropología revolucionaria en la cual el individuo es núcleo activo, capaz de mejorarse haciéndose cada vez más racional.
               Para el precedente pensamiento Cristiano Medieval y el Absolutismo Monárquico el poder político tenía raíces trascendentes y estaba comprendido en una visión de la vida tendiente a subestimar el mundo, lo que se identifica no con el conservadurismo sino con las teorías reaccionarias y que nos muestra la distinta naturaleza de Reacción y Conservadurismo, a menudo erróneamente considerados el uno como la radicalización del otro. La escisión fue en realidad triple, porque el Progresismo iluminista, luego llamado Liberalismo, se separó decididamente –y eso fue lo que dio lugar  al Conservadurismo Ideológico– de toda una serie de posiciones filosóficas, políticas y científicas que sin romper el núcleo más íntimo de la tradición cultural europea (el llamado a valores trascendentes y a la doble naturaleza del hombre) habían modificado en él partes sustanciales. Esto es particularmente visible en el pensamiento del más clásico y mayor representante del Conservadurismo, Edmund Burke (1729-1797). Su ataque al Iluminismo Liberal, no por casualidad provocado por el estallido de la Revolución Francesa, no es un ataque a él en cuanto a filosofía, que a través del vaciamiento sensualista de la metafísica, había hecho del mundo externo el eje del equilibrio espiritual del hombre y, por lo tanto, veía en la acción social el lugar de la autoconciencia humana; porque tal filosofía también formaba parte de su mundo cultural. Su reacción se dirigió sobre todo a la idea activa que los iluministas tenían de la razón individual, que la hacía metro de lo real, con la consecuencia de que ésta no se desenvolvía simplemente en el mundo social sino que se hacía su juez y podía pretender modificarlo en nombre de sus propios valores autónomos.
               Burke representa las posiciones de aquellos intérpretes y protagonistas de los profundos cambios sociales, económicos y culturales acontecidos en la escena europea sobre todo a partir del siglo XVI, que habían comenzado una mundanización de la vida pero sin faltar a sus compromisos con el ideal de un universo moral fijo y ligado a un sistema de valores trascendentes. 
               Decidido adversario del radicalismo iluminista liberal como revolución inmanentista (lo inmanente se opone a lo trascendente), y por lo tanto de todo tipo de progresismo liberal, Burke comparte con él sin embargo la parte mundana, cree que el hombre se realiza en la sociedad y que esta última tiene normas y exigencias propias que están determinadas con técnicas independientes de las usadas para conocer los imperativos del orden trascendente. Es a causa de la existencia de este terreno que se desarrolla la dialéctica conservadurismo-liberalismo correspondiente  a dos interpretaciones de la función de la política, causadas por el diferente énfasis dado al valor en el conocimiento científico y al significado de la progresiva desintegración del orden jerárquico en la sociedad. Al mismo tiempo, en efecto, la tesis liberal hacía del hombre una criatura exclusivamente histórica y capaz de adecuarse en la vida práctica a niveles de conocimiento cada vez más elevados, a los cuales correspondían formas nuevas y óptimas, por ser racionales, de convivencia social; la tesis conservadora consideraba la naturaleza humana inmodificable por la acción práctica, porque basaba sus raíces en una realidad extrahumana –la voluntad divina– con la consecuencia de que ni el conocimiento ni la acción política podían ser totalmente liberadores.
               El Conservadurismo Ideológico se ha puesto, de vez en cuando, como defensor de los equilibrios de poder capaces, si se hacen estables, de satisfacer las necesidades humanas. No obstante, todo el conservadurismo parece, en estos casos, haber aceptado la tesis de un continuo desarrollo de la humanidad; pero, lo que lo hace contrario a los fines del progresismo liberal, es la interpretación que de ella (la tesis) se da, como progreso evolutivo por acumulación de conocimiento y experiencias –no como superación dialéctica del pasado– o como teoría comunitaria que haciendo de la sociedad la fuente de existencia individual, da al poder político el derecho de guiar a los individuos en el camino del progreso. En ambos casos se niega el núcleo más íntimo del progresismo liberal, es decir la autonomía histórica del individuo.

                3.- CONSERVADURISMO IDEOLÓGICO Y PODER POLÍTICO.

