LA MORAL, LA DELINCUENCIA Y
LA CORRUPCIÓN.
EL CASO VÍCTOR BOGADO.
1.- Definición de la
Moral: Deriva del Latín “mores”: costumbres, y es una forma de la conciencia social en que se
reflejan y se fijan las cualidades éticas de la realidad social (bien, bondad,
justicia etc.). La moral constituye un conjunto de reglas, de normas de
convivencia y de conducta humana que determinan las obligaciones de los
hombres, sus relaciones entre sí y con la sociedad. La moral se presenta no
sólo como sistema de normas de conducta, sino, además, como peculiaridad
característica del perfil espiritual de las personas, de la ideología y de la
psicología de una capa social, del pueblo. La conducta objetivamente buena y
justa, es moral; la mala. Injusta, es inmoral. Sin embargo, las personas pueden
caer en error tomando por bueno lo malo y viceversa. Por esto la moral incluye
en sí una valoración. La actitud estimativa se revela no sólo en los juicios
(ideología), sino además, en las reacciones emocionales y volitivas, en los
afectos (costumbres). Las relaciones entre los individuos expresadas en juicios
de valor éticos sobre la conducta, el género de vida, son relaciones morales.
La moral apareció al formarse la sociedad humana, o sea, antes de que surgieran
el Estado y el Derecho, y ha recorrido un largo camino histórico en su
desarrollo, cambiando su carácter al cambiar el modo y las costumbres del
régimen social.
2.- Definición de la Ética: (del Griego ètiké: relativo a las
costumbres). Ciencia de la moral. Se
divide en Ética normativa y Teoría de la moral. La primera
investiga el problema del bien y del mal, establece el código moral de la
conducta, señala qué aspiraciones son dignas, qué conducta es buena y cuál es
el sentido de la vida. La
Teoría de la moral investiga la esencia de ésta última, su
origen y desarrollo, las leyes a que obedecen sus normas, su carácter
histórico. La Ética normativa y la
Teoría de la moral son inseparables entre sí. Últimamente se
ha desarrollado la metaética, que
investiga las enunciaciones éticas, su relación con la verdad, la estructura y
constitución de la teoría ética. La metaética es un fruto de la época actual,
en que las ciencias han recurrido al análisis lógico de sus medios. No hay que
identificar la ética con la moral vigente, “práctica”, con la moralidad; la
ética es la ciencia, la teoría de la moral y de la moralidad. La moral surgió
antes que la ética, existía ya en el régimen de la comunidad primitiva,
mientras que la ética apareció al formarse la Sociedad y el Estado y ha
sido un elemento de las doctrinas filosóficas, de la teoría filosófica.
3.-
Distinción entre Ética y Moral: Entre Ética y Moral hay una semejanza.
Ambas son disciplinas que se ocupan de las acciones humanas, libres y
responsables, atendiendo al criterio del bien y del mal. Sin embargo, hay entre
estas dos disciplinas una diferencia, que consiste en que la Moral
es normativa y la Ética es
especulativa. Así, la moral nos dice: no matarás, no robarás, no mentirás; pero
no nos da las razones de ninguna prohibición u obligación, mientras que la
Ética se caracteriza por las preguntas y respuestas sobre los actos morales o
inmorales. Luego, la Ética se plantea: ¿por
qué no debo matar, ni robar, ni mentir? Esa es la razón por la cual se dice que
la Ética es la especulación filosófica sobre la Moral.
En cuanto existen diferentes
Códigos de Moral, también existen sus correspondientes explicaciones en la
Ética. Así, en el Liberalismo, que
defiende la propiedad privada (Moral Liberal) se dará una razón para no atentar
contra la misma, pero, en el Marxismo, que
defiende la propiedad pública, el equivalente del robo será el sabotaje y/o la
irresponsabilidad en el cumplimiento de obligaciones tendientes a la producción
de bienes, porque no se roba, como en una sociedad Capitalista, a los
particulares sino al “Estado de todo el Pueblo”.
