LA RELACIÓN ARGENTINA-PARAGUAY A
TRAVÉS DE LA HISTORIA.
1.- CONDOMINIO Y SEPARACIÓN.
Nuestra intención no es la de hacer
historiografía, sino un análisis crítico en el marco de una evaluación
prospectiva para el siglo XXI de las relaciones de nuestras naciones dentro del
“gran todo” latinoamericano y mundial. Es así como hemos observado una conducta
histórica ambivalente que ha significado “mutatis mutandis” un condominio de
interés y una contínua tendencia a la separación histórica del Paraguay y la Argentina.
La antigua Provincia del Paraguay, que
los primeros cronistas denominaron “Provincia Gigante de las Indias” por la
vastedad de sus dominios, abarcó en un principio más de la mitad de América del
Sur, limitando al Norte con el Amazonas, al Sur con el Estrecho de Magallanes,
al Este con el “mar Atlántico” y la línea de Tordesillas y al Oeste con las
Gobernaciones de Almagro y Pizarro. Desde el comienzo los destinos de nuestros pueblos
se entrecruzaron y la geopolítica será un factor gravitante a través de toda
nuestra historia. Pero ulteriormente, tanto las usurpaciones portuguesas como
la propia Corona Española, fueron achicando esos límites. La desmembración de
Chiquitos (1590), la separación del Río de la Plata (1617), y el Tratado de San Ildefonso (1777), señalan
algunas de las mutilaciones que sufrió el territorio de la Provincia.
Buenos
Aires como “base de paso obligado” estuvo siempre en un “condominio” de
intereses, sueños y aspiraciones de esa empresa militar –pues ese fue el
carácter de su planificación– que era la Conquista Española. Además de ir
afirmando el terreno conquistado para la Corona Española, ocupando puntos
claves que poder hacer valer frente a las pretensiones portuguesas, los
conquistadores pasaban por Buenos Aires y Asunción, rumbo a la codiciada Sierra
de la Plata. Así fue que los primeros españoles que llegaron a Asunción en
1537, formaban parte de cuatrocientos hombres capitaneados por Juan de Ayolas,
quien dejando una parte en la futura ciudad comunera de las Indias, rumbea
hacia el Perú, quedando sus huesos en aquella llanura chaqueña. La segunda
irrupción de españoles, en 1541, ya no arriba en son de guerra ni conquista,
sino huyendo del hambre y desolación de la primera Buenos Aires, hasta que más
tarde, en 1580, Juan de Garay repobla Buenos Aires con los “mancebos de la
tierra”, salidos de Asunción.
Hasta finales del siglo XVIII con sólo
dos puertos habilitados para el comercio de las Américas, Veracruz para el Norte y Portobello,
en el istmo de Panamá, para nosotros, todo lo argentino debía pasar por
Asunción en su lento peregrinar hacia el Perú para Portobello; teníamos un
común destino geopolítico. Correspondió a los “agricultores soldados” defender
la integridad territorial de la colonia, como cuando correspondió a 4.000
guaraníes, comandados por el Gobernador Don Pedro Lugo de Navarra, contener a
los Paulistas invasores en el campo de Kaarupá
Guazú en 1636. Y controlada la invasión portuguesa, iniciaron los mestizos
la fundación de ciudades y fortines por los desiertos circundantes, sufragando
de esta forma la defensa del Río de la Plata contra los malones, en esa
identidad de intereses que hacía a un condominio de un destino común.
Era aquella la época de la nula inmigración,
lo que apresuró y acrecentó el mestizaje; era también la etapa histórica del
“Mercantilismo” en que la riqueza nacional se identifica con la riqueza fiscal,
con la capacidad de pago (en moneda metálica). Era el predominio de la
monoproducción, de la Encomienda, de los pueblos de indios, de las reducciones
Jesuíticas y también del estallido del Movimiento
Comunero. Pero para los finales del susodicho siglo XVIII, se producen cambios
económicos muy importantes: la yerba
mate deja de ser predominante y hay diversificación de la agricultura; empieza
a exportarse maderas, tabaco, y productos de la ganadería (cuero y sebo). La
política del comercio libre del Rey Carlos III nos trae un hecho histórico: la
apertura del Puerto de Buenos Aires y de otros 23 puertos habilitados para
el comercio exterior en 1776, coincidiendo con la “Revolución Industrial”. Esto
trae aparejado cambios culturales; las posibilidades para el acceso a la
educación de la Provincia se multiplican y en 1783 se abre en Asunción el Real Colegio Seminario de San Carlos.
