SARTRE,
SIMONE DE BEAUVOIR, Y LA MORAL
El
Director de EL COLORADO, Dr. Osvaldo
Bergonzi, de gran bagaje intelectual y exquisita cultura, tiene razón
cuando critica la “inmoralidad” de Jean-Paul
Sartre y su compañera sentimental Simone
de Beauvoir. En realidad, ambos fueron –para nuestra moral convencional que
tradicionalmente respetamos los Colorados– más que inmorales verdaderos
“amorales”: Sartre fue un borrachín
que bebía whisky a granel, fumaba mucho y se estimulaba con anfetaminas y aún
con mezcalina, además de mujeriego promiscuo que prefería a las jovencitas; mientras que Simone de Beauvoir
practicó el “amor lésbico” (algunas de sus amantes pasaron luego a manos de
Sartre) y tuvo también profusión de amantes masculinos. En los Estados Unidos, entabló
una relación pasional con el escritor americano Nelson Algren con quien mantuvo
una intensa relación epistolar, llegando a intercambiar unas trescientas cartas
por las cuales asistimos a una historia de amor con todos los componentes
típicos del mundo poco convencional de Beauvoir. Un relato con las grandezas y
miserias de lo que se quiere vivir al margen de las normas sociales. Para ello
nada mejor que complementarlo con la lectura del tomo de su autobiografía que
corresponde a esta época: La
fuerza de las cosas. Allí comprenderemos que lo que hizo saltar por los
aires esta relación fue la no aceptación de Algren de compartir a Beauvoir con
Sartre. Y comprenderemos también que a pesar de las medias verdades que
esconden estas cartas, el retrato que debe permanecer de Beauvoir es el de
alguien que sacrificó su vida para construir un destino literario que vigilaba
la mirada luciferina y displicente de Jean Paul Sartre y las luces doradas del
mundo literario y político de París.; él (Algren) le propuso matrimonio, que ella rechazó por
“fidelidad” a Sartre, a quien contó todos los detalles de aquella relación, tal
como también Sartre lo hacía con las suyas. Ellos fueron amantes hasta el final
de su vida pero nunca se casaron ni vivieron bajo un mismo techo, manteniendo
relaciones sexuales con otras personas “normalmente”.
Simone
de Beauvoir en su obra “El Segundo Sexo” (1949) sirvió como
propulsora y fue una de las iniciadoras del Movimiento Feminista y
también del “Gay”. Su consagración literaria tuvo lugar ese
año 1949: la publicación de El segundo sexo, del que se
vendieron más de veintidós mil ejemplares en la primera semana, causó escándalo
y fue objeto de animados debates literarios y filosóficos. El Vaticano, por ejemplo, se mostró contrario al ensayo. El segundo sexo se tradujo a varios idiomas: en los Estados Unidos, se vendieron un millón de ejemplares, y se convirtió en el marco teórico esencial para las
reflexiones de las fundadoras del Movimiento de liberación de la mujer. De Beauvoir se convirtió en precursora
del Movimiento Feminista al describir a una sociedad en la que se relega a la
mujer a una situación de inferioridad. Este análisis desató un escándalo, en
particular el capítulo dedicado a la maternidad y al aborto, entonces
equiparado al homicidio. Describía el matrimonio como una institución burguesa
repugnante, similar a la prostitución en la que la mujer depende económicamente
de su marido y no tiene posibilidad de independizarse.
Sin embargo, ambos fueron de los más
grandes intelectuales del siglo XX e irreductibles defensores de la libertad
política e individual; así como criticaban a los EE.UU. por lo que llamaban su
“genocidio” en Viet-Nam, también lo hacían con la URSS por su dictadura y
violación de los Derechos Humanos. Jean-Paul Sartre inclusive rechazó la Condecoración
de la Legión de Honor” francesa y el “Premio Nobel de Literatura” en
1964, por no “perder su
independencia de los Poderes e Instituciones”. Pero su conducta amoral tal vez en gran parte se deba a su
ateísmo pesimista y su sensación de la “Nada”;
recordemos sus frases como “el hombre es una pasión inútil”, “el Ser se
diluye en un incesante devenir de la Nada”,
“el infierno es el Otro”, “la
Nada está en el corazón del Hombre como el gusano que corroe el corazón de una
manzana”, “el Hombre es una chispa
entre dos Nadas”, “el Hombre es un ser para la muerte” “venimos de la Nada y
vamos a la Nada”. Así que tal vez acertemos cuando consideramos que Sartre ensalza el individualismo más
burdo y feroz, el culto del individuo solitario, divorciado completamente de la
sociedad. Lleva a sus lectores por la vía de la degradación moral e
intelectual, ya que el hombre, separado de la sociedad y en oposición a todo lo
existente, deja de ser hombre, convirtiéndose en un “humúnculo” asustado y
tembloroso que teme a la muerte y no sabe qué hacer con su vida. El hombre,
pues, encerrado artificialmente en la cáscara impenetrable de su “yo”
queda frente a “los enigmas
insolubles del Ser”, pierde la
alegría de conocer y se priva del goce que proporciona una fecunda actividad humana.
