PERIODISMO: EL DERECHO A LA CORRECTA INFORMACIÓN.
1.- LA PRENSA EN EL SIGLO XXI.
No he de callar, por más que con el dedo
ya tocando la boca, ya la
frente,
silencio avises o amenaces
miedo.
¿No ha de haber un espíritu
valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo
que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo
que se siente?
Francisco
de Quevedo y Villegas:
“Epístola al Conde de
Olivares”.
…………………………………..
La reunión, casi secreta, que mantuvo el Presidente de
la Rca. Horacio Cartes, con algunos exponentes del periodismo local, tratando
de aconsejarse, (¿o influir?) sobre cómo mejorar la imagen de su Gobierno a
través de los Medios, merece ciertas reflexiones.
Cuenta Platón que Solón, el legislador de Atenas,
solía recibir, a menudo, de los gobernantes de los pueblos allende las fronteras
que los griegos llamaban “bárbaros”, solicitudes para que escribiese leyes, o
sea “Constituciones” para sus patrias. Y que Solón generalmente aceptaba, pero
que su aceptación era precedida por dos preguntas: “para qué pueblo” y “para
qué momento”.
Esto
viene a cuento ahora que trataremos de analizar la situación del Periodismo en
“nuestro pueblo” y en “éste momento”, ya que en otras latitudes, como en las de
los países del “Alba”, y especialmente en Venezuela y Ecuador, las relaciones
de la Prensa con los Gobiernos que los rigen, se han vuelto bastantes ríspidas,
con clausuras de periódicos, estaciones de radio y televisión, y una política
de hostigamiento y amedrentamiento general, que desea inducir a los medios
independientes u opositores que quedan, el camino hacia la autocensura para
seguir subsistiendo. En el Paraguay, por fortuna, existe una irrestricta
libertad de prensa, y por ello queremos examinar lo que hizo, hace y debería
hacer la prensa en el comienzo de éste siglo XXI que ya está entre nosotros,
pues es una cuestión que ocupa un interés fundamental en los proyectos e ideas
de Horacio Cartes, quien se plantea
la importancia de la tarea periodística en el mundo de hoy y la responsabilidad
que le corresponde, al tener que llamar la atención del ser humano del siglo
nuevo que vivimos, acerca de los retos que le esperan en el futuro inmediato.
La
historia del Periodismo, desde que la imprenta lo hizo posible a mediados del
siglo XV, ha sido la de un reto, un desafío intelectual y moral a las
condiciones sociales, políticas, económicas y culturales de las centurias
posteriores. A lo largo de este dilatado espacio de tiempo la prensa fue –a
través de la noticia y la opinión– la gran suscitadora de innovaciones en todos
los campos de la actividad humana, a veces por el juicio crítico acerca de las
situaciones imperantes, a veces por la formulación de propuestas movilizadoras
de las fuerzas históricas. Los antecesores en el ejercicio de ésta profesión
desafiaron a la ignorancia y el analfabetismo y terminaron por dar origen a ese
fenómeno tan típico de la Edad Moderna que es la opinión pública, que desde el siglo XVIII se convierte en motor del
progreso. Los predecesores del periodismo, con las precarias hojas de las
épocas iniciales, promovieron las ideas que abrirían el camino a las grandes
revoluciones –la Inglesa, la Norteamericana, la Francesa, la de la América
hispánica– que imprimieron a la civilización occidental un viraje radical en su
desenvolvimiento. Sin la prensa no hubiera sido posible el Iluminismo, ni su consecuencia política: la declaración y la
vigencia de “los derechos del hombre y del ciudadano”.
La democracia, que es condición
existencial para la prensa independiente, encuentra en la prensa libre una
condición también existencial necesaria.
La libertad de prensa es la garantía de todas las otras libertades. Claro está
que, entre la prensa y la sociedad hay un desafío recíproco, un reto mutuo que
va cambiando según el transcurso del tiempo. Y el siglo XXI, cuyo umbral ya
hemos traspuesto, nos plantea reclamos perentorios, que podemos intuir e
incluso notar, de los hechos y tendencias del futuro. Para seguir la norma
prudente del justo medio, digamos que “el fin de la historia” es algo que
podría darse sólo si se agotara lo que Henri
Bergson llamaba el “elan vital”: la evolución creadora, el impulso
vital que lanza para adelante a los individuos y a las colectividades; una
circunstancia imposible de eludir. Pero nosotros creemos que tampoco parece
demasiado original.
