sábado, 6 de febrero de 2016

STROESSNER

EL PARTIDO COLORADO Y
                   STROESSNER

         Los acontecimientos del 2-3 de Febrero de 1989, signados por la caída de Stroessner, pusieron de relieve la perenne vitalidad del Partido Colorado y su capacidad de sobreponerse a las más trágicas y terribles circunstancias, pudiendo emerger de su “cautiverio” con sus cuadros intactos, para ofrecer aún al pueblo paraguayo la alternativa más válida de recuperación institucional y democracia participativa. En los prolegómenos de este análisis queremos señalar el mérito, por un lado, del Coloradismo de la resistencia”, el maquis colorado”, que preservó, con singular heroísmo y constancia, la autoridad moral del Partido; así como de un gran sector de la “corriente Oficialista”, que aún teniendo que tascar el freno del stronismo, pudo “mantener el pie” en las estructuras del Poder Partidario y Estatal, conservando la organización del Partido a nivel nacional, evitando la caída a la llanura, para esperar pacientemente el momento en que Stroessner cometiera un error o que la relación de fuerzas Stroessner-Partido favoreciera a éste último para intentar la caída del dictador.
       Al considerar el tema que estamos tratando, queremos señalar que debemos tener siempre presente, la peculiaridad esencial de la historia política y social del Paraguay, que consiste en el extraordinario Poder del Estado sobre la sociedad nacional. Tal es así, que podemos añadir con propiedad, que mientras en la mayoría de los Países Latinoamericanos las Oligarquías crearon el Estado, en el Paraguay el Estado ha dado origen a la Oligarquía; incluso el Capitalismo paraguayo nació como una criatura del Estado. La inmadurez pues, de las clases sociales de nuestro país, ha inducido (y sigue induciendo) a los Dirigentes de la intelectualidad y a pequeños grupos de Caudillos políticos, a suplantar al pueblo y a obrar como sus representantes sin consultarlo demasiado.
       Expliquémonos: la formación histórica de la Nación Paraguaya se ha operado de una manera bastante singular y diferente de la mayoría de las naciones latinoamericanas. En efecto, mientras que en el Río de la Plata la conquista española se asentó sobre la explotación de las grandes estancias ganaderas; en el Virreinato del Perú sobre la gran minería extractiva, en las Antillas sobre las plantaciones de caña de azúcar, y en el Brasil la colonización portuguesa sobre las grandes plantaciones de café, por ej., en el Paraguay no había nada de eso. La presencia de los factores que prometían riqueza fácil y extraordinaria, hizo que los conquistadores y sus sucesores –sobre todo los nobles aristócratas que se fueron sumando– sentaran sus reales en los centros antes mencionados. Y formaron la aristocracia hispano-criolla, blanca, noble, que nunca se unió a los naturales; al contrario, sometió a los indios de los Andes, a los negros traídos del África y a los mestizos peones de las estancias de la Pampa húmeda, a una esclavitud no prevista por las Leyes de Indias, degenerando su estirpe con coca, alcohol y hambre; problema social tremendo que aún arrastran los países que han heredado esa masa humana tanto tiempo sometida.
       En el Paraguay, ante la ausencia de posibilidades de riqueza fácil y pronta, los aristócratas y grandes caballeros españoles, pasaron de largo; quedando solamente los segundones, los “hijosdalgos”, los que no tenían los medios adecuados para ocupar un espacio en los ricos Virreinatos. Y tampoco tuvieron mucho desdén hacia los indios como para no unirse con sus hijas y hermanas. Además cuentan los cronistas, que la raza Guaraní pura (que no es la misma que las tribus “guaranizantes” que todavía pueblan nuestra tierra, pues los guaraníes fueron absorbidos casi en su totalidad por la población mestiza ya para mediados del siglo XIX) poseía mujeres atractivas y limpias. Y además los “hijosdalgos” tenían otro motivo poderoso para casarse con las indias: una ley no escrita pero muy respetada de los naturales que obligaba a los “cuñados” a ayudar al marido de su hermana. Demás está decir que los conquistadores –como buenos españoles– se casaban con varias mujeres para tener así un ejército de “cuñados” a su disposición. Esto puede explicar que en el Paraguay no exista problema racial, ni compartimentos estancos entre sus clases, ni “alta aristocracia” excluyente y tradicional. En el Paraguay el que tiene el Poder Político se vuelve “aristócrata”; valga un ejemplo: con el derrumbe del Stronato en   Febrero del ’89, el Club Social más “aristocrático” del país, el CLUB CENTENARIO, quedó acéfalo, pues su mesa Directiva estaba compuesta casi en su totalidad por los nuevos ricos poderosos de la camarilla de Stroessner.