Se halla condenado a la “angustia” y la vida misma se le revela como “un trágico absurdo”, siendo un individuo sin convicciones firmes y francamente amoral. Por eso, teniendo en cuenta todo lo
anterior, decidimos ahondar y hacer una
exégesis de la percepción de:
LA NADA EN EL
PENSAMIENTO DE JEAN-PAUL SARTRE:
La filosofía de Sartre, su “Existencialismo”, está expuesta técnica y acabadamente en “EL SER Y LA NADA ” (“L’ être et le
néant”), un libro de 760 páginas de no fácil lectura al cual los mismos
Profesores de Filosofía lo han calificado de “difícil y muy técnico” ya que, en
verdad, tiene un estilo abstruso y premioso a fuerza de precisión. No resulta
fácil, pues, resumirlo en unas cuantas páginas ya que se trata de su
pensamiento filosófico fundamental, mientras que su evolución hacia la
ideología y filosofía política se halla en los dos tomos de su “CRÍTICA DE LA RAZÓN DIALÉCTICA ”
en la cual intenta acercarse al Marxisno y convertir al Existencialismo, hasta
entonces –según él– “una ideología parásita surgida al margen del Saber”, en un
instrumento válido para las estructuras de la acción humana que comentaremos en
otra entrega.
En busca del Ser y el encuentro del
Hombre y la Nada:
Sartre empieza
explicando que el pensamiento moderno ha realizado un progreso considerable al
“reducir el existente a la serie de apariciones que lo manifiestan” logrando
suprimir cierto número de dualismos que causaban embarazos a la filosofía y
reemplazarlos con el monismo del fenómeno. Así se ha eliminado en primer lugar
ese dualismo que opone en el existente
lo interior a lo exterior. Ya no hay un exterior del existente que sea la
verdadera naturaleza del objeto, aquello que los idealistas llaman “ESENCIA”. Sartre niega que exista un mundo de esencias (pp. 11-14) ya que la
existencia precede a la esencia y los únicos existentes son:
este mundo concreto (la naturaleza) y la libertad. “Si llamo ‘no yo’ al mundo,
solo puedo entender este ‘no yo’ de acuerdo a mi existencia” dice; porque la
supuesta “verdadera naturaleza”, si ha de ser la realidad secreta de la cosa,
que puede ser presentida o supuesta pero jamás alcanzada porque es “interior”
al objeto considerado, tampoco existe. “La apariencia remite a la serie total
de las apariencias y no a una realidad oculta que haya drenado hacia sí todo el
ser del existente”. Por eso, en fin,
podemos rechazar el dualismo de la apariencia y la esencia. “La apariencia no
oculta la esencia, sino que la revela: es
la esencia. La esencia de un existente no es ya una virtud enraizada en lo
hueco de ese existente”, la esencia es lo que debe poder ser manifestado por
una serie infinita de manifestaciones individuales; y si la esencia de la
aparición es un parecer que no se opone a ningún ser, se presenta un
problema: el del ser de ese parecer que Sartre lo soluciona explicando el
fenómeno del ser y el ser del fenómeno resumiendo que “La aparición no está
sostenida por ningún existente diferente de ella: tiene su ser propio” (p. 15)
y que el ser del fenómeno, aunque coextensivo al fenómeno, debe escapar a la
condición fenoménica –que consiste en no existir algo sino en cuanto se revela–
y que, en consecuencia, desborda y funda el conocimiento que de él se tiene. Y
para dar más precisiones acerca del fenómeno del ser, Sartre elucida la
cuestión del Ser-en-Sí y el Ser-para-Sí.
