EL NEOCONSERVADURISMO . NORTEAMERICANO.
Irving Kristol: ¿qué es el Neoconservadurismo? .
Irving Kristol, padre
del Movimiento Neoconservador americano, falleció el 18 de Septiembre de 2009.
Lew Rockwell (comentarista
político Libertario, activista anarcocapitalista,
defensor de la Escuela Austríaca de
Economía, y Presidente del Instituto Ludwig von Mises) le dedicó duras
palabras. Jeff Tucker, (VicePresidente Editorial del Instituto Ludwig
von Mises, un centro de
investigaciones austrolibertario) igual de crítico con su visión
imperialista en Política Exterior, supo encontrarle más virtudes. En “The Corner”, de National Review
todo fueron alabanzas.
Pero, ¿qué es el Neoconservadurismo? Se emplea mucho este término pero casi nadie
sabe definirlo con exactitud. A menudo se equipara erróneamente al Liberalismo, cuando su conexión es tangencial y, en varios aspectos, nula o
antitética. Nadie mejor que Kristol para responder a la pregunta, así que
recuperamos uno de sus artículos clásicos:
“The Neoconservative Persuasion”.
Extractamos dos párrafos que resumen bien el pensamiento neocón en materia de
política doméstica y política exterior:
“A
los Neoconservadores no les gusta la concentración de servicios en el 'Estado de Bienestar' y están dispuestos a estudiar formas alternativas de proveer estos servicios.
Pero son impacientes con la noción de Hayek de que estamos en "el
camino a la servidumbre". Los Neoconservadores no sienten ese tipo de
alarma o ansiedad sobre el crecimiento del Estado en el siglo pasado, viéndolo
como natural, de hecho inevitable. Debido a que tienden a estar más interesados
en la historia de la economía o la sociología, saben que la idea del siglo
19, tan bien expuesta por Herbert Spencer en su "The Man
Versus the State", era una excentricidad histórica. La gente siempre ha preferido
un Gobierno fuerte a un Gobierno débil, a pesar de que ciertamente no tienen
gusto por todo lo que huela a Gobierno excesivamente intrusivo. Los
Neoconservadores se sienten como en casa en los Estados Unidos de hoy en un
grado que los Conservadores más tradicionales no lo hacen. Aunque se encuentran
lejos de ser críticos acerca de ello, tienden a buscar en la orientación
intelectual de la sabiduría democrática de Tocqueville, en lugar de en la
nostalgia Tory de, por ejemplo, Russell
Kirk”. (quien fue un filósofo político, historiador y crítico
social estadounidense, conocido por su gran importancia para el renacimiento
del pensamiento Conservador Clásico del siglo XX, en EE.UU. en particular, y a través de su
influencia en ese país, en el Mundo
Occidental en general. Kirk es más conocido por su libro de 1953
titulado The Conservative
Mind: From Burke to Santayana, [La
Mente Conservadora: de Burke a Santayana], que traza el desarrollo del
Conservadurismo Estadounidense desde sus influencias originales hasta
personajes tales como George
Santayana, pero dando un papel central a Edmund Burke (N.d.A.).
“Y,
luego, por supuesto, no es la Política Exterior, el área de la Política
Estadounidense donde el Neoconservadurismo ha sido recientemente el foco de
atención de los Medios. Esto es sorprendente, ya que no existe un conjunto de
creencias relativas a la Política Exterior Neoconservadora, sólo un conjunto de
actitudes derivadas de la experiencia histórica. (El texto neoconservador
favorito en los asuntos exteriores, gracias a los Profesores Leo Strauss de
Chicago y Donald Kagan de Yale, es Tucídides sobre “La Guerra del Peloponeso”.)
Estas actitudes se pueden resumir en los siguientes "tesis" (como un
Marxista diría): Primera: el patriotismo es un sentimiento
natural y saludable y debe ser estimulado por las instituciones privadas y
públicas. Precisamente porque somos una Nación de inmigrantes, se trata de un
poderoso sentimiento americano. En segundo lugar: el Gobierno Mundial es una terrible idea, ya que puede conducir a
la tiranía mundial. Las Instituciones Internacionales que apuntan a un Gobierno
Mundial definitivo deben considerarse con la sospecha más profunda. En
tercer lugar: los “Hombres de
Estado” deben, sobre todo, tener la capacidad de distinguir amigos de enemigos.