               Alternativo al Progresismo Liberal, contrario a un planteo radical de los problemas políticos, incierto en cuanto a las posibilidades de desarrollo autónomo de la humanidad, el Conservadurismo Ideológico ha pensado y profundizado mucho más que el Liberalismo el problema del poder político. “Se trata de un hilo rojo que corre a lo largo de la historia del Conservadurismo y cuya importancia para la comprensión de éste último es capital”(4).
               La perspectiva histórica abierta del Liberalismo es, en efecto, tendencialmente apolítica, en cuanto cree que el hombre, como ser fundamentalmente libre  y racional, es capaz, en potencia, de crear comunidades donde la coacción está ausente y domina una espontánea cooperación. El poder político se hace así un límite a superar, un momento represivo que no tiene realidades propias y cuyas verdaderas formas es necesario volver a buscar en intereses egoístas y en la explotación ligados al todavía imperfecto estado de la sociedad. El Conservadurismo, en cambio, que parte de la conciencia de un límite intrínseco al hombre, lejano y alejable, pero siempre presente, es conducido a ver en el Poder, en la coacción política, un momento necesario de la sociedad íntimamente ligado a la perfección humana. “Profundamente ambiguo y demoníaco, el poder político es, para el Conservadurismo, el cemento de la sociedad que, cualquiera sea la estructura, sin él caería en la anarquía”(5). Al mismo tiempo, sin embargo, justamente en cuanto confiado a los hombres, el Poder es intrínsecamente tiránico si no es controlado. De ahí la constante preocupación por los mecanismos políticos de limitación del poder y, sobre todo, por la supremacía de la ley que, a menudo, el Conservadurismo eleva a tabú intocable en cuanto instrumento primario de estabilización de los procesos sociales. En esta defensa del Poder Político –y, por ende, del Estado, que se trata de controlar y no de destruir– como condición imprescindible de la convivencia social, el Conservadurismo Ideológico  ha hallado el modo de reaccionar contra la reducción a interés egoísta o a problema organizativo hecho de él por el Liberalismo.



 4.- REPUBLICANISMO, DEMOCRACIA SOCIAL Y CUESTIÓN SOCIAL.

               Dos prominentes Colorados, Ignacio A. Pane y Ricardo Brugada, fueron quienes acompañaron, con su apoyo, al movimiento obrero en su lucha por legítimas reivindicaciones sociales. En 1911 Ignacio A. Pane presentó al Parlamento un proyecto  que establecía el régimen de las 8 horas de trabajo. En 1917, presentó otro proyecto  sobre “arbitraje obligatorio” y la creación del Departamento Nacional del Trabajo. Por su parte, Ricardo Brugada fue honrado con el título de Socio Fundador del “Centro Obrero” en 1907. Colaboró con los sindicatos en varias huelgas, algunas de la cuales lograron resonantes éxitos, como la de los tranviarios.
                 Ignacio A. Pane expresó, en un estudio divulgado en 1916, que el Partido Nacional Republicano se había adelantado en materia social, al incorporarla a su Programa. Se refería al proyecto de jornada de 8 horas y a la necesidad de leyes que consagren la situación del obrero ante los accidentes de trabajo, los seguros de vejez y de invalidez, etc. Y agregaba: “Se me dirá en este punto que para eso se puede formar el Partido Socialista. Y yo contestaré: es que en el país ya está formado ese Partido. Es el Nacional Republicano, reorganizado desde 1908, con jóvenes y viejos preocupados con la cuestión social…” “Es evidente que el socialismo nacional de Pane –sin ningún parentesco marxista, analizando el contexto de su exposición– implicaba la adopción de una nueva legislación social y un mejoramiento integral de la sociedad, en beneficio de los sectores más débiles. A ese respecto, el propio Pane aclara que ‘…no pretendemos suprimir de golpe y porrazo el capital, sino transformarlo, mejorarlo. Puesto que lo más apremiante para nosotros es mejorar la posición económica, jurídica, y, en general, social del trabajador, del obrero. Puesto que más armonizados estarán los intereses de la sociedad, cuanto mejor se enlacen y combinen ambos’…” (“Política y Obreros”. En Revista “Cultura”, órgano del Centro de Cultura Paraguaya “Bernardino Caballero”; Septiembre de 1946; Nº 36, pp. 26 y 28-29) (6).
