sábado, 30 de noviembre de 2013

JOHN NASH







               JOHN NASH Y LA  “TEORÍA DE LOS JUEGOS”.


                 1.- UNA MENTE BRILLANTE.

                …Ebrio de ideas el cerebro siente,
                y es de su paso en la celeste orgía,
                su divino licor, la ciencia y la poesía
                y su vaso la eterna inmensidad.
                (Joaquín Castellano: “Temulento”).
                ……………………………………….
                Así, Fabio, me muestra descubierta
                su esencia la verdad, y mi albedrío
                con ella se compone y se concierta.
                No te burles de ver cuánto confío,
                ni al arte de decir, vana y pomposa,
                el ardor atribuyas de este brío.
                ¿Es por ventura menos poderosa
                 que el error la verdad? ¿Es menos fuerte?
                 No la arguyas de flaca y temerosa.
                 La codicia en las manos de la suerte
                 se arroja al mar, la ira a las espadas,
                 y la ambición se ríe de la muerte.
                 ¿Y no serán siquiera tan osadas
                 las opuestas acciones, si las miro
                 de más ilustres genios ayudadas?
                “Epístola moral a Fabio”: “Anónimo Sevillano”.
                ……………………………………………………...

               Esta entrega completa y corrobora la anterior en la cual afirmáramos que la teoría Liberal “mercado-céntrica” está errada, y da los fundamentos científicos de porqué los Nacionalistas Republicanos propugnamos un Estado más pequeño pero con activa participación para suplir las fallas y deficiencias del mercado, planear el futuro y repartir un crecimiento con justicia social.
                  Hace unos cuantos años se estrenó en Asunción una película titulada “Una mente brillante” que narraba la vida y obra del matemático JOHN NASH, quien en 1994 obtuvo el Premio Nobel de Economía por sus descubrimientos acerca de la denominada “Teoría de los Juegos”(1). Hay un instante en el film en que el protagonista asevera que descubrió, literalmente, que Adam Smith –el padre de la economía moderna– no tenía razón, cuando

 en el año 1776, en su obra “La Riqueza de las Naciones”(2) esbozó su tesis principal –y base fundamental de toda la teoría económica moderna– de que el máximo nivel de bienestar social se genera cuando cada individuo, en forma egoísta, persigue su bienestar individual, y nada más que ello, como si una “mano invisible” guiaba la suma de egoísmos particulares hacia el bienestar general. Pero Nash expone, mediante desarrollos matemáticos, que Adam Smith está errado y declara que, con eso, más de un siglo y medio de teoría económica se desvanecía.
               Es necesario remarcar que Nash descubre que una sociedad maximiza su nivel de bienestar cuando cada uno de sus individuos acciona a favor de su propio bienestar, pero sin perder de vista también el de los demás integrantes del grupo. Demuestra cómo un comportamiento puramente individualista puede producir en una sociedad una especie de “ley de la selva” en la que todos los miembros terminan obteniendo menor bienestar del que podrían(3). Con estas premisas, Nash profundiza los descubrimientos de la Teoría de los Juegos, descubierta en la década del ’30 por Von Neumann y Morgestern(4), generando la posibilidad de mercados con múltiples niveles de equilibrio según la actitud que tengan los diferentes jugadores, según haya o no una “autoridad externa al juego”, según sea el juego cooperativo o no cooperativo entre los diferentes jugadores. De esta manera, John Nash genera todo un aparato teórico que describe la realidad en forma más acertada que la teoría económica clásica, y que tiene usos múltiples en economía, política, diplomacia y geopolítica, a punto que puede explicar e incluir el más sangriento de todos los juegos: la guerra.
               Todo esto puede parecer difícil de entender. Por eso vamos a dar como ejemplo una verdad de Perogrullo. Tomemos el caso del Fútbol: supongamos un equipo en el que todos sus jugadores intentan brillar con luz propia, jugar de delanteros y hacer el gol; más que compañeros, serán rivales entre sí. Un equipo de esas características será presa fácil de cualquier otro que aplique una mínima estrategia lógica: que los once integrantes se ayuden entre sí para vencer al rival. ¿Cuál cree el lector que será el equipo ganador? Aun cuando el primer equipo tenga las mejores individualidades, es probable que naufrague, incluso hasta individualmente, y que los miembros del segundo equipo luzcan mejor. Es lo que Nash descubre, en contraposición a Adam Smith, que sugeriría que cada jugador haga la suya.
               Pero a pesar de que se trata de un concepto muy básico, prácticamente nada de la “Teoría de los Juegos” se enseña en general a los economistas, casi nada hay escrito en otro idioma que no sea el inglés y lo escaso que se enseña en las carreras de grado y posgrado se hace sin aclarar que con la Teoría de los Juegos se usa algo más aproximado a la realidad que con la teoría económica clásica, a tal punto que se silencia que “la gran teoría de Smith” queda en realidad anulada por la falsedad de su hipótesis basal, demostrada por Nash. Sin embargo se sigue enseñando que Adam Smith es el padre de la economía y

