EL PARTIDO COLORADO Y STROESSNER.
Los acontecimientos de Febrero
de 1989, signados por la caída de Stroessner, pusieron de relieve la perenne
vitalidad del Partido Colorado y su capacidad de sobreponerse a las más
trágicas y terribles circunstancias, pudiendo emerger de su “cautiverio” con
sus cuadros intactos, para ofrecer aún al pueblo paraguayo la alternativa más
válida de recuperación institucional y democracia participativa. En los
prolegómenos de este análisis queremos señalar el mérito, por un lado, del
“Coloradismo de la resistencia”, el “maquis colorado”, que preservó, con
singular heroísmo y constancia, la autoridad moral del Partido; así como de un
gran sector de la “Corriente Tradicionalista”, que aún teniendo que tascar el
freno del stronismo, pudo “mantener el pie” en las estructuras del poder
partidario y Estatal, conservando la organización del partido a nivel nacional,
evitando la caída a la llanura, para esperar pacientemente el momento en que
Stroessner cometiera un error o que la relación de fuerzas Stroessner-Partido
favoreciera a éste último para intentar la caída del dictador. Al considerar el
tema que estamos tratando, queremos señalar que debemos tener siempre presente,
la peculiaridad esencial de la historia
política y social del Paraguay, que consiste en el extraordinario Poder del
Estado sobre la sociedad nacional. Tal es así, que podemos añadir con
propiedad, que mientras en la mayoría de los países latinoamericanos las
Oligarquías crearon el Estado, en el Paraguay el Estado ha dado origen a la Oligarquía; incluso el capitalismo paraguayo
nació como una criatura del Estado. La inmadurez pues, de las clases sociales
de nuestro país, ha inducido (y sigue induciendo) a los dirigentes de la
intelectualidad y a pequeños grupos de caudillos políticos, a suplantar al pueblo
y a obrar como sus representantes sin consultarlo demasiado.
Expliquémonos: la formación
histórica de la Nación Paraguaya
se ha operado de una manera bastante singular y diferente de la mayoría de las
naciones latinoamericanas. En efecto, mientras que en el Río de la Plata la conquista española se
asentó sobre la explotación de las grandes estancias ganaderas; en el
Virreynato del Perú sobre la gran minería extractiva, en las Antillas sobre las
plantaciones de caña de azúcar, y en el Brasil la colonización portuguesa sobre
las grandes plantaciones de café, por ej., en el Paraguay no había nada de eso.
La presencia de los factores que prometían riqueza fácil y extraordinaria, hizo
que los conquistadores y sus sucesores –sobre todo los nobles aristócratas que
se fueron sumando– sentaran sus reales en los centros antes mencionados. Y
formaron la aristocracia hispano-criolla, blanca, noble, que nunca se unió a
los naturales; al contrario, sometió a los indios de los Andes, a los negros
traídos del África y a los mestizos peones de las estancias de la Pampa húmeda, a una
esclavitud no prevista por las Leyes de Indias, degenerando su estirpe con
coca, alcohol y hambre; problema social tremendo que
aún arrastran los países que han heredado esa masa humana tanto tiempo
sometida.
En el Paraguay, ante la ausencia
de posibilidades de riqueza fácil y pronta, los aristócratas y grandes
caballeros españoles, pasaron de largo; quedando solamente los segundones, los
“hijosdalgos”, los que no tenían los medios adecuados para ocupar un espacio en
los ricos Virreynatos. Y tampoco tuvieron mucho desdén hacia los indios como
para no unirse con sus hijas y hermanas. Además cuentan los cronistas, que la
raza Guaraní pura (que no es la misma que las tribus “guaranizantes” que
todavía pueblan nuestra tierra, pues los guaraníes fueron absorbidos casi en su
totalidad por la población mestiza ya para mediados del siglo XIX) poseía
mujeres atractivas y limpias. Y además los “hijosdalgos” tenían otro motivo
poderoso para casarse con las indias: una ley no escrita pero muy respetada de
los naturales que obligaba a los “cuñados” a ayudar al marido de su hermana.
