LOS LIBERALES
Pan sin libertad, también es hambre,
y libertad sin pan,
esclavitud.
“Himno
Socialdemócrata”.
……………………………….........
El PLRA (Partido Liberal Radical
Auténtico) tiene la culpa exclusiva de haber entronizado en el Poder a Fernando
Lugo y su Izquierda “Chavista”. En efecto, sabiendo los Liberales que no
podrían derrotar solos al Partido Colorado en una justa electoral, como no
pudieron hacerlo en todo el periodo de transición democrática, y que sólo
pudieron acceder al poder en 1904 mediante una revolución armada, en ésta
ocasión (año 2008) en su desesperado afán de lograrlo, practicaron una “cópula
contra natura”, aliándose y poniéndose detrás de alguien totalmente contrario a
su ideología, su doctrina, sus principios y su historia; dándose cuenta tarde,
pero todavía a tiempo, de que “para
cenar con el Diablo hay que tener una cuchara muy larga” pues otra vez
habían ido por lana y salieron trasquilados, teniendo que los Colorados
sacarles las castañas del fuego. Lo sucedido nos recuerda el cuento de la señora
de Riga: “Dicen que hubo en Riga, una joven señora que fue de paseo con una
comitiva, muy sonriente, montada en un tigre; y cuando la gente volvió del
paseo, la señora estaba adentro y la sonrisa en la cara del tigre”. Porque no
era la primera vez que les pasaba esto: también les pasó lo mismo en 1999,
cuando conspiraron con los Colorados “Argañistas” para derribar al legítimo
Gobierno Constitucional de Raúl Cubas, engolosinados con la promesa de un
“Gobierno de Unidad Nacional”, y elevar al poder a Luis Angel González Macchi
–que tuvo el gobierno más corrupto de toda la transición– quedando después de
un tiempo engañados “como novias de pueblo: vestidas y abandonadas”, y teniendo
que retirarse del Gobierno para salvar algo de su honor.
Pero el Partido Liberal es, hoy, la Derecha Conservadora
(excepto los Movimientos de Luis Alberto Wagner y Miguel Abdón
“Tito” Saguier); por eso el Partido Colorado se mantuvo en la oposición
durante el Gobierno de Franco; y para cumplir su destino histórico, el Partido Nacional Republicano que es
ideológicamente un Partido de Democracia Social, Nacionalista y Agrarista de “Centro Izquierda” destinado a volver
al poder de la República
con un nuevo modelo de Partido moderno y un nuevo Liderazgo sin la inepcia y
corrupción de sus antecesores, ha elegido para su candidato triunfante a
alguien que creía era lo que el Paraguay necesitaba para realizar todas las transformaciones a fin de lograr el
progreso, bienestar y desarrollo con justicia y libertad: Horacio Cartes, otro “outsider” de quien volveremos a ocuparnos “in
extensum” más adelante y que está “pulsando” a los Colorados.
Y es fácil darse cuenta que en
el PLRA coexisten dos tendencias ideológicas: basta con estudiar su historia y
la ideología liberal basada en el Racionalismo del siglo XVIII y la equivocada
Teoría económica de Adam Smith (como ya veremos en otra entrega); y también
observar la postura de quien ocupó la Presidencia del Senado, Alfredo Jaegli: liberal
libertario de extrema derecha a ultranza, para quien el Estado no debe
intervenir para nada y todo debe privatizarse, inclusive “el mismo
Estado”(sic). Pero es justo reconocer que frente a esa ideología
individualista, de libertad absoluta para los agentes económicos, se yergue la
postura de dos líderes políticos del Partido, Luis Alberto Wagner y Miguel Abdón “Tito” Saguier, quienes se adscriben al “Liberalismo Social,
Progresista” (Wagner en la "Centro-Izquierda" y Saguier en la "Centro-Derecha") junto con Movimientos internos que lideran y que pasaremos a explicar
en qué consiste, para luego volver a examinar detenidamente la Doctrina Liberal
Clásica y el Neoliberalismo los cuales no han sido superados por los
principales Dirigentes del PLRA.