Analizando
filosóficamente el Ser, encuentra “el ser del fenómeno” y “el ser de la
conciencia” radicalmente otro, cuyo sentido “requerirá una elucidación particular”
a partir de la “revelación-revelada” de otro tipo de ser, el ser-para-sí… y que se opone al
ser-en-sí del fenómeno. Para Sartre, el “ser en sí” no es pasividad ni
actividad, su consistencia está más allá de lo activo como de lo pasivo, más
allá de la negación como de la afirmación, es una inmanencia que no puede
realizarse porque el ser “está empastado de sí mismo”; de hecho “el ser es
opaco a sí mismo”. El “ser en sí” no tiene un dentro que se oponga a un fuera,
está aislado en su ser y no mantiene relación alguna con lo que no es él;
esto significa que no puede ser derivado de lo posible ni reducido a lo
necesario. “No conoce, pues, la alteridad; no se pone jamás como otro… No puede
mantener relación ninguna con otro”.
La característica de la conciencia, al
contrario, está en que es “una descompresión de ser”, ella, en efecto,
“ha-de-ser lo que es”; así Husserl
ha puesto claramente de relieve el hecho de que “solo la conciencia reflexiva
puede desolidarizarse de lo que pone la conciencia refleja”. Entonces, la ley
del “ser-para-sí” como fundamento ontológico de la conciencia, consiste en ser
él mismo en la forma de presencia a sí. Esta “presencia a sí” –dice Sartre–“ha
sido tomada a menudo por una plenitud de existencia”, pero para nuestro
filósofo “la presencia del ser a sí mismo implica un despegue del ser con
respecto a sí” Y esto llega a la superficie por medio de la realidad humana
porque este principio no puede denotar sino las relaciones del ser con el
exterior y comprometido en el mundo. El “para sí” es el fundamento de su
“ser-conciencia o existencia”. Esto significa que se determina a sí mismo pero
no puede fundarse sino a partir del “en-sí” y contra el “en-sí”. Así, la
realidad humana se capta en su venida a la existencia como ser incompleto, “es
perpetuo trascender hacia una coincidencia consigo misma que no se da jamás”.
La
realidad humana es padeciente de su ser, porque surge al ser como
perpetuamente infestada por una totalidad que ella es sin poder serla...(pp.
32-36-124-142-145: loc. cit. et passim). Pero nosotros, superando el
existencialismo sartriano del “ateísmo pesimista” agregamos que la conciencia
(alma-manas) no se trasciende en modo alguno hacia su aniquilación, no puede
perderse en el “en-sí” de identidad en el límite de su trascender, y el
“para-sí” reivindica el “ser-en-sí” para el “ser-para-sí” en tanto que tal, y
para un destino trascendente y superior.
Para hacerlo más inteligible a los
lectores no duchos en las disquisiciones filosóficas diremos que el filósofo
existencialista, analizando el Ser, encuentra “el ser del fenómeno” y “el ser
de la conciencia” lo que lo lleva a designar dos regiones singulares del Ser;
el “Ser-en-sí” cuya característica es la de la opacidad, no tiene una
conciencia de sí, está aislado en su ser y no mantiene relación alguna con lo
que no es él, no tiene “actividad consciente” en el sentido de disponer medios
con vistas a un fin. Y la otra región es el “Ser-para-sí” que al contrario,
designa al ser de la conciencia cuya ley consiste en ser él mismo en la forma
de “presencia a sí”; denota las relaciones del ser con el exterior y
comprometido en el mundo por medio de la realidad humana, consciente,
reflexiva. Esto significa que el Ser-para-sí es el Fundamento de su conciencia y es totalmente responsable de su ser
convirtiendo la vida en “destino”, reivindicando la existencia hacia algo
trascendente y superior.
Ahora bien, las investigaciones
antedichas conducen al seno del ser; pero Sartre
aún no ha podido establecer en esta etapa la vinculación entre las dos
regiones del ser que ha descubierto: el ser del fenómeno y el ser de la conciencia cuyo sentido
requerirá una elucidación particular a partir de “la revelación-revelada de
otro tipo de ser, el ser-para-sí que se opone al ser-en-sí del fenómeno; pues
para Sartre la conciencia es un ser
cuya esencia implica la existencia, es decir, cuya apariencia exige ser. Aplica
a la conciencia la definición que Heidegger
reserva para el Dasein, diciendo que “es un ser para el cual en su ser es
cuestión de su ser” (“Pour lequel il est dans son être question de son être”),
pero la completa formulándola así: la conciencia es un ser para el cual en su
ser es cuestión de su ser en tanto que este ser implica un ser otro que él
mismo. (p. 31). “Ser cuestión de” implica a la vez que para la
conciencia “se trata” de su ser, que al ser de la conciencia “le va” su propio
ser, y que “cuestiona” o “pregunta por su ser”. Por eso, decir que la
conciencia es conciencia de algo, es
decir que debe producirse como revelación-revelada de un ser que no es ella
misma y que se da como ya existente cuando ella lo revela.