Demás está decir que los conquistadores –como buenos españoles– se casaban con
varias mujeres para tener así un ejército de “cuñados” a su disposición. Esto
puede explicar que en el Paraguay no exista problema racial, ni compartimentos
estancos entre sus clases, ni “alta aristocracia” excluyente y tradicional. En
el Paraguay el que tiene el Poder Político se vuelve “aristócrata”: valga un
ejemplo: con el derrumbe del
Stronato el de Febrero del ’89, el Club
Social más “aristocrático” del país, el CLUB CENTENARIO, quedó acéfalo, pues su
mesa directiva estaba compuesta casi en su totalidad por nuevos ricos poderosos
de la camarilla de Stroessner.
Así pues, en el Paraguay, ante
la ausencia de todo tipo de grandes explotaciones y unidades económicas, la
base de su sociedad fue la pequeña
chacra del campesino libre. Esta clase social que por su misma mentalidad e
intereses era la que tenía que apoyar la independencia absoluta de la corona
española y posteriormente el nacionalismo férreo de la Dictadura del Dr. José
Gaspar Rodríguez de Francia. En este mundo agrario, bucólico, de pequeños
campesinos, sin “intelligentsia” aristocrática, ni burguesía, ni grandes
latifundistas, el Estado adquirió un poder absoluto. Los 29 años del Dr.
Francia en el poder, de los cuales 24 fueron de suprema Dictadura Perpetua,
plasmaron la unidad nacional y dieron al Estado paraguayo su supremacía total y
completa iniciativa en la toma de decisiones de todos los aspectos de la
sociedad. A la muerte del Supremo Dictador en 1.840, y la ascensión al poder
del Pte. Carlos Antonio López, el cambio que se operó fue sólo de grado, no de
esencia. El Estado continuó siendo la principal fuente de acumulación de
capital así como el impulsor y propietario de las bases de una industria
siderúrgica y metalúrgica, el ferrocarril y el comercio de exportación. Con la
destrucción del Estado Paraguayo, por la Guerra de la Triple Alianza de 1865-1870,
que costó al Paraguay la muerte de las dos terceras partes de su población
total y las nueve décimas partes de su población masculina, nuestra nación
adquirió la forma –impuesta por los vencedores– de una democracia liberal de
formato constitucional.
Pero este sistema nunca pudo funcionar apropiadamente. Y la postración popular
luego del genocidio del ’70 hizo que careciese de energías
para presionar sobre el Gobierno de un Estado que era débil ante los intereses
dominantes pero seguía siendo poderoso en su dominio sobre las masas campesinas
bajo la fachada de una pseudo democracia liberal.
Este sistema funcionó más mal
que bien durante casi 32 años de gobierno ininterrumpido del Partido Liberal.
Pero las energías latentes de las masas hicieron eclosión a raíz de la Guerra del Chaco entre
Paraguay y Bolivia. Esta guerra fratricida puso al descubierto y agudizó al
máximo, todas las falencias del sistema. Y es así como el Ejército toma, por
primera vez, participación directa en la dirección de la vida política
paraguaya. La cronología comienza con el Golpe de Estado revolucionario del 17
de febrero de 1936, dirigido y liderado por un héroe del Chaco: el Coronel
Rafael Franco.
Hecha esta breve e incompleta
sinopsis histórica, necesaria para comprender las peculiaridades de la nación
paraguaya y de su política, pasaremos a tratar de ilustrar sobre el fenómeno
clave: la aparición en el escenario
Gubernamental del Partido Colorado y el Stronismo. Sin ello no podríamos
referirnos a nuestra visión del proceso de transición democrática y nuestras
expectativas.
LA REVOLUCIÓN COLORADA
Y EL STRONISMO.