 que estaba en lo correcto con su hipótesis acerca del individualismo y la “mano invisible”.
               Los argumentos se basan generalmente en desarrollos anteriores al descubrimiento de Nash y muchos profesores ni siquiera han sido informados de que hace más de medio siglo alguien descubrió que el individualismo, lejos de conducir al mejor bienestar de una sociedad, puede producir un grado menor de bienestar general e individual que el que se podría conseguir por otros métodos de ayuda mutua.
               ¿Cómo puede explicarse esto?. Los descubrimientos de Nash fueron efectuados a principios de la década del ’50, y fueron hechos nada menos que en Princeton, no en algún alejado lugar del planeta, sin conexiones académicas con el resto de los economistas, profesores y profesionales de la economía y las finanzas. ¿Porqué no se trabajó para dotar de nuevas bases y fundamentos a la ciencia cuya premisa fundamental acababa de desvanecerse? Sobre todo si se tiene en cuenta que a raíz de esa teoría los consejos de los economistas, y las medidas que finalmente toman los gobiernos y las empresas, de hecho alteran la riqueza, el trabajo y la vida diaria de millones de personas.
                Por lo tanto, el descubrimiento acerca de la falsedad de la teoría de Adam Smith debería haber puesto en estado de alerta a la comunidad de los economistas, pero ello no ocurrió, en buena medida debido a que sólo un reducido núcleo de profesionales se enteró a inicios de los años ’50 de la verdadera profundidad de los descubrimientos de Nash. Puede pensarse, entonces, que un saludable revisionismo sería una verdadera actitud científica frente a lo acontecido. Sin embargo, nada de esto ocurrió ni ocurre; sólo se entroniza la premisa básica del individualismo Smithsoniano, a la vez que se intenta universalizar para todo momento del tiempo y del espacio los desarrollos económicos clásicos y neoclásicos iniciados por Smith.
               Quien crea que esto no tiene consecuencias se equivoca gravemente. Habría que preguntarse, por ejemplo, si la propia globalización hubiera sido posible, en su actual dimensión, en el caso de que los descubrimientos de Nash hubieran tenido la repercusión que merecían, si los medios de comunicación los hubieran difundido y si muchos de los economistas considerados más prestigiosos del mundo –muchas veces financiados por universidades norteamericanas que deben su existencia a grandes empresas del sector privado– no los hubieran dejado “olvidados” en el closet. Si hubiera habido en su debido momento un revisionismo a fondo a partir de los descubrimientos de Nash, quizá hoy tendríamos Estados nacionales mucho más fuertes, reguladores y poderosos de lo que, tras dos décadas de globalización, resultan(5).




     
                        2.- TEOREMA DEL “SEGUNDO MEJOR”.