4.- Clasificación de los Sistemas Éticos: Tenemos el Nihilista propendido por Nietzsche y la
filosofía Helenístico-Romana, que niega todos los absolutos éticos; y De Contenido que se divide en Contractualista
(Rousseau etc.) y Finalista y/o Funcionalista (Sto. Tomás de Aquino y
Aristóteles). La fundamentación de la Ética Contractualista estriba en la
necesidad del Derecho Positivo, conveniencia de la lealtad a las leyes, en los
valores sociales de sinceridad y honestidad, tolerancia y pluralismo
ideológico, y cree en el progreso humano como obra de la
Razón. En cambio, la Ética Finalista se
fundamenta en el fin último del hombre y la libertad señalados por el
Cristianismo, la “eudemonía” o el placer del intelecto, la escala de valores,
la inmortalidad del alma, la felicidad, ética e inserción social y la
“obediencia a la divina Providencia”.
5.- La Moral:
el Fin y los Medios: La tan conocida frase “el fin justifica los medios”
atribuida a Maquiavelo, crea un gran
problema de la Ética, que es el estudio de la Moral. Aunque Maquiavelo nunca
la pronunció ni la escribió, es la idea que permea toda su obra tan famosa: “El
Príncipe”. En verdad, la frase más afín a ella que Maquiavelo escribió en “Discursos sobre los diez primeros libros de
Tito Livio” (T. I. p. 9; Modern Library; Londres, 1962) fue:
“Cuando el acto lo acusa, el resultado debería excusarlo”. Pero es
indudable que él no aceptaba, ciertamente, principios morales absolutos, porque
tales absolutos no tenían ningún significado fuera de la religión. Los Papas
cuando menos los derivaban de la “revelación divina”; pero ¿de dónde sacaban
sus críticos, los “padrecitos laicos”, sus verdades morales eternas? Pues de la
“conciencia del hombre”, su “naturaleza moral” y otros conceptos similares que
no son, a fin de cuentas, más que una forma de “teología natural”.
Según el Marxismo la moral está enquistada en la historia y en las luchas de
clases y no posee ninguna sustancia inmutable. Refleja la experiencia y las
necesidades sociales, y, por consiguiente, siempre debe relacionar los
medios con los fines. En su notable Ensayo “Su moral y la nuestra” Trotsky
“defendió” a los Jesuitas contra sus
críticos moralistas diciendo: “La
Orden de los Jesuitas… no enseñó jamás… que cualquier medio, aunque fuese criminal,
fuera admisible con tal de conducir al ‘fin’… Esta doctrina fue malignamente
atribuida a los Jesuitas por sus adversarios Protestantes y a veces también
Católicos, quienes, por su parte, no se paraban en escrúpulos al seleccionar
medios para alcanzar sus fines” (The New
International, Junio de 1938). Los teólogos Jesuitas enseñaban en realidad
la verdad evidente de que el medio, en sí mismo, puede ser indiferente y que la
justificación o la condenación moral de un medio dado se desprende de su fin.
Así, un disparo es por sí mismo moralmente indiferente: tirado contra un perro rabioso que amenaza a un niño, es una
buena acción; tirado para matar, es un crimen.
La idea de que “el fin
justifica los medios” –argumentó Trotsky– está implícita en toda concepción de
la moral, incluida la del utilitarismo anglosajón desde cuyo
punto de vista se lanzaban la mayor parte de los ataques a la “inmoralidad”
Jesuita y Bolchevique. En la medida en que el ideal de “la mayor felicidad
posible para el mayor número posible” implica que lo que se hace para alcanzar
ese fin es moral, ese ideal coincide con la noción “jesuítica” de los fines y
los medios. Y todos los Gobiernos, incluidos los más “humanitarios”, que en
tiempo de guerra proclaman deber supremo de sus ejércitos el exterminio de la
mayor parte posible de sus enemigos, ¿no aceptan acaso el principio de que el
fin justifica los medios? Con todo, el fin también necesita justificación; y
los fines y los medios pueden trastrocarse, pues lo que hasta ahora se
considera como un fin puede ser más tarde el medio para alcanzar un nuevo
fin. Para el marxista, el gran fin de aumentar el dominio del hombre sobre
la naturaleza y de abolir el dominio del hombre sobre el hombre está
justificado. Y justificado está también el medio para alcanzar ese fin: el
Socialismo. E igualmente justificado está el medio para alcanzar el
socialismo: la lucha de clases revolucionaria. La moral Marxista-Leninista
se rige, en efecto, por las necesidades de la Revolución. ¿Quiere esto decir que todos los medios –incluidas
las mentiras, la traición y el asesinato– deban usarse si benefician a los
intereses de la revolución? “Son
admisibles”, contestó Trotsky, “todos los medios que verdaderamente
conduzcan a la emancipación de la humanidad”;
pero la dialéctica de los fines y los medios es de tal naturaleza, que ciertos
medios no pueden conducir a ese fin. “Admisibles y obligatorios son sólo
aquellos medios que imparten solidaridad y unidad a los obreros
revolucionarios, que los llenan de irreconciliable hostilidad a la opresión…,
que les imbuyen la conciencia de sus tareas históricas y elevan su valor y
espíritu de sacrificio… Por consiguiente, no todos los medios son
admisibles”. Quien
dice que el fin justifica los medios, dice también que el fin “rechaza”
ciertos medios por ser incompatibles con él.