               Esta actitud de solidaridad con la suerte de los trabajadores no es, en modo alguno, una actitud demagógica. Bajo el Gobierno del General Bernardino Caballero fue promulgada la primera Ley Laboral de nuestra historia. Esta Ley fue promulgada por Caballero el 18 de Julio de 1884. Más adelante, el 22 de Mayo de 1891 fue fundado el primer Sindicato de Obreros Paraguayos, también bajo un gobierno colorado. Más adelante, el 7 de Noviembre de 1902 fue establecido el descanso dominical y en días feriados de empleados y obreros. En esa época, El Senado era presidido por Bernardino Caballero, quien respaldó decididamente el proyecto, el cual se debió a una iniciativa de la Asociación de Empleados de Comercio, presidida por un colorado, Don  Jorge López Moreira.
               Debe notarse el contraste con la actitud liberal, pues, por la misma época, Cecilio Báez, eminente doctrinario de esa corriente, afirmó: “No existe el pretendido conflicto entre el capital y el trabajo, como han dado en afirmar algunos”(7).
               El Programa de 1938 contenía varios puntos destinados a resolver la cuestión social, incluyendo las vacaciones anuales pagas, que no existió durante todo el largo predominio del Partido Liberal, así como los contratos colectivos, defensa de la maternidad, reglamentación del trabajo en yerbales y obrajes, prohibición del pago en especies, seguridad social, etc. Y el Programa aprobado el 23 de Febrero, por la Convención Partidaria de 1947, desarrollaba el de 1938, añadiéndole nuevos elementos, sobre todo en lo referente a la igualdad de sexos y protección de la mujer. Esta es una breve reseña de una larga serie de conquistas que interrumpimos para no aburrir al amable lector.

       5.- DIVERGENCIAS IDEOLÓGICAS CON EL LIBERALISMO Y EL
            SOCIALISMO.

               Aunque hemos ya expresado brevemente las diferencias ideológicas que separan al Nacionalismo Republicano del Liberalismo al analizar el Conservadurismo Ideológico, vamos a puntualizar algo más en forma muy esquemática para rematar la cuestión: 1) la característica principal del liberalismo es el individualismo, frente a la solidaridad republicana. 2) el Internacionalismo liberal ante el Nacionalismo republicano. 3) el laicismo liberal, fruto del racionalismo; y la defensa de la religiosidad y el sentido de trascendencia que hace el social-republicanismo colorado. 4) la “audacia”: el Liberal es audaz, lo que lo hace ir a políticas de “shock” tanto en lo económico como en lo social; en cambio, la “prudencia” domina la conducta del Nacionalismo Republicano, con una política “paso a paso” contraria a un planteo radical de los problemas políticos, económicos y sociales. 5) Estado reducido al mínimo: El Liberalismo conceptúa al Estado como un peligro potencial para la libertad del individuo y de la sociedad. Un crecimiento del Estado –dice– genera una “clase”: la Burocracia, que tiende a ampliar su poder y privilegios en detrimento de las libertades e intereses ciudadanos; esa burocracia tiende a la corrupción y busca crecer cada vez más llevando al gigantismo estatal; es una clase perversa y totalitaria. El Coloradismo propende a un Estado regulador fuerte; la realidad del Estado encuentra justificación en la aspiración de organizar socialmente la libertad. El Estado existe para que el Poder no sea el simple dominio de los intereses de un sector, partido, clase o grupo sobre el resto de la sociedad. 6) El liberalismo busca un Estado meramente subsidiario, “mirón”. El coloradismo, un Estado benefactor, asistencial, conservador de las conquistas antes que reducirlas.
 7) El Liberalismo cree en el “Darwinismo social” y en el “Malthusianismo” mientras que el Republicanismo los rechaza por pesimistas y cree en un Estado más compasivo y asistencial. Recordemos que el Estadista Conservador Bismarck fue el primero en instaurar el Seguro Social obligatorio en Europa al hacerlo en la Alemania imperial del último tercio del siglo XIX (1870).
