IDEOLOGÍA DEL PARTIDO LIBERAL
No es fácil analizar los rasgos dominantes de
la ideología liberal en el PLRA.
Existen varias corrientes que pueden determinarse observando la acción y
pronunciamientos de los Dirigentes pero no hay un desarrollo orgánico
ideológico en el Partido porque no han surgido ideólogos que se ocupen de ello
y por tanto para la mayoría de los Jefes del Partido (y ni qué decir las masas)
el tratamiento y estudio del problema ideológico no es más que un espejismo que
va retrocediendo continuamente en el gran desierto de la ignorancia. Así que
nos vemos obligados a estudiar los caracteres ideológicos del PLRA –que ha
intentado, desde 1977, conjugar la democracia libertaria de los Cívicos con la
línea más dura aunque más preocupada por los problemas sociales de los
Radicales– dentro del marco de las grandes corrientes históricas del
Liberalismo en el mundo.
Y es fácil darse cuenta que en el PLRA
coexisten predominantemente dos tendencias ideológicas: basta con estudiar su historia y la ideología liberal basada en
el Racionalismo del siglo XVIII y la equivocada Teoría económica de Adam Smith (demostrada por John Nash, premio Nobel de Economía de
1994, en su “Teoría de los Juegos”, como ya veremos en otra entrega); y también observar la postura de
quien ocupó la Presidencia del Senado, Alfredo
Jaegli: liberal libertario de extrema derecha a ultranza, para quien el
Estado no debe intervenir para nada y todo debe privatizarse, inclusive “el
mismo Estado”(sic). Pero es justo reconocer que frente a esa ideología
individualista, de libertad absoluta para los agentes económicos, se yergue la
postura de algunos Líderes políticos del Partido: Miguel Abdón “Tito”
Saguier, Blas Llano y Luis Alberto
Wagner, Víctor Ríos, quienes se adscriben al “Liberalismo Social, Progresista”
junto a los Movimientos internos que lideran –Saguier
y Llano en la “Centro Derecha” y
Wagner y Ríos en la “Centro Izquierda”– y que pasaremos a explicar en qué
consiste, para luego volver a examinar detenidamente la Doctrina Liberal
Clásica y el Neoliberalismo, los cuales no han sido superados por los
principales Dirigentes del PLRA.
El
Liberalismo Social: Este liberalismo cobra pleno sentido en su lucha por
las libertades básicas, por el imperio del derecho. Sin embargo, este
liberalismo, en algunos de sus más destacados proponentes, no va alrededor de
un individualismo posesivo, ni por el rigor de mantener al Estado fuera de las
preocupaciones de la igualdad y la justicia.
Respetando al individuo, fue asociando
cada vez más al Estado con lo social. Esta conciencia social fue la que marcó a
este liberalismo y así evitó que fuera indiferente ante la desigualdad y, sobre
todo, se constituyera en doctrina responsable socialmente y comprometida con la
igualdad de oportunidades. Para resolver las crisis procuró evitar la propuesta
de libertades irrestrictas que no tuvieran contenido social, que con el
Liberalismo Clásico o, peor aún, con el Neoliberalismo, significan cancelación
de oportunidades o establecimiento de panoramas poco alentadores.
El Liberalismo
social entiende la justicia como una labor permanente que requiere de
políticas públicas deliberadas que aseguren más oportunidades a los que menos
tienen, pero de manera permanente y no como efímera oferta política, sin
sustento económico. Esto presupone estabilidad económica y también libertad
para que sean las propias comunidades las que decidan cómo enfrentar sus
problemas y retos, con más recursos, con el decidido apoyo del Estado, pero sin
burocracias, tutelas o imposiciones; con políticas populares y no populistas y
paternalistas. El Liberalismo Social contempla un Estado sano financieramente y
comprometido con su tarea de regulador de mercados y promotor de la inversión
que garantiza la estabilidad económica y promueve el crecimiento. Un Estado que
se coloca a la vanguardia para abatir la pobreza extrema y moderar la
desigualdad entre regiones e individuos; que se compromete con la protección de
los derechos humanos, que encabeza la lucha para conservar y recuperar los
recursos naturales. Pero el Liberalismo
Social NO es “Liberalismo Estatal”.
Al contrario, trata de liberar fuerzas sociales de restricciones Estatales. El
Liberalismo, para ser social, requiere dar libertad a las organizaciones de la
sociedad en su interacción con otras organizaciones o grupos y, para no ser Estatal,
necesita evitar, como sucedió en el pasado, la intromisión creciente del
Estado; permite, así, evitar confundir sociedad y Estado en el ámbito
político, rechazando la estatización de las relaciones sociales, es decir,
la intervención extrema del Estado como única base del desarrollo económico,
social y político, y se antepone a la aplicación de crudos criterios
neoliberales que dejan a las supuestas fuerzas libres del mercado como
reguladoras de la sociedad dejando en lugar secundario los objetivos sociales.
Esta doctrina del Liberalismo Social
tuvo mucho auge en México a principios de la década del ’90, bajo la Presidencia
de Carlos Salinas de Gortari, quien intentó desplazar el nacionalismo
estatalista y autoritario del PRI
(Partido Revolucionario Institucional), pero constituyó un gran fracaso,
cayendo en un crudo Neoliberalismo que privatizó más de 700 empresas cuya
propiedad fue a las manos del círculo de amigos y parientes del Presidente,
provocando una fuerte reacción popular que lo obligó a exiliarse y le costó,
también, la presidencia de la OCDE (Organización para el comercio y el
desarrollo económico), causando un lustro después la caída del Poder del mismo
PRI.