               En forma casi simultánea a los descubrimientos de Nash, dos economistas, Lipsey y Lancaster, descubrieron el denominado “Teorema del Segundo Mejor” que enuncia que si una economía, debido a las restricciones propias que ocurren en el mundo real, no puede funcionar en el punto óptimo de plena libertad y competencia perfecta para todos sus actores, entonces no se sabe a priori qué nivel de regulaciones e intervenciones estatales necesitará ese país para funcionar lo mejor posible; o sea que bien podría ser necesaria una muy intensa actividad estatal en la economía para que todo funcione mejor. El Neoliberalismo proclama que el punto inmediato mejor para un país es el de la menor cantidad de restricciones posibles al funcionamiento de plena libertad económica. Lipsey y Lancaster derrumbaron hace más de medio siglo ese preconcepto. Como consecuencia directa, reaparecen temas como aranceles a la importación de bienes, subsidios a la exportación y a determinados sectores sociales, impuestos diferenciales, restricciones al movimiento de capitales, regulaciones financieras y etcéteras, como en la Argentina Kirchneriana y el Brasil de Lula, que ahora las están exagerando.
               Un caso típico es el de la ex Unión Soviética: Gorbáchov en su momento decidió desregular, privatizar y abrir la economía eliminando rápidamente la mayor cantidad de barreras posibles a la libre competencia. No le fue bien. Lejos de progresar rápidamente, la economía rusa cayó en una de las peores crisis de su historia(6). Si se hubieran aplicado los postulados de Lipsey y Lancaster, se habría tenido más cautela y muy probablemente las cosas no habrían salido tan mal; como hicieron los Chinos. Con Pútin hubo rectificaciones y la economía rusa se recuperó.
               Si combináramos los descubrimientos de Nash, Lipsey y Lancaster, obtendríamos que no puede establecerse a ciencia cierta y de antemano, qué resulta mejor para un determinado país, sino que ello dependerá de una gran cantidad de variables. Por lo tanto, toda universalización de recomendaciones económicas es incorrecta. No se puede dar el mismo consejo (por ejemplo, privatizar, desregular o eliminar el déficit fiscal) para todo país y en todo momento. Sin embargo, esto es lo que precisamente se ha venido haciendo cada vez con más intensidad, se han enseñado recetas como universales, como verdades reveladas, que todo país debe aplicar siempre(7).
                           
                                   3.- LA “ESCUELA MONETARISTA”.

               Mientras éstas teorías no recibían atención por los diseñadores de políticas gubernamentales, empezaron a tener, a partir de los años ’50 y ’60, una gran difusión en los medios de comunicación las teorías desarrolladas en la Universidad de Chicago, que financió en materia económica a Milton Friedman –también Premio Nobel en Economía – quien comenzó a desarrollar

en los mismos años ’50 la denominada “Escuela Monetarista”. Luego de más de una década de estudios, Friedman y sus seguidores llegaron a la conclusión de que la actividad del Estado en la economía debe reducirse a una sola premisa básica: emitir dinero al mismo ritmo en que la economía está creciendo. O sea, si un determinado país crece al 5% anual, para Friedman, su Banco Central debe emitir moneda a ese ritmo. Si, en cambio, crece naturalmente al 1% anual, debe emitir moneda solo al 1% anual. En el fondo, la recomendación de  Milton Friedman es que cada país mantenga una relación constante entre cantidad de dinero y PBI. Toda otra política económica estatal es desaconsejada por Friedman(8).
               La Escuela Monetarista tuvo una gran difusión en todo el mundo, aun cuando los Bancos Centrales de los principales países desarrollados jamás aplicaron los consejos de Friedman, con la sola excepción de Margaret Thatcher, que tras un breve período de aplicación de unos cuantos meses de las políticas en Inglaterra, necesitó ganar una guerra (la de las Malvinas) para recuperar la popularidad perdida por los desastrosos resultados de ella, que habían elevado el desempleo en Inglaterra a niveles pocas veces vistos –nada menos que el 14% -sin siquiera acabar por ello con la inflación. Fue el único y muy breve caso de aplicación de las recetas de esta escuela en países desarrollados. Sin embargo los “Chicago Boys” la aplicaron en el Chile del sangriento Pinochet, para que, después de 9 años, fueran despedidos por el colapso total del sistema bancario, financiero y de grandes y medianas empresas, tanto que en 1982 tuvo que ser el vilipendiado Estado el que tuvo que acudir al recate.
               Sin embargo, una buena parte del establishment veía en la aplicación de estas teorías la posibilidad de derrumbar un gran número de trabas y regulaciones estatales en muchos países, pudiendo así ensanchar su base de negocios a zonas del planeta que permanecían ajenas a su actividad. Esto explica el alto perfil que alcanzaron las teorías monetaristas en los medios de comunicación, propiedad de ese mismo establishment. El hecho de que el establishment de los países desarrollados hiciera enormes loas a esas teorías, pero los gobiernos de esos mismos países desarrollados no aplicaran para sí las teorías monetaristas, no fue un obstáculo para que muchos de los más poderosos empresarios presionaran a gobernantes de países periféricos para que aplicaran las tesis de Milton Friedman y comenzaran a hacer estragos en los países tomados como laboratorios.