 8) El Liberalismo es partidario de la “libertad negativa”, en contrario el coloradismo lo es de la “libertad positiva”. Esta distinción se la debemos a un sabio Profesor de la Universidad de Oxford: Isaiah Berlin (fallecido en 1997), que la esbozó en su discurso inaugural del año académico, en Oxford, en 1958. Esta tesis ha sido universalmente aceptada, aunque muchos de los que usan estos conceptos ignoren a su autor. La libertad “negativa” es aquella que se entiende en función de lo que la niega o limita: la coerción. “Soy más libre cuando menos entes o personas se encuentren para decidir mi vida de acuerdo al criterio propio”. “Mientras menos autoridad se ejerza sobre mi conducta, más libre soy”. Éste es un concepto más individual que social y absolutamente moderno. Nace en sociedades que han alcanzado un alto nivel de civilización y una cierta afluencia. Quienes defienden esta noción de libertad ven siempre en el Poder el peligro mayor y proponen por eso que su radio de acción sea mínimo, el indispensable para evitar el caos. La libertad “positiva” no quiere limitar la autoridad, sino adueñarse de ella, ejercerla. Esta noción es más social que individual pues sostiene que la posibilidad que tiene el individuo de decidir su destino está supeditada a causas sociales. ¿Cómo puede un analfabeto disfrutar de la libertad de prensa? ¿De qué sirve la libertad de viajar a quien vive en la miseria y no puede salir de su casa? Para esta noción “positiva” hay más libertad en términos sociales cuando menos diferencias se manifiestan en el cuerpo social, cuanto más homogéneo es el nivel económico y cultural de una comunidad.
               Lo importante de estas dos concepciones de la libertad no es la sutileza intelectual que ha permitido diferenciarlas; son los horrores que cada una ha producido cuando ella sirvió para organizar a la sociedad de manera exclusiva, prescindiendo totalmente de la otra libertad. El “Archipiélago Gulag”(8) de los “paraísos socialistas” es el resultado de una libertad meramente social, que desprecia la libertad negativa, aquella que defiende al individuo contra la autoridad. Y las monstruosas desigualdades sociales y económicas y las iniquidades de la explotación de ciertas sociedades, son la consecuencia de cifrar todo el progreso en la libertad “negativa”, desdeñando por entero la “positiva”. Para Isaiah Berlin ambas libertades son incompatibles, como el agua y el aceite. El verdadero progreso, sin embargo, está en no permitir que una suprima del todo a la otra, en mantener a ambas vivas, vigentes, en una difícil transacción, que debe irse remozando sin tregua.
 9) Durante el predominio Liberal en la Inglaterra del siglo XIX existía el “voto censitario” según el cual sólo podían votar quienes superaban cierta cuantía económica, con lo que cinco de seis adultos varones quedaban excluidos de este derecho; pero el Conservador Disraeli consiguió, en 1869, que el Parlamento aprobara la Ley de Reforma Electoral, que permitía votar a todos los varones mayores de edad; era el comienzo del “voto universal”.
               En fin, para el coloradismo la verdadera libertad es colectiva. La cuestión no reside en ser un individuo sino en pertenecer a un grupo que sea libre. La libertad no consiste, entonces, en liberarse de los otros sino en liberarse con los otros y cambiar las estructuras de la sociedad. La idea que la libertad no pueda ser sino colectiva se ha vuelto hoy una verdad fundamental: o la libertad es un hecho de la colectividad o bien ya no se la considera como un valor importante, porque el individualismo es esencialmente reaccionario, y es también evidente que la libertad no puede jamás ser una propiedad individual; lo colectivo es, al mismo tiempo, la ocasión de la libertad y la posibilidad de la libertad. Por otra parte, es un error pensar que la libertad pueda ser institucionalizada: en esta dirección han actuado los liberales. No hay que olvidar que el liberalismo político es, en definitiva, la tentativa de inscribir la libertad en las instituciones; pero la institución es por sí abiertamente negadora de la libertad, en la misma medida en la cual tiende a ser organización, sistema, autoridad; en esa sociedad no puede haber otra libertad que no sea aquella admitida por el Poder. Los liberales, en cambio, han creído que es posible incluirla en el sistema institucional, y se esfuerzan por idear mecanismos institucionales de autocontrol; pero éstos están integrados en el sistema del poder y pueden siempre ser cambiados; por eso la libertad institucionalizada es la más frágil de todas: conocemos bien el apotegma famoso: “ninguna libertad para los enemigos de la libertad”, como suele repetir siempre el hasta hace poco Presidente del Senado, Alfredo Luis Jaegli.