       Así pues, en el Paraguay, ante la ausencia de todo tipo de grandes explotaciones y unidades económicas, la base de su sociedad fue la pequeña chacra del campesino libre. Esta clase social que por su misma mentalidad e intereses era la que tenía que apoyar la independencia absoluta de la corona española y posteriormente el Nacionalismo férreo de la Dictadura del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia quien destruyó la alta “Aristocracia blanca española” empotrada en el Cabildo de Asunción y la Oligarquía comerciante agro-exportadora “Porteñista” interesada, por sus vínculos comerciales, en la incorporación del Paraguay a las Provincias Argentinas. En este mundo agrario, bucólico, de pequeños campesinos, sin “intelligentsia” aristocrática, ni burguesía, ni grandes latifundistas, el Estado adquirió un Poder absoluto. Los 29 años del Dr. Francia en el Poder, de los cuales 24 fueron de suprema Dictadura Perpetua, plasmaron la unidad nacional y dieron al Estado paraguayo su supremacía total y completa iniciativa en la toma de decisiones de todos los aspectos de la sociedad. A la muerte del Supremo Dictador en 1840, y la ascensión al Poder del Pte. Carlos Antonio López, el cambio que se operó fue sólo de grado, no de esencia. El Estado continuó siendo la principal fuente de acumulación de capital así como el impulsor y propietario de las bases de una industria siderúrgica y metalúrgica, el ferrocarril y el comercio de exportación. Con la destrucción del Estado Paraguayo, por la Guerra de la Triple Alianza de 1865-1870, que costó al Paraguay la muerte de las dos terceras partes de su población total y la nueve décima parte de su población masculina, nuestra Nación adquirió la forma –impuesta por los vencedores– de una Democracia Liberal de formato constitucional. Pero este sistema nunca pudo funcionar apropiadamente. Y la postración popular luego del genocidio del ’70 hizo que careciese de energías para presionar sobre el Gobierno de un Estado que era débil ante los intereses dominantes pero seguía siendo poderoso en su dominio sobre las masas campesinas bajo la fachada de una pseudo democracia liberal.
       Este sistema funcionó más mal que bien durante casi 32 años de gobierno ininterrumpido del Partido Liberal. Pero las energías latentes de las masas hicieron eclosión a raíz de la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia. Esta guerra fratricida puso al descubierto y agudizó al máximo, todas las falencias del sistema. Y es así como el Ejército toma, por primera vez, participación directa en la dirección de la vida política paraguaya. La cronología comienza con el Golpe de Estado revolucionario del 17 de febrero de 1936, dirigido y liderado por un héroe del Chaco: el Coronel Rafael Franco.
       Hecha esta breve e incompleta sinopsis histórica, necesaria para comprender las peculiaridades de la Nación Paraguaya y de su política, pasaremos a tratar de ilustrar sobre el fenómeno clave: la aparición en el escenario gubernamental del Partido Colorado y el Stronismo. Sin ello no podríamos referirnos a nuestra visión del proceso de transición democrática y nuestras expectativas hasta ahora fallidas.

                    LA REVOLUCIÓN COLORADA Y EL STRONISMO.

       Después de una irrupción relativamente breve, pero intensa, de las energías populares, durante las jornadas de 1936 y la década subsiguiente, el agotamiento de esas energías en la guerra civil de 1947 y la cuasi-desintegración post-revolucionaria de la sociedad, produjeron un efecto aún más devastador. El ascenso del Coloradismo al poder con la guerra civil –seis meses de matanzas pavorosas– fue una REVOLUCIÓN. Porque el gran derrotado: el Partido Liberal –y su ejército profesional– era el sostén de una rancia Oligarquía que se había ido formando lentamente por la clase de los grandes estancieros latifundistas, comerciantes exportadores y abogados o accionistas de las grandes empresas de capital extranjero. Imitando a su símil Rioplatense, adoptaban los usos y costumbres europeos, poseían una vasta cultura Positivista y hablaban correctamente el francés.