Después de una irrupción
relativamente breve, pero intensa, de las energías populares, durante las
jornadas de 1936 y la década subsiguiente, el agotamiento de esas energías en
la guerra civil de 1947 y la cuasi-desintegración post-revolucionaria de la
sociedad, produjeron un efecto aún más devastador. El ascenso del Coloradismo
al poder con la guerra civil –seis meses de matanzas pavorosas– fue una
REVOLUCIÓN. Porque el gran derrotado: el Partido Liberal –y su ejército
profesional– era el sostén de una rancia Oligarquía que se había ido formando
lentamente por la clase de los grandes estancieros latifundistas, comerciantes
exportadores y abogados o accionistas de las grandes empresas de capital
extranjero. Imitando a su símil Rioplatense, adoptaban los usos y costumbres
europeos, poseían una vasta cultura positivista y hablaban correctamente el
francés.
El advenimiento del Coloradismo,
significó el ascenso popular al poder; o como otros lo prefieren, el ascenso
del populismo. Muchos de sus Jefes y sobre todo sus mandos medios, no poseían
una cultura exquisita: por primera
vez se escuchaba en los pasillos del Palacio de Gobierno y en los Ministerios,
voces que hablaban en guaraní o en un mal castellano mezclado, el “jopará”.
Entonces, ¿porqué esta Revolución Popular Colorada, que había derrotado incluso
–con su milicia de “pynandíes”– al Ejército profesional, no pudo llevar a cabo
las transformaciones que sus mismos Estatutos y sus Caudillos
prometían? Esta es la pregunta que trataremos de responder, porque, a nuestro
juicio, de este fracaso deviene la larga noche stronista.
Entre 1947 y 1954, con los demás Partidos
derrotados, incapacitados para defender sus posiciones, el Partido Colorado y
su Junta de Gobierno asumieron el papel de custodios del orden y la legalidad.
La lógica de este “sustitutismo republicano” los llevó a establecer el
monopolio mucho más estrecho de la facción “Guión
Rojo” y luego la “Democrática”. Y
éste fenómeno agudizó el ya prolongado eclipse de la conciencia social de las
masas, y devino en una verdadera parálisis de la voluntad política del Partido,
reflejada en su fragmentación, confusión y falta de identidad política con sus
bases, pudiendo ser descripto –en terminología Sartriana– como un “Partido en
sí”, pero no un “Partido para sí”. Expliquémoslo: un “Partido en sí” cumple
su función política en la sociedad, pero no tiene conciencia de su lugar en
dicha sociedad, es incapaz de concebir su propio interés colectivo e histórico
y de subordinar a éstos las aspiraciones particulares de sus miembros,
especialmente de sus Dirigentes. Esos Dirigentes habían supuesto –sin
expresarlo nunca directamente– que, una vez que el Partido Colorado lograra el
pleno poder y la autointegración social que ello implicaba, conseguiría
también, automáticamente, esa conciencia política que haría de él un “Partido para sí”; y que se mantendría
en adelante en esa posición sin recaer en la inmadurez, que atribuían a los 40
años de llanura. Pero, en lugar de eso, el Partido Colorado, después de
derrocar a la rancia Oligarquía liberal y a su Ejército de élite, y afirmar su
preeminencia sobre todos los demás adversarios, volvió a sumirse en la
condición de una clase política inconsciente de sus verdaderos intereses y
objetivos, e inarticulada.
Así pues, sobrevino la reacción
“Bonapartista”(1) de Stroessner, quien aprovechó el hecho de que los impulsos y
las influencias que determinaban el comportamiento del Partido eran intrincados
y contradictorios, con el resultado de que el temor y la fe, el horror y la
esperanza, la desesperación y la confianza, luchaban en los sentimientos de las
masas coloradas, dejándolas
enervadas, resentidas, y sin embargo renuentes a resistir la autoridad del
Estado y de la Junta
de Gobierno, remitiéndose a rumiar sus agravios en indolente sumisión. Y
Stroessner tuvo el campo orégano.