               En cuanto a las divergencias con el Socialismo, primero es menester referirnos a las distintas clases de socialismo. Al principio todos se llamaban “Partidos Social Demócratas” y en ellos, la influencia de Marx se extendió desde el “Manifiesto Comunista” (1848) hasta inclusive la formación de la II Internacional en 1889, pues la I Internacional, fundada por Marx en 1864, había prácticamente desaparecido por sus fracasos tácticos; pero la II Internacional también adoptó las tesis marxistas que pregonaba la lucha de clases y la revolución. Ya entonces existió la diferencia entre “Socialismo” y “Comunismo” expuesta por Marx en su “Crítica del Programa de Gotha” y fue explicitada por Lenin en su obra “El Estado y la Revolución” en 1917. Pero en sus orígenes la influencia revolucionaria marxista fue considerable y la encabezaba el “Partido Social Demócrata Alemán”, en el cual, sin embargo, pronto se planteó la polémica entre Revolución o Reformismo. El teórico de esta última concepción fue Eduard Bernstein (1850-1932), quien había sido secretario de Engels, y en 1899 publicó “Problemas del Socialismo y las Tareas de la Socialdemocracia”, obra en la que manifestó su desacuerdo con las tesis marxistas que pronosticaban la creciente concentración industrial en el capitalismo, la agudización de las crisis económicas y la creciente miseria de la clase obrera. Bernstein observó que a fines del siglo XIX se estaba produciendo lo contrario a una polarización de clases y estaba surgiendo una importante clase media junto a una elevación del nivel de vida de los obreros. Basado en estas ideas, descartaba la salida revolucionaria y la “Dictadura del Proletariado”, proponiendo una labor reformista a través de la lucha parlamentaria, afirmando que el capitalismo puede ser reformado desde su interior. Las teorías de Bernstein, rechazadas en un principio, fueron adoptadas por la Social-democracia alemana en la década de 1920. Así fue que Lenin, después de la revolución rusa de 1917, llamó a su Partido: “Comunista”; para diferenciarlo de los reformistas social-demócratas.
               Y ahora llegamos a las divergencias ideológicas: Con respecto a los Partidos Comunistas, el Nacionalismo Republicano rechaza enfáticamente la concepción marxista enunciada en el “Materialismo Dialéctico” y el “Materialismo Histórico” por hacer del ser humano un ente sin trascendencia espiritual donde la materia es anterior a la conciencia y lo convierte en un producto meramente terrenal, ateo y condicionado por la economía ( la infraestructura) que determina el intelecto (la supraestructura). Tampoco acepta la lucha de clases, “Motor de la Historia” como lo afirmaba Marx, por ser Policlasista; ni la revolución violenta, porque la Democracia Social Republicana es evolucionista en el marco de una reforma paso a paso pero cuidadosamente estudiada dentro de los marcos legales y constitucionales. No acepta la “Dictadura del Proletariado” por ser democrático, ni tampoco la socialización total de los medios de producción y de consumo por ser partidario de la iniciativa individual en el marco de un “capitalismo social”. Y, para ser breve, digamos que no acepta ningún totalitarismo ni la “exportación de la revolución”. El Estado no lo es todo en la concepción republicana aunque importante por su papel de regulador y equilibrador de la sociedad.
               Y con respecto a la Social-Democracia –con la que el Nacionalismo Republicano tiene bastante afinidad– sin embargo sus diferencias estriban en que aquélla se define como Partido de la Case Obrera, y tiene sus base principal en los Sindicatos; siendo el Republicanismo un Partido policlasista y “Agrarista” con su base en la gran masa del campesinado. Tampoco está de acuerdo con la injerencia excesiva del Estado ni en la subvención generalizada de bienes y servicios que implica altos impuestos y una gran carga tributaria, siendo que nuestro país aún no ha llegado siquiera a los umbrales de la “Economía impulsada por la Inversión” como para intentar políticas económicas de aquellos con un alto grado de desarrollo. Tampoco acepta el desprecio a los valores religiosos tradicionales ni un consumismo materialista exagerado. En resumen, la Social-democracia europea y en especial la de los países nórdicos son ideales a alcanzar pero sin abjurar de nuestros valores sociales, tradicionales y espirituales.


