domingo, 13 de septiembre de 2015

RELACIÓN ARGENTINA-PARAGUAY

LA RELACIÓN ARGENTINA-PARAGUAY       A TRAVÉS DE LA HISTORIA.

1.- CONDOMINIO Y SEPARACIÓN.                                                  

        Nuestra intención no es la de hacer historiografía, sino un análisis crítico en el marco de una evaluación prospectiva para el siglo XXI de las relaciones de nuestras naciones dentro del “gran todo” latinoamericano y mundial. Es así como hemos observado una conducta histórica ambivalente que ha significado “mutatis mutandis” un condominio de interés y una contínua tendencia a la separación histórica del Paraguay y la Argentina.
        La antigua Provincia del Paraguay, que los primeros cronistas denominaron “Provincia Gigante de las Indias” por la vastedad de sus dominios, abarcó en un principio más de la mitad de América del Sur, limitando al Norte con el Amazonas, al Sur con el Estrecho de Magallanes, al Este con el “mar Atlántico” y la línea de Tordesillas y al Oeste con las Gobernaciones de Almagro y Pizarro. Desde el comienzo los destinos de nuestros pueblos se entrecruzaron y la geopolítica será un factor gravitante a través de toda nuestra historia. Pero ulteriormente, tanto las usurpaciones portuguesas como la propia Corona Española, fueron achicando esos límites. La desmembración de Chiquitos (1590), la separación del Río de la Plata (1617),  y el Tratado de San Ildefonso (1777), señalan algunas de las mutilaciones que sufrió el territorio de la Provincia.
         Buenos Aires como “base de paso obligado” estuvo siempre en un “condominio” de intereses, sueños y aspiraciones de esa empresa militar –pues ese fue el carácter de su planificación– que era la Conquista Española. Además de ir afirmando el terreno conquistado para la Corona Española, ocupando puntos claves que poder hacer valer frente a las pretensiones portuguesas, los conquistadores pasaban por Buenos Aires y Asunción, rumbo a la codiciada Sierra de la Plata. Así fue que los primeros españoles que llegaron a Asunción en 1537, formaban parte de cuatrocientos hombres capitaneados por Juan de Ayolas, quien dejando una parte en la futura ciudad comunera de las Indias, rumbea hacia el Perú, quedando sus huesos en aquella llanura chaqueña. La segunda irrupción de españoles, en 1541, ya no arriba en son de guerra ni conquista, sino huyendo del hambre y desolación de la primera Buenos Aires, hasta que más tarde, en 1580, Juan de Garay repobla Buenos Aires con los “mancebos de la tierra”, salidos de Asunción.
         Hasta finales del siglo XVIII con sólo dos puertos habilitados para el comercio de las Américas, Veracruz para el Norte y Portobello, en el istmo de Panamá, para nosotros, todo lo argentino debía pasar por Asunción en su lento peregrinar hacia el Perú para Portobello; teníamos un común destino geopolítico. Correspondió a los “agricultores soldados” defender la integridad territorial de la colonia, como cuando correspondió a 4.000 guaraníes, comandados por el Gobernador Don Pedro Lugo de Navarra, contener a los Paulistas invasores en el campo de Kaarupá Guazú en 1636. Y controlada la invasión portuguesa, iniciaron los mestizos la fundación de ciudades y fortines por los desiertos circundantes, sufragando de esta forma la defensa del Río de la Plata contra los malones, en esa identidad de intereses que hacía a un condominio de un destino común.
        Era aquella la época de la nula inmigración, lo que apresuró y acrecentó el mestizaje; era también la etapa histórica del “Mercantilismo” en que la riqueza nacional se identifica con la riqueza fiscal, con la capacidad de pago (en moneda metálica). Era el predominio de la monoproducción, de la Encomienda, de los pueblos de indios, de las reducciones Jesuíticas y también del estallido del Movimiento Comunero. Pero para los finales del susodicho siglo XVIII, se producen cambios económicos muy importantes: la yerba mate deja de ser predominante y hay diversificación de la agricultura; empieza a exportarse maderas, tabaco, y productos de la ganadería (cuero y sebo). La política del comercio libre del Rey Carlos III nos trae un hecho histórico: la apertura del Puerto de Buenos Aires y de otros 23 puertos habilitados para el comercio exterior en 1776, coincidiendo con la “Revolución Industrial”. Esto trae aparejado cambios culturales; las posibilidades para el acceso a la educación de la Provincia se multiplican y en 1783 se abre en Asunción el Real Colegio Seminario de San Carlos. Se irá formando una burguesía exportadora y una “Intelligentsia” nativa “porteñista” interesada en estrechar los lazos con la “metrópolis europea” que iba creciendo en el Río de la Plata y controlaba el paso de los productos y la difusión de la cultura en conjunción con Córdoba. El Paraguay de “condómino” geopolítico e “ideológico” va pasando a una cierta “dependencia” socio-económica cultural.