Se irá formando una burguesía exportadora y una “Intelligentsia” nativa
“porteñista” interesada en estrechar los lazos con la “metrópolis europea” que
iba creciendo en el Río de la Plata y controlaba el paso de los productos y la
difusión de la cultura en conjunción con Córdoba. El Paraguay de “condómino”
geopolítico e “ideológico” va pasando a una cierta “dependencia”
socio-económica cultural.
2.- DE LA INDEPENDENCIA A LA
DEPENDENCIA.
La
Provincia del Paraguay, que en un principio formó parte del Virreinato del Perú, pasó a depender
del Virreinato del Río de la Plata,
a la creación de éste en 1776. La creación del Virreinato determinó el progreso
extraordinario de lo que se llamaba “el
Puerto” por excelencia, de Buenos
Aires: y la legislación mercantil liberal de los Borbones –como
apuntáramos– más su privilegiada ubicación, la “llave” de entrada al “hinterland”
sudamericano, le dieron el poderoso impulso comercial que convirtió al “puerto” en una de las principales
ciudades de la América española. La acumulación de riquezas, monopolios y
privilegios hizo, por supuesto, que Buenos Aires aspirase a la hegemonía
política, pretensión que generó la desintegradora resistencia de las provincias
interiores (incluida la Prov. del Paraguay), que ya se sentían en tren de ser
sometidas y explotadas. Como dice Julia
Velilla de Arréllaga en “Paraguay,
un destino geopolítico”(IPEGEI;
Asunción, 1987): “Si profundo era el resentimiento
paraguayo por el desamparo en que injustamente lo tenía la Corona Española,
después de haber ganado y conservado para su Rey, con enormes sacrificios,
medio continente, y por el aislamiento a que fue sometido, como castigo por la Revolución Comunera; más profunda aún,
era la amargura que le producía la actitud prepotente e ingrata de Buenos Aires. Por el sólo hecho de
dominar la llave de su salida al mundo, Buenos Aires pretendió convertirse en
tutor del Paraguay y actuó arbitraria y abusivamente”. Y el gran historiador paraguayo Julio César Chávez, señala en su obra “Historia de las relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay 1810-1813” (Ed.
Nizza; Asunción, 1959), que la Revolución
del 25 de Mayo de 1810 confirmó los temores sobre la política de Buenos Aires,
y acota que “si en esa hora decisiva para América, Buenos Aires hubiera actuado con sentido nacional y equilibrado,
habría mantenido la unidad del Plata y la formación en el Sur de las Américas
de una potencia capaz de contrapesar en la balanza a la poderosa confederación
del Norte”.
Nos hemos detenido un poco en la
historia precisa para significar el meollo de problemas alrededor del cual
girará la historia de los desencuentros en las relaciones de nuestras dos Naciones.
A partir de su independencia, el Paraguay
irá apartándose de la influencia Bonaerense, separación que comienza ya con la
derrota de Belgrano y se volverá
casi definitiva con la defenestración del Gobierno, y ulterior destrucción, de
la facción “porteñista” por parte del
Dictador Francia.
Al advenir la independencia del
Paraguay, tres facciones o “Partidos” principales se disputaron la hegemonía de
la conducción política: una
aristocracia hispano-criolla incrustada, sobre todo, en el Cabildo de Asunción;
una clase mercantil –importadora
y exportadora– “porteñista” porque estaba interesada en mantener sus negocios
con Buenos Aires y el resto exterior; y una facción Nacionalista “jacobina”
cuya cabeza indiscutible era el Dr.
Francia que representaba los intereses de clase del pequeño campesino
libre, aquel heredero del “agricultor-soldado”, que constituyó la base social
de la formación de la Nación paraguaya.