El Liberalismo Social: Este liberalismo cobra pleno sentido en su
lucha por las libertades básicas, por el imperio del derecho. Sin embargo, este
liberalismo, en algunos de sus más destacados proponentes, no fue alrededor de
un individualismo posesivo, ni por el rigor de mantener al Estado fuera de las
preocupaciones de la igualdad y la justicia.
Respetando al individuo, fue
asociando cada vez más al Estado con lo social. Esta conciencia social fue la
que marcó a este liberalismo y así evitar que fuera indiferente ante la
desigualdad y, sobre todo, constituyera en doctrina responsable socialmente y
comprometida con la igualdad de oportunidades. Para resolver las crisis procuró
evitar la propuesta de libertades irrestrictas que no tuvieran contenido
social, que con el liberalismo clásico o, peor aún, con el Neoliberalismo,
significan cancelación de oportunidades o establecimiento de panoramas poco
alentadores.
El liberalismo social entiende la justicia como una labor permanente
que requiere de políticas públicas deliberadas que aseguren más oportunidades a
los que menos tienen, pero de manera permanente y no como efímera oferta
política, sin sustento económico. Esto presupone estabilidad económica y
también libertad para que sean las propias comunidades las que decidan cómo
enfrentar sus problemas y retos, con más recursos, con el decidido apoyo del
Estado, pero sin burocracias, tutelas o imposiciones; con políticas populares y
no populistas y paternalistas. El Liberalismo Social contempla un Estado sano
financieramente y comprometido con su tarea de regulador de mercados y promotor
de la inversión que garantiza la estabilidad económica y promueve el
crecimiento. Un Estado que se coloca a la vanguardia para abatir la pobreza
extrema y moderar la desigualdad entre regiones e individuos; que se compromete
con la protección de los derechos humanos, que encabeza la lucha para conservar
y recuperar los recursos naturales. Pero el Liberalismo Social no es “Liberalismo Estatal”. Al contrario, trata
de liberar fuerzas sociales de restricciones estatales. El liberalismo, para
ser social, requiere dar libertad a las organizaciones de la sociedad en su
interacción con otras organizaciones o grupos y, para no ser estatal, necesita
evitar, como sucedió en el pasado, la intromisión creciente del Estado;
permite, así, evitar confundir sociedad y Estado en el ámbito político,
rechazando la estatización de las relaciones sociales, es decir, la
intervención extrema del Estado como única base del desarrollo económico,
social y político, y se antepone a la aplicación de crudos criterios
neoliberales que dejan a las supuestas fuerzas libres del mercado como
reguladoras de la sociedad dejando en lugar secundario los objetivos sociales.
Esta doctrina del Liberalismo
Social tuvo mucho auge en México a principios de la década del ’90, bajo la Presidencia de Carlos Salinas
de Gortari, quien intentó desplazar el nacionalismo estatalista y autoritario
del PRI (Partido Revolucionario Institucional), pero constituyó un gran
fracaso, cayendo en un crudo neoliberalismo que privatizó más de 700 empresas
cuya propiedad fue a las manos del círculo de amigos y parientes del
presidente, provocando una fuerte reacción popular que lo obligó a exiliarse y
le costó, también, la presidencia de la
OCDE (Organización para el comercio y el desarrollo
económico), causando un lustro después la caída del poder del mismo PRI.
El problema estribaba en que un
Partido prebendarlo, corrupto, sin democracia interna, conservador y
reaccionario, no podía aceptar el liberalismo social, que, para él, se
identificaba casi con la
Socialdemocracia, y eso lo rechazaba con todas sus fuerzas
inclinándose cada vez más hacia el Neoliberalismo, según veremos al analizar la
ideología liberal clásica y éste último bastión de como Jaegli y la mayoría de los Dirigentes
del PLRA.
Liberalismo clásico: El liberalismo es la doctrina filosófica y
política que ha predominado entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo
XIX, y “se caracteriza por ser una concepción individualista, es decir, una
concepción para la cual el individuo y no los grupos constituyen la verdadera
esencia; los valores individuales son superiores a los colectivos y el
individuo decide su destino y hace la historia”(1).