Pongámonos por un momento en el punto
de vista del futurólogo desde el que puede conjeturarse qué va a pasar con la
gente en el transcurso del siglo XXI. Ya sabemos que a esta altura de la segunda
década, la población mundial aumentó en tal medida, que parece inevitable que
en el futuro se acrecienten aún más las necesidades insatisfechas que ya padece
gran parte de la humanidad; y lo que la hace más desfavorable es que la
explosión demográfica se está verificando en los países menos aptos para
soportar sus consecuencias. El Norte, es decir los países más avanzados, tenía
en 1914 el 50% de la población mundial; y ese porcentaje se había reducido en 1988
al 25%. Y, ahora, en el primer decenio de nuestra centuria, ya es solamente del
15%. En los países desarrollados, contrastando agudamente con el resto, sus
pobladores son mayoritariamente de edad avanzada, y en este año 2014, Japón y
Alemania son las naciones más viejas del planeta. ¿Cómo encarará la Prensa las
legítimas aspiraciones de los jóvenes que ansían abrirse paso en la vida y
carecen de empleo, frente al voto decisorio del los más viejos? “Es necesario
obtener una participación más amplia en la toma decisiones, ésta es una
condición sine qua non para la supervivencia de la democracia”(1).
Otro rasgo muy peculiar de este tiempo
es que lo intangible tiene más importancia que lo material: para la producción,
el acento recae sobre la investigación, la capacitación, las patentes, la
publicidad, etc. Ahora ya el sector terciario constituye el 70% de la fuerza
laboral y sólo un tercio de los insumos lo lleva lo material, lo tangible, con
lo que tenemos que apenas entre un 15% y un 20% de la población ocupada es
obrera en los países centrales. Semejante predominio de la demanda de habilidades
intelectuales significa un gran compromiso en matera de la actualización de la
enseñanza y el periodismo debe insistir en éste aspecto. Se calcula que los
conocimientos se duplican cada siete años y que ese ritmo podrá acelerarse con
los superordenadores, concebidos a imitación de la estructura neuronal del
cerebro y ya no como meros procesadores de secuencias lineales. La competencia
por los puestos laborales, que serán menos en las sociedades avanzadas debido
al mayor empleo de técnicas cibernéticas de automatización, llegará a extremos
desconocidos en el siglo que dejamos atrás. Los países del 1er. Mundo tienen ya
una tasa de desocupación permanente de cerca del 15% ( y en casos de las
naciones del sur de Europa, en crisis, del 25%. Por otra parte, la ocupación
femenina dispondrá para muy pronto del 45% de las plazas. En esta esfera, la
prensa libre tiene una función indelegable e impostergable, la de advertir a
quienes cuentan con la autoridad y la capacidad de decidir acerca de las
cuestiones inéditas que el presente y el futuro reserva a los pueblos,
cualesquiera que sean los niveles de su desarrollo. También debemos señalar que este siglo será el de las grandes
comunidades de naciones y que parece justificado sostener que el
“Estado-nación” cedería el paso a la organización supranacional; pero también
advertimos que la lógica de las nacionalidades está enfrentándose con los Nacionalismos
regionales pues es un hecho innegable que se introdujo en el panorama mundial
el resurgimiento del Nacionalismo.
También en este campo creemos que la prensa independiente tiene una misión y un
compromiso: el de mostrar a sus lectores el rumbo que toman los grandes
procesos mundiales que, por decenios, quizá determinarán la suerte de los
países y, por supuesto, de sus habitantes.
Y una de las principales funciones
del periodismo es la de hacer al hombre contemporáneo de sí mismo, por
intermedio de la comunicación, cumpliendo la tarea prospectiva que requieren
los individuos y las sociedades para orientarse en un mundo en vías de
transformaciones portentosas, en trance de cambios vertiginosos. Al respecto
decía el entonces Director del Diario
“La Nación” de Bs. Aires, Bartolomé Mitre, en 1991, durante una Conferencia,
que: “como circunstancia estimulante, se destaca la unidad (ahora
resquebrajada) de los mayores países de la Tierra que parecen haber comprendido
que sólo la competencia en la paz para los avances para el bien común es un
camino válido y sensato”; y agregaba: “esencialmente, son las comunicaciones y
la prensa, como mecanismos de difusión y permanencia de los mensajes y las
informaciones, los que tienen a su cargo una responsabilidad que, sin exagerar,
supera hoy a la de los Gobiernos y los Ejércitos”(2).