Entre las muchas respuestas que
suscitó Su moral y la nuestra, merece
ser mencionada la de John Dewey (“Means
and ends”, en New International”,
Agosto de 1938). Dewey aceptó la
idea de Trotsky sobre la relación entre los medios y los fines sobre el
carácter histórico relativo de los juicios morales. Convino también en que “a
un medio sólo puede justificarlo su fin… y el fin se justifica si conduce a un
incremento del dominio del hombre sobre la naturaleza y a la abolición del
dominio del hombre sobre el hombre”. Pero disentía en cuanto que él no veía por
qué ese fin debía perseguirse principalmente o exclusivamente a través de la
lucha de clases. En su opinión, Trotsky, como todos los marxistas, consideraba
la lucha de clases como un fin en sí. Le parecía ver una “contradicción
filosófica” en Trotsky, quien por una parte afirmaba que la naturaleza del fin
(o sea el socialismo) determinaba el carácter de los medios, y, por otra parte,
deducía los medios de “las leyes históricas de la lucha de clases” o los
justificaba por referencia a tales “leyes”. Para Dewey, la concepción de leyes fijas que supuestamente rigen el
desarrollo de la sociedad, carecía de pertinencia. “La creencia de que una Ley de la Historia determina la
forma particular en que ha de llevarse a cabo la lucha, ciertamente parece
tender a una devoción fanática y aun mística del uso de ciertas formas de
librar la lucha de clases, con exclusión de todas las demás formas… El
Marxismo ortodoxo comparte con la religiosidad ortodoxa y con el idealismo
tradicional la creencia de que los fines humanos están entretejidos en la
textura y la estructura mismas de la existencia, concepción ésta heredada
presumiblemente de sus orígenes hegelianos”.
6.- La decadencia moral en el
Paraguay: Nunca corremos tanto
peligro de dejarnos extraviar por nuestros prejuicios como cuando queremos
determinar el nivel moral de una época, de no ser en el caso parecido de la
investigación de la decadencia de las creencias religiosas. En ambos casos la
excepción dramática atraerá nuestra atención y la desviará del no documentado
término medio. Muchos factores contribuyeron a la decadencia moral que acompañó
la exaltación intelectual de nuestra reciente Democracia. Probablemente un
“factor básico” fue, y es, el crecimiento de la disparidad de la
riqueza. Por un lado, se extendió el “pecado” al haber más dinero para
pagar su costo. La difusión de la riqueza y la libertad en las clases media y
alta debilitó el ideal ascético y su costumbre: hombres y mujeres llegaron a
despreciar una ética nacida de la pobreza y el temor y que se oponía entonces a
la vez a sus impulsos y a sus medios. Sin saberlo, por no haberlo leído,
cayeron sin embargo en una creciente simpatía por la opinión de Epicuro, de que debía gozarse la vida y
de que todos los placeres debían considerarse inocentes hasta que se demostrase
que eran culpables, triunfando de las prohibiciones de la Teología. Mientras
tanto, en las clases bajas, se reproducía al revés la famosa
frase
de Lord Acton: “El Poder corrompe,
el Poder absoluto corrompe absolutamente”. Para los pobres y desposeídos,
podría decirse que “La falta de Poder corrompe, y la falta de Poder absoluto
corrompe absolutamente”; ellos ahogaban su frustración y hambre en el alcohol,
las drogas baratas y la delincuencia.