       El advenimiento del Coloradismo, significó el ascenso popular al poder; o como otros lo prefieren, el ascenso del populismo. Muchos de sus Jefes y sobre todo sus mandos medios, no poseían una cultura exquisita: por primera vez se escuchaba en los pasillos del Palacio de Gobierno y en los Ministerios, voces que hablaban en guaraní o en un mal castellano mezclado, el “jopará”. Entonces, ¿porqué esta Revolución Popular Colorada, que había derrotado incluso –con su milicia de “pynandíes”– al Ejército profesional, no pudo llevar a cabo las transformaciones que sus mismos Estatutos y sus Caudillos prometían? Esta es la pregunta que trataremos de responder, porque, a nuestro juicio, de este fracaso deviene la larga noche stronista.
       Entre 1947 y 1954, con los demás Partidos derrotados, incapacitados para defender sus posiciones, el Partido Colorado y su Junta de Gobierno asumieron el papel de custodios del orden y la legalidad. La lógica de este “sustitutismo Republicano” los llevó a establecer el monopolio mucho más estrecho de la facción “Guión Rojo” y luego la “Democrática”. Y éste fenómeno agudizó el ya prolongado eclipse de la conciencia social de las masas, y devino en una verdadera parálisis de la voluntad política del Partido, reflejada en su fragmentación, confusión y falta de identidad política con sus bases, pudiendo ser descripto –en terminología Sartriana– como un “Partido en sí”, pero no un “Partido para sí”. Expliquémoslo: un “Partido en sí” cumple su función política en la sociedad, pero no tiene conciencia de su lugar en dicha sociedad, es incapaz de concebir su propio interés colectivo e histórico y de subordinar a éstos las aspiraciones particulares de sus miembros, especialmente de sus Dirigentes. Esos Dirigentes habían supuesto –sin expresarlo nunca directamente– que, una vez que el Partido Colorado lograra el pleno Poder y la autointegración social que ello implicaba, conseguiría también, automáticamente, esa conciencia política que haría de él un “Partido para sí”; y que se mantendría en adelante en esa posición sin recaer en la inmadurez, que atribuían a los 40 años de llanura. Pero, en lugar de eso, el Partido Colorado, después de derrocar a la rancia Oligarquía liberal y a su Ejército de élite, y afirmar su preeminencia sobre todos los demás adversarios, volvió a sumirse en la condición de una clase política inconsciente de sus verdaderos intereses y objetivos, e inarticulada.
       Así pues, sobrevino la reacción “Bonapartista”(1) de Stroessner, quien aprovechó el hecho de que los impulsos y las influencias que determinaban el comportamiento del Partido eran intrincados y contradictorios, con el resultado de que el temor y la fe, el horror y la esperanza, la desesperación y la confianza, luchaban en los sentimientos de las masas coloradas, dejándolas enervadas, resentidas, y sin embargo renuentes a resistir la autoridad del Estado y de la Junta de Gobierno, remitiéndose a rumiar sus agravios en indolente sumisión. Y Stroessner tuvo el campo orégano.
      Y entonces, el deseo febril de poner orden, de lograr la expansión económica –por un lado– más la inestabilidad general, el eclipse de la conciencia social de las masas y la extenuación de la voluntad política del Partido –por el otro– formaron el trasfondo del desarrollo posterior mediante el cual el Gobierno de una facción partidaria se convirtió en el Gobierno de un solo Jefe. A los Colorados les tocó el turno de descubrir, horrorizados algunos, que, después de haber privado de libertad a todos sus adversarios, se habían privado de libertad ellos mismos y se habían puesto a merced de su propio Jefe. Después de proclamar que el Partido debía ser monolítico o no sería Colorado, Stroessner insistió en que su propia facción debía ser monolítica o no sería stronista. Y el Partido Colorado dejó de ser una “asociación de hombres libres” o la expresión de un grupo político: se convirtió en el interés, la voluntad y el capricho personal de Stroessner.
      Y mientras más poderoso parecía, y mientras más enérgicamente hablaba y procedía Stroessner, y mientras más abyectamente se arrastraban ante él sus nuevos partidarios y muchos antiguos colorados, más delirante se hacía su obsesión por el Poder y más incansablemente trabajaba para que todo el Paraguay compartiera su obsesión de perpetuidad. El frenesí con que llevó adelante su empresa, convirtiéndola en la preocupación capital de su Gobierno, supeditando a ella todos los intereses políticos, tácticos, intelectuales y de cualquier género, supera toda descripción; no existe en toda nuestra historia otro caso en que recursos tan inmensos de Poder y Propaganda hayan sido empleados para un solo individuo. Pero mórbida y todo, como era su obsesión, tenía una base en la realidad: Stroessner no había conquistado el Poder de una vez por todas; tuvo que afirmarlo y reconquistarlo una y otra vez: en el ’55; en el ’57; en el ’59; del ’60 al ’65; en el ’67 y etcétera. Su éxito no debe oscurecer el hecho de que hasta la Convención del ’67 y la caída de Edgar L. Ynsfrán, su supremacía no alcanzó a consolidarse totalmente. Y mientras más alto ascendía, mayor era el vacío que lo rodeaba y más numerosa la masa de colorados que tenían razones para temerlo y odiarlo y a quienes él a su vez temía y odiaba.