Todo esto lo lleva al problema de la
negación y el origen de la nada, y a “esa totalidad que es el hombre-en-el-mundo”(p.42)
preguntándose: 1º) ¿Cuál es la relación sintética a la que llamamos el
ser-en-el-mundo? 2º) ¿Qué deben ser el hombre y el mundo para que la relación
entre ambos sea posible? Y esta investigación misma lo lleva a otra pregunta:
¿Hay una conducta capaz de revelarme la relación del hombre con el mundo? Y al
admitir la posibilidad de una respuesta negativa el interrogador se pone en
estado de no-determinación: él no
sabe si la respuesta será afirmativa o negativa; así, la interrogación “es un
puente lanzado entre dos no-seres: no-ser del saber en el hombre, posibilidad
de no-ser en el ser trascendente”. Habiendo pues partido en busca del ser, “he
aquí que una ojeada a la interrogación misma, en el momento en que creíamos
alcanzar la meta, nos revela de pronto que estamos rodeados de nada”(p.44).
Pues la posibilidad permanente de no-ser, fuera de nosotros y en nosotros,
condiciona nuestras interrogaciones sobre el ser. Y la respuesta se
circunscribe a esto: “lo que el ser será se recortará necesariamente
sobre el fondo de lo que el ser no es. Entonces, “El ser es eso y,
fuera de eso, nada”.
En efecto: “El Ser se refiere a la Esencia como lo inmediato
a lo mediato. Las cosas, en general, “son”, pero su ser consiste en manifestar
su esencia. El Ser pasa a la
Esencia ; esto podría expresarse diciendo: “El Ser presupone la Esencia ”… El Ser retorna a
su fundamento; “el Ser se trasciende en la Esencia ” (Hegel: Esquema de la Lógica ).
Así, el Ser, escindido de la
Esencia que es su fundamento, se convierte en “la simple
inmediatez vacía”. Y, en efecto, así lo define la Fenomenología del
Espíritu, que presenta al ser puro, “desde el punto de vista de la
verdad” como lo inmediato. “Ese ser puro –escribe Hegel en la Lógica
Menor – es la abstracción pura y, por
consiguiente, la negación absoluta, la cual, tomada también en su momento
inmediato, es el no-ser”. Entonces Sartre
se pregunta: La nada ¿no es, en efecto, simple identidad consigo misma, vacío
completo, ausencia de determinaciones y de contenido? El ser puro y la nada
pura son, pues, la misma cosa. Eso significa concretamente que “Nada
hay en el cielo y en la tierra que no contenga en sí el ser y la nada” (Hegel:
Lógica Mayor, cap. I.).
Sartre penetra en la concepción
fenomenológica de la nada, admitiendo que se puede concebir de otra manera la
complementaridad del ser y la nada. “Se puede ver en uno y en otra dos
componentes igualmente necesarios de lo real, pero sin ‘hacer pasar’ el ser a
la nada, como Hegel, ni insistir como nosotros intentábamos, sobre la
posterioridad de la nada: al contrario, se pondrá el acento sobre las fuerzas
recíprocas de expulsión que el ser y el no-ser ejercerían mutuamente, y lo real
sería, en cierto modo, la tensión resultante de esas fuerzas
antagónicas”(p.57). Hacia esa orientación que es una nueva concepción va Heidegger (¿Qué es Metafísica?). Existen, incluso, numerosas actitudes de
la “realidad humana” que implican una “comprensión” de la nada: el odio, la
prohibición, el pesar, etc. Hasta hay para el Dasein (ser-ahí) de
Heidegger una posibilidad permanente de encontrarse “frente a” la nada y
descubrirla como fenómeno: es la
angustia. Empero, Heidegger, aun estableciendo las posibilidades de una
captación concreta de la Nada ,
no cae (Sartre dixit) “en el error de Hegel y no conserva al No-ser un ser, así
fuera abstracto: la Nada
no es: se nihiliza.
Sabido es que, para Heidegger, el ser
de la realidad humana se define como “ser-en-el-mundo”. Pero la realidad
humana no puede hacer parecer al ser
como totalidad organizada en mundo sino trascendiéndolo. Toda determinación,
para Heidegger, es un trascender, ya que supone retroceso, toma de perspectiva.
