ISRAEL Y EL SIONISMO (Parte Segunda)
Privado de su fuerza por la pérfida Dalila, que
le había cortado el cabello mientras dormía, Sansón el Hebreo cae en
manos de los Filisteos –de cuyo nombre se deriva Palestina–
quienes le revientan los ojos. Un día, habiéndole ya crecido el pelo, lo mandan
a llamar para que los divierta: “Luego Sansón palpó las dos columnas
centrales que sostenían el templo y se apoyó contra ellas, la mano derecha
sobre una y la izquierda sobre la otra. Y gritó: ‘¡Muera yo junto con
los filisteos!’. Luego empujó con toda su fuerza, y el templo se vino
abajo sobre los jefes y sobre toda la gente que estaba allí. Fueron muchos más
los que Sansón mató al morir que los que había matado mientras vivía”. Contado
en la Biblia, este famoso episodio se desarrolla en Gaza, Capital
de los filisteos, pueblo enemigo de los hebreos.
“Desde siempre, Gaza fue un cruce de rutas
comerciales entre Europa y Asia, entre Medio Oriente y África. Por la ciudad y
el territorio estuvieron, desde la Antigüedad, en el centro de las rivalidades
entre las potencias de la época, del Egipto faraónico al Imperio Bizantino
pasando por Roma”(Alain Gresh: “La
larga historia de Gaza”; Le Monde Diplomatique; Agosto de 2014). Puerta
de Palestina, era “tan
fácil ganarla como perderla” escribe Jean-Pierre Filiu en su libro Histoire de Gaza (Fayard, París, 2012),
el más profundo consagrado a este territorio.
Los portavoces anti-árabes y sionistas han
tratado de demostrar incluso que el Pueblo Palestino nunca existió como tal:
así, en nuestro medio el periodista radial judío Raúl Melamed dedicó, hace unos
años, por Radio Ñandutí, varias audiciones intentándolo, y otro con más
solvencia intelectual que él, el escritor judío-argentino Marcos Aguinis expresó: “El vocablo
Palestina no existía. No es mencionado ni una vez en la Biblia ni en ningún
otro documento de la antigüedad. Adriano
era el Emperador de turno cuando se puso fin a la rebelión de Simeón Bar Kojba; El Emperador lucubró
cómo poner fin a las reivindicaciones de los judíos por su querida Judea y su
venerada Jerusalén. Primero les prohibió visitar Jerusalén, convertida en una
guarnición militar, y pronto cambió el nombre a la ciudad por el de Aelia Capitolina.
Al mismo tiempo, cambió la denominación de Judea o Israel por Palestina. ¡En ese momento apareció Palestina por primera vez! ¡Era el siglo II d.C.!
¿De dónde se obtuvo el vocablo? Fue otra ofensa Romana. Palestina se
escribía en latín Phalistina y hacía referencia a los Filisteos,
que la Biblia menciona desde Josué hasta David”. (“Breve Historia de Israel y
Palestina”; Edit.
“El Medio”; España, 2008). Como
vemos, a pesar de su virulencia anti-palestina, Aguinis tuvo que reconocer la presencia inmemorial del pueblo
Filisteo.
Y, en verdad, los Palestinos son los descendientes
directos de los antiguos Filisteos
mencionados en la Biblia, pobladores
originarios de Canaán, que les fuera
arrebatada por los Judíos por ser la
“tierra prometida” por Jehová. Y la conquista fue llevada a
cabo a sangre y fuego, sin dejar sobrevivientes en las ciudades conquistadas,
según la orden perentoria del Dios de los judíos, como sucedió con Jericó, donde fueron muertos hombres,
mujeres y niños por el general Josué.
Filisteo, en el idioma árabe, se dice Efalestine (غير مثقف ) y Palestina Falestín
(فلسطين )(Diario Falistinouna “Nuestra
Palestina”, publicado en Beirut entre 1959 y 1964).