      Stroessner veía que la viejas divisiones entre sus adversarios, las diferencias entre Guiones y Democráticos o de MOPOCOS y “MendezFleytistas”, se borraban y se esfumaban; y ese temor le inspiraban aquellas “conspiraciones comunistas” o “bloques, coaliciones de colorados izquierdistas” que su policía tenía que descubrir o inventar una y otra vez. Por último, el ascendiente de su propia facción stronista convertía a los viejos Colorados tradicionales (y a muchos jóvenes) en aliados potenciales de aquellos colorados marginados. Endiosado y elevado por encima de todo el Partido Colorado, Stroessner veía, no sin razón, a todo el Partido como una coalición potencial contra él; y tenía que utilizar cada gramo de su fuerza y de su astucia para impedir que lo potencial se volviera real.
       La falta de cohesión política de la sociedad paraguaya, que al comienzo del régimen de Stroessner era rural en casi un 80% y aún ahora llega casi al 40%, determinó, como ya lo dijimos, la omnipotencia del Estado. Y Stroessner al obtener el control del Gobierno, del Partido y del Ejército, se convirtió en árbitro supremo. Y si después de la guerra civil del ’47 el Régimen Colorado fue instaurado sobre el trasfondo de la desintegración económica  y la dispersión de la clase obrera y campesina, ese Régimen adquirió luego con Stroessner un poder virtualmente ilimitado, merced a la masiva ayuda económica y diplomática internacional –producto de la Guerra Fría– que produjeron un crecimiento y expansión económicos que habrían de darle, en 30 años, una nueva forma a la sociedad; pero en lo político, por la terrible represión y corrupción, hicieron a ésta aún más amorfa y aumentaron su atrofia. En el Régimen Stronista pueden distinguirse dos períodos de entre 15 a 20 años cada uno: el primer período –de 1954 a 1974 aproximadamente– fue de lo que podríamos llamar una Dictadura. El segundo período –de 1974 a 1989– ya constituyó una Tiranía. Expliquemos la diferencia: Dictator era el sujeto de una Institución Romana prevista por las leyes por la cual, en caso de peligro extremo para la República, se entregaba todo el Poder a un ciudadano por el plazo de seis meses, prorrogable, que lo convertía en un Magistrado absoluto para tiempos difíciles. En cambio τύραννος (Türannos) Tirano llamaban los Griegos a aquél que usurpaba el Poder y gobernaba con despótica crueldad en beneficio suyo y de sus allegados. Así que decir de un Gobernante que es un Dictador simplemente significa que tiene concentrado todo el Poder en sus manos, con prescindencia del buen o mal uso que haga de él. En cambio considerarlo Tirano implica ya descalificarlo desde el punto de vista moral.
       Durante el primer período del Stronismo, se logró la tan ansiada paz y orden, se ejecutaron importantes obras materiales, se ensanchó la frontera agrícola y empezó la construcción de la represa de Itaipú; y en lo político, cierta libertad de acción y opinión   –muy controlada– a la Oposición.
       La personalidad de Stroessner reflejaba una serenidad asombrosa en el Gobernante de un país desquiciado, en total desorden cuando él tomó el Poder, pocos de cuyos ciudadanos adultos podían recordar un pasado político reciente del que pudieran enorgullecerse. Y la serenidad era la característica más necesaria en un Gobernante cuya misión era dar a su país el valor necesario para enfrentarse a un futuro incierto. Cuando Stroessner llegó al Poder, a la edad de 41 años, pareció que toda su vida había sido una preparación para la responsabilidad de devolver el respeto y orden a su sociedad desordenada, desmoralizada y dividida.     
       El sentido de seguridad interna de Stroessner se debía más a la fe que al análisis: era un lector asiduo y estudioso de la historia y todo el tiempo que tuvo antes del Poder lo dedicó a la reflexión; había pasado por la escuela de las convulsiones de su Patria y tenía una intuición extraordinaria de las corrientes de la época. También poseía una penetrante comprensión de la psicología de sus contemporáneos, y especialmente de sus flaquezas. Stroessner se esforzó por superar las turbulentas pasiones del Paraguay y por dar a su País –con su historia de extremismo y su inclinación al fanatismo– una reputación de confiabilidad.