En su aspecto predominantemente
filosófico el liberalismo es una posición intelectual que basa exclusivamente
en la fuerza de la razón la posibilidad de interpretar los fenómenos, con
autonomía de todo principio que se considere absoluto o superior. Es
particularmente en este aspecto que ha sido motivo de condenaciones pontificias
por desvincular al individuo de toda instancia sobrenatural. Pero puede
hablarse también más específicamente de un liberalismo político –sin desconocer
en éste aquella influencia filosófica– que centra su punto de vista en las
relaciones entre los individuos y el Estado, o de un liberalismo económico,
referido a la limitación de los controles de la economía. Estos últimos
aspectos son los que más de cerca se vinculan con el liberalismo en cuanto
doctrina sobre los fines del Estado.
En su sentido político el antiguo
liberalismo clásico es un movimiento ideológico que si bien no niega al Estado
–como el anarquismo– lo reduce a una expresión mínima; “considera que la
aplicación de coacción y, por tanto, el Estado, es imprescindible, si bien es un
mal necesario, por lo cual su ámbito debe ser reducido al mínimo: defensa
de la seguridad exterior, protección de la vida y propiedad de los miembros del
Estado en el interior, pero nada de fomentar el bienestar de los ciudadanos
y, especialmente, nada de intervención estatal en la vida económica y en la
cultura espiritual, pues una y otra no florecen mas que en el libre juego de
las fuerzas sociales”(2). El orden estatal debe responder, para el liberalismo,
al ideal de la mayor libertad posible de los ciudadanos, y puesto que cierta
coacción estatal es inevitable al orden jurídico tendría que ser producida por
aquellos mismos para los cuales pretende validez obligatoria, por lo que “el
liberalismo exige autolegislación,autoadministración en una palabra, una forma democrática del
Estado”(3). Pero no se entienda esta exigencia, ínsita en el liberalismo, como
algo que tiene que darse en una forma radical para que exista un régimen
liberal, pues el liberalismo coincide con la democracia en cuanto ella se opone
a las otras formas de autoridad, pero disiente con ella en la medida en que
ésta “aceptando una igualdad exclusivamente mecánica tiende, queriéndolo o no,
al autoritarismo, al estatismo, esto es, en la medida en que es o contiene al
socialismo”(4). Por eso reconocemos que “por sobre cualquier otra nota lo que
distingue al Estado liberal es el hecho de que en él se encuentra reconocida y
garantizada una esfera de libertad a la persona humana”(5).
En fin, todo esto se desprende
del iluminismo liberal que hacía del
ser humano una criatura exclusivamente histórica, negando sus valores
trascendentes y hacía de la razón el metro de lo real, siendo el poder político
un límite a superar, un momento represivo que no tiene realidades propias. Por
eso es que el Liberalismo es
internacionalista, laicista, antitradicionalista y considera al Estado un mal
necesario por lo cual pretende reducirlo a su expresión mínima, pues se
caracteriza por una concepción para la cual el individuo y no los grupos
constituyen la verdadera esencia, porque
los valores individuales son superiores a los colectivos.
El Orden Mundial Liberal en la
actualidad: Aquí vamos a examinar las
modalidades históricas que adopta el liberalismo en sus tres grandes momentos
intelectuales: los de la
Ilustración, el Positivismo y el Pragmatismo. Ello llevó al liberalismo racionalista por un lado,
con su carga revolucionaria, humanista secular, utópica, y al otro al liberalismo naturalista, dotado de
mayor dinamismo empírico, directamente conectado con la esfera económica de los
intereses particulares, plurales, y por eso menos encadenado a las
abstracciones intelectualistas y emancipatorias, y es la modalidad ideológica
dominante del “orden mundial liberal” de los días posteriores a 1989. Pero
reducir el liberalismo naturalista al librecambismo soslaya que allí reside un
designio alternativo, retóricamente combinable pero filosóficamente antinómico
del liberalismo racionalista, dotado de una lógica, una antropología, una
psicología, una ética y sobre todo, una orientación política coincidente sólo
tangencial
e instrumentalmente con aquél. El Liberalismo que modernamente se lanza en dos
grandes trayectorias, la productivista e intercambiaria y la nacionalista y
estatista, reorganiza los imperativos operativos del capitalismo y está muy
lejos de la mitología del ajuste de cuentas del “individuo” frente al “Estado”,
porque el liberalismo de nuestro tiempo expresa los acomodos productivos,
defensivos y hegemónicos de los enormes complejos nacionales y transnacionales
que tejen en todas las escalas intermedias sus propias estructuras de poder.