Las afirmaciones de Aguinis consignadas más arriba, fueron
contestadas por el escritor judío anti-sionista Dr. Raul Schnabel en un artículo titulado Las
mentiras de Marcos Aguinis, el 9 de octubre de 2008, en Artepolítica, que es
un blog colectivo, agregando: “Dice
Aguinis sobre el concepto de
antisemitismo: ‘…Su etimología
remite a un hijo de Noé llamado Sem, antepasado mítico de todos los
pueblos de Medio Oriente, pero se sabe que se refiere exclusivamente a los
judíos…’ Miente Aguinis: El Diccionario de la Real Academia dice
respecto del vocablo SEMITA: ‘Según
tradición bíblica, descendiente de Sem, dícese de los árabes, hebreos y
otros pueblos’. Más amplia la
Enciclopedia Gran Omeba agrega que se trata de los pueblos caucásicos: hebreos, fenicios, babilonios,
asirios y árabes. Es decir aquellos que viven hoy en Palestina, Siria, Líbano,
Irak y otros territorios del Medio Oriente”.
Hecho este prolegómeno, pasaremos a
ocuparnos de analizar la historia moderna de Israel y la ideología del Sionismo que es el nervio-motor que
guía la política y actitud israelí hacia sus vecinos Árabes.
El Sionismo
fue sin duda una gran Revolución, como
pocas veces hubo en la historia: envió
gente de un país a otro, completamente distinto; transfirió a personas de una
clase social a otra, generalmente a una mucho más baja; cambió su lenguaje, su
ambiente, su cultura; interrumpió totalmente sus vidas anteriores y las obligó
a construir una nueva. Una revolución como ésta es muy rara en la historia de
la humanidad. Buscando un precedente algo similar, deberíamos recordar las
primeras Cruzadas o el viaje de los Padres Peregrinos a Norteamérica. Para
poder comprender al Sionismo se debe
saber cuándo y dónde nació: fue,
oficialmente, al final del siglo XIX, y ha
sido creación de un gran hombre, Teodoro Herzl, un periodista Vienés.
Él trató de encontrar una salida a los sufrimientos de los Judíos en Europa.
Cuando ejercía el periodismo en Francia, quedó muy impresionado por los ataques
antisemitas durante el juicio a Dreyfus; y se convenció de que los
judíos nunca encontrarían un lugar dentro de la comunidad europea y que,
entonces, tenían que tratar de formar una Nación propia. De esta manera,
podemos afirmar que el Sionismo
resultó un producto directo del espíritu y la ideología del Nacionalismo Europeo del siglo XIX. Herzl decidió proveer a los judíos de
los atributos inherentes a ese espíritu e ideología, artificialmente: primero dándoles un sentido de
Nacionalidad y luego un Territorio donde pudieran desarrollar una existencia
nacional.
La verdadera historia del Sionismo comienza con un pequeño libro
escrito por Herzl que apareció en Febrero de 1896; se titulaba Der
Judenstaat (El Estado Judío) y en el cual delinea minuciosamente el
panorama del futuro Estado Judío: contiene
Capítulos como: “Residencia de los
trabajadores”, “Adquisición de
tierra”, “Trabajadores no especializados”; describe cómo debe ser la bandera;
dice cómo debe ser financiado el proyecto y muchas otras cuestiones. Pero en el
libro no había una sola referencia al hecho de que Palestina estaba habitada por los Árabes. Es que cuando Herzl
soñó con ese Estado por construir, no pensó en ningún País en particular; lo
que hizo fue diseñar un bosquejo sobre un Hogar Nacional que podría
establecerse en cualquier parte, como por ej. en Argentina, Canadá, Uganda…
Solamente durante la etapa final de la escritura del libro Herzl se convenció de que
la idea de Palestina daría el
impulso emocional al proyecto del Estado Judío, algo que recién aceptó
plenamente en el Primer Congreso Sionista de 1897, en Basilea (Suiza). En su segundo libro, Altneuland
(La Vieja-Nueva Tierra) aparece un caballero árabe perfectamente
encantado de vivir en una comunidad judía y felicitando a los judíos por su
determinación de garantizar a los nativos una total igualdad, después de todo
lo que ellos mismos sufrieron afuera. Teodoro Herzl murió de un ataque
cardíaco el 3 de Junio de 1904, a los 44 años de edad. El Sionismo, su invención, fue el último Movimiento Nacionalista nacido dentro de la cultura Occidental. El famoso escritor judeo-germano Max
Nordau se convirtió en la figura más renombrada del Movimiento luego de
la muerte de Herzl. Y hasta la Primera Guerra Mundial, que creó una
situación completamente nueva, la actitud árabe fue indecisa; pero es cierto
que no hubo oposición
abierta, clara y cortante a la colonización e inmigración judías, ni por medios