Y entonces, el deseo febril de
poner orden, de lograr la expansión económica –por un lado– más la
inestabilidad general, el eclipse de la conciencia social de las masas y la
extenuación de la voluntad política del Partido –por el otro– formaron el
trasfondo del desarrollo posterior mediante
el cual el gobierno de una facción partidaria se convirtió en el gobierno de un
solo Jefe. A los colorados les tocó el turno de descubrir, horrorizados
algunos, que, después de haber privado de libertad a todos sus adversarios, se
habían privado de libertad ellos mismos y se habían puesto a merced de su
propio jefe. Después de proclamar que el Partido debía ser monolítico o no
sería colorado, Stroessner insistió en que su propia facción debía ser
monolítica o no sería stronista. Y el Partido Colorado dejó
de ser una “asociación de hombres libres” o la expresión de un grupo político: se convirtió en el interés, la
voluntad y el capricho personal de Stroessner.
Y mientras más poderoso parecía,
y mientras más enérgicamente hablaba y procedía Stroessner, y mientras más
abyectamente se arrastraban ante él sus nuevos partidarios y muchos antiguos
colorados, más delirante se hacía su obsesión por el poder y más
incansablemente trabajaba para que todo el Paraguay compartiera su obsesión de
perpetuidad. El frenesí con que llevó adelante su empresa, convirtiéndola en la
preocupación capital de su Gobierno, supeditando a ella todos los intereses
políticos, tácticos, intelectuales y de cualquier género, supera toda
descripción; no existe en toda nuestra historia otro caso en que recursos tan
inmensos de poder y propaganda hayan sido empleados para un solo individuo.
Pero mórbida y todo, como era su obsesión, tenía una base en la realidad.
Stroessner no había conquistado el poder de una vez por todas; tuvo que
afirmarlo y reconquistarlo una y otra vez: en el ’55; en el ’57; en el ’59; del
’60 al ’65; en el ’67 y etcétera. Su éxito no debe oscurecer el hecho de que
hasta la Convención
del ’67 y la caída de Edgar L. Ynsfrán, su supremacía no alcanzó a consolidarse
totalmente. Y mientra más alto ascendía, mayor era el vacío que lo rodeaba y
más numerosa la masa de colorados que tenían razones para temerlo y odiarlo y a
quienes él a su vez temía y odiaba.
Stroessner veía que la viejas
divisiones entre sus adversarios, las diferencias entre Guiones y Democráticos o
de MOPOCOS y “Mendefleytistas”, se borraban y se esfumaban; y ese temor le
inspiraban aquellas “conspiraciones comunistas” o “bloques, coaliciones de
colorados izquierdistas” que su policía tenía que descubrir o inventar una y
otra vez. Por último, el ascendiente de su propia facción stronista convertía a
los viejos colorados tradicionales (y a muchos jóvenes) en aliados potenciales
de aquellos colorados marginados. Endiosado y elevado por encima de todo el
Partido Colorado, Stroessner veía, no sin razón, a todo el Partido como una
coalición potencial contra él; y tenía que utilizar cada gramo de su fuerza y
de su astucia para impedir que lo potencial se volviera real.
La falta de cohesión política de
la sociedad paraguaya, que al comienzo del régimen de Stroessner era rural en
casi un 80% y aún ahora llega casi al 50%, determinó, como ya lo dijimos, la
omnipotencia del Estado. Y Stroessner al obtener el control del Gobierno, del
Partido y del Ejército, se convirtió en árbitro supremo. Y si después de la
guerra civil del ’47 el régimen colorado fue instaurado sobre el trasfondo de
la desintegración económica y la
dispersión de la clase obrera y campesina, ese régimen adquirió luego con
Stroessner, un poder virtualmente ilimitado, merced a la masiva ayuda económica
y diplomática internacional –producto de la Guerra Fría– que produjeron un
crecimiento y expansión económicos que habrían de darle, en 30 años, una nueva
forma a la sociedad; pero en lo político, por la terrible represión
y corrupción, hicieron a ésta aún más amorfa y aumentaron su atrofia.