Esto no es tan fácil como parece, ya que la historia de la Guerra Fría lo
reveló. El número de hombres inteligentes que no podía contar con la Unión
Soviética como un enemigo, a pesar de que se trataba de su propia
auto-definición, era absolutamente
asombroso”.
En varios
artículos sobre “de Neocones y
Liberales” también se intentó definir el Neoconservadurismo: El Neoconservadurismo nace de la mano de Progresistas
desencantados con la candidez del Partido Demócrata durante la Guerra Fría, y
junto a su anticomunismo militante (que se traduce en la exigencia de un
mayor gasto en defensa y una política exterior más agresiva) encontramos
una notable complacencia con el Estado del Bienestar. Puestos en relación con
los Conservadores tradicionales, los Neocones
se caracterizan por defender una Política Exterior más ambiciosa e idealista
(ataques preventivos, exportación de Democracia a golpe de bayoneta y
nation-building), unas políticas sociales menos tradicionalistas (aunque
eso no les impide coaligarse con la derecha religiosa) y un Estado del Bienestar
a lo sumo más eficiente, pero sin excesivos cambios. El propio Irving Kristol, uno de los padres del
Movimiento, señalaba en su libro “Reflections
of a Neoconservative” que "un Estado del Bienestar, adecuadamente
concebido, puede ser una parte integral de una Sociedad Conservadora". A
los Neoconservadores, dice Kristol, el crecimiento del Estado en el pasado
siglo no les produce alarma ni ansiedad, es visto como algo natural e
inevitable. "Los ideales decimonónicos tan nítidamente expresados por Herbert
Spencer en su The Man Versus the
State (El Hombre contra el Estado) son una excentricidad histórica".
El "Neo" aplicado a "Conservador"
da a entender que se trata de Nuevos Conservadores, pero con una facilidad
similar podríamos añadir el "Neo" a "Progresista" para definirlos.
Al fin y al cabo la Política Exterior idealista Neocón tiene sus raíces en el Progresismo de la era Wilson (Woodrow), cuando, en palabras del historiador William Leuchtenburg, “pocas personas veían un conflicto
entre las reformas sociales y democráticas en casa y la nueva misión
imperialista. (...) Los Progresistas creían (...) en un Gobierno Nacional que
dirigiera los destinos de la Nación en casa y en el exterior”. En cuanto a su conformismo con el
Estado del Bienestar, es sintomático de sus orígenes.
A
lo largo de 1989, annus mirabilis, se
pregonaba un “nuevo consenso global” y la sustitución universal de la praxis revolucionaria marxista por la pragma mercantilista y empresarial y,
puesto que el Comunismo desaparecía ¿qué caso tenía ya el anticomunismo? Con todo,
apenas en la Primavera de 1993, el viejo “Establishment anticomunista anunciaba con el Neo-Conservador Irving Kristol –quien reivindicaba el Conservadurismo Ideológico Progresista de los siglos XVII y XVIII
abandonado a finales del siglo XIX por los Partidos Conservadores actuales el
comienzo de la verdadera Guerra Fría, una
para la cual “estamos mucho menos
preparados… y somos mucho más vulnerables ante nuestro enemigo de lo que fuimos
en nuestra guerra victoriosa contra la amenaza comunista global”
(Irving Kristol: “My Cold War”; p. 144;
The National Interest, Nº
31; Primavera de 1993.) “Para mí no hay ‘después de la Guerra Fría’.
Lejos de haber terminado, mi guerra fría ha crecido en intensidad en la medida
en que sector tras sector de la vida americana ha sido despiadadamente
corrompido por el ethos Liberal. No puede ganar pero puede volvernos
perdedores a todos. Hemos alcanzado, lo
creo, un punto crítico de viraje en la historia de la democracia Americana” (Ibídem).