políticos ni por resistencia armada; esto sucedió mucho más tarde. Por lo tanto
parece que hasta la Primera Gran Guerra existía una posibilidad definida de efectuar
la conjunción de los Nacionalismos Árabe y Judío en un gran Movimiento;
posibilidad que nunca se probó y que ni siquiera se exploró seriamente. Herzl
murió sin conseguir sus ambiciones en Palestina, ni en Sinaí o Uganda; el “barco” judío se mantuvo en calma
hasta que estalló la gran tormenta:
la Primera Guerra Mundial convirtió
al Sionismo en una fuerza dentro de
la Política Mundial. Y el 2 de
Noviembre de 1917 los sionistas consiguieron el objetivo por el cual habían
luchado desde el primer día del Movimiento:
consiguieron su Garantía.
Se han escrito muchos libros sobre la “Declaración Balfour”, donde el Gobierno de Su Majestad prometía
“establecer un Hogar Nacional” en Palestina para los judíos. Jamás nada causó
más amargura en el Mundo Árabe que esta declaración. Los árabes todavía lo ven
como un pérfido acto de traición, una ruptura de las promesas que les habían
dado al mismo tiempo a ellos. De la “Declaración
de Balfour” surge directamente la convicción profunda de que Israel es el producto del Colonialismo y una creación de los Imperialistas, lo que es un error de
criterio: si Inglaterra usó al Sionismo
para sus fines coloniales, ella fue también usada por los sionistas para sus
propios fines. Y los frutos que Inglaterra
recogió de este Pacto fueron transitorios;
en cambio, los que consiguió el Sionismo
son permanentes. La forma final que tomaron las relaciones entre el Sionismo y
los Árabes deriva de la “Declaración Balfour”: los árabes veían las grandes masas de colonizadores extranjeros “invadiendo”
su país (la tercera Aliá) llenos de
energía y estableciendo kibutzim en
todo el territorio. Lo vieron como un nuevo Régimen Colonial presidido por un
Alto Comisionado Judío enviado por Gran Bretaña, y por primera vez tomaron las
armas como pueblo, comenzando una serie de enfrentamientos, para defenderse de
los cuales el Ishuv (como era llamado el “Estado Judío dentro de un Estado”)
preparó su primera Organización Militar de magnitud, la Haganá (defensa).
El Líder indiscutible en esa época era
el Doctor Jaim Weizmann quien apoyaba decididamente a los Británicos; con la victoria inglesa y la
“declaración Balfour” conseguida, el eminente científico se convirtió en el
gran Patriarca del Sionismo. El Líder que surgía por la otra parte era el Emir
Faisal, uno de los Príncipes hashemitas
que luchó contra los Turcos en el desierto árabe; y se iniciaron una serie de
encuentros entre ellos con la idea de enfrentar a la Conferencia de Paz con el
hecho consumado de un acuerdo Judeo-Árabe porque, teóricamente, en aquella
época era posible que los Líderes
Sionistas se aliaran con el Movimiento
Nacional Árabe. Pero dichos Líderes –que finalmente se habían trasladado a
Palestina– no estaban preparados para una idea semejante. No obstante, se
mantuvo el contacto con Faisal para quien la idea de que los
judíos eran verdaderos miembros de la familia Semita era tan fuerte, que,
aunque parezca increíble hoy en día, en un mensaje se disculpó por no poder
tomar parte en una Conferencia Sionista, y en una carta al Líder
Judeo-Americano Félix Frankfurter a comienzos de 1919 decía: “Sabemos
que los árabes y los judíos son parientes raciales… Haremos todo lo que podamos
para apoyar la aceptación de las propuestas Sionistas en la Conferencia de Paz,
y recibiremos de todo corazón el regreso de los Judíos a su hogar. El
movimiento judío es nacional y no imperialista, nuestro movimiento también lo
es, y hay lugar para ambos. En realidad, no creo que ninguno de nosotros
tenga la posibilidad de alcanzar el triunfo sin la ayuda del otro”. De
todas maneras, el acuerdo nunca se materializó; pero los Sionistas no se
desanimaron demasiado por esta circunstancia porque sus reclamos fueron
aceptados en el Acuerdo de Paz de San Remo en Abril de 1920 y los incluyeron en
los documentos que establecían el Mandato Británico en Palestina ratificados
por la Liga de las Naciones en 1922. Es evidente que los Sionistas se sentían
más bien aliviados al no tener que tratar con el fenómeno poco conocido del
Nacionalismo Árabe y contentos de volver a entablar negociaciones con los
Británicos. Pero nos hemos detenido en este episodio por ser una indicación de lo que pudo haber
sucedido.