Quizá, después de la disparidad
de la riqueza, la mayor fuente de inmoralidad fuese la inestabilidad política de
nuestra época. La lucha de facciones; frecuencia de las elecciones que constituían verdaderas “guerras
políticas”; la entrada con potencia
de influencia extranjera; una suerte
de “invasión” de nuestra vida política por nuevos políticos oportunistas,
ambiciosos y venales que no reconocían restricciones morales; repetida desorganización de la
agricultura y el comercio por los estragos de la corrupción y la falta de una
profunda Reforma Agraria y una
drástica y justa Reforma Impositiva; desviación y burla de la Democracia y la Libertad por sustitutos
del Déspota que suplantaban la legitimidad pacífica por la fuerza “Timocrática”
del dinero, la demagogia y la mentira. (Platón
y Aristóteles por primera vez
teorizaron con el término Timocracia: para el primero es una
forma de Gobierno que se basa en el deseo y la importancia del honor (timé); “constitución ambiciosa de
honores” la define Platón en “La República –VIII, 545 b– y que es corrupción de la forma
correcta de Gobierno porque de la “Timocracia”
se pasa precisamente a la “Oligarquía” –Gobierno de los ricos–cuando los pocos
que detentan el Poder ya no se contentan con el prestigio alcanzado y, violando
las leyes, “se dedican a hacer dinero apreciando más esta actividad que la
virtud” –República: VIII, 550, d-e– convertidos de este modo en negociantes y
avaros, exaltan al rico, al que le ofrecen Cargos Públicos y colman de
alabanzas al mismo tiempo que desprecian al pobre. “Y entonces emiten leyes que
establecen como límite–base de la Constitución
Oligárquica cierta cantidad de riqueza, y prescriben que no
tengan cargos públicos los que no disponen de un haber inferior al Censo
establecido”-República:VIII,551a-b-
En
Aristóteles la “Timocracia” es una forma de Gobierno basada
en el Censo. En la Ética –VIII, 10, 1135 a 1160– se lee que una
de las formas correctas de Gobierno es la que “depende de distribución de la
propiedad –es decir del Censo– “y que se define propiamente como Timocracia, aunque muchos la llaman
simplemente Politía”, que es “Oligárquica”
cuando se excluye del Gobierno de la cosa pública a la mayoría de los
ciudadanos, y el Poder se concentra en manos de unos pocos con Censo alto).
Todo ello desordenó la vida
paraguaya y rompió la cohesión de la costumbre que normalmente conserva la
moralidad pública. La gente se halló sin ancla en un mar de violencia.
Ni el Estado ni la Iglesia
parecían capaces de protegerla; se protegió a sí misma como pudo, mediante la
fuerza o la astucia; la falta de respeto a la Ley se hizo Ley. Los Políticos (del Ejecutivo,
Parlamentarios, Directores de Entes Públicos y Poder Judicial) situados por
encima de la Ley y destinados a una vida breve pero excitante,
se permitían todos los placeres, y su ejemplo era seguido por la minoría
acaudalada.
Al evaluar el papel de la incredulidad en materia religiosa en la suelta
de la natural inmoralidad de los hombres, debemos distinguir el escepticismo de
la minoría letrada de la persistente piedad de la mayoría. La ilustración es
cosa de minorías y la emancipación es individual; los espíritus no se libertan
en masa. Pero la generalidad de los hombres no razonan tan filosóficamente.
Piensan simplemente: Si no hay cielo
ni infierno, debemos gozar aquí y podemos satisfacer nuestros apetitos sin miedo
a ser castigados después de muertos. Sólo una Opinión Pública firme e
inteligente habría podido ocupar el sitio de las perdidas sanciones
sobrenaturales; pero ni el Clero, ni los Líderes, ni las Universidades,
estuvieron a la altura de esta tarea, como recién ahora está ocurriendo.