En el régimen stronista pueden
distinguirse dos períodos de entre 15
a 20 años cada uno: el primer período –de 1954 a 1971 aproximadamente–
fue de lo que podríamos llamar una Dictadura. El segundo período –de 1971 a 1989– ya constituyó
una Tiranía.
Expliquemos la diferencia: Dictator era el sujeto de una
Institución Romana prevista por las leyes por la cual, en caso de peligro
extremo para la República,
se entregaba todo el Poder a un ciudadano por el plazo de seis meses,
prorrogable, que lo convertía en un Magistrado para tiempos difíciles. En
cambio τύραννος (Türannos), Tirano
llamaban los Griegos a aquél que usurpaba el Poder y gobernaba con
despótica crueldad en beneficio suyo y de sus allegados. Así que decir de un
Gobernante que es un Dictador simplemente significa que
tiene concentrado todo el Poder en sus manos, con prescindencia del buen o mal
uso que haga de él. En cambio considerarlo Tirano implica ya descalificarlo
desde el punto de vista moral.
Stroessner, consciente de sus limitaciones intelectuales, durante la
primera fase de su gobierno se rodeó de excelentes Consejeros con gran bagaje
intelectual y experiencia política práctica, como Juan José Soler, Emilio
Saguier Aceval, J. Bernardino Gorostiaga, Víctor Morínigo, J. Eulogio
Estigarribia, Edgar L. Ynsfrán (y
detrás de él J. Natalicio González),
Tomás Romero Pereira y otros más. Pero
cuando con el paso de los años, por ley natural fueron desapareciendo y
reemplazados por la “nueva hornada” de Dirigentes mediocres encabezados y
prohijados por Mario Abdo Benítez, su Dictadura degeneró en total y grotesca
Tiranía. De la misma manera relata Víctor
de Laurestán (2) en sus
“Memorias”, que Napoleón basó sus
éxitos militares en su gran equipo de Mariscales; pero cuando fueron
desapareciendo por morir en los combates o enemistarse con el Emperador, fueron
reemplazados por segundones mediocres como el Mcal. Grouchy, el responsable de la derrota de Waterloo.
En los años subsiguientes a la
expulsión, prisión y exilio de los Dirigentes del Movimiento Popular Colorado (MOPOCO), que sucedió en 1959, las
energías del pueblo paraguayo se ocuparon en tratar de subsistir, evitar la
represión, tratar de tomar parte en cierto progreso material; y con los
prodigiosos esfuerzos que esto exigía, quedaron pocos recursos para dedicarlos
a la afirmación de propósitos políticos, morales y sociales de cualquier
índole. Y, puesto que el poder del Estado era cada vez mayor, cuanto que era
ejercido sobre una Nación políticamente
triturada, el amo del Poder y sus epígonos hicieron todo lo posible, sin
escrúpulo alguno, por mantener a la República precisamente en esa situación.
No es necesario detallar todo lo
que el stronismo hizo, todo el mundo lo sabe; solamente deseamos puntualizar
sus consecuencias. Porque el terror del período de Stroessner fue equivalente a
un GENOCIDIO POLÍTICO: destruyó toda especie de organizaciones antistronistas.
A medida que transcurría el tiempo y se consolidaba su
gobierno, no quedó en el Paraguay ningún grupo capaz de plantearle un desafío
serio, excepto el Movimiento Popular
Colorado, pero cada vez más arrinconado e implacablemente perseguido. Ni
siquiera se permitió la supervivencia de algún Centro de pensamiento
independiente. Stroessner “secuestró”
a todo el pueblo paraguayo, inclusive a los Partidos opositores; no olvidemos
que tanto el Partido Liberal (dividido
en dos facciones) y el Partido
Revolucionario Febrerista, participaron de las farsas electorales del
oficialismo efectuadas bajo Estado de Sitio, desde 1963, y estuvieron presentes
en la “Asamblea Nacional Constituyente” que aprobó una nueva Carta Magna al
sólo efecto de prolongar “constitucionalmente” el período de mando del
Dictador.