                4.- LA “ESCUELA DE EXPECTATIVAS RACIONALES”.

               Desde los años ’60 hasta la fecha, la Escuela Monetarista y su hija directa, la Escuela de Expectativas Racionales, de Robert Lucas, han ocupado el centro de la escena en universidades, centros de estudio y medios de comunicación. La “Escuela de Expectativas Racionales” reduce aún más el

papel del Estado de lo que ya lo había hecho la Escuela Monetarista. Un país, según Lucas, no debe hacer nada más allá de cerrar su presupuesto sin déficit. Si el desempleo es de dos dígitos, no debe hacer nada. Un buen Ministro –para esa escuela– debe dejar en “piloto automático” a la economía de un país y aunque la gente se muera de hambre, sólo debe preocuparse de que el gasto público esté íntegramente financiado con recaudación de impuestos.
               Robert Lucas, de profesión ingeniero, también de la Universidad de Chicago, llega a la conclusión de que cualquier país, en cualquier momento del tiempo, ni siquiera debe emitir dinero al mismo ritmo que crece. De esta manera, hasta la regla de oro de Milton Friedman es abolida por esta Escuela cuyo auge intelectual se ubicó en la década del ’80. La hipótesis fundamental es que el ser humano posee perfecta racionalidad y toma sus decisiones económicas sobre la base de ella. Esta hipótesis psicológica fue duramente criticada, pero Lucas y sus seguidores se escudaron en el razonamiento de que no hacía falta que cada uno de los operadores económicos fuera perfectamente racional, sino que sólo era necesario que el promedio de los operadores se comportara con perfecta racionalidad para que sus teorías fueran válidas(9).
               Es extraño que esto haya ocurrido, sobre todo a la luz de los descubrimientos de otro economista: Gary Becker (Premio Nobel en 1992), quien descubrió matemáticamente que las preferencias individuales no son agregables (o sea, no puede obtenerse una función de preferencias sociales a partir de la adición de las individuales, dado que estas últimas no pueden sumarse). Con este descubrimiento, Becker lanzó un verdadero misil a toda la denominada “teoría de la utilidad”, que es la base subyacente en las teorías económicas de Chicago, y termina de derrumbar mucho más que todo su aparato teórico.
               A pesar de ello, los “científicos” que estaban creando las escuelas de Chicago no parecen haberse dados por enterados. Nadie se preguntaba cómo pudo ser que la teoría económica de todo el planeta (especialmente durante los años ’80 y ’90), estuviera en manos de un ingeniero puesto a esbozar teorías psicológicas, pero así ocurrió. Nadie sabe muy bien, tampoco, de dónde salió el argumento de que el “promedio” de cualquier sociedad se comporta de manera perfectamente racional. Sin el sello de Chicago, las teorías de Lucas hubiesen causado hilaridad y se hubiera mandado al ingeniero a construir puentes o edificios, en vez de intentar explicar cómo funciona la economía mundial y la psiquis promedio de toda sociedad. Resumiendo: para Lucas, si los gobiernos no se meten con la economía, ésta logra fácilmente el pleno empleo; todo es cuestión de que los gobernantes levanten todo tipo de restricciones a la competencia perfecta y cuiden que no haya déficit fiscal. Nada más que eso, y en forma mágica, se llega al pleno empleo sino también a los mejores salarios posibles para toda la masa laboral de cualquier país del mundo, en cualquier momento del tiempo.