7.- La
Delincuencia: Hay un nuevo factor que está cambiando la
ecuación política en el Paraguay y que hace que cada vez menos gente esté
conforme con el “statu quo”: la
explosión de la delincuencia. En efecto, la pobreza en el Paraguay ha dejado de
ser un problema exclusivo de los pobres. Hasta el pasado reciente la gente sin
recursos vivía en el campo o en la periferia de las ciudades sin alterar la
vida cotidiana de las clases acomodadas. Esa época llegó a su fin. Hoy, el
aumento constante de la pobreza junto con la desigualdad y la expansión de los
medios masivos de comunicación está llevando a los hogares más miserables las
imágenes de cómo viven y se divierten los ricos y famosos, lo que está
produciendo una crisis de expectativas insatisfechas que se traduce en cada vez
más frustración, y cada vez más violencia. Hay casi una guerra civil no
declarada que está cambiando la vida cotidiana de pobres y ricos por igual.
Quienes viven en la economía informal y no tienen la menor esperanza de
insertarse en la sociedad productiva, están recibiendo una avalancha de
información, sin precedentes, que los estimulan que los alientan a ingresar en
un mundo de afluencia en un momento histórico en que las oportunidades de ascenso
social para quienes carecen de educación o entrenamiento laboral son cada vez
más reducidas.
La combinación del aumento de
las expectativas y la disminución de las oportunidades –que describió tan bien Vivian Forrester en “El Horror Económico”– es un cóctel
explosivo según importantes analistas, porque está llevando a más jóvenes
marginados a salir de sus barriadas, armados y desinhibidos por la droga, para
adentrarse en zonas comerciales y residenciales y asaltar o secuestrar a cualquiera
que esté bien vestido, tenga un automóvil o lleve algún objeto brillante. Tal
como ocurría en la Edad Media
–y ocurre en toda Latinoamérica– los ricos paraguayos viven prácticamente en
“Castillos fortificados” custodiados por guardias privados para no dejar entrar
al “enemigo”. Algo desconocido en el Paraguay hasta hace unas tres décadas, la
pobreza, la marginalidad y la delincuencia, están erosionando la calidad de
vida
de todos los paraguayos, incluyendo
especialmente a los más adinerados. Paraguay se ha convertido –desde el
advenimiento de la
Democracia– en un país muy violento; la calidad de vida y la
seguridad se han derrumbado precipitadamente tanto en nuestras principales
ciudades como en la región campesina. En la mayoría de los casos, los jóvenes
excluidos de la sociedad empiezan a consumir drogas a los 8 o 10 años de edad y
a delinquir poco después; viven en la calle, no conocen a su padre, no van a la
escuela, no pertenecen a una Iglesia o a un Club social o deportivo en un
creciente fenómeno de “desfamiliarización” y consumo de
drogas y alcohol. Solamente una política enérgica de lucha contra la pobreza y
la “reeducación” podrá, al menos, mitigar este flagelo. Deben decidirse los que
gobiernan a cambiar radicalmente las estructuras –social, económica y cultural–
que hoy día nos aprisionan como una camisa de fuerza.
8.-La Corrupción Política.
El “Wildgewordene Kleinbürger: El meollo de esta concepción política y
social reside en su descripción como la actitud de la desesperanza reaccionaria
y oportunista deshonesta de cierta categoría de gente que se mueve en el
espectro de todos los Partidos Políticos pero que la distingue de la gran masa
de militantes y del núcleo Dirigencial más principista y tradicional de dichos
partidos. Esta actitud la hace proclive a inclinaciones “nazi-fascistas”
antidemocráticas que a la larga será “clientela” de Movimientos políticos
“duros” y supuestos “hombres fuertes”. La expresión wildgewordene kleinbürger: “el pequeño burgués enfurecido”, se la
debemos a Trotsky que la aplicó al Nacional-Socialismo al que veía como el
movimiento y la ideología de esa actitud que lo distinguía también de todos los
otros partidos reaccionarios y contrarrevolucionarios. Por eso hay que
combatirla por algo más que un principio moral pues de extenderse puede
volverse peligrosa.