                                 6.- EL NACIONALISMO EN EL SIGLO XXI.

            Después de la Revolución Libertadora del 3 de Febrero de 1989, el Paraguay se reinserta en la comunidad internacional. El aislamiento que la política de la Dictadura Stronista había impuesto al Estado paraguayo, con el “manto de silencio” que tantos dividendos le diera para escapar a los ojos críticos de las Democracias, daba lugar a una apertura sin precedentes de la política exterior nacional. Y es en este marco inédito, que debemos plantearnos una redefinición del concepto de nacionalismo.
               La apertura democrática paraguaya, la caída del socialismo marxista en Europa del Este y el surgimiento de un “Nuevo Orden Internacional” con el liderazgo unipolar de los EE.UU. plantean al nacionalismo clásico el problema de adecuarse a un mundo cada vez más interdependiente, donde se apunta hacia la conformación de un “Estado Mundial” de Poder planetario, supranacional, en el que todas las decisiones nacionales, por más particulares que puedan parecer, tienen su impacto, su resonancia y su reacción en el seno de la comunidad internacional que cobra, en su conjunto, una gran relevancia.
               Ya se trate de quienes privilegian factores internos al “Estado-Nación” o de quienes prefieren los factores sistémicos, lo evidente es que ya estamos inmersos en un “Nuevo Orden Internacional” en que se cierra un ciclo histórico caracterizado por el dominio estratégico militar de la URSS-EE.UU. y por la hegemonía norteamericana en la economía.
               En éste nuevo orden, es necesario redefinir el papel de los Estados Nacionales, el concepto de soberanía absoluta, la ideología del Nacionalismo, los alcances y los límites de la integración, la política cultural, la reforma del Estado, las nuevas formas de organización económica, la relación Estado-Sociedad y el “juego” de la política latinoamericana y paraguaya. Hoy día, el Estado nacional conserva aún el carácter de espacio integrado bajo un poder de decisión edificado alrededor de un sistema institucional que emana, por lo menos teóricamente, de la voluntad de sus habitantes. Y dado que para el Nacionalismo el Poder del Estado es incontestable pues constituye la soberanía, los diferentes espacios nacionales se hallan en situación de competencia, la que conduce a los Estados a tomar decisiones, muchas veces considerando objetivos basados en la voluntad de poderío, prioritarios a los del bienestar de las poblaciones.
               Así fue como los Estados con Gobiernos de ideología nacionalista han tenido que elegir –como Poder supremo de decisión– entre mejorar las condiciones de vida dentro del marco del espacio o utilizar los recursos del mismo para alimentar la capacidad de su propio poder, poniendo así en peligro, más o menos a largo plazo, su estabilidad y su verdadero desarrollo socioeconómico. Pero el nacionalismo del “Estado-Nación” se halla en crisis, y según el geopolítico alemán Hanns Albert Steger (3), hasta como obstáculo a la integración, mientras aumenta la influencia de lo que podríamos llamar, en una originalidad semántica, “el nacionalismo regional”, compuesto por aquéllas nacionalidades que aún sin tener un Estado nacional soberano, están unidas por su historia, raza, cultura, idioma y todo aquello que hace al “ser nacional”; lo observamos en los Celtas, Vascos, Gascones, Musulmanes de la ex URSS, Germanos en Polonia y las Rcas. Checa y Eslovaca, Magiares en Rumania y las diversas nacionalidades de la ex Yugoslavia etc.; cuya fuerza unificadora trasciende la de los límites impuestos por el poder de sus Estados nominales.
               Ahora bien, repetimos que estamos en un mundo de integración planetaria; e integrar significa unificar bajo el mando de un centro de poder único, y el proceso pacífico es muy lento pues encuentra resistencia nacionalista, tanto de las soberanías operantes  como de los “factores iconográficos” observados por la geógrafa Jean Gottmann (4), quien ha expresado que “al universalismo de las fuerzas materiales las sociedades humanas oponen un sistema de resistencia al cambio”; y ha calificado de “iconografías” a esos factores de resistencia nacionalista, los que están formados por tres elementos esenciales que actúan en simbiosis: a) la religión o credo filosófico común al grupo humano; b) el culto por un pasado común; y c) el apego del grupo humano a un sistema de vida y a una organización político-social determinada. Éstos tres símbolos constituyen un complejo de conjunto de interacciones muy eficaz y muy sensible a las motivaciones del nacionalismo.