Con la derrota de las ideas de Cornelio Saavedra y la preeminencia de Juan José
Castelli y Mariano Moreno en Buenos Aires, se impone la política centralista
que provocará la anarquía por la resistencia del interior. Y la consolidación
del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia
en el poder del Paraguay, que conservará como Dictador Perpetuo hasta su muerte en 1840, lleva al Paraguay a un
aislamiento creciente que resiste todos los intentos de hegemonía y aún de
aproximación de Buenos Aires, así como evita la anarquía reinante en el resto
de la comarca.
Después de la muerte del Supremo
Dictador, acaecida en 1840, tras un breve período de transición, se afirma en
el Poder don Carlos Antonio López,
quien comienza cierta modernización transformadora pero que fue sólo de grado,
no de esencia. El “Estado Autóctono” –como lo llama el nacionalista J. Natalicio
González– seguía siendo la principal fuente de producción y de acumulación
de capital en contraste con el liberalismo mercantilista porteño. Las
relaciones Argentino-Paraguayas, congeladas tanto tiempo por las tentativas
anexionistas de Rosas –que no
reconoció nunca la independencia del Paraguay, y que le valieran esta réplica
del Presidente López: “La masa
homogénea, fuerte y compacta de la nacionalidad paraguaya, profesa una aversión
profunda contra todo lo que suene a dominación porteña…”– comenzaron a
normalizarse por el reconocimiento sobrevenido después de Caseros, y se
afirmaron plenamente con la histórica mediación del hijo del Presidente, el
entonces Brigadier General Francisco
Solano López, quien evitó el choque cruento entre Buenos Aires y la
Confederación, con el “Pacto de San José
de Flores” del 11 de Noviembre de 1859. Pero la tormenta de la Guerra de la Triple Alianza lo
trastrocó todo.
Con la destrucción del Estado
Paraguayo por la hecatombe del ‘65-70’, la “Segunda República Paraguaya”
adquirió el formato constitucional de una Democracia Liberal. Argentina y
Brasil se disputaron la influencia sobre los Gobiernos Paraguayos que se
sucedieron. De los grandes Partidos Políticos fundados antes del fin del siglo
XIX, el Partido Liberal era más
decididamente “Argentinista” mientras que su símil, el Partido Nacional Republicano, luego más conocido por Partido Colorado, balanceaba el péndulo
por su afinidad con la política Brasileña. Así las cosas, la revolución armada
de 1904 que significó el fin del predominio Republicano y entronizó en el poder
al Liberalismo, contó con el apoyo y ayuda efectiva de elementos del Gobierno
Argentino cuyo Presidente Julio A. Roca y su sucesor el Dr. Manuel Quintana,
son sindicados por los Colorados de haber violado los llamados “Pactos de
Mayo”, que Argentina suscribiera en Santiago de Chile comprometiéndose a no
inmiscuirse en los asuntos internos o externos de los otros países.
El Paraguay fue “satelizado” desde
entonces. El predominio del capital anglo-argentino, ya evidente a fines de
siglo, fue total en el Paraguay, con Empresas como “La Industrial Paraguaya”,
“La Fabril”, “Anderson-Clayton”, “Pinasco”, “Sastre”, y otras, que
monopolizando la industrialización y exportación del tanino, la carne, maderas,
tabaco, algodón y yerba-mate –productos básicos de exportación– pesaban
políticamente más que el propio Gobierno –que, por otra parte, tenía a sus más
altos exponentes como accionistas, abogados o ejecutivos de dichos monopolios–
y también lograban que el Gobierno Porteño apoyara siempre los intereses
paraguayos en su acción diplomática, como sucedió cuando el conflicto con
Bolivia que deviniera en la Guerra del Chaco.