Y es verdad lo antedicho, vivimos en la
era de la información; la “aldea mundial” es el producto de la notable
sofisticación tecnológica aplicada a la comunicación; quizá ésta sea la marca
distintiva del comienzo de éste siglo para los historiadores futuros. Se
predecía hace varias décadas que el siglo XXI sería el de la inteligencia
artificial, el de las máquinas que no se limiten a la realización de
operaciones rutinarias sino que sean capaces de inferencias más complejas,
semejantes en alguna medida a las del cerebro humano, que enfrenta situaciones
nuevas y las resuelve por la vía de la creación intelectual. Hoy, estas
máquinas inteligentes ya se están destinando a exploraciones y operaciones
peligrosas o imposibles de cumplir por el ser humano, tales como las
reparaciones de estaciones espaciales, la limpieza de usinas nucleares después
de accidentes (como sucedió hace no mucho en Japón), trabajos de reconocimiento
en la superficie del planeta Marte, estudios en las grandes profundidades
oceánicas, entre otras. El cúmulo de conocimientos obtenidos por su intermedio
–el conocimiento científico es también, al fin y al cabo, información– va a
modificar las concepciones que el ser humano del siglo XXI heredó de sus
antepasados acerca del mundo y del universo.
Y en el campo más próximo del
procesamiento y difusión de información se notan algunos hechos que ya son más
que proyectos y marcan una tendencia muy clara: se está yendo hacia el
periódico, impreso o transmitido por ondas, personificado, hecho a la medida
del usuario. En el Media Lab, del
Instituto Tecnológico de Massachussets, se
ha trabajado en un proyecto denominado News Peek: consiste enderezado a que
cada usuario reciba sólo la información que necesite o que prefiera. El perfil
de cada uno de los suscriptores está archivado en una computadora que, cuando
empieza el flujo informativo, elige lo que interesa a cada uno, lo procesa y lo
despacha a su destinatario; como el sistema está previsto que sea interactivo,
el abonado puede pedir cambios y ampliaciones, según que sus necesidades vayan
variando. Por eso, los medios de prensa han de seguir paso a paso el
desenvolvimiento tecnológico, del cual dependerá acaso su éxito y quizá su
supervivencia. Es que nuestra civilización está fundada en el texto. Sin el
Diario, sin la Revista, sin la Publicación Científica, sin el Libro, sin el
manual de uso, no habríamos llegado al grado de avance de las ciencias y las
técnicas actuales, ni las ideas hubieran circulado con la libertad que exigen
la democracia y el progreso. Hugo de Jouvenel, especialista en
prospectiva, sostenía a finales del siglo pasado, que el valor máximo en el
siglo XXI sería el de la inteligencia. Pues bien, el instrumento máximo de
la inteligencia es la palabra, el logos, el verbum. Y
es a través de la palabra, en definitiva, que la prensa aceptará durante el
transcurso de este siglo, el reto de lo desconocido, esa aventura que tienta al
hombre desde el principio de los tiempos; y para expresarla seguirá defendiendo
la libertad como uno de los bienes más preciados; porque la democracia es el
ámbito natural para el ejercicio de la libertad de prensa.
2.- EL PERIÓDICO EN UNA SOCIEDAD CAMBIANTE.