         2.- DE LA INDEPENDENCIA A LA DEPENDENCIA.

         La Provincia del Paraguay, que en un principio formó parte del Virreinato del Perú, pasó a depender del Virreinato del Río de la Plata, a la creación de éste en 1776. La creación del Virreinato determinó el progreso extraordinario de lo que se llamaba “el Puerto” por excelencia, de Buenos Aires: y la legislación mercantil liberal de los Borbones –como apuntáramos– más su privilegiada ubicación, la “llave” de entrada al “hinterland” sudamericano, le dieron el poderoso impulso comercial que convirtió al “puerto” en una de las principales ciudades de la América española. La acumulación de riquezas, monopolios y privilegios hizo, por supuesto, que Buenos Aires aspirase a la hegemonía política, pretensión que generó la desintegradora resistencia de las provincias interiores (incluida la Prov. del Paraguay), que ya se sentían en tren de ser sometidas y explotadas. Como dice Julia Velilla de Arréllaga en “Paraguay, un destino geopolítico”(IPEGEI; Asunción, 1987): “Si profundo era el resentimiento paraguayo por el desamparo en que injustamente lo tenía la Corona Española, después de haber ganado y conservado para su Rey, con enormes sacrificios, medio continente, y por el aislamiento a que fue sometido, como castigo por la Revolución Comunera; más profunda aún, era la amargura que le producía la actitud prepotente e ingrata de Buenos Aires. Por el sólo hecho de dominar la llave de su salida al mundo, Buenos Aires pretendió convertirse en tutor del Paraguay y actuó arbitraria y abusivamente”. Y el gran historiador paraguayo Julio César Chávez, señala en su obra “Historia de las relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay 1810-1813”     (Ed. Nizza; Asunción, 1959), que la Revolución del 25 de Mayo de 1810 confirmó los temores sobre la política de Buenos Aires, y acota que “si en esa hora decisiva para América, Buenos Aires hubiera actuado con sentido nacional y equilibrado, habría mantenido la unidad del Plata y la formación en el Sur de las Américas de una potencia capaz de contrapesar en la balanza a la poderosa confederación del Norte”.
        Nos hemos detenido un poco en la historia precisa para significar el meollo de problemas alrededor del cual girará la historia de los desencuentros en las relaciones de nuestras dos Naciones. A partir de su independencia, el Paraguay irá apartándose de la influencia Bonaerense, separación que comienza ya con la derrota de Belgrano y se volverá casi definitiva con la defenestración del Gobierno, y ulterior destrucción, de la facción “porteñista” por parte del Dictador Francia.
        Al advenir la independencia del Paraguay, tres facciones o “Partidos” principales se disputaron la hegemonía de la conducción política: una aristocracia hispano-criolla incrustada, sobre todo, en el Cabildo de Asunción; una clase mercantil           –importadora y exportadora– “porteñista” porque estaba interesada en mantener sus negocios con Buenos Aires y el resto exterior; y una facción Nacionalista “jacobina” cuya cabeza indiscutible era el Dr. Francia que representaba los intereses de clase del pequeño campesino libre, aquel heredero del “agricultor-soldado”, que constituyó la base social de la formación de la Nación paraguaya. Con la derrota de las ideas de Cornelio Saavedra y la preeminencia de Juan José Castelli y Mariano Moreno en Buenos Aires, se impone la política centralista que provocará la anarquía por la resistencia del interior. Y la consolidación del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia en el poder del Paraguay, que conservará como Dictador Perpetuo hasta su muerte en 1840, lleva al Paraguay a un aislamiento creciente que resiste todos los intentos de hegemonía y aún de aproximación de Buenos Aires, así como evita la anarquía reinante en el resto de la comarca.
         Después de la muerte del Supremo Dictador, acaecida en 1840, tras un breve período de transición, se afirma en el Poder don Carlos Antonio López, quien comienza cierta modernización transformadora pero que fue sólo de grado, no de esencia. El “Estado Autóctono” –como lo llama el nacionalista    J. Natalicio González– seguía siendo la principal fuente de producción y de acumulación de capital en contraste con el liberalismo mercantilista porteño. Las relaciones Argentino-Paraguayas, congeladas tanto tiempo por las tentativas anexionistas de Rosas –que no reconoció nunca la independencia del Paraguay, y que le valieran esta réplica del Presidente López: “La masa homogénea, fuerte y compacta de la nacionalidad paraguaya, profesa una aversión profunda contra todo lo que suene a dominación porteña…”– comenzaron a normalizarse por el reconocimiento sobrevenido después de Caseros, y se afirmaron plenamente con la histórica mediación del hijo del Presidente, el entonces Brigadier General Francisco Solano López, quien evitó el choque cruento entre Buenos Aires y la Confederación, con el “Pacto de San José de Flores” del 11 de Noviembre de 1859. Pero la tormenta de la Guerra de la Triple Alianza lo trastrocó todo.