En realidad, las fuerzas de la
reacción convencional operan usualmente desde la cúspide de la pirámide social,
para defender el Status quo ante y la autoridad establecida; pero el
wildgewordene kleinbürger es un
reaccionarismo antidemocrático desde abajo, base de movimientos plebeyos que se
alzan desde las profundidades de la sociedad y expresan el vehemente afán de la
baja clase media por imponerse al resto de esa sociedad. Habitualmente
reprimido, ese afán se vuelve agresivo en una catástrofe nacional o una crisis
profunda a la que no pueden enfrentarse la autoridad establecida y los Partidos
tradicionales. Durante los tiempos de cierta prosperidad esos movimientos se
encuentran generalmente en la periferia lunática de la política nacional pero
una gran crisis económica y social tiende a colocarlos en primer plano. Porque
la gran masa de pequeños comerciantes, oficinistas sin futuro, profesionales
fracasados y “lumpen-proletarios” (elementos desclasados representados por
gentes que han perdido toda suerte de vínculos con su clase, que no tienen una
ocupación determinada y se encuentran sumidas en los “bajos fondos”) que suelen
seguir hasta entonces a los Líderes tradicionales y se consideran a sí mismos
como puntales de la
Democracia
Parlamentaria, ahora desertan de esos Liderazgos y siguen a Dirigentes como Víctor Bogado, pues la gran ruina
económica los llena de inseguridad y temor y espolea su afán de hacerse tomar
en cuenta. Sobre ese trasfondo debe mirarse la victoria electoral, la
influencia en los círculos del Poder y los “favores” a su clientela y parientes
de los “VíctorBogados”.
El Kleinbürger (pequeño burgués) normalmente resiente su posición
social: mira desde abajo, con
envidia y odio, al gran empresario que con tanta frecuencia lo aplastaba en la
competencia; y mira desde arriba a los obreros, celoso de la capacidad de éstos
para organizarse política y sindicalmente a fin de defender su interés colectivo.
Marx describió una vez lo que en
Junio de 1848 llevó a la pequeña burguesía francesa a volverse furiosamente
contra los obreros insurrectos de París:
“los tenderos” –dijo– “vieron que las barricadas de los obreros en las
calles impedían el acceso a sus tiendas, de modo que salieron y destrozaron las
barricadas”. Los comerciantes y demás pequeños burgueses del Paraguay de estos
años no tenían una razón semejante para enfurecerse: en las calles no había barricadas que impidieran el acceso a sus
negocios, oficinas o actividades. Pero ellos estaban arruinados económicamente;
tenían motivos para culpar a los sucesivos Gobiernos de la República, a cuya cabeza
habían visto durante años a los Líderes tradicionales; y le temían a la amenaza
del desorden del extremismo Izquierdista, que aún cuando no se materializara,
mantenía a la sociedad en fermento y agitación permanentes. Los grandes
negocios, la “patria financiera”, el Parlamento, los Gobiernos de la
“Transición Democrática”, el extremismo Izquierdista y el desorden en general
producido por las huelgas y manifestaciones de los Sindicatos de Obreros y
Funcionarios y la actividad de las
Organizaciones Campesinas, se fundían ante los ojos del Kleinbürger en la imagen de un monstruo
de muchas cabezas que lo estrangulaba: todos
estaban coludidos en “una siniestra conspiración que era la causa de su ruina”.
Frente a los grandes negocios, el hombre pequeño rabiaba como si fuese un
Socialista; contra el Obrero manifestaba con estridencia su respetabilidad
burguesa, el horror que le inspiraba la lucha de clases, su furibundo orgullo
nacionalista y su aborrecimiento por el internacionalismo de la Izquierda
Bolivariana-Marxista. Esta neurosis política de ciudadanos
empobrecidos les dio a Líderes como Víctor Bogado –y otros cofrades de su misma
catadura– su fuerza, su ímpetu y sus votos. Víctor Bogado era el hombre pequeño agigantado, salido de abajo, el
hombre pequeño con todas sus obsesiones, prejuicios, oportunismo, deshonestidad
y furia neuróticos: No todo Kleinbürger enfurecido puede llegar a ser un Víctor Bogado,
pero en cada Kleinbürger enfurecido hay algo de Víctor Bogado.