En la conciencia de las masas
coloradas se produjo un tremendo hiato; se trató de despedazar su memoria
colectiva; la continuidad de sus tradiciones republicanas y revolucionarias fue
liquidada; y su capacidad de formar y cristalizar cualquier idea
anticonformista fue destruida. El Partido Colorado y el Paraguay todo, quedaron
finalmente, no sólo en su política práctica, sino inclusive en sus procesos mentales,
sin ninguna alternativa aparente frente al stronismo.
Tal es la triste verdad de este
aserto, que, aún en los últimos años del régimen de Stroessner, ya con el
deterioro causado por su decadencia física, la crisis económica (causada,
además de todos los problemas inherentes al subdesarrollo, por el fin del flujo
de dólares a la construcción de la represa de Itaipú y el cierre de los
créditos “Stand-By”), el fin del aislamiento político del Paraguay con su
“manto de silencio”, la descomposición interna del stronismo con la emergencia
de los Colorados Tradicionalistas de
la “generación de la paz”, el ascenso del nivel cultural de las masas como
resultado del desarrollo de las relaciones socioeconómicas etc., aún con todo
eso, ningún Movimiento antistronista pudo surgir firmemente de abajo, desde el
fondo de la sociedad paraguaya, y ningún Movimiento de resistencia pudo llegar
a estar tan fuerte como para derribarlo, mucho menos el MOPOCO. Inclusive,
Stroessner logró la sumisión de jóvenes y brillantes colorados protegidos y
elevados políticamente por Juan R.
Chaves, que luego fueron prominentes figuras de la transición para después
caer en el olvido y la nada, como Angel
Roberto Seifart, quien en 1984 defendió en el pleno de la Cámara de Diputados la
clausura del Diario ABC Color y en la Campaña Electoral
de 1983, para la “reelección” del Dictador, lo proclamó “el conquistador del
Este” en alusión de la apertura al Alto Paraná con la ruta respectiva y la
fundación del entonces llamado “Puerto Presidente Stroessner”; también la misma
suerte corrió el intelectual Julio César
Frutos quien no supo sostener con gallardía el natural idealismo rebelde de
la juventud sirviendo sumisamente al tirano desde su escaño de la Cámara de Diputados
expresando en la Nota Editorial
de “Clásicos Colorados”, pág. VI, año 1984,
de la reimpresión del libro “Luchad”, de Juan Manuel Frutos que éste “…inauguraba en 1948 un proceso revolucionario pacífico y continuo, que encontró en el General Alfredo
Stroessner un empecinado moldeador de obras espirituales y materiales que las
nuevas generaciones tenemos que sostener y afianzar en la República”.
Y así, tuvo que ser el EJÉRCITO una
vez más, el árbitro de la situación, entregando
las principales palancas del Poder al grupo aparentemente más fuerte y mejor
organizado, que resultó ser el de los antiguos colaboradores de Stroessner, los
Tradicionalistas, también
denominados “Chavistas” (por alusión
a sus prominentes cabezas: Federico Chaves y Juan R. Chaves), que debían emprender entonces, “desde arriba”, la
reforma de los rasgos más anacrónicos del Régimen. Pero aún solamente como
“reformistas” ellos resultaron un fiasco.
De ésta manera, habiendo devenido
ya la superación del stronismo en una necesidad histórica, y habiendo sido el Gral. Andrés Rodríguez con las FF.AA.
quienes tomaron la iniciativa práctica
del rompimiento, sin embargo, por una ironía de la historia, tuvo que ser el propio grupo gobernante
el encargado de llevar adelante y completar esa tarea. Pero ¿no les hemos
dicho, lectores, que habían resultado un fiasco? ¿Podían ellos todavía
rectificarse y hacerlo? ¿O era necesaria otra Revolución Política? ¿Aunque esa
Revolución no fuese violenta y se diese sólo a nivel de Partido?
