jueves, 2 de octubre de 2014

EL NEOCON NORTEAMERICANO

EL NEOCONSERVADURISMO                .    NORTEAMERICANO.
       
  Irving Kristol: ¿qué es el Neoconservadurismo?           .                                                                     
          Irving Kristol, padre del Movimiento Neoconservador americano, falleció el 18 de Septiembre de 2009. Lew Rockwell (comentarista político Libertario, activista anarcocapitalista, defensor de la Escuela Austríaca de Economía, y Presidente del Instituto Ludwig von Mises) le dedicó duras palabras. Jeff Tucker, (VicePresidente Editorial del Instituto Ludwig von Mises, un centro de investigaciones austrolibertario) igual de crítico con su visión imperialista en Política Exterior, supo encontrarle más virtudes. En The Corner, de National Review todo fueron  alabanzas.
        Pero, ¿qué es el Neoconservadurismo? Se emplea mucho este término pero casi nadie sabe definirlo con exactitud. A menudo se equipara erróneamente al Liberalismo, cuando su conexión es tangencial y, en varios aspectos, nula o antitética. Nadie mejor que Kristol para responder a la pregunta, así que recuperamos uno de sus artículos clásicos:The Neoconservative Persuasion”. Extractamos dos párrafos que resumen bien el pensamiento neocón en materia de política doméstica y política exterior:
      A los Neoconservadores no les gusta la concentración de servicios en el 'Estado de Bienestar' y están dispuestos a estudiar formas alternativas de proveer estos servicios. Pero son impacientes con la noción de Hayek de que estamos en "el camino a la servidumbre". Los Neoconservadores no sienten ese tipo de alarma o ansiedad sobre el crecimiento del Estado en el siglo pasado, viéndolo como natural, de hecho inevitable. Debido a que tienden a estar más interesados ​​en la historia de la economía o la sociología, saben que la idea del siglo 19, tan bien expuesta por Herbert Spencer en su "The Man Versus the State", era una excentricidad histórica. La gente siempre ha preferido un Gobierno fuerte a un Gobierno débil, a pesar de que ciertamente no tienen gusto por todo lo que huela a Gobierno excesivamente intrusivo. Los Neoconservadores se sienten como en casa en los Estados Unidos de hoy en un grado que los Conservadores más tradicionales no lo hacen. Aunque se encuentran lejos de ser críticos acerca de ello, tienden a buscar en la orientación intelectual de la sabiduría democrática de Tocqueville, en lugar de en la nostalgia Tory de, por ejemplo, Russell Kirk”. (quien fue un filósofo político, historiador y crítico social estadounidense, conocido por su gran importancia para el renacimiento del pensamiento Conservador Clásico del siglo XX, en EE.UU. en particular, y a través de su influencia en ese país, en el Mundo Occidental en general. Kirk es más conocido por su libro de 1953 titulado The Conservative Mind: From Burke to Santayana, [La Mente Conservadora: de Burke a Santayana], que traza el desarrollo del Conservadurismo Estadounidense desde sus influencias originales hasta personajes tales como George Santayana, pero dando un papel central a Edmund Burke (N.d.A.).
      Y, luego, por supuesto, no es la Política Exterior, el área de la Política Estadounidense donde el Neoconservadurismo ha sido recientemente el foco de atención de los Medios. Esto es sorprendente, ya que no existe un conjunto de creencias relativas a la Política Exterior Neoconservadora, sólo un conjunto de actitudes derivadas de la experiencia histórica. (El texto neoconservador favorito en los asuntos exteriores, gracias a los Profesores Leo Strauss de Chicago y Donald Kagan de Yale, es Tucídides sobre La Guerra del Peloponeso.) Estas actitudes se pueden resumir en los siguientes "tesis" (como un Marxista diría): Primera: el patriotismo es un sentimiento natural y saludable y debe ser estimulado por las instituciones privadas y públicas. Precisamente porque somos una Nación de inmigrantes, se trata de un poderoso sentimiento americano. En segundo lugar: el Gobierno Mundial es una terrible idea, ya que puede conducir a la tiranía mundial. Las Instituciones Internacionales que apuntan a un Gobierno Mundial definitivo deben considerarse con la sospecha más profunda. En tercer lugar: los “Hombres de Estado” deben, sobre todo, tener la capacidad de distinguir amigos de enemigos. Esto no es tan fácil como parece, ya que la historia de la Guerra Fría lo reveló. El número de hombres inteligentes que no podía contar con la Unión Soviética como un enemigo, a pesar de que se trataba de su propia auto-definición,  era absolutamente asombroso”.