¿A qué viraje aludía Kristol y a qué
Liberalismo le declaraba la guerra? Cuando Kristol hablaba de virajes, aludía
al desgajamiento de las dos dimensiones del Liberalismo anteriormente
conciliables al interior del Estado-Nación y ahora contrapuestas por el proceso
globalizador. Las antinomias entre la propiedad y la igualdad, entre la
libertad y la democracia, se despejan descarnadamente cuando, de acuerdo a una
lógica que corre de Robert Malthus a Milton Friedman, el Neoliberalismo y
su Postmodernismo acentúan las
“descontrucciones” Estatales y Nacionales y la contención de expectativas
económicas y democráticas a través de la instancia “superior y neutral” del
Mercado, y los grandes complejos de Poder privado, corporativos y
transnacionales, desbancan la vieja esfera pública del Estado pautado según la
idea del bien común. Donde la toma clave de decisiones y las élites y
tecnocracias mismas se transnacionalizan, el liberalismo educador, planificador
y emancipador parece perder su razón de ser; porque la pragmática y la
dogmática globalistas deben desactivar la “subversión inmanente” que representa
un sistema nacionalmente articulado de consenso procedente de las conquistas
éticas e históricas de la humanidad.
Pero si la convocatoria de Kristol
configuraba un llamado a la polarización que exhibe las paradojas radicales del
Liberalismo, la estrategia Neo-Conservadora no se embarcó en
semejante aventura cuando podía divulgar la armonía subordinada del liberalismo humanista al liberalismo naturalista. Rebuscada y postiza –y por
ello no del todo confiable para Kristol– la síntesis intelectualista y
teológica de Francis Fukuyama (protegé y discípulo indirecto) profesará
absorber, depurar y jerarquizar lo mejor y lo más servicial de la tradición
Liberal Occidental sin meterse en las confrontaciones que Kristol
aguijoneaba. Pero ni el determinismo consumista ni el sobrepuesto Hegelianismo
ni el culturalismo realista atajan las tendencias egoístas, atomizadoras y
centrífugas del Capitalismo que triunfa, ni impiden la presencia del “otro Liberalismo”,
el que, asociado a la Ilustración y la Revolución
Francesa pretende trascender los confinamientos del orden hegemónico
material a través de los andamiajes normativos de la razón, la soberanía
popular o los derechos humanos y colectivos. Así, mientras que el Liberalismo Naturalista se vierte en un
ideal administrador (managerial) de
las cosas y las personas y en la pragma
maximizadora de ventajas; el Liberalismo Racionalista postula el
viraje utópico y una praxis
emancipadora que involucra el reencuentro del hombre consigo mismo y con los
demás.
Aunque Kristol exaltó la propia “herencia
revolucionaria”
norteamericana,
no se limitó a franquear la desventaja
Estadounidense en la guerra de las ideologías que abismaron al siglo XX: “el
paradigma de la libertad ordenada”
bajo el cual serán internacionalmente viables “tanto la prosperidad económica
como la participación política”. Planteó simple y sencillamente la
recomposición del orden histórico y la sustitución de los viejos Paradigmas Revolucionarios
(Ibid: “The American Revolution as a Successful Revolution”; pp. 3 y
ss.; Doubleday; Garden City, Nueva York, 1976). “El pensamiento político revolucionario de los siglos XIX y XX
–decía por su parte Hannah Arendt–
ha procedido como si nunca hubiera ocurrido una Revolución en el Nuevo Mundo y
como si nunca hubieran habido ni nociones ni experiencias Americanas en el
reino de la Política y el Gobierno dignas de ser pensadas” y hay que “recordar
que una Revolución hizo nacer a los Estados
Unidos y que la República no llegó a existir por una ‘necesidad
histórica’ ni por un desarrollo orgánico sino mediante un acto deliberado:
el de la fundación de la libertad”( Hannah Arendt: “On Revolution”; pp. 215 a 220; Penguin Books Harmondsworth;
Middlesex, 1987).-
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