       La respuesta de Stroessner al caos paraguayo de la post Guerra Civil, fue que un país dividido y en desorden, con sus raíces históricas en entredicho, requería una política firme si deseaba recuperar algún dominio sobre su futuro. Y se negó a dejarse desviar de este curso por simple nostalgia del pasado, ni por la tradicional relación paraguaya de amor-odio con sus vecinos. Optó incondicionalmente por el Occidente Anticomunista aun al precio de transgredir principios democráticos y violar los derechos humanos. Debemos recordar que se estaba en la “hora de las espadas” en que, luego de la Revolución Cubana, declarada Socialista-Marxista, se produjo en Sudamérica una trepidante sucesión de Golpes de Estado Militares, quedando para la década del ’70 solamente Colombia y Venezuela con Regímenes Civiles.
        Stroessner, consciente de sus limitaciones intelectuales, durante la primera fase de su Gobierno se rodeó de excelentes Consejeros con gran bagaje intelectual y experiencia política práctica, como Juan José Soler, Emilio Saguier Aceval, J. Bernardino Gorostiaga, Víctor Morínigo, J. Eulogio Estigarribia, Edgar L. Ynsfrán (y detrás de él J. Natalicio González), Tomás Romero Pereira  y otros más. Pero cuando con el paso de los años, por ley natural fueron desapareciendo y reemplazados por la “nueva hornada” de Dirigentes mediocres encabezados y prohijados por Mario Abdo Benítez, su Dictadura degeneró en total y grotesca Tiranía. De la misma manera relata Víctor de Laurestán (2) en sus “Memorias”, que Napoleón basó sus éxitos militares en su gran equipo de Mariscales; pero cuando fueron desapareciendo por morir en los combates o enemistarse con el Emperador, fueron reemplazados por segundones mediocres como el Mcal. Grouchy, el responsable de la derrota de Waterloo.
       En los años subsiguientes a la expulsión, prisión y exilio de los Dirigentes del Movimiento Popular Colorado (MOPOCO), que sucedió en 1959, las energías del pueblo paraguayo se ocuparon en tratar de subsistir, evitar la represión, tratar de tomar parte en cierto progreso material; y con los prodigiosos esfuerzos que esto exigía, quedaron pocos recursos para dedicarlos a la afirmación de propósitos políticos, morales y sociales de cualquier índole. Y, puesto que el Poder del Estado era cada vez mayor, cuanto que era ejercido sobre una Nación políticamente triturada, el amo del Poder y sus epígonos hicieron todo lo posible, sin escrúpulo alguno, por mantener a la República precisamente en esa situación.
       No es necesario detallar todo lo que el stronismo hizo, todo el mundo lo sabe; solamente deseamos puntualizar sus consecuencias. Porque el terror del período de Stroessner fue equivalente a un GENOCIDIO POLÍTICO: destruyó toda especie de organizaciones antistronistas. A medida que transcurría el tiempo y se consolidaba su Gobierno, no quedó en el Paraguay ningún grupo capaz de plantearle un desafío serio, excepto el Movimiento Popular Colorado, pero cada vez más arrinconado e implacablemente perseguido. Ni siquiera se permitió la supervivencia de algún Centro de pensamiento independiente. Stroessner “secuestró” a todo el pueblo paraguayo, inclusive a los Partidos opositores; no olvidemos que tanto el Partido Liberal (dividido en dos facciones) y el Partido Revolucionario Febrerista, participaron de las farsas electorales del oficialismo efectuadas bajo Estado de Sitio, en 1963 y 1968, y estuvieron presentes en la “Asamblea Nacional Constituyente” que aprobó una nueva Carta Magna al sólo efecto de prolongar “constitucionalmente” el período de mando del Dictador.
       En la conciencia de las masas coloradas se produjo un tremendo hiato; se trató de despedazar su memoria colectiva; la continuidad de sus tradiciones republicanas y revolucionarias fue liquidada; y su capacidad de formar y cristalizar cualquier idea anticonformista fue destruida. El Partido Colorado y el Paraguay todo, quedaron finalmente, no sólo en su política práctica, sino inclusive en sus procesos mentales, sin ninguna alternativa aparente frente al stronismo.