Con todo, la baja clase media (y
el “lumpen”) era normalmente “polvo humano”. Carecía de la capacidad del obrero
para organizarse, pues era inherentemente amorfa y atomizada; y, pese a sus jactancias y amenazas,
era cobarde dondequiera que tropezaba con verdadera resistencia. La pequeña
burguesía no podía desempeñar ya ningún papel
independiente: en última instancia
tenía que seguir a la alta burguesía o a la clase obrera. Su rebelión contra
los grandes negocios era impotente: el
artesano, el lumpen y el pequeño comerciante no podían derrotar a las
oligarquías capitalistas monopolistas. Los Líderes como Víctor Bogado, en el
Poder no podrían, por lo tanto, cumplir ninguna de sus promesas electorales. Se
revelarían como una fuerza esencialmente conservadora y reaccionaria, tratarían
de perpetuar el estado de cosas con mucha corrupción, aplastarían cuanto
idealismo y honestidad habría en la clase política, y al final acelerarían la
ruina de la misma baja clase media y compañeros de ruta que los hubiesen
llevado al Poder. Pero mientras tanto esa baja clase media y su periferia
lumpenproletaria se agitaban febrilmente y su imaginación se inflamaba con el
sueño del ascenso y la supremacía social
que los políticos como Bogado y otros como él habrían de darles. Porque este
“polvo humano” se siente extraordinariamente atraído por el imán del Poder: sigue en cualquier lucha al bando que
muestre la mayor determinación de vencer, la mayor osadía y la capacidad de
enfrentarse inclusive a una catástrofe judicial y social con tal de lograr sus
objetivos. Dirigentes como los que están siendo “escrachados” actualmente –a
los cuales pueden agregarse muchos nombres más– son los que recogen todo el
detritus del pensamiento político moderno porque todo lo que la Sociedad, de haberse
desarrollado normalmente habría rechazado como el excremento de la cultura,
brota ahora por sus gargantas y accionar:
es así como la
“anti-civilización” que todavía existe en el Paraguay está vomitando su
barbarie indigesta.
9.- Más allá de la sanción moral: Decía Cicerón en su discurso contra Cayo Verres, corrupto Procónsul
romano de Sicilia, estas frases aún muy actuales: “Los pueblos en decadencia, cuando desesperan de todo, suelen
presentar estos síntomas de su desastrado fin: a los que merecen condena se les mantiene en sus bienes y
derechos, los que deberían estar presos quedan en libertad y no se dictan las Sentencias.
Cuando tales cosas ocurren, nadie deja de comprender que la República perece, y
donde suceden nadie conserva esperanza alguna de salvación”.
Tal es lo que ocurre acá; se publican los nombres de
los corruptos, se hacen imputaciones, se inician procesos, se filman y
fotografían sus mansiones, se produce un griterío por las Radios y T.V., y se
pide “escracharlos”, al estilo argentino, PARA CONSEGUIR UNA SANCIÓN MORAL. Pero
eso no basta: ellos siguen en posesión de sus bienes malhabidos que
disfrutan sin estorbo ni escozor de conciencia, ostentándolos abiertamente y
utilizándolos para comprar prestigio social, influencias y poder político,
haciendonos recordar a Honorato de
Balzac en La Piel de Zapa: “¡Brindemos al poder del oro!
El Señor Valentín acaba de ingresar a la cofradía de los ricos. A partir de
ahora, él ya no estará sometido a las leyes, sino que éstas se les someterán,
porque tendrá dinero suficiente para pagar Abogados y sobornar Jueces”. Y, en
verdad, en nuestro Paraguay de hoy se envía prestamente a la cárcel al infeliz
que
roba por hambre pero ninguno de los grandes ladrones que robaron millones al
Estado ha pasado una sola noche tras las rejas. Todo lo contrario, los mismos
Magistrados y notables de la sociedad se codean con ellos en los Clubes
aristocráticos y les demuestran respeto.
Por eso, NO BASTA CON LA
“SANCIÓN MORAL”, se debe proceder con más dureza y la ciudadanía debe
involucrarse firmemente en denunciarlos y presionar a la Justicia para actuar;
debe colaborar con aquellos Parlamentarios que sí combaten la corrupción; formar
el gran Poder de la Opinión Pública
y ejercer el castigo del voto. Porque cuando aquellos políticos –que los hay–
capaces de desafiar a los corruptos se sientan acompañados y estimulados por la
ciudadanía, aumentarán su ímpetu y tendrán más fuerzas para torcer este triste
estado de cosas que corroe los cimientos mismos de nuestra sociedad.