En una de sus más novedosas obras
editada hace ya una generación: “La Tercera Ola”, Alvin Toffler, el célebre autor de “El Shock del Futuro”,
calificaba como una tercera revolución, después de la revolución agrícola y la
industrial, el tránsito de la obsoleta política de su época hacia nuestro
actual siglo XXI. Se preguntaba si se estaba presenciando el nacimiento o la
muerte de una civilización, dentro de su texto hay en la obra mencionada un
capítulo de penetrante actualidad aún hoy, relativo a “la desmasificación de
los medios”, fenómeno obvio, porque si se trata de desmasificar el poder
político, y también el económico, algo similar tiene que dejarse sentir en los
medios de comunicación, que son en alto grado, reflejos de aquéllos; es un
“Cuarto Poder”, pero lejos de la pretensión de antes de ser un poder
concentrado. La prensa escrita tuvo que compartirlo con la radio primero, y
luego con la televisión. Es así que los grandes periódicos de las grandes urbes
de los países desarrollados, han ido viendo decrecer el número de sus lectores
apreciablemente y, en cambio, ha sido visible la “explosión” de los pequeños
diarios de interés regional. Y en el Paraguay, pese a la reducida dimensión de
los lectores de diarios –comparándolo con los grandes centros– está pasando
algo similar: En Ciudad del Este, por ejemplo, ya existen periódicos de gran
tiraje y lo mismo empieza a pasar en otras ciudades importantes; es decir, que
los periódicos de masas han perdido influencia para dar paso a los de interés
más circunscrito. Igualmente se han multiplicado en las estaciones de radio y
de televisión los programas de opinión; y todo ello es bueno, porque está bien
que este “cuarto poder” de que hace más de dos siglos hablara el Conservador
inglés Edmund Burke, pueda ser
compartido entre las diversas ideologías que determinan el destino de una
nación y difundido de igual manera a lo largo y a lo ancho del territorio de un
Estado. Debe la prensa expresar los puntos de vista encontrados de una sociedad
pluralista, pues cuando se convierte en espejo cóncavo de un solo partido, o
en el eco solícito de los Gobiernos de turno, pierde su verdadera dimensión
espiritual y su justo valor político.
Marshall
Mcluhan, apodado por sus contemporáneos “el mago de las comunicaciones”,
por la profundidad de sus investigaciones y su dominio del tema, puso de
relieve, hace ya varias décadas, algo que era cierto, pero que no se había
comprendido en todo su valor: “Los medios son el mensaje”. Este sagaz
observador, afirmó ya entonces, algo que ahora estamos viviendo: el orbe se ha
“tribalizado”, el mundo es una aldea, y en consecuencia, el poder del Medio
está adquiriendo inusitada influencia en la conciencia universal y en la de
cada ciudadano; para McLuhan “el periodismo no sólo influye en el curso de los
hechos sino que los determina”; no es un simple portador de comunicación, sino
que es actor en el diseño de la sociedad. La palabra transmitida deja de ser
así “el amo del ser humano para convertirse en el más justo, o peligroso,
instrumento de su tarea comunitaria”.
Y ahora –respecto a las afirmaciones de
McLuhan– en nuestro Paraguay debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿cómo
podemos traducirlo en alguna realización práctica? ¿Qué tenemos que hacer para
reafirmar y fortalecer la determinación de nuestro periodismo de proteger y
perpetuar el derecho básico a la prensa libre, el derecho inviolable a conocer
y publicar la verdad? Examinemos nuestra situación: hemos cruzado el umbral y
penetrado en la segunda década del 2000. Una vez más el Periodismo Paraguayo
enfrenta un gran desafío. Comenzamos esta nueva década siendo una Nación que
quiere ser más fuerte, más libre, más sensible a las necesidades de los otros y
más humana sobre la tierra que pisamos; no obstante, a diario oímos que desde
muchas partes nos critican y se burlan de nuestro modo de vida, de los valores
que apreciamos y nuestro carácter nacional. Y ciento de miles de nosotros –que
aquél Presidente norteamericano Richard
Nixon llamó en su momento “la mayoría silenciosa”– permanecemos en
silencio, no haciendo nada por enfrentar y refutar esas críticas. Estos
detractores del Paraguay nos bombardearon
hace pocos años con la denuncia de que nuestro sistema no era
democrático. Y realmente podemos asombrarnos: ¿pudieron acaso señalarnos que en
nuestro país no se permitía la mayor libertad de prensa y la mayor libertad
personal? ¿Pudieron probar lo que dijeron, que en nuestro país no se aseguraban
los derechos civiles, que no poseía las instituciones más democráticas, más
libertad de palabra, más libertad para desplazarse, en resumen, mayor cantidad
de todo aquello (excepto la solución de la cuestión social) que vuelve la vida
más promisoria, digna y gratificante?