                                                5.- MALTHUSIANISMO.

               Robert Lucas podía tener razón, sin embargo, sólo si pensamos la existencia humana con un criterio malthusiano: Thomas Robert Malthus, ensayista inglés del siglo XIX, pensaba que mientras las poblaciones se multiplican en forma geométrica, los alimentos sólo lo hacen aritméticamente. Por lo tanto, la sobrepoblación era el peor peligro que acechaba al mundo. Si bien el tiempo no dio la razón a Malthus, el establishment norteamericano es un ferviente creyente de las ideas malthusianas. Baste señalar que el obsequio que el Presidente George Bush le hizo al Presidente argentino Kirchner en su visita a Washington DC, fue la principal obra de Malthus, “Un ensayo sobre el principio de la población”, del año 1798. Si se posee una filosofía maltusiana, es más fácil creer en la Escuela de las Expectativas Racionales.
               ¿Y porqué la élite norteamericana es creyente de Malthus, aun cuando la realidad de los siglos demostró que no estaba en lo correcto?. Porque estima que es sólo una cuestión de tiempo hasta que Malthus esté en lo correcto. Como la energía del planeta está basada en recursos no renovables, lo que buena parte del establishment anglo-norteamericano cree es que, a medida que el petróleo se agote, Malthus irá teniendo razón. Si no hay energía disponible para transportar los alimentos o para producirlos, una buena parte de la población podría estar destinada a desaparecer. Todo sería cuestión de determinar quiénes. Y para ello, la élite de negocios norteamericana usa la teoría de otro inglés famoso: Charles Darwin. Darwin fue el creador de la “Teoría de la Selección Natural” la cual predica que las especies más aptas, que mejor se amoldan al medio, sobreviven y se reproducen, y las menos aptas perecen y se extinguen. Aplicar una combinación de las principales tesis de Malthus y Darwin implica, para nosotros, adoptar una posición racista sistemáticamente. Por otro lado un reemplazante muy barato y abundante del petróleo podría sacar de forma inmediata de la pobreza a millones de personas; pero hoy por hoy, podría poner en un riesgo elevado las finanzas de los enormes pulpos petroleros y de los mercados financieros en su conjunto.

                                     6.- EXPERIENCIA ARGENTINA.

               Volviendo, para terminar, con la “Escuela de Expectativas Racionales”, si bien ningún país desarrollado aplicó ni aplica las tesis de Robert Lucas, la Argentina de Carlos Menem sí lo hizo. El llamado “piloto automático” con el que se movían los ministros Cavallo, Fernández y Machinea, no era otra cosa que el Estado iba a desentenderse de la crisis de empleo que vivía la Argentina en los ’90, y el mensaje que los argentinos recibían desde los medios de comunicación, en forma masiva, de parte de autoridades y de economistas presuntamente independientes, era que no había que hacer nada porque la situación del empleo se solucionaba sola. No es

casualidad que Robert Lucas visitara la Argentina en 1996, invitado en forma especial por la principal usina de la Escuela de Expectativas Racionales de la Argentina: el CEMA, y hasta fuera recibido por el entonces Presidente Menem en la quinta presidencial de Olivos, lo que marca hasta qué punto esta verdadera secta de la economía caló hondo en la Argentina de entonces (10).

                                    7.- EL PORQUÉ DE LAS COSAS.