       Tal es la triste verdad de este aserto, que, aún en los últimos años del régimen de Stroessner, ya con el deterioro causado por su decadencia física, la crisis económica (causada, además de todos los problemas inherentes al subdesarrollo, por el fin del flujo de dólares a la construcción de la represa de Itaipú y el cierre de los créditos “Stand-By”), el fin del aislamiento político del Paraguay con su “manto de silencio”, la descomposición interna del stronismo con la emergencia de los Colorados Tradicionalistas de la “generación de la paz”, el ascenso del nivel cultural de las masas como resultado del desarrollo de las relaciones socioeconómicas etc., aún con todo eso, ningún Movimiento antistronista pudo surgir firmemente de abajo, desde el fondo de la sociedad paraguaya, y ningún Movimiento de resistencia pudo llegar a estar tan fuerte como para derribarlo, mucho menos el MOPOCO. Inclusive, Stroessner logró la sumisión de jóvenes y brillantes colorados protegidos y elevados políticamente por Juan R. Chaves, que luego fueron prominentes figuras de la transición para después caer en el olvido y la nada, como Angel Roberto Seifart, quien en 1984 defendió en el pleno de la Cámara de Diputados la clausura del Diario ABC Color y en la Campaña Electoral de 1983, para la “reelección” del Dictador, lo proclamó “el conquistador del Este” en alusión de la apertura al Alto Paraná con la ruta respectiva y la fundación del entonces llamado “Puerto Presidente Stroessner”; también la misma suerte corrió el intelectual Julio César Frutos (Papuchín) quien no supo sostener con gallardía el natural idealismo rebelde de la juventud sirviendo sumisamente al tirano desde su escaño de la Cámara de Diputados expresando en la Nota Editorial de “Clásicos Colorados”, pág. VI, año 1984, de la reimpresión del libro “Luchad”, de Juan Manuel Frutos que éste “…inauguraba en 1948 un  proceso revolucionario pacífico y continuo, que encontró en el General Alfredo Stroessner un empecinado moldeador de obras espirituales y materiales que las nuevas generaciones tenemos que sostener y afianzar en la República”. Pero también debemos destacar que hubo otros jóvenes que acompañaron al Stronismo mas sin la sumisión al personalismo de aquellos citados, sino en función de “hombres de Partido”, como “Carlín” Romero Pereira y Bader Rachid Lichi. Carlos Romero-Pereira en su Discurso en Coronel Oviedo, su Carta a la H. Junta de Gobierno (1985), Ética Política (1985), y su libro Una Propuesta Ética (1987), documentos que ya son parte de la historia, denunció claramente que el resorte principal del Stronismo era la defensa del privilegio, que era lo único ya –sobre todo en la última década– que daba cierta unidad a todos los aspectos de la política de Stroessner en su creciente degradación del Partido Colorado. Y también analizó la composición de los Grupos Administrativos, del Aparato del Partido, de los Altos Empleados Públicos, del Equipo Gobernante, que sumaban un estrato masivamente poderoso, extraordinariamente reaccionario a causa de los privilegios de que disfrutaba y empeñado en mantener a cualquier precio el “statu quo”.
       Pero el equilibrio social, policlasista, del Partido Colorado –añadía “Carlín” en los documentos citados– era inestable. A la larga debía prevalecer uno de los dos elementos, el democrático o el autoritario personalista. El aumento contínuo de la desigualdad en Poder y Riqueza era una señal de peligro. Los grupos de Burócratas-Administradores metidos a “Dirigentes Políticos” no se contentarían indefinidamente con sus privilegios de consumidores; tarde o temprano tratarían de constituirse en una nueva clase política detentadora del Poder total mediante la “expropiación” del Partido Colorado y su conversión en el “Partido Stronista”. Y esto se cumplió ya en su primera parte en la Convención Partidaria de 1984 para culminar en el atraco de 1987. Pero Stroessner, al estimular la voracidad de su Burocracia, estaba socavando inconscientemente no solo su propio Régimen, sino todas las conquistas del Coloradismo. Tan inminente le parecía este peligro a “Carlín” que no vaciló en afirmar, ya antes de 1984, que se estaban creando las premisas políticas del “vitaliciado autoritario hereditario” y consideró sin ambages a la Burocracia Militante-Stronista como el agente potencial y directo de la defenestración del Partido Colorado y su reemplazo por el Partido Personal Stronista.