Con el retorno del Partido Colorado al
Poder comienzan pronto los primeros roces. Aunque el Gobierno Nacionalista de
Perón había ayudado al Gobierno del Gral. Morínigo, apoyado por el Partido
Colorado, durante la guerra civil del ’47, una vez que nuestro citado J. Natalicio González asume la
Presidencia de la Rca., considera como intervención y como una reedición de las
pretensiones anexionistas de Rosas las intenciones argentinas de conformar una
unidad de acción política, diplomática y económica con los circundantes
Paraguay, Bolivia y Chile, para presionar sobre el Uruguay y oponer un bloque
compacto al “destino manifiesto” de expansión brasileño. Según refiere y
denuncia el mismo ex mandatario paraguayo, en su libro “El Estado Servidor del Hombre Libre”(Ed. Guarania; México D.F., 1960): “Al Presidente Natalicio González correspondió afrontar las
tentativas anexionistas de Perón…” y “…En Enero de 1949 el Mandatario Argentino
salió con la suya. El Presidente González fue despojado del Poder y, desterrado
del Paraguay y de la Argentina, difamado y perseguido por el Gobierno de dos
países a través del continente…”,
entonces “…Agentes de Perón se hicieron cargo de la policía paraguaya, y el 14
de Agosto de 1953 se firmó el Convenio
de Unión Económica Paraguayo-Argentino que, bajo un sistema de aparente
reciprocidad, enajenó la soberanía de la nación guaraní”. Y agrega en forma
terminante, “…El mecanismo del Convenio estaba calculado para crear una
relación de dominante a dominado. De hecho, por el imperio de compromisos bien
precisos, el Gobierno Paraguayo se avino a someter a los designios de la
política argentina su plan de producciones, la financiación de sus industrias,
la construcción de caminos, la organización de transportes, todo su sistema de
comunicaciones. Lo mismo que sus sistemas monetario e impositivo. Se requería
un acuerdo firmado con la Argentina para construir gasoductos, acueductos y
oleoductos, y la realización de estas obras tenían que responder,
indefectiblemente, ‘a las necesidades de intercambio’. La ruta Trans-Chaco y el camino al Brasil, ya iniciados, desaparecieron
por abandono” (el subrayado es nuestro).
Hasta aquí, Natalicio. Pero muy
pronto, con la caída de Perón y la asunción del Gral. Alfredo Stroessner, las relaciones de política internacional
paraguayo-argentina cambian de signo. La política hostil de la “Revolución
Libertadora” que derribó a Perón hacia el “régimen afecto al Peronismo”, que
continuó con el Gobierno de Arturo Frondizzi, aceleró el acercamiento paraguayo
a Itamaratí hasta que al cabo de un par de décadas de “apertura hacia el Este”,
el remate del Tratado de Itaipú ponía de relieve el fracaso de la Diplomacia
argentina y la alineación del Paraguay al Brasil.
3.- ¿ES POSIBLE OLVIDAR LA HISTORIA?
Con el largo Régimen Colorado del
Gral. Stroessner, la historia del Partido Nacional Republicano “brasileñista”
pareció reeditarse. Paraguay se convirtió en apoyatura importante de la
geopolítica brasilera en su tesis “Travassos-Golbery”
del “cerco a la Argentina” que examinamos en otro Artículo. Y el apoyo sustancial
brindado por el Gobierno Radical de Raúl
Alfonsín, en los últimos años del stronismo y más abiertamente después, a
la oposición del Partido Liberal Radical Auténtico, parece llevarnos a la
conclusión de que la historia se repite y que –como lo dijera Napoleón al
regresar a París para la “saga de los cien días” y observar otra vez el “Dios
salve al Rey” en lugar del lema, ya tan caro a los franceses, “libertad,
igualdad, fraternidad” y en vez de la tricolor la escarapela blanca de los
Borbones: “Los Borbones, ¡siempre
los mismos. No han aprendido nada, no han olvidado nada!”– aún no es posible
superar sus avatares y aquilatar sus enseñanzas. Debe Argentina “ponerse en cero”
y comenzar una nueva era de relaciones bilaterales con la Nación Guaraní
en el marco integrador del MERCOSUR sin trabas a la circulación de sus
productos ni preferencias especiales por Gobiernos que en adelante deberán ser
relativamente alternativos y aún efímeros, pues debemos apuntar decididamente
por la consolidación y expansión del ciclo democrático como parte de la
globalidad de las relaciones internacionales cada vez más interdependientes
dentro de un “NUEVO ORDEN MUNDIAL”. En este caso tenemos que tener presente lo
que dijera el célebre filósofo del Pragmatismo
norteamericano, George Santayana: “Los pueblos que olvidan la historia, están
obligados a repetirla”.--
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