“Enfrentémonos con nosotros mismos con
absoluta sinceridad”, ha dicho alguna vez Horacio
Cartes. Y los periodistas –que siempre han insistido y continúan
insistiendo en el ejercicio de la objetividad– tienen que preguntarse si
verdaderamente han sido objetivos al informar sobre las palabras violentas y
las violentas acciones de ciertos Dirigentes políticos y los Movimientos
sociales. En esta era agitada, ¿han mostrado todos los hechos o han tolerado
que los dirigentes autodesignados, los vocingleros buscadores de publicidad,
los “remediadores de todos los males” acaparen las noticias, al destinar un
exceso de espacio a sus críticas y censuras?; porque hay que reconocer el peligro
que representa la violencia desenfrenada e impune. O hay respeto a la Ley o el
País está destinado a su destrucción; si tenemos objeciones contra una Ley,
enmendemos, modifiquemos o rechacémosla. Pero en tanto tenga carácter de Ley,
rindámosle obediencia.
Hoy, el Periodismo Paraguayo debe
enfrentarse a la dura realidad de que esta tarea reposa íntegramente sobre sus
hombros. En tanto que periodistas deben atenerse a las garantías
constitucionales en lo que respecta a su derecho a conocer e informar la
verdad; y cargan con la responsabilidad de hacer tomar conciencia a la gente de
éste país del peligro que entraña su silencio y su inacción; pues ellos a su
vez tienen que recordar a los representantes electos, especialmente al
Congreso, que el pueblo hace tiempo reclama acción; que ya no pueden permanecer
tranquilos, adormecidos por la opulencia de su estado, o corrompidos por la
tolerancia y la indulgencia que fueron la característica de Gobiernos anteriores.
En una sociedad cambiante como la nuestra, los Diarios constituyen un tipo
único de institución. Ocupan un lugar especial para proteger y promover el
bienestar social; ocupan también un lugar especial como guardianes de la
libertad individual y colectiva; tienen la perpetua y constante responsabilidad
de presentar, no sólo ambas caras de cada cuestión, sino todos los puntos de
vista racionales posibles. En época tan lejana como 1786, Thomas Jefferson, quien a menudo criticó a la prensa, decía:
“Nuestra libertad depende de la libertad de prensa, y ésta no puede ser
limitada sin perderse”. Desde que él vivió, el mundo ha sufrido cambios
espectaculares, pero las cosas en las que Jefferson creía son ajenas al tiempo
y al cambio; por eso, al recordarlo, pongamos énfasis en la libertad de prensa
y, a través de ella, en la protección y perpetuación, para todos, del derecho de saber.
Si no tenemos prensa libre, ¿quién le
hablará sinceramente a la humanidad? ¿Quién puede brindarle las verdades que
requiere, para poder elaborar soluciones duraderas a los angustiosos problemas
que hoy afligen a nuestro país y al mundo: el problema de los medios para
evitar las guerras y para acabar con la pobreza, la ignorancia y la tensión
social con sus concomitancias de crimen, violencia y olvido de la ley, el problema
de la preservación del ambiente humano contra su ulterior destrucción antes de
que nuestro aire, agua y fuentes alimenticias sean definitivamente envenenados
y el invalorable tesoro de nuestra fauna sea aniquilado?
Éstos son sólo algunos de los problemas que
debe encarar la humanidad; pero no nos equivoquemos, sin libertad de prensa la
humanidad se enfrenta a éstos y a todos los demás problemas prácticamente sin
guía. Sólo la prensa escrita, radial y televisada cuenta con los medios para interesar
a la gente en el papel que pueden y deben desempeñar exigiendo soluciones para
sus problemas, y para respaldarlos en sus exigencias hasta que éstas hayan sido
satisfechas. Hacemos un llamado a los hombres de prensa y a todos aquéllos que
estén dispuestos a enfrentar el terrible desafío de nuestra época. Porque a
menos que lo hagan, no estarán en condiciones de ser periodistas, y nuestros
diarios, radios y T.V. no merecerán los excepcionales resguardos que les brinda
nuestra Constitución Nacional.
3.- LA PRENSA COMO CONTRA-PODER.