               Pero en el mundo actual existe un conflicto entre los espacios económicos de las grandes unidades (industrias, empresas, grupos de interés, etc. etc.) y los espacios políticamente organizados de los Estados nacionales. No hay coincidencia entre los dos. El crecimiento depende ahora de la interdependencia, es decir, de factores exteriores al espacio institucional. Las políticas nacionales clásicas están hoy superadas por la revolución científico-tecnológica y la evolución de la vida económica. Sin embargo, cada Estado intenta todavía utilizar en provecho propio sus polos de recursos y de ésta situación deviene el mayor freno impuesto a la prosperidad, que seguirá hasta que el mundo se decida a optar por una política económica de crecimiento armonizado en escala planetaria. Y es aquí que debemos considerar la superación del nacionalismo clásico que en Latinoamérica nos ha traído, como valor ordenador, el desarrollo económico y la modernización social sobre la base de los populismos chauvinistas, embriagando a nuestros países con la utópica esperanza de la industrialización acelerada, el autoabastecimiento, y el aislamiento de un nacionalismo mal entendido y peor implementado que ha fracasado hace ya más de medio siglo. Y justamente hace ya medio siglo que François Perroux señaló la importancia de las tensiones entre lo nacional y lo funcional, calificándolas de conflicto nación-función, y auguró que dominaría cada vez  más nuestros horizontes actuales (5). Corresponde a nuestra generación superar éste conflicto, ya que estamos ante un proceso sin duda irreversible, si observamos su evolución desde el “pagus” de los Romanos hasta el Estado nacional moderno, proceso integrador planetario que está en marcha y sigue una jerarquía progresiva que puede delinearse de la siguiente manera: 1) espacio de libre comercio, caso del Tratado de Montevideo; 2) espacio de unión aduanera, primer paso hacia una integración económica; 3) espacio de mercado común, caso del Tratado de Roma y el MERCOSUR; 4) espacio de unión económica que refuerza vínculos de índole política (Unión Europea); 5) federación o unión de Estados nacionales en los que los atributos de la soberanía son detentados, en lo esencial, por un centro único de poder.
               En esta etapa histórica de comienzos del siglo XXI que vivimos, la realidad objetiva del Poder, tal como la concibe el nacionalismo clásico, gira todavía alrededor de tres metas principales: la seguridad nacional; el desarrollo; la voluntad de poderío y prestigio nacionales. Permanecemos aún dentro del esquema caracterizado por el Estado-Nación, concepto que apareció después del período feudal y se desarrolló paralelamente con la primera revolución industrial. Pero es necesario redefinir y superar la ideología nacionalista clásica porque ya podemos, más que suponer, afirmar, que el Estado nacional no será la forma definitiva de organización que utilizará el ser humano para gobernarse , y que el nacionalismo aislacionista y chauvinista, a pesar de su resurgimiento y recrudecimiento, ha de evolucionar hasta casi desaparecer, reemplazado por un concepto nacionalista que defendiendo la cultura y los valores ancestrales de la Nación, coexista con la idea cada día más acertada del Estado supranacional.
               Curiosamente, el reciente proceso de democratización del Cono Sur pareciera que tiende a superar la memoria de lo que constituía el interés nacionalista y, como confusión conceptual, el papel de la burguesía nacional. Aparentemente la mixtificación  que confundió intereses de carteles empresariales con intereses nacionales e impresionó a grupos importantes de la izquierda, que se dejaron envolver por esa retórica, está siendo superada. Y entonces la cuestión del nacionalismo impregnada por esa visión de los años ’50 que hemos descripto, se nos aparece así, atrasada y sobrepasada, porque ya no vivimos en esa sociedad. En la sociedad del conocimiento y la información la economía simbólica gana espacio. Y allí las fronteras se hacen tenues, exigiendo definiciones distintas para la legítima defensa de los intereses nacionales; ahora el punto central se ubica en la conceptualización de la soberanía. La integración es un proceso inexorable; y el nacionalismo redefinido tratará de realizar una integración que sea soberana. Vale decir, que se preocupará de preservar la base cultural ajustándola dinámicamente de manera tal que se garantice el sentimiento de unidad nacional y definiendo de qué modo se absorberán las tecnologías suficientes que permitan sostener a largo plazo decisiones soberanas y al mismo tiempo ofrecer al pueblo un mejor nivel de vida.