VISIÓN DESDE EL PARTIDO COLORADO EN 1989.
El golpe militar del 2 y 3 de
Febrero de 1989 hizo pensar a muchos extranjeros (y también paraguayos) que con
la caída de Stroessner caería también el Partido Colorado, o que quedaría tremendamente
debilitado; que su masa no era tal, que era Stroessner el que sostenía el
Partido, que su credibilidad popular era nula, y etc. También muchos políticos notables y
experimentados pensaban así; por ejemplo, el Dr. Domingo Laíno, Presidente del Partido Liberal Radical Auténtico
(PLRA), afirmó ante las cámaras de televisión, que derrotaría al Gral.
Rodríguez y al Partido Colorado, en las elecciones generales del 1º de Mayo de
ese año. Todos se equivocaron, porque los verdaderos colorados sabían que, el
pueblo colorado no era stronista. El
correligionario es primordialmente HOMBRE DE PARTIDO, y sus mandos medios, los
caudillos, son hombres de Partido, generación
tras generación, y hacen política sin importarles muchas veces quién es el
Gobernante, con tal que sea su Partido el que gobierne. El poder de la Junta de gobierno del Partido Colorado y su
influencia son extraordinarios, aún hoy, porque deben saber los lectores –sobre
todo los extranjeros– que en el Paraguay, el bipartidismo está tan acendrado,
que la pertenencia al Partido Liberal o al Partido Colorado, escapa a la Ideología, al Estatuto o
al Programa; es cosa de raigambre familiar, una tradición histórico-cultural
que sólo puede parangonarse con los célebres clanes escoceses. Así fue como el
Partido Colorado no defendió a Stroessner, antes bien, las masas coloradas dieron un gran
suspiro de alivio: ¡se había roto su cautiverio! Y de un confín a otro de la República los
correligionarios fueron a ponerse a las órdenes de sus JEFES NATURALES, y allí
–al hablar de Jefes Naturales– comenzó el desgaste de los ex colaboradores de
Stroessner. Pues las masas buscaron acercarse a aquellos Dirigentes, que en la
lucha clandestina del “exilio interior” o dentro de la misma estructura
stronista, mantuvieron enhiesta la bandera de las reivindicaciones y los
principios del auténtico coloradismo. Y resultó que los republicanos llamados “Tradicionalistas Autónomos” por su
posición intransigente a un “Stronismo sin Stroessner”, fueron creciendo día a
día, ante el estupor de los colorados stronistas y de los Partidos opositores.
También al influjo de ese “vendaval de verdades” que sacudía las estructuras
del Partido, otros grupos de Dirigentes, no muy comprometidos con Stroessner,
abandonaron al Tradicionalismo ortodoxo, y se congregaron bajo la misma
bandera. Y aquí viene la respuesta del
porqué los Tradicionalistas “Chavistas”
a quienes se entregaron las palancas del poder resultaron un fiasco: porque
esas viejas fuerzas decadentes que
conformaron los ex colaboradores durante
30 años, presentaban un problema ideológico,
político y moral.
Era un problema ideológico y
político porque representaban la expresión de la vieja oligarquía partidaria de
los “veinte apellidos”, los “Partido jara” (dueños del Partido) –como sagazmente
los denominó el pueblo– que habían constituido siempre ese sector autoritario,
anti-agrarista y reaccionario del Partido Colorado, y que con Stroessner
evolucionó hacia un Neofascismo sin ambages, reflejándose claramente en su
conducta e intención después del golpe:
mantener un esquema vertical de rígida obediencia piramidal, condenación del
disenso y por ende, de las corrientes internas, apelar emocionalmente a las
bases para obtener especies de “plebiscitos” dirigidos, y propender a un
programa que preservase el ordenamiento socioeconómico heredado de la
dictadura, en un marco de liberalismo sustancial mitigado por algunas
concesiones sociales de tipo asistencial, todo con una fraseología
“revolucionaria” efectista, de populismo verbal. Esta es en parte la explicación del porqué, a pesar de copiar
la fachada de los métodos democráticos, el espíritu del “ancien régime” se
trasuntaba en todos sus actos, porque, más allá de los mecanismos formales de
la democracia, el Tradicionalismo “Chavista” seguía siendo fiel a sí mismo,
como una estructura formada en el stronismo, jerárquica y autoritaria, donde el
jefe mandaba sin disputa.