Que hoy se hable de la hegemonía
global del liberalismo como “gran vencedor histórico” no traduce otra cosa que
la instalación de los modelos duros de la hegemonía capitalista al resultar
disonantes e incosteables las expectativas sociales históricas alentadas por el
liberalismo racionalista antes y después de la Segunda Guerra Mundial y, en
cambio, traducen fuerzas privadas transnacionales distantes ya de los contextos
iluministas y positivistas de los siglos XVIII y XIX. Hay que entender bien el
significado mundial y real del liberalismo contemporáneo; se debe esclarecer en
América Latina y otras porciones del planeta, porqué la realización de los
principios liberales jus-naturalistas consagrados en sus constituciones y las
de los organismos mundiales, apareja condiciones agravadas de miseria e
inseguridad. Desde esa perspectiva, la plasticidad y fluidez ideológicas del liberalismo naturalista han
desmantelado en los ’70 y los ’80 los elementos cohesivos y unitarios a cuyo
nacionalismo y estatismo se prestó “perversamente” (según el jus-naturalismo)
el liberalismo racionalista.
A lo largo de 1989, annus mirabilis, se pregonaba un “nuevo
consenso global” y la sustitución universal de la praxis revolucionaria marxista por la pragma mercantilista y empresarial y, puesto que el comunismo
desaparecía ¿qué caso tenía ya el anticomunismo? Con todo, apenas en la
primavera de 1993, el viejo establishment anticomunista anuncia con el
Neo-Conservador Irving Kristol (que reinvindica el verdadero Conservadurismo Ideológico de los siglos XVII, XVIII y parte del XIX) el
comienzo de la verdadera Guerra Fría, una
para la cual "estamos mucho menos preparados... y somos mucho más vulnerables
ante nuestro enemigo de lo que fuimos en nuestra guerra victoriosa contra la
amenaza comunista global"(6). "Para mí no hay 'después de la
Guerra Fría'. Lejos de haber terminado, mi
guerra fría ha crecido en intensidad en la medida en que sector tras sector de
la vida americana ha sido despiadadamente corrompido por el ethos Liberal. No puede ganar pero puede
volvernos perdedores a todos. Hemos
alcanzado, lo creo, un punto crítico de viraje en la historia de la democracia
americana"(7).
¿A qué viraje alude Kristol y a
qué Liberalismo le declara la guerra? Cuando Kristol habla de virajes, alude al
desgajamiento de las dos dimensiones del Liberalismo anteriormente conciliables
al interior del Estado-Nación y ahora contrapuestas
por el proceso globalizador. Las antinomias entre la propiedad y la igualdad,
entre la libertad y la democracia, se despejan descarnadamente cuando de
acuerdo a una lógica que corre de Robert Malthus a Milton Friedman el Neoliberalismo
y su postmodernismo acentúan las
"descontrucciones" estatales y
nacionales y la contención de expectativas económicas y democráticas a
través de la instancia “superior y neutral” del mercado, y los grandes
complejos de poder privado, corporativos y transnacionales, desbancan la vieja
esfera pública del Estado pautado según la idea del bien común. Donde la toma
clave de decisiones y las élites y tecnocracias mismas se transnacionalizan, el
liberalismo educador, planificador y emancipador parece perder su razón de ser;
porque la pragmática y la dogmática globalistas deben desactivar la “subversión
inmanente” que representa un sistema nacionalmente articulado de consenso
procedente de las conquistas éticas e históricas de la humanidad.