Durante alrededor de veinte años las
relaciones Anglo-Sionistas continuaron con muchos recelos: los Funcionarios Coloniales
Británicos no se entendían con los Líderes judíos rusos y hallaron cierta
afinidad con los Sheiks árabes. Éstos se rebelaron con creciente violencia cada
tanto acusando a los Ingleses de entregar su tierra a los judíos; y los judíos acusaban a la
Administración Colonial Inglesa de volverse atrás en sus promesas, al poner
obstáculos a la concreción de las aspiraciones sionistas. El terrorismo judío
extremista comenzó a atacar las instalaciones británicas. El Irgún Zvai Leumi (Organización Militar Nacional, en hebreo) y posteriormente el Ejército oficial
sionista, la Haganá (Defensa) se unieron en la lucha contra el
mandato Inglés hasta que éstos decidieron dejar el país. La lucha judía
clandestina contra el régimen colonial inglés fue la primera Guerra de
Liberación triunfante en el Medio Oriente. Este hecho contradice el concepto de
que el Sionismo o el Estado de Israel fueron una creación satélite del
Imperialismo y el Colonialismo. Y habiéndose convencido de que se había vuelto
imposible toda futura colaboración entre Ingleses y Sionistas, éstos buscaron
otro aliado extranjero, encontrándolo en el aún más poderoso Estados Unidos que desde la mitad de la
década del cuarenta en adelante, se convirtió en el aliado principal del
Sionismo.
En estas condiciones políticas, las Naciones Unidas resolvieron, en 1948, la partición de Palestina en un Estado Judío y en uno Árabe. Pero el Estado Árabe
de Palestina nunca se materializó al caer víctima de las ambiciones e
intrigas de los Estados Árabes vecinos. Es verdad incontrovertible que el Estado Judío de Israel se creó con
intensa oposición y por la fuerza de las armas. Israel es el producto peculiar
de un gran movimiento de liberación, que fue obligado a aliarse al Imperialismo
por las circunstancias especiales de su concepción; sin embargo nunca fue un
satélite. Una distorsión de los
hechos puede conducir a un malentendido peligroso: es fácil sentir desprecio por un satélite y puede ser
contraproducente cuando llegue la ocasión de demostrarlo; es también peligroso –dado que Israel no es un satélite– presumir
su desaparición una vez que sus “amos” imperialistas pierdan su influencia en
el Medio Oriente. Esto es una ilusión. Y el verdadero carácter de Israel
debe ser reconocido si alguna vez se quiere romper el círculo vicioso
árabe-israelí. El Sionismo fue un movimiento auténtico;
nadie lo creó sino los propios sionistas; no hay dudas sobre esto, excepto la
propaganda anti-sionista. Sin embargo, el problema permanece: ¿qué clase de movimiento fue el Sionismo
en el contexto de la historia de Palestina? A esto trataremos de responder
en la Parte Tercera de este estudio.-
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