      También el tribuno popular” Juan Carlos Galaverna, hizo escuchar su estentórea voz: en una histórica reunión en la quinta del Dr. Ángel Florentín Peña, requirió que “el gringo Stroessner” fuera desplazado del Poder, lo que le valió la persecución e intento de captura por la policía de la Dictadura que pudo eludir a duras penas asilándose en una Embajada y exiliándose luego a la Argentina, de donde sólo pudo volver, después de muchos intentos, a mediados de 1987, para seguir la lucha desde el Paraguay sufriendo en ese lapso varios apresamientos.
      Y así las cosas, tuvo que ser el EJÉRCITO   una vez más, el árbitro de la situación, entregando las principales palancas del Poder al grupo aparentemente más fuerte y mejor organizado, que resultó ser el de los antiguos colaboradores de Stroessner, los Tradicionalistas, también denominados “Chavistas” (por alusión a sus prominentes cabezas: Federico Chaves y Juan R. Chaves), que debían emprender entonces, “desde arriba”, la reforma de los rasgos más anacrónicos del Régimen. Pero aún solamente como “reformistas” ellos resultaron un fiasco.
      De ésta manera, habiendo devenido ya la superación del stronismo en una necesidad histórica, y habiendo sido el Gral. Andrés Rodríguez con las FF.AA. quienes tomaron la iniciativa práctica del rompimiento, sin embargo, por una ironía de la historia, tuvo que ser el propio grupo gobernante el encargado de llevar adelante y completar esa tarea. Pero ¿no les hemos dicho, lectores, que habían resultado un fiasco? ¿Podían ellos todavía rectificarse y hacerlo? ¿O era necesaria otra Revolución Política? ¿Aunque esa Revolución no fuese violenta y se diese sólo a nivel de Partido?

                  VISIÓN DESDE EL PARTIDO COLORADO EN 1989.

       El golpe militar del 2 y 3 de Febrero de 1989 hizo pensar a muchos extranjeros (y también paraguayos) que con la caída de Stroessner caería también el Partido Colorado, o que quedaría tremendamente debilitado; que su masa no era tal, que era Stroessner el que sostenía el Partido, que su credibilidad popular era nula, y etc.  También muchos políticos notables y experimentados pensaban así; por ejemplo, el Dr. Domingo Laíno, Presidente del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), afirmó ante las cámaras de televisión, que derrotaría al Gral. Rodríguez y al Partido Colorado, en las elecciones generales del 1º de Mayo de ese año. Todos se equivocaron, porque los verdaderos Colorados sabían que el pueblo colorado no era stronista. El correligionario es primordialmente HOMBRE DE PARTIDO, y sus mandos medios, los caudillos, son hombres de Partido, generación tras generación, y hacen política sin importarles muchas veces quién es el Gobernante, con tal que sea su Partido el que gobierne. El Poder de la Junta de Gobierno del Partido Colorado y su influencia son extraordinarios, aún hoy, porque deben saber los lectores    –sobre todo los extranjeros– que en el Paraguay, el bipartidismo está tan acendrado, que la pertenencia al Partido Liberal o al Partido Colorado, escapa a la Ideología, al Estatuto o al Programa; es cosa de raigambre familiar, una tradición histórico-cultural que sólo puede parangonarse con los célebres clanes escoceses. Así fue como el Partido Colorado no defendió a Stroessner, antes bien, las masas coloradas dieron un gran suspiro de alivio: ¡se había roto su cautiverio! Y de un confín a otro de la República los correligionarios fueron a ponerse a las órdenes de sus JEFES NATURALES, y allí –al hablar de Jefes Naturales– comenzó el desgaste de los ex colaboradores de Stroessner. Pues las masas buscaron acercarse a aquellos Dirigentes, que en la lucha clandestina del “exilio interior” o dentro de la misma estructura stronista, mantuvieron enhiesta la bandera de las reivindicaciones y los principios del auténtico Coloradismo.  Y resultó  que   los    republicanos    llamados    “Tradicionalistas Autónomos” –liderados por el último Caudillo Colorado del siglo XX: Luis María Argaña– por su oposición intransigente a un “Stronismo sin Stroessner”, fueron creciendo día a día, ante el estupor de los colorados stronistas y de los Partidos opositores. También al influjo de ese “vendaval de verdades” que sacudía las estructuras del Partido, otros grupos de Dirigentes, no muy comprometidos con Stroessner, abandonaron al Tradicionalismo ortodoxo y se congregaron bajo la misma bandera. Y aquí viene la respuesta  del porqué los Tradicionalistas “Chavistas” a quienes se entregaron las palancas del Poder resultaron un fiasco: porque esas viejas fuerzas decadentes que conformaron los ex colaboradores  durante 30 años, presentaban un problema ideológico, político y moral.