Pero si la convocatoria de
Kristol configura un llamado a la polarización que exhibe las paradojas radicales
del liberalismo, la estrategia neo-conservadora no se embarca en semejante
aventura cuando puede divulgar la armonía subordinada del liberalismo humanista
al liberalismo naturalista. Rebuscada y postiza –y por ello no del todo
confiable para Kristol– la síntesis intelectualista y teológica de Francis Fukuyama (protegé y discípulo indirecto), profesará absorber, depurar y
jerarquizar lo mejor y lo más servicial de la tradición liberal occidental sin
meterse en las confrontaciones que Kristol aguijonea. Pero ni el determinismo
consumista ni el sobrepuesto hegelianismo ni el culturalismo realista atajan
las tendencias egoístas, atomizadoras y centrífugas del capitalismo que
triunfa, ni impiden la presencia del “otro Liberalismo”, el que, asociado a la Ilustración y la Revolución Francesa
pretende trascender los confinamientos del orden hegemónico material a través
de los andamiajes normativos de la razón, la soberanía popular o los derechos
humanos y colectivos. Así, mientras que el liberalismo
naturalista se vierte en un ideal administrador (managerial) de las cosas y las personas y en la pragma maximizadora de ventajas, el liberalismo racionalista postula el
viraje utópico y una praxis
emancipadora que involucra el reencuentro del hombre consigo mismo y con los
demás.
Aunque Kristol exalta la propia
“herencia revolucionaria” norteamericana, no se limita a franquear la desventaja estadounidense “en la guerra
de las ideologías que abismaron al siglo XX: el paradigma de la “libertad
ordenada” bajo el cual serán internacionalmente viables “tanto la prosperidad
económica como la participación política”; plantea simple y sencillamente la
recomposición del orden histórico y la sustitución de los viejos paradigmas
revolucionarios(8). "El pensamiento político revolucionario de los siglos XIX y
XX –dice por su parte Hannah Arendt– ha procedido como si nunca hubiera
ocurrido una revolución en el Nuevo Mundo y como si nunca hubieran habido ni
nociones ni experiencias americanas en el reino de la política y el gobierno
dignas de ser pensadas" y hay que "recordar que una revolución hizo nacer a los
Estados Unidos y que la república no llegó a existir por una 'necesidad
histórica' ni por un desarrollo orgánico sino mediante un acto deliberado: el
de la fundación de la libertad"(9).
Así se justifica “el fin de la
historia” que Francis Fukuyama predica porque los EE.UU. han triunfado en toda
la línea y con él la democracia liberal a la cual ya no hay alternativa. Entonces,
hay que “salvar al hombre económico del “despotismo racionalista” separando a la Revolución Francesa
de la Revolución
Norteamericana nacida ésta para quebrar el espinazo del
monolitismo político europeo.
Así pues, no es sorprendente que
Friedrich Hayek (1899-1992), quien académica y legendariamente en
su libro The Road to Serfdom entabla
en 1944 las hostilidades contra el estatismo agudizado por la Segunda Guerra Mundial, engrane
sin disonancias en la Universidad de Chicago porque allí le espera el
cenáculo intelectual y financiero de los Rockefeller y los creyentes y
practicantes dispuestos a desmantelar la metafísica política dominante y sus
protectorados sociales, humanistas y democráticos. Tampoco desentona que,
aparentemente a contrapelo del individualismo y el fragmentarismo metodológicos
de Hayek y Karl Popper, los
apóstoles Milton y Rose Fiedman expliquen
a posteriori, en 1988, el
advenimiento del Neoliberalismo en
los términos de una filosofía idealista, personalista y triunfalista de la
historia. Dentro de esas coordenadas, la primera “gran ola” de la Modernidad es la del
ascenso del laissez faire de Adam Smith que, con una leve referencia
a la fisiocracia francesa, despega del siglo XVIII escocés como la
contracorriente del Mercantilismo y que, precedida por David Hume, labra en La
Riqueza de las
Naciones la “piedra angular de la economía científica moderna” que sabemos
que está errada como lo demostró John
Nash (como ya veremos). Pero la
clarividencia de derecha con Friedrich Hayek, Ludwig von Mises, Ayn Rand o los
propios Friedmans triunfa poco a poco en la contienda de los best-sellers.