Pero lo más peligroso para nuestra
incipiente democracia estribaba en que el “Tradicionalismo
Chavista” representaba la “ideología” del “Sustitutismo Partidario”; es decir, la “sustitución” de la
voluntad y el protagonismo de las masas por una élite privilegiada, exclusiva y
excluyente, que se operaba de la siguiente forma: Primero, la masa de
afiliados era sustituida por los caudillos, digitados y amparados por
Seccionales controladas; Segundo, esos mandos medios eran “sustituidos” por los
Presidentes de Seccionales y Convencionales, generalmente prebendarios; luego,
los Consejos de Presidentes de Seccionales (Departamentales y de la Capital), “sustituían” a
los
Presidentes de Seccionales cuando las decisiones se iban volviendo importantes;
después, la Junta
de Gobierno “sustituía” a los Consejos; y el Comité Político sustituía a
la Junta; entonces
el Presidente y los Vice-Presidentes “sustituían” al Comité Político; hasta
que por último, el “único líder” y Presidente Honorario del Partido,
también Presidente de la
República, “sustituía” a todo el Partido Colorado en la toma
de decisiones trascendentales. Al no haber elección directa de autoridades, y
al no tolerarse la libre expresión de las corrientes internas, más el manipuleo
de las elecciones de base y de convencionales, por el prebendarismo y aún por
la fuerza, la representación se
volvía sustitución. Tal el esquema
de vida “institucional” partidaria que
hasta el 3 de Febrero había ofrecido el Partido Colorado durante el stronismo.
En fin, la oligarquía “Chavista”
era también un problema moral; la
crisis de credibilidad que padecían por su larga y abyecta sumisión a
Stroessner, hizo que la ciudadanía en general –cada día en mayor proporción– les
haya negado el derecho a comparecer ante la historia de la patria en el mismo
pie de igualdad que el resto de sus correligionarios, convirtiéndolos en
políticos sin futuro, cuya causa había perimido, desde que los dos principios
tenidos por intocables hasta el 3 de Febrero, quedaron vulnerados: primero, el predominio dictatorial
del Coloradismo Stronista sobre todos los aspectos de la vida política y
administrativa; segundo, la sumisión de la masa partidaria en medio de un
Estado despótico de autoritarismo total. Todo lo apuntado en éste ítem es lo
que los Republicanos de ahora ya no debemos permitir en pleno siglo XXI. Porque
como lo expresó certeramente ese super-político que fue Talleyrand, Ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón y del
restauradoRey Borbón: “En política
hay algo peor que cometer un crimen, y es cometer un error”.-
N O T AS.
(1)
Bonapartista: Denominación dada al Golpe de Estado
militar de Napoleón Bonaparte, el 18 de Brumario (9 de Noviembre de 1799),
contra el Directorio Civil que gobernaba Francia después de la Revolución y el
“Terror”, aprovechando el desorden circundante. Y a todo Golpe Militar efectuado
con el pretexto de “poner orden en el país”.-
(2)
Víctor de
Laurestán: “Memorias”; Ed. KRAFT; Bs. Aires, 1955.- V. de Laurestán fue amigo de infancia de Napoleón en Córcega y
luego una especie de Secretario Privado y Consejero personal además de amigo
íntimo y confidente hasta Santa Elena.-
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