No basta con la “sanción moral”, debemos
conseguir el castigo ejemplar: no
debemos soportarlos sentados en sus escaños del Congreso, ni con la toga del
Magistrado, ni en el Poder Administrador del Ejecutivo. Hay que recuperar los
bienes malhabidos y poner en prisión a los corruptos. HAY QUE IR MÁS ALLÁ DE LA SANCIÓN MORAL.
10.-
¿Es posible combatir la corrupción?: En nuestro martirizado Paraguay mucha
gente piensa que la corrupción es como la Hidra de Lerna de la mitología griega
–aquella monstruosa serpiente de siete cabezas que volvían a crecer rápidamente
a medida que se las cortaba– y que, por tanto, es imposible toda lucha exitosa
contra ella. Pero muchos no comparten ese pesimismo; primero, porque son
optimistas que creen en el progreso constante de la humanidad hacia un mundo
mejor y más seguro; y en segundo lugar, porque la Historia en general
demuestra que, aunque a veces avanzando en círculos y aún con períodos de
retroceso, al final se llega a estadios más elevados, para recomenzar el
proceso, pero siempre hacia delante, recordándonos la “marcha de los peregrinos”
del Tanhäuser de Wagner.
Porque la corrupción es un
círculo vicioso: cuanto más atrasado
y pobre es un país, más corrupta es su sociedad y todo su sistema de
Instituciones. Es que la misma pobreza y carencia de oportunidades que ello
engendra, hace que los ciudadanos encumbrados traten de atesorar riqueza rápida
y fácil para precaverse de volver a caer en la medianía indigente, y esa misma
pobreza generalizada vuelve a los sumergidos en ella muy fáciles de ser
corrompidos a causa de la perentoria necesidad en que se desenvuelven. De allí
deviene el fatal círculo vicioso: se
corrompe para ascender en la escala, se corrompe luego para sostenerse arriba,
y los de abajo aceptan ser corrompidos para poder sobrevivir.
Pero ese círculo vicioso de
corrupción puede ser roto por la voluntad de Dirigentes capaces de comprender
su misión histórica y se sientan imbuidos del espíritu de aquellos “héroes
históricos universales” que describía Hegel.
Sí,
una Clase Dirigente honesta y capaz puede torcer el rumbo de la historia; al
respecto recordemos con unción la saga de Per
Albin Hansson, el hombre que tomó el timón del Gobierno en Suecia en 1932, país hasta entonces
sumido en el atraso y la corrupción inherente a ello, con una renta “per
cápita” menor que la de Argentina, y cuyos ciudadanos emigraban, hambrientos, a
los EE.UU. Con una decidida voluntad de cambio, una honestidad a toda prueba,
con la organización de un formidable Partido Político de masas, y su capacidad
de persuasión que movió el apoyo firme de su pueblo, logró una amplia
concertación de las fuerzas sociales que moldeó nuevas instituciones –que sus
sucesores continuaron– convirtiendo a Suecia
en lo que es ahora. Uno de los países más ricos del mundo y quizá el de
mayor justicia social y menor corrupción del planeta. Per Albin Hansson gobernó catorce años y murió en 1946 de un
síncope mientras viajaba en tranvía desde su casa a la residencia del Gobierno.
Y ESTO PUEDE HACERSE EN NUESTRO
PARAGUAY; nosotros no creemos en razas ni pueblos biológicamente superiores; Paraguay tuvo épocas de grandeza sin
corrupción y hombres íntegros como el Dr.
Francia, los López, Bernardino
Caballero, Patricio Escobar, Eligio Ayala y Eusebio Ayala. Se puede, con
una organización política donde se mezclen el idealismo y el trabajo duro; con
puertas no cerradas a la Prensa
y presión e interés de la Opinión Pública
en el control gubernamental; con una sociedad abierta a la democracia pero
implacable con la corrupción. Poniendo fin a la impunidad con un Gobierno “que
haga lo que debe hacer”; sin Presidente de la República débil,
deshonesto e incapaz, ni un Congreso que se escude en sus fueros mientras viola
tranquilamente la Ley.
Así terminaremos con la
corrupción como terminó la historia de la “Hidra de Lerna”, haciendo lo que
hizo Hércules,
quien cortó las siete cabezas de un golpe y ya no hubo cabeza que
volviera a crecer.-
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