Si Camino de Servidumbre de Hayek abre en 1944 “la primera brecha
efectiva en la visión intelectual dominante”, hay que notar que el friedmaniano
Capitalismo y Libertad (1962) no
merece una sola reseña en “ningún periódico popular norteamericano” hasta que,
en 1980, la influencia de la Universidad de Chicago
y un Premio Nobel hacen de “Libertad de
Elegir” de los Friedman, el best-selling
nonfiction book del año, y demuestra las batallas ganadas por la
perseverancia mercadotecnista. Nítidamente metropolitana, nutrida, como hemos
visto, en el empirismo y moralismo escoceses, el liberalismo austríaco, la
influencia y la amistad de Karl Popper, el liberalismo y el monetarismo,
solamente a los Friedman les cabe sustraer la experiencia de Hayek al tiempo,
el espacio y la política.
Entonces, financiera,
corporativa y militarmente definida, la “libertad liberal” iusnaturalista, que cobra forma en la policy choice o la decision-making
de “los que saben”, tendrá “una mínima conexión instrumental con el
progreso histórico, los derechos humanos, el nacionalismo ilustrado y la emancipación
de la superstición”(10). “Ni siquiera la filosofía de la historia con la que Henry Kissinger pretende corregir la
racionalidad seca del administrativo realista ofrece otra cosa que un
gerencialismo teutónico y monumental”. La alta política, resume Kissinger, “se
alimenta de la creación continua, de la constante reformulación de los
objetivos; la buena administración prospera en la rutina, en la definición de
relaciones que puedan mantenerse en la mediocridad”(11). Muy joven, en su Tesis
Harvardiana de Licenciatura, Henry Kissinger rechazaba por igual el
racionalismo de Kant y el empirismo de Popper y les oponía el voluntarismo de
los que, como Spengler y Toynbee, hallan en la historia una condición
metafísica y trágica superior(12). Y Daniel
Bell advierte desde 1967, que "rápida y esquemáticamente bosquejada, la
sociedad del año 2000 será más frágil y más vulnerable a las hostilidades y la
polarización a lo largo de numerosas líneas diferentes"(13).
Por todo esto algunos Dirigentes
Liberales del PLRA, con Luis Alberto Wagner y Miguel Abdón
Saguier a la cabeza, han adoptado para su base ideológica el Liberalismo Social, entroncado en el Liberalismo Racionalista, heredero de la Revolución de
Independencia Norteamericana de 1776 y de los Jacobinos igualitaristas de la Revolución Francesa
de 1789, superando el Neoliberalismo
y el Liberalismo clásico, basados
éstos en el Jusnaturalismo, heredero a su vez de las concepciones
libertarias de los primitivos Whigs
de la “Gloriosa Revolución” Inglesa de 1688-89 y de la reacción Termidoriana de
1794. Y no podía ser de otra manera, porque el Neoliberalismo –que es la ideología
dominante en el PLRA– propone que la responsabilidad por los problemas sociales se
transfiera del Estado y la
Sociedad a cada individuo dejándole librado a su suerte. En
esta concepción ideológica fundamenta su legitimidad esa sociedad de los
excluidos, de lo descartable, de los residuos, tan exactamente descripta por
Viviane Forrester en “El horror económico”. Los imaginativos argentinos idearon
una frase estereotipo para describir a los marginados durante el régimen neoliberal
de Menem-Cavallo: "Cayó del Sistema".
N O T A S.
(1) M. García Pelayo: “Derecho
Constitucional Comparado”; Madrid, 1950.-
(2) Hans Kelsen: “Teoría general del
Estado”; Madrid, 1934.-
(3)
Ibídem.
(4) Benedetto
Croce: “Ética y Política”; Bs. Aires, 1952.-
(5) F. Ayala:
“El problema del Liberalismo”; México, 1941.-
“Introducción a las
Ciencias Sociales”; Madrid, 1952.-
“Tratado de Sociología”;
Bs. Aires, 1947.-
(6) Irving Kristol: “My Cold War”; p. 144; The
National Interest, Nº 31;
Primavera de
1993.-
(7) Ibídem.