         En varios artículos sobre de Neocones y Liberales también se  intentó definir el Neoconservadurismo: El Neoconservadurismo nace de la mano de Progresistas desencantados con la candidez del Partido Demócrata durante la Guerra Fría, y junto a su anticomunismo militante (que se traduce en la exigencia de un mayor gasto en defensa y una política exterior más agresiva) encontramos una notable complacencia con el Estado del Bienestar. Puestos en relación con los Conservadores tradicionales, los Neocones se caracterizan por defender una Política Exterior más ambiciosa e idealista (ataques preventivos, exportación de Democracia a golpe de bayoneta y nation-building), unas políticas sociales menos tradicionalistas (aunque eso no les impide coaligarse con la derecha religiosa) y un Estado del Bienestar a lo sumo más eficiente, pero sin excesivos cambios. El propio Irving Kristol, uno de los padres del Movimiento, señalaba en su libro “Reflections of a Neoconservative” que "un Estado del Bienestar, adecuadamente concebido, puede ser una parte integral de una Sociedad Conservadora". A los Neoconservadores, dice Kristol, el crecimiento del Estado en el pasado siglo no les produce alarma ni ansiedad, es visto como algo natural e inevitable. "Los ideales decimonónicos tan nítidamente expresados por Herbert Spencer en su The Man Versus the State (El Hombre contra el Estado) son una excentricidad histórica".
          El "Neo" aplicado a "Conservador" da a entender que se trata de Nuevos Conservadores, pero con una facilidad similar podríamos añadir el "Neo" a "Progresista" para definirlos. Al fin y al cabo la Política Exterior idealista Neocón tiene sus raíces en el Progresismo de la era Wilson (Woodrow), cuando, en palabras del historiador William Leuchtenburg, pocas personas veían un conflicto entre las reformas sociales y democráticas en casa y la nueva misión imperialista. (...) Los Progresistas creían (...) en un Gobierno Nacional que dirigiera los destinos de la Nación en casa y en el exterior”. En cuanto a su conformismo con el Estado del Bienestar, es sintomático de sus orígenes.
        A lo largo de 1989, annus mirabilis, se pregonaba un “nuevo consenso global” y la sustitución universal de la praxis revolucionaria marxista por la pragma mercantilista y empresarial y, puesto que el Comunismo desaparecía ¿qué caso tenía ya el anticomunismo?  Con  todo,  apenas  en  la  Primavera   de 1993, el  viejo Establishment anticomunista anunciaba con el   Neo-Conservador Irving  Kristol –quien reivindicaba el Conservadurismo Ideológico Progresista de los siglos XVII y XVIII abandonado a finales del siglo XIX por los Partidos Conservadores actuales  el comienzo de la verdadera Guerra Fría, una para la cual estamos mucho menos preparados… y somos mucho más vulnerables ante nuestro enemigo de lo que fuimos en nuestra guerra victoriosa contra la amenaza comunista global  (Irving Kristol:  “My Cold War”;  p. 144;  The   National Interest, Nº 31; Primavera de 1993.) Para mí no hay después de la Guerra Fría. Lejos de haber terminado, mi guerra fría ha crecido en intensidad en la medida en que sector tras sector de la vida americana ha sido despiadadamente corrompido por el ethos Liberal. No puede ganar pero puede volvernos perdedores  a todos. Hemos alcanzado, lo creo, un punto crítico de viraje en la historia de la democracia Americana (Ibídem).