Decía el popular periodista Alcibiades González Delvalle en uno de
sus artículos dominicales del Diario “ABC Color”: “El Poder Político y la
Prensa Independiente nunca se llevaron bien. La Prensa y el Gobierno son dos
poderes que colisionan con frecuencia, generalmente por motivos opuestos. El
Gobierno quiere ocultar muchos de sus
actos, y la prensa quiere ventilarlos; el Gobierno quiere que se lo aplauda en todo,
y la prensa lo hace sólo en contados casos; el Gobierno se reserva la suma del
patriotismo y deja para la prensa la suma contraria. Algunas autoridades eligen
una mal disimulada sutileza para debilitar a la prensa”.
Y continuaba, “…En la dictadura no se
permite a la prensa difundir sus ideas contrarias al régimen. En democracia, en
nuestra democracia, se la deja hablar libremente, se la deja decir cuanto
quisiese, pero las preocupaciones de la población –expresadas a través de los
medios– son tomadas con arrogancia o desinterés por los políticos que tienen la
sartén por el mango”.
“…Entonces uno se pregunta, con cierto
desánimo: ¿La libertad de prensa sirve solamente para el desahogo? ¿Es
democracia la que no tiene en cuenta a la opinión pública? En la dictadura se
socava a la prensa con la represión; en democracia, con la indiferencia o
directamente con la burla o el desprecio. En estas y otras condiciones no hay
más posibilidades que el desencuentro del poder político con la prensa, y la
prensa con el poder político”(3).
Y
es verdad en cierta forma, pues a todo Gobierno le gustaría que el periodismo
le sirviera de claque. Pero una
prensa verdaderamente libre no tiene la obligación de apoyar la política
gubernamental; en realidad su obligación consiste en abstenerse de
respaldarla; de otra manera se convierte en un mero brazo propagandístico del
Gobierno. El verdadero papel del periodismo es escrutar, debatir y
darle una oportunidad al público para resolver si las decisiones del gobierno
son correctas. Quien lo expresó mejor fue Walter
Lippmann, famoso periodista de la segunda mitad del siglo pasado, cuando
declaró que los Medios de Comunicación tienen la responsabilidad de proveer “un cuadro de la realidad sobre el cual los
hombres pueden actuar”. Tienen el deber de informar a los ciudadanos acerca
de las acciones y del pensamiento del Gobierno sobre los asuntos públicos. Ese
deber trae aparejada la responsabilidad de analizar cómo se adoptan las
resoluciones y las motivaciones de los hombres y mujeres que fijan la política
oficial; si la prensa libre no asume esta tarea, no sólo deja de informar sino
que distorsiona la información. Pero,
sin embargo, debemos reconocer que mucha gente sigue albergando una profunda
desconfianza hacia los medios de comunicación; y una y otra vez resurgen las
preguntas: ¿Por qué los medios de comunicación “se adjudican el papel de Dios”?
¿Cómo es que la prensa siempre ataca a los funcionarios públicos y nunca
investiga a los periodistas faltos de ética ni la emprende contra la gran Empresa?
¿Es el periodismo una profesión realmente honesta? ¿No deberían los periodistas
contar con una licencia para ejercer o estar controlados como los médicos y los
abogados?
La lista de estos interrogantes es
inquietante e interminable. Una fracción realmente importante del público
parece creer que los medios de comunicación no dicen las cosas como realmente
son, mientras que otro sector igualmente importante afirma que la prensa habla
por demás. Afortunadamente, en el Paraguay la prensa goza de gran credibilidad
apenas superada por la Iglesia Católica. No obstante, para ser imparciales, hay
que tener en cuenta los interrogantes que el público plantea respecto del papel
de los medios de comunicación. Y si la prensa no puede defenderse adecuadamente
o reconocer sus propias deficiencias y corregir su rumbo, el concepto de prensa
libre no habrá de perdurar mucho, ni siquiera en los países más democráticos y
desarrollados. Y así, la prensa está obligada a vivir en esta especie de
“tierra de nadie”, sujeta a la crítica constante del Gobierno y del público y
sin gozar del aprecio de aquél; pero la prensa no necesita ser hostil, sino que
debe seguir siendo un adversario, dispuesto a examinar, investigar y poner en
tela de juicio las decisiones gubernamentales.