(8) Ibid. “The American Revolution as a Successful
Revolution”; pp.3 y ss.;
Doubleday; Garden City, Nueva
York, 1976.-
(9) Hannah
Arendt:”On Revolution”; pp. 215
a 220; Penguin Books;
Harmondsworth;
Middlesex, 1987.-
(10) José Luis Orozco: “Sobre el Orden Liberal del
Mundo”; p. 212; loco
citato et passim; Centro Coordinador y
Difusor de Estudios
Latinoamericanos - UNAM; México D.F., 1995.-
(11) Henry
Kissinger: “Un Mundo Restaurado”; pp. 350 a 354; Fondo de
Cultura Económica; México, D.F. 1973.- . (12) Ibídem: "El Significado de la Historia (Reflexiones sobre Spengler, Toynbee y Kant)”; tesis, Universidad de Harvard; Cambridge; pp. 5 y ss. y 283 y ss., 1950.-
Cultura Económica; México, D.F. 1973.- . (12) Ibídem: "El Significado de la Historia (Reflexiones sobre Spengler, Toynbee y Kant)”; tesis, Universidad de Harvard; Cambridge; pp. 5 y ss. y 283 y ss., 1950.-
(13) Daniel Bell: “The Year 2.000. The
Trajectory of an idea”; en
“Toward the Year 2,000. Work in Progress; pp. 7 y
8;
Beacon Press, Boston, 1969.-
Federico
Narváez Arza
Realizó sus estudios
universitarios en la Facultad
de Ciencias Jurídicas, Políticas y Diplomáticas de la Universidad Católica
“Nuestra Señora de la
Asunción”.
Becado por la Organización de las Naciones Unidas para un curso
especializado del Centro Interamericano
de Administración del Trabajo (CIAT) con auspicio de la Universidad de San Marcos, en Lima, Perú.
También en Lima y en la misma Universidad cursó la Licenciatura en Ciencias Políticas en materia de
Ideología, Historia Política y Política Económica (1978-79), además de otros
estudios en el Paraguay y el extranjero en la que es su pasión: la Ciencia Política.
Hizo el Post-grado de Maestría en la
misma en el Rectorado de la Universidad Nacional
de Asunción (1992-93). Pero continúa sus investigaciones y estudios para
mejorar su condición de Politólogo, aunque él se define como “simple
autodidacta”.
Desde 1990 es Director Ejecutivo
del Instituto para la Nueva República, O.N.G.
dedicada al análisis de la realidad social y elaboración de Proyectos de
Desarrollo y Estudios políticos.
Ha sido Consultor del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) y Asesor
de la Comisión de Reforma Agraria y Bienestar Rural del
Senado de la Nación.
Afiliado desde los catorce años a la Asociación Nacional
Republicana (Partido Colorado), sobrino-nieto del Dr. José Zacarías Arza, Ministro de Defensa del Gobierno de Federico
Chaves y cofundador del Movimiento Popular Colorado (MOPOCO), militó activamente durante toda la era dictatorial en
dicho Movimiento de resistencia al régimen stronista, formando parte de grupos
de acción clandestina bajo la conducción del Dr. Andrés Bogado Romero,
Heriberto Florentín Peña y el Dr. Leandro Velázquez asesinado posteriormente en
Posadas (R.A.) por la represión militar argentina.
Luego de la gesta libertadora
del 3 de Febrero de 1989, fue Miembro de la C.D. de la Seccional
Nº 21 durante el período 1989-1992.
TRABAJOS PUBLICADOS.
Monografías de circulación dirigida:
1. El Coloradismo Renovado en el Proceso de Transición
(1992).
2. MERCOSUR y Educación (1992).
3. Privatizaciones, Neo-Liberalismo, y el Estado Servidor
del Hombre Libre (1994).
4. Temas sobre Privatizaciones (1996).
Libro: “Lino Oviedo. Más allá del Golpe” (1998).
Libros de próxima aparición:
1. Historia, Desarrollo y Filosofía de las Ideologías Políticas. Ideología del
Partido Colorado.
2. Las Claves del Desarrollo.
3. Sartre, Trotsky y Maquiavelo: ¿Qué tenían en común?
4. Horacio Cartes. En este momento.
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