               Carlos Mateo Balmelli analiza claramente esta cuestión y sienta postura siguiendo a Margaret Thatcher, al decir que “se puede ameritar a favor de un internacionalismo construido sobre la base del Estado-nación. Todo proyecto internacionalista que pretenda suplantar al Estado-nación no alcanzará los objetivos que se propone. Cualquier institución supranacional carecerá de la representación política necesaria que le permita convocar los esfuerzos individuales y colectivos para la defensa y promoción de las normas civilizadas de conducta internacional”.
               “Un proyecto internacionalista que niegue la función y la pertenencia del Estado-nación en la comunidad internacional está llamado a perecer y debilitar los elementos configuradotes del concepto de ciudadanía” Y agrega que “los procesos de redefinición del Estado que conducen a instancias supranacionales de integración, por más que tengan un fuerte contenido funcionalista o respondan a necesidades del proceso económico, son en todos los casos antecedidos por el proceso político”. Por eso “la voluntad y la decisión política y el anhelo de asociarse en un nuevo modelo de comunidad supranacional” debe considerarse “como un presupuesto que no niegue al Estado-nación y que tenga como primer fundamento el poder local, fundado y organizado en el régimen jurídico del Estado-Nación”(6). Y éste pensamiento de Mateo se completa con el análisis de la descentralización, tanto a nivel local como global: “Si bien se observa un proceso de globalización económica, al mismo tiempo se puede afirmar que se produce una localización de los procesos administrativos… De tal manera que las grandes políticas se resuelven a nivel global, pero la gestión de asuntos operativos se lleva a cabo, cada vez más, localmente… Necesidades de naturaleza funcional, ‘low politics”, que requieren de una respuesta rápida y efectiva, agotan la capacidad operativa y resolutiva del Estado-nación concebido en su concepción tradicional”(7). Y terminamos esta sinopsis de sus ideas con la cita certera que hace de Daniel Bell: “The nation-state is becoming too small for the big problems of the life and too big for too small problems of life”. (El Estado-nación se está volviendo demasiado pequeño para los grandes problemas de la vida y muy grande para los pequeños problemas de la vida).

                                                           
 N O T A S

(1) Príncipe Metternich: Citado por Henry Kissinger en “Un Mundo Restaurado”; p. 253; Fondo de Cultura Económica; México D.F., 1973.-     
(2) Manifiesto publicado en el Diario “El País”; p. 1, año III, Nº 835; 11 de Agosto de 1904.-
(3) I. Deane Jones: “La Revolución Inglesa”; p. 431; Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1968.-    
(4) Norberto Bobbio y Nicola Matteucci: “Diccionario de Política”; T.I. p. 373 y ss. Loc. Cit. et passim; Siglo Veintiuno Editores; México D.F., 1981.-
(5) Ibídem.  
(6) Leandro Prieto Yegros: “Ideología del Partido Colorado”, en “Ideología de los Partidos Políticos del Paraguay”, p. 261, loco citato et passim; Editorial Cuadernos Republica nos; Asunción, 1987.-
(7) Ibídem: p. 262 y ss., loc. cit. et passim.-
(8) Alexandr Soljenitsin: “Archipiélago Gulag”; obra en que el escritor ruso describe los campos de concentración de la época de Stalin; Plaza & Janés S.A. Editores, Barcelona, 1976.-
(9) Hanns Albert Steger: “Conferencia auspiciada por el Instituto Paraguayo de Estudios Geopolíticos e Internacionales” (IPEGEI); Centro Cultural Paraguayo-Alemán; Setiembre de 1991.-     
(10) Jean Gottmann: Citada por André Hillion en “Espacios Económicos y Poder”; Edit. Pleamar; Buenos Aires, 1978.-     
(11) François Perroux: “L’économie du XXeme Siecle”; P.U.F.; París, 1964.-   
(12) Carlos Mateo Balmelli: “Los Procesos Internos y la Globalización”; pp. 35-36;   Editorial Don Bosco; Asunción, 1997.-   
(13) Ibídem: “El Desarrollo Institucional”; p. 140; El Lector; Asunción, 1995.-

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