        ¿A qué viraje aludía Kristol y a qué Liberalismo le declaraba la guerra? Cuando Kristol hablaba de virajes, aludía al desgajamiento de las dos dimensiones del Liberalismo anteriormente conciliables al interior del Estado-Nación y ahora contrapuestas por el proceso globalizador. Las antinomias entre la propiedad y la igualdad, entre la libertad y la democracia, se despejan descarnadamente cuando, de acuerdo a una lógica que corre de Robert Malthus a Milton Friedman, el Neoliberalismo y su  Postmodernismo acentúan las “descontrucciones” Estatales y Nacionales y la contención de expectativas económicas y democráticas a través de la instancia “superior y neutral” del Mercado, y los grandes complejos de Poder privado, corporativos y transnacionales, desbancan la vieja esfera pública del Estado pautado según la idea del bien común. Donde la toma clave de decisiones y las élites y tecnocracias mismas se transnacionalizan, el liberalismo educador, planificador y emancipador parece perder su razón de ser; porque la pragmática y la dogmática globalistas deben desactivar la “subversión inmanente” que representa un sistema nacionalmente articulado de consenso procedente de las conquistas éticas e históricas de la humanidad.
       Pero si la convocatoria de Kristol configuraba un llamado a la polarización que exhibe las paradojas radicales del Liberalismo, la estrategia Neo-Conservadora no se embarcó en semejante aventura cuando podía divulgar la armonía subordinada del liberalismo humanista al liberalismo naturalista. Rebuscada y postiza –y por ello no del todo confiable para Kristol– la síntesis intelectualista y teológica de Francis Fukuyama (protegé y discípulo indirecto) profesará absorber, depurar y jerarquizar lo mejor y lo más servicial de la tradición Liberal Occidental sin meterse en las confrontaciones que Kristol aguijoneaba. Pero ni el determinismo consumista ni el sobrepuesto Hegelianismo ni el culturalismo realista atajan las tendencias egoístas, atomizadoras y centrífugas del Capitalismo que triunfa, ni impiden la presencia del “otro Liberalismo”, el que, asociado a la Ilustración y la Revolución Francesa pretende trascender los confinamientos del orden hegemónico material a través de los andamiajes normativos de la razón, la soberanía popular o los derechos humanos y colectivos. Así, mientras que el Liberalismo Naturalista se vierte en un ideal administrador (managerial) de las cosas y las personas y en la pragma maximizadora de ventajas; el Liberalismo Racionalista postula el viraje utópico y una praxis emancipadora que involucra el reencuentro del hombre consigo mismo y con los demás.
 Aunque  Kristol  exaltó  la  propia  “herencia  revolucionaria”
norteamericana, no se limitó a franquear la desventaja Estadounidense en la guerra de las ideologías que abismaron al siglo XX: el paradigma de la libertad ordenada bajo el cual serán internacionalmente viables “tanto la prosperidad económica como la participación política”. Planteó simple y sencillamente la recomposición del orden histórico y la sustitución de los viejos Paradigmas Revolucionarios (Ibid: “The American Revolution as a Successful Revolution”; pp. 3 y ss.; Doubleday; Garden City, Nueva York, 1976). “El pensamiento político revolucionario de los siglos XIX y XX –decía por su parte Hannah Arendt– ha procedido como si nunca hubiera ocurrido una Revolución en el Nuevo Mundo y como si nunca hubieran habido ni nociones ni experiencias Americanas en el reino de la Política y el Gobierno dignas de ser pensadas” y hay que “recordar que una Revolución hizo nacer a los Estados Unidos y que la República no llegó a existir por una ‘necesidad histórica’ ni por un desarrollo orgánico sino mediante un acto deliberado: el de la fundación de la libertad”( Hannah Arendt: “On Revolution”; pp. 215 a 220; Penguin Books Harmondsworth; Middlesex, 1987).-



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