       Eran un problema ideológico y político porque representaban la expresión de la vieja oligarquía partidaria de los “veinte apellidos”, los “Partido jara” (dueños del Partido)       –como sagazmente los denominó el pueblo– que habían constituido siempre ese sector autoritario, anti-agrarista y reaccionario del Partido Colorado, y que con Stroessner evolucionó hacia un neofascismo sin ambages, reflejándose claramente en su conducta e intención después del golpe: mantener un esquema vertical de rígida obediencia piramidal, condenación del disenso y por ende, de las corrientes internas, apelar emocionalmente a las bases para obtener especies de “plebiscitos” dirigidos, y propender a un programa que preservase el ordenamiento socioeconómico heredado de la dictadura, en un marco de liberalismo sustancial mitigado por algunas concesiones sociales de tipo asistencial, todo con una fraseología “revolucionaria” efectista, de populismo verbal. Esta es en parte  la explicación del porqué, a pesar de copiar la fachada de los métodos democráticos, el espíritu del “ancien régime” se trasuntaba en todos sus actos, porque, más allá de los mecanismos formales de la democracia, el Tradicionalismo “Chavista” seguía siendo fiel a sí mismo, como una estructura formada en el stronismo, jerárquica y autoritaria, donde el jefe mandaba sin disputa. Pero lo más peligroso para nuestra incipiente democracia estribaba en que el “Tradicionalismo Chavista” representaba la “ideología” del “Sustitutismo Partidario”; es decir, la “sustitución” de la voluntad y el protagonismo de las masas por una élite privilegiada, exclusiva y excluyente, que se operaba de la siguiente forma: Primero, la masa de afiliados era sustituida por los caudillos, digitados y amparados por Seccionales controladas; Segundo, esos mandos medios eran “sustituidos” por los Presidentes de Seccionales y Convencionales, generalmente prebendarios; luego, los Consejos de Presidentes de Seccionales (Departamentales y de la Capital), “sustituían” a los Presidentes de Seccionales cuando las decisiones se iban volviendo importantes; después, la Junta de Gobierno “sustituía” a los Consejos; y el Comité Político sustituía a la Junta; entonces el Presidente y los Vice-Presidentes “sustituían” al Comité Político; hasta que por último, el “único Líder” y Presidente Honorario del Partido, también Presidente de la República, “sustituía” a todo el Partido Colorado en la toma de decisiones trascendentales. Al no haber elección directa de autoridades, y al no tolerarse la libre expresión de las corrientes internas, más el manipuleo de las elecciones de base y de convencionales, por el prebendarismo y aún por la fuerza, la representación se volvía sustitución. Tal el esquema de vida “institucional”  partidaria que hasta el 3 de Febrero había ofrecido el Partido Colorado durante el stronismo.
       En fin, la oligarquía “Chavista” era también un problema moral; la crisis de credibilidad que padecía por su larga y abyecta sumisión a Stroessner, hizo que la ciudadanía en general –cada día en mayor proporción– les haya negado el derecho a comparecer ante la historia de la patria en el mismo pie de igualdad que el resto de sus correligionarios, convirtiéndolos en políticos sin futuro, cuya causa había perimido, desde que los dos principios tenidos por intocables hasta el 3 de Febrero, quedaron vulnerados: primero, el predominio dictatorial del Coloradismo Stronista sobre todos los aspectos de la vida política y administrativa; segundo, la sumisión de la masa partidaria en medio de un Estado despótico de autoritarismo total.
       Todo lo apuntado en éste ítem es lo que los Republicanos de ahora ya no debemos permitir en pleno siglo XXI. Porque como lo expresó certeramente ese gran filósofo del Pragmatismo Norteamericano George Santayana: “Los pueblos que olvidan la historia están obligados a repetirla”.-
                                                        N O T AS.
(1)            Bonapartista: Denominación dada al Golpe de Estado militar de Napoleón Bonaparte, el 18 de Brumario (9 de Noviembre de 1799), contra el Directorio Civil que gobernaba Francia después de la Revolución y el “Terror”, aprovechando el desorden circundante. Y a todo Golpe Militar efectuado con el pretexto de “poner orden en el país”.-
(2)            Víctor de Laurestán: “Memorias”; (Ed. KRAFT; Bs. Aires, 1955) V. de Laurestán fue amigo de infancia de Napoleón en Córcega y luego una especie de Secretario Privado y Consejero personal además de amigo íntimo y confidente hasta Santa Elena.-

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