         Con la destrucción del Estado Paraguayo por la hecatombe del ‘65-70’, la “Segunda República Paraguaya” adquirió el formato constitucional de una Democracia Liberal. Argentina y Brasil se disputaron la influencia sobre los Gobiernos Paraguayos que se sucedieron. De los grandes Partidos Políticos fundados antes del fin del siglo XIX, el Partido Liberal era más decididamente “Argentinista” mientras que su símil, el Partido Nacional Republicano, luego más conocido por Partido Colorado, balanceaba el péndulo por su afinidad con la política Brasileña. Así las cosas, la revolución armada de 1904 que significó el fin del predominio Republicano y entronizó en el poder al Liberalismo, contó con el apoyo y ayuda efectiva de elementos del Gobierno Argentino cuyo Presidente Julio A. Roca y su sucesor el Dr. Manuel Quintana, son sindicados por los Colorados de haber violado los llamados “Pactos de Mayo”, que Argentina suscribiera en Santiago de Chile comprometiéndose a no inmiscuirse en los asuntos internos o externos de los otros países.
         El Paraguay fue “satelizado” desde entonces. El predominio del capital anglo-argentino, ya evidente a fines de siglo, fue total en el Paraguay, con Empresas como “La Industrial Paraguaya”, “La Fabril”, “Anderson-Clayton”, “Pinasco”, “Sastre”, y otras, que monopolizando la industrialización y exportación del tanino, la carne, maderas, tabaco, algodón y yerba-mate –productos básicos de exportación– pesaban políticamente más que el propio Gobierno –que, por otra parte, tenía a sus más altos exponentes como accionistas, abogados o ejecutivos de dichos monopolios– y también lograban que el Gobierno Porteño apoyara siempre los intereses paraguayos en su acción diplomática, como sucedió cuando el conflicto con Bolivia que deviniera en la Guerra del Chaco.
         Con el retorno del Partido Colorado al Poder comienzan pronto los primeros roces. Aunque el Gobierno Nacionalista de Perón había ayudado al Gobierno del Gral. Morínigo, apoyado por el Partido Colorado, durante la guerra civil del ’47, una vez que nuestro citado J. Natalicio González asume la Presidencia de la Rca., considera como intervención y como una reedición de las pretensiones anexionistas de Rosas las intenciones argentinas de conformar una unidad de acción política, diplomática y económica con los circundantes Paraguay, Bolivia y Chile, para presionar sobre el Uruguay y oponer un bloque compacto al “destino manifiesto” de expansión brasileño. Según refiere y denuncia el mismo ex mandatario paraguayo, en su libro “El Estado Servidor del Hombre Libre”(Ed. Guarania; México D.F., 1960): “Al Presidente Natalicio González correspondió afrontar las tentativas anexionistas de Perón…” y “…En Enero de 1949 el Mandatario Argentino salió con la suya. El Presidente González fue despojado del Poder y, desterrado del Paraguay y de la Argentina, difamado y perseguido por el Gobierno de dos países a través del continente”, entonces “…Agentes de Perón se hicieron cargo de la policía paraguaya, y el 14 de Agosto de 1953 se firmó el Convenio de Unión Económica Paraguayo-Argentino que, bajo un sistema de aparente reciprocidad, enajenó la soberanía de la nación guaraní”. Y agrega en forma terminante, “…El mecanismo del Convenio estaba calculado para crear una relación de dominante a dominado. De hecho, por el imperio de compromisos bien precisos, el Gobierno Paraguayo se avino a someter a los designios de la política argentina su plan de producciones, la financiación de sus industrias, la construcción de caminos, la organización de transportes, todo su sistema de comunicaciones. Lo mismo que sus sistemas monetario e impositivo. Se requería un acuerdo firmado con la Argentina para construir gasoductos, acueductos y oleoductos, y la realización de estas obras tenían que responder, indefectiblemente, ‘a las necesidades de intercambio’. La ruta Trans-Chaco y el camino al Brasil, ya iniciados, desaparecieron por abandono” (el subrayado es nuestro).
         Hasta aquí, Natalicio. Pero muy pronto, con la caída de Perón y la asunción del Gral. Alfredo Stroessner, las relaciones de política internacional paraguayo-argentina cambian de signo. La política hostil de la “Revolución Libertadora” que derribó a Perón hacia el “régimen afecto al Peronismo”, que continuó con el Gobierno de Arturo Frondizzi, aceleró el acercamiento paraguayo a Itamaratí hasta que al cabo de un par de décadas de “apertura hacia el Este”, el remate del Tratado de Itaipú ponía de relieve el fracaso de la Diplomacia argentina y la alineación del Paraguay al Brasil.