Este trascender el mundo, condición de la surrección (surgimiento) misma del
mundo como tal, es operado por el Dasein hacia sí mismo. La
característica de la ipseidad (ser sí mismo), en efecto,
es que el hombre está siempre separado de lo que él es por toda la amplitud del
ser que él no es. El hombre se anuncia a sí mismo del otro lado del mundo, y
retorna a interiorizarse hacia sí mismo, a partir del horizonte: el hombre es “un ser de
alejamientos”. Pero esta aparición del sí-mismo allende el mundo, es decir,
allende la totalidad de lo real, es una emergencia de la “realidad humana” en
la nada. Solo en la nada puede ser trascendido el ser. Esto significa,
por una parte, que la realidad humana surge como emergencia del ser en el
no-ser, y por la otra, que el mundo está “suspendido” en la nada. La angustia es el descubrimiento de esta
doble y perpetua nihilización. La contingencia del mundo se aparece, pues, a la
realidad humana en tanto que ésta se ha instalado en la nada para captarla. Y
Sarte, luego de analizar a Heidegger, afirma contundentemente: “La nada, si no está sostenida por
el ser, se disipa en tanto que nada, y recaemos en el ser. La nada no
puede nihilizarse sino sobre fondo de ser; si puede darse una nada, ello no es
ni antes ni después del ser ni, de modo general, fuera del ser, sino en el seno
mismo del ser, en su meollo, como un gusano”. (p.62).
Pero, la Nada ¿de
dónde viene?: Si se quiere ceñir el problema –dice Sartre
contradiciendo a Heidegger– es preciso reconocer primeramente que “no podemos
conceder a la nada la propiedad de “nihilizarse”, porque “solo el
Ser puede nihilizarse, ya que, para nihilizarse, es necesario ser. Pero
la Nada no
es. Podemos hablar de ella sólo porque posee una apariencia de ser, un
ser prestado. La Nada
no es; la Nada
no se nihiliza, la Nada
“es
nihilizada”. Resulta, pues, que debe existir un Ser, el cual tenga por
propiedad nihilizar la Nada ,
soportarla por su propio ser, desplegarla perpetuamente desde su propia
existencia: un ser por el cual la
Nada advenga a las cosas”.
Pero,¿cómo ha de ser este Ser con
respecto a la Nada
para que, por medio de él, la
Nada advenga a las cosas? En primer lugar, dicho ser no puede
ser pasivo con respecto a la Nada :
no puede recibirla. Por otra parte, el Ser por el cual la Nada llega al mundo no puede producir
la Nada
permaneciendo indiferente a esta producción. Sería inconcebible que un ser que
fuese plena positividad mantuviera y creara fuera de sí una Nada de ser
trascendente, pues no habría nada en el Ser por medio de lo cual el Ser pudiera
trascenderse hacia el No-Ser. El Ser por el cual la Nada adviene al mundo debe
nihilizar la Nada
en su Ser a raíz de su ser. “El Ser por el cual la Nada adviene al mundo es un
ser para el cual, en su Ser, es cuestión de la Nada de su Ser: el ser por el cual la Nada adviene al mundo debe
ser su propia Nada. Y ha de entenderse por esto no un acto nihilizador,
que requeriría a su vez un fundamento en el Ser, sino una característica
ontológica del Ser requerido”. (p.64).
Ahora falta averiguar en qué delicada
y exquisita región del Ser encontraremos ese Ser que es su propia Nada. Para
ello, es preciso volver a la interrogación; y hemos visto antes, que toda
interrogación pone, por esencia, la posibilidad de una respuesta negativa: queda siempre abierta una posibilidad
de que se devele como una Nada. Pero, a la vez, la interrogación emana de un
interrogador que se mueve en su propio ser como preguntante, despegándose del
ser. La interrogación es, pues, por
definición, un proceso humano. El hombre se presenta, por ende, al menos en
este caso, como un ser que hace surgir y desplegarse la Nada en el mundo, en tanto
que, con ese fin, se afecta a sí mismo de no-ser. Así, la surrección del hombre
en medio del ser que “lo inviste” hace que descubra un mundo. Pero el momento
esencial y primordial de esa surrección es la negación. Así, hemos alcanzado el término primero de este
estudio: EL HOMBRE ES EL SER POR EL CUAL LA NADA ADVIENE AL MUNDO.-
En otro Artículo se analizará el
pensamiento de J. P. Sartre en “El Ser y
la Nada ” con
respecto a EL HOMBRE, LA
LIBERTAD , LA
MUERTE y DIOS; para luego, examinar los fundamentos de la “Crítica de la Razón Dialéctica ” y
comparar qué tenía en común con Lev Trotsky y Niccolò Machiavelli.-
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