Criticar
al Estado es el hecho de cada día: el editor del prestigioso diario Londinense “The Times”, ya a mediados del siglo
pasado escribió con sobra de autoridad que “el periódico no debe ser órgano a
través del cual el Gobierno pueda influenciar al pueblo, sino a través del cual
el pueblo pueda influenciar al Gobierno”. Por ello, la libertad de prensa en
última instancia depende de la prensa misma y de la conciencia adquirida, que
es inútil pretender que pueda acumular poder sin tener responsabilidad. Cualquier
reglamentación de la prensa y su manejo deben estar en manos de las categorías
comprometidas: el público representado, los dueños de los medios, los
periodistas que lo sirven. En las democracias pluralistas la regulación de
la libertad de prensa desde hace ya más de medio siglo han tenido su
inspiración en estos criterios: son los llamados Consejos de Prensa, copiados del modelo Británico. Como se ha dado
en decir: “Inglaterra, que le ha dado al mundo la Democracia Parlamentaria, le
ha ofrecido a esa democracia uno de los más sabios instrumentos de
participación”. Tienen los mencionados organismos, como papel principal, “establecer un código de conducta para
propietarios y periodistas”, y, desde luego, vigilar para que éste sea
cumplido. Está integrado por representantes de los Propietarios, de los Directores,
y los Periodistas de planta, fundados
en el concepto de que la libertad de prensa corresponde ampararla a los mismos
periodistas, y que ésta en grado sumo reposa en la confianza del público. Es
así que se les asigna la función de supremo tribunal de todo reclamo del
ciudadano, si éste estima que se ha violado la ética profesional bien sea por
la publicación, o por la no publicación de algún hecho. Y el buen suceso que
han conseguido ha llevado a que esa iniciativa haya sido imitada en numerosos
países. Por ejemplo, Alemania los creó en 1956, Austria en 1961, Canadá en
1972, Dinamarca en 1954, Finlandia en 1968, y también operan en Israel, Suiza,
Japón, Italia, India, y otras naciones importantes. Así se garantiza que
aquella parte de la “Declaración de los Derechos Universales del Hombre y del
Ciudadano”: el recibir, buscar, impartir información e ideas, sea una
realidad sin cortapisas, ya que a la larga el único secreto bueno para un
Estado es la VERDAD.
4.- PERIODISMO Y
ÉTICA.
Cuando entramos en el terreno de la
ética periodística nos adentramos en un terreno cenagoso de especulaciones
filosóficas, donde brumas aterradoras de juicios flotan sobre el pantano. A
pesar de la inseguridad que crea el carecer de una superficie sólida donde
apoyar el pie y de una visibilidad escasa, no existe razón para desistir de la
jornada. De hecho, es una jornada que vale la pena emprender, porque plantea el
problema de la moralidad de la persona: obliga al periodista, entre otros, a
considerar sus principios básicos, sus valores, sus obligaciones para consigo
mismo y para con los demás. Lo fuerza a decidir por sí mismo cómo quiere vivir,
cómo manejar sus asuntos periodísticos, cómo pensar acerca de sí mismo y de los
demás, cómo pensará, actuará y reaccionará ante lo que lo rodea. La
preocupación por la ética es muy importante. Al periodista que tiene esta
preocupación lo lleva a buscar el súmmum bonum, el bien supremo, en el
periodismo, realzando así su autenticidad como persona y como periodista.
Lo que caracteriza a una cantidad de
periodistas actuales es la falta de compromiso y de coherencia; todo periodista
decide elegir entre ser una persona ética o no: como lo demostraron Jean-Paul Sartre y otros
existencialistas “la no elección es una forma de haber elegido” y que “la
negación a elegir lo ético es inevitablemente la elección de lo no ético”(4).
La ética es la parte de la filosofía que ayuda a los periodistas a determinar
qué es lo correcto en su actividad como tales; es principalmente una ciencia
normativa de la conducta, entendida ésta fundamentalmente como conducta
voluntaria, autodeterminada. La ética tiene que ver con la “autolegislación” y
la “autocorrección” y aunque está relacionada con el Derecho, es de naturaleza
distinta. La ética tiene que brindar al periodista ciertos principios y pautas
básicas mediante los cuales juzgar si sus acciones son buenas o malas,
correctas o incorrectas, responsables o irresponsables.