        3.- ¿ES POSIBLE OLVIDAR LA HISTORIA?

         Con el largo Régimen Colorado del Gral. Stroessner, la historia del Partido Nacional Republicano “brasileñista” pareció reeditarse. Paraguay se convirtió en apoyatura importante de la geopolítica brasilera en su tesis “Travassos-Golbery” del “cerco a la Argentina” que examinamos en otro Artículo. Y el apoyo sustancial brindado por el Gobierno Radical de Raúl Alfonsín, en los últimos años del stronismo y más abiertamente después, a la oposición del Partido Liberal Radical Auténtico, parece llevarnos a la conclusión de que la historia se repite y que –como lo dijera Napoleón al regresar a París para la “saga de los cien días” y observar otra vez el “Dios salve al Rey” en lugar del lema, ya tan caro a los franceses, “libertad, igualdad, fraternidad” y en vez de la tricolor la escarapela blanca de los Borbones: “Los Borbones, ¡siempre los mismos. No han aprendido nada, no han olvidado nada!”– aún no es posible superar sus avatares y aquilatar sus enseñanzas. Debe Argentina “ponerse en cero” y comenzar una nueva era de relaciones bilaterales con la Nación Guaraní en el marco integrador del MERCOSUR sin trabas a la circulación de sus productos ni preferencias especiales por Gobiernos que en adelante deberán ser relativamente alternativos y aún efímeros, pues debemos apuntar decididamente por la consolidación y expansión del ciclo democrático como parte de la globalidad de las relaciones internacionales cada vez más interdependientes dentro de un “NUEVO ORDEN MUNDIAL”. En este caso tenemos que tener presente lo que dijera el célebre filósofo del Pragmatismo norteamericano, George Santayana: “Los pueblos que olvidan la historia, están obligados a repetirla”.--


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