               En resumen de cuentas, desde al menos los años ’50, descubrimientos científicos de gran envergadura, cuya difusión hubiera podido cambiar la historia de la globalización y detener sus peores consecuencias, fueron ignoradas mientras que teorías basadas en hipótesis probadas matemáticamente como falsas, fueron difundidas profusamente y fueron aplicadas en todos los lugares del mundo en los que ello ha sido posible, donde había un ambiente receptivo favorable, como en AMÉRICA LATINA.
               Se nos había enseñado que el sistema de universidades norteamericanas era el más desarrollado del mundo, que su actitud hacia el conocimiento científico era frío e imparcial; que la ciencia progresaba en estas universidades independientemente de presiones políticas y de conveniencias económicas y empresariales. ¿Cómo pudo ocurrir esto, entonces?. Un detalle que hay que tener en cuenta es que las dos Escuelas mencionadas se originaron, desarrollaron y expandieron desde la Universidad de Chicago, recibiendo fuertes dosis de financiamiento de esa casa de estudios. El financiamiento no se detuvo sólo en pagar los elevados salarios de  los investigadores que desarrollaban las teorías monetaristas y de expectativas racionales en ese recinto académico, sino que además abarcó la costosa campaña de difusión de estas ideas en los medios de comunicación. Porque aunque alguien pueda llegar a un descubrimiento tipo “pólvora económica”, sin el dinero suficiente para difundir esa idea en los medios de comunicación no hay forma alguna de que el conocimiento en cuestión tome estado público.
               Es evidente, entonces, que ha habido poderosos intereses atrás de las teorías de la llamada “Escuela de Chicago”, que han constituido el basamento para lo que hoy es la globalización, aún cuando se trataba de un saber falso. ¿Qué intereses están detrás de la Universidad de Chicago?. Pues bien, fue fundada por el magnate petrolero John D. Rockefeller I, creador del mayor monopolio petrolífero del mundo: la Standard Oil. Esa casa de estudios superiores ha sido siempre un baluarte de la industria petrolera. Pero el control de una alta casa de estudios como la Universidad de Chicago por sí solo no hubiera bastado, en medio de un contexto intelectual muy independiente, para imponer las ideas de Milton Friedman y Robert Lucas de la manera que se hizo. Pues bien, la industria petrolera no sólo fundó la Universidad de Chicago sino que controla, en forma directa o indirecta, al menos a las universidades de Harvard, New York, Columbia y Stanford, y además está presente en otras

 muchas universidades; es usual que muchos de los Directivos de estas casas de estudios superiores alternen tareas en empresas petroleras o en instituciones financieras muy relacionadas con dicho sector, y precisamente el petróleo es el bien cuyo mercado ostenta el mayor nivel de cartelización del mundo.
               Ahora, en esta década, comienza a quedarnos más claro porqué, y debido a quiénes, el principal descubrimiento de John Nash había permanecido bastante oculto y, al mismo tiempo, aparecía como un enigma el verdadero estado de situación del mercado petrolero, sobre todo a la luz de las guerras ocurridas en el siglo XXI.




                                                N O T A S

(1)                    Akiva Goldsman: “A beautiful mind. The shooting script”. Newmarket Press,
2002.-
(2)                    Adam Smith: “On the wealth of nations”. Londres, 1776.-
(3)                    Sylvia Nasar: “Una mente brillante”. Touchstone, 1998.-
(4)                    Joseph Schumpeter: “Historia del análisis económico”. Fondo de Cultura Económica, 1971.-
(5)                    Harold Kuhn; Sylvia Nasar: “The Essentials John Nash”. Princeton University Press, 2002.-
(6)                    Joseph Stiglitz: “El malestar en la globalización”. Ediciones Taurus, 2002.-
(7)                    Herbert Gintis: “Game theory evolving. A problem-centered introduction to modeling strategic interaction”. Princeton University Press, 2000.-
(8)                    Milton Friedman: “Libertad de elegir”. Ediciones Orbis S.A., 1983.-
(9)                    Eric Roll: “Historia de las doctrinas económicas”. Fondo de Cultura Económica, 1942.-
Joseph Schumpeter: “Historia del análisis económico”. Ibídem, 1971.-
           “Capitalismo, Socialismo y Democracia”. Unwin Ltda. , 1950.-
(10)               Olivier Blanchard; Daniel Pérez Enrri: “Macroeconomía. Teoría y
      Política Económica con aplicaciones en América Latina”. Prentice Hall,
      2000.-        




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