Es mucho más fácil analizar el Derecho
que la ética; el derecho es más fácil de captar, porque lo legal está
establecido en la ley. Lo ético rebasa el derecho, porque hay muchas acciones
que son legales pero no éticas; y no hay “códigos de ética” que puedan
consultarse para resolver los litigios morales. La ética es primariamente
personal. El periodista “virtuoso” es aquél que respeta y trata de vivir de
acuerdo con las virtudes cardinales que Platón
analiza en La República((5): La primera es la sabiduría, que brinda una orientación a la vida y que constituye la
base racional. La segunda es el coraje, que
hace que la persona persiga sus objetivos de manera constante. La tercera
virtud es la templanza, que exige
una moderación razonable o una combinación de la razón con otras tendencias de
la naturaleza humana y es la que ayuda a evitar el fanatismo en la prosecución
de cualquier objetivo. Y la cuarta es la justicia,
que se distingue de las demás virtudes cardinales en que se refiere más
específicamente a las relaciones sociales del hombre.
John Whale, quien fuera redactor de
editoriales del Sunday Times, de
Londres, allá por la década del ’70, sostenía que la base de la ética
periodística “es una entrega a la verdad; la autenticidad de la información
contenida en el relato o “historia” es lo que constituye la principal
preocupación del periodista. Ahora, ¿qué métodos tiene que emplear un
periodista en la obtención de esa “verdad”? Y Whale responde: Sólo aquellos métodos que el periodista
estaría dispuesto a incluir como parte de su relato. Ésta es la razón por
la cual Whale y muchos otros se oponían a la aprobación de “leyes escudo”,
porque mucho más importante que mantener en secreto el nombre de su informante
–afirma– es que lo que se dice sea verdad; a su juicio, la virtud, en el
periodismo, consiste en lograr que el relato contenga “la mayor proporción
posible de verdad”, y, por supuesto, la
fuente de información es parte de la “verdad” del relato(6).
Naturalmente, el problema principal de
esta concepción de la verdad reside en que hay que considerarla en el contexto
de la selección de las informaciones por parte de los Directores del Diario.
¿Qué verdad –o qué partes de la verdad– elegirá para darlas a conocer un medio
de comunicación periodístico?: “Todas las noticias adecuadas para ser
impresas”, responde The New York Times, con lo cual
proclama que ciertos asuntos, aún cuando sean veraces o aporten la verdad, que
no se consideren “adecuados” no se publicarán. Por lo tanto The
Times dijo explícitamente lo que todos los periodistas creen y
practican: la verdad es aquello que los periodistas creen adecuado llamar
verdad, de la misma manera que las noticias son aquello que deciden que es
adecuado llamar noticias.
Pero
en la actualidad, los periodistas parecen sentirse especialmente frustrados en
el terreno de la ética; se encuentran cada vez más atraídos por lo que
consideran sus “derechos” como periodistas, como por ejemplo, el derecho a la
autonomía en la redacción, y su responsabilidad para con la sociedad o para con
distintas personas o grupos que la integran. Además de esos problemas básicos,
hay otros cuyo control está mas al alcance del periodista, como, por ejemplo,
el simple (o complejo) aspecto de la integridad. De todos modos, en virtud de
su importante virtud cardinal dentro de la sociedad a la que pertenecen, los
periodistas –repetimos– tienen la posibilidad, por lo menos colectivamente, de
influir de manera masiva sobre la dirección que toma esa sociedad, ya que son
ellos quienes ponen al alcance del público la información sobre la cual se
toman las decisiones.
Es por ello que resulta muy importante
el principio consagrado en nuestra Constitución Nacional de que el ciudadano no
sólo tiene el “derecho a la información”, sino, por sobre todo, “el derecho a
la correcta información”.
N O T A S.
(1) Bartolomé Mitre; Director del Diario “La
Nación” de Buenos Aires: “Conferencia en el Seminario Prensa para la
Democracia”; Bogotá, 2 de Mayo de 1.991.
Loco citato et passim.-
(2)
Ibídem.-
(3)
Alcibiades González Delvalle: “Poder político y prensa”; ABC Color, Domingo 20
de Mayo de 2.012.-
(4) Citado por Hazel Barnes: “An Existencialist Ethics”; p. 7; Mentor
Books; New York, 1962.-
(5) Citado por Josef Pieper: “The Four Cardinal Virtues”; Notre Dame
University Press; New York, 1966.
(6) John Whale “Conferencia pronunciada en la
Universidad de Missouri”; 1º de Julio de
1.973.
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