El problema estribaba en que un Partido
prebendarlo, corrupto, sin democracia interna, conservador y reaccionario, no
podía aceptar el Liberalismo social, que, para él, se identificaba casi con la
Socialdemocracia, y eso lo rechazaba con todas sus fuerzas inclinándose cada
vez más hacia el Neoliberalismo, según veremos al analizar la ideología liberal
clásica y ese último bastión de liberales como Jaegli y la mayoría de los
Dirigentes del PLRA.
Liberalismo Clásico: El Liberalismo es la doctrina filosófica y política que ha predominado
entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, y “se caracteriza por
ser una concepción individualista, es decir, una concepción para la cual el individuo
y no los grupos constituyen la verdadera esencia; los valores individuales son
superiores a los colectivos y el individuo decide su destino y hace la
historia”(1).
En su aspecto predominantemente
filosófico el Liberalismo es una posición intelectual que basa exclusivamente
en la fuerza de la razón la posibilidad de interpretar los fenómenos, con
autonomía de todo principio que se considere absoluto o superior. Es
particularmente en este aspecto que ha sido motivo de condenaciones Pontificias
por desvincular al individuo de toda instancia sobrenatural. Pero puede
hablarse también más específicamente de un Liberalismo político –sin desconocer
en éste aquella influencia filosófica– que centra su punto de vista en las
relaciones entre los individuos y el Estado, o de un Liberalismo económico,
referido a la limitación de los controles de la economía. Estos últimos
aspectos son los que más de cerca se vinculan con el Liberalismo en cuanto
doctrina sobre los fines del Estado.
En su sentido político el antiguo
Liberalismo Clásico es un movimiento ideológico que si bien no niega al Estado
–como el Anarquismo– lo reduce a una expresión mínima; “considera que la
aplicación de coacción y, por tanto, el Estado, es imprescindible, si bien es un
mal necesario, por lo cual su ámbito debe ser reducido al mínimo: defensa de la seguridad exterior,
protección de la vida y propiedad de los miembros del Estado en el interior,
pero nada de fomentar el bienestar de los ciudadanos y, especialmente,
nada de intervención Estatal en la vida económica y en la cultura espiritual,
pues una y otra no florecen mas que en el libre juego de las fuerzas
sociales”(2). El orden Estatal debe responder, para el Liberalismo, al ideal de
la mayor libertad posible de los ciudadanos, y puesto que cierta coacción Estatal
es inevitable al orden jurídico tendría que ser producida por aquellos mismos
para los cuales pretende validez obligatoria, por lo que “el liberalismo exige
autolegislación, autoadministración, en
una palabra, una forma democrática del Estado”(3). Pero no se entienda esta exigencia, ínsita en el liberalismo,
como algo que tiene que darse en una forma radical para que exista un Régimen Liberal,
pues el liberalismo coincide con la democracia en cuanto ella se opone a las
otras formas de autoridad, pero disiente con ella en la medida en que ésta
“aceptando una igualdad exclusivamente mecánica tiende, queriéndolo o no, al
autoritarismo, al estatismo, esto es, en la medida en que es o contiene al
socialismo”(4). Por eso reconocemos que “por sobre cualquier otra nota lo que
distingue al Estado Liberal es el hecho de que en él se encuentra reconocida y
garantizada una esfera de libertad a la persona humana”(5).
En fin, todo esto se desprende del iluminismo liberal que hacía del ser
humano una criatura exclusivamente histórica, negando sus valores trascendentes
y hacía de la razón el metro de lo real, siendo el Poder Político un límite a
superar, un momento represivo que no tiene realidades propias. Por eso es que
el Liberalismo es internacionalista,
laicista, antitradicionalista y considera al Estado un mal necesario por lo
cual pretende reducirlo a su expresión mínima, pues se caracteriza por una
concepción para la cual el individuo y no los grupos constituyen la verdadera
esencia, porque los valores individuales
son superiores a los colectivos.
El Orden
Mundial Liberal en la actualidad: Aquí
vamos a examinar las modalidades
históricas que adopta el Liberalismo en sus tres grandes momentos intelectuales: los de la Ilustración, el Positivismo
y el Pragmatismo. Ello llevó al liberalismo racionalista por un lado,
con su carga revolucionaria, humanista secular, utópica; y por el otro al liberalismo
naturalista, dotado de mayor dinamismo empírico, directamente conectado con
la esfera económica de los intereses particulares, plurales, y por eso menos
encadenado a las abstracciones intelectualistas y emancipatorias, y es la modalidad
ideológica dominante del “Orden Mundial Liberal” de los días posteriores a 1989. Pero reducir el Liberalismo Naturalista al
librecambismo soslaya que allí reside un designio alternativo –retóricamente combinable pero
filosóficamente antinómico del Liberalismo
Racionalista– dotado de una lógica, una antropología, una psicología, una
ética y sobre todo, una orientación política coincidente sólo tangencial e
instrumentalmente con éste. El
Liberalismo que modernamente se lanza en dos grandes trayectorias, la
productivista e intercambiaría (libertaria) y la nacionalista y semi-estatista
(radicalista), reorganiza los imperativos operativos del Capitalismo y está muy
lejos de la mitología del ajuste de cuentas del “individuo” frente al “Estado”,
porque el Liberalismo de nuestro tiempo expresa los acomodos productivos,
defensivos y hegemónicos de los enormes complejos nacionales y transnacionales
que tejen en todas las escalas intermedias sus propias estructuras de Poder.
Que hoy se hable de la hegemonía global
del Liberalismo como “gran vencedor histórico” no traduce otra cosa que la
instalación de los modelos duros de la hegemonía capitalista al resultar
disonantes e incosteables las expectativas sociales históricas alentadas por el
Liberalismo Racionalista antes y
después de la Segunda Guerra Mundial y, en cambio, traducen fuerzas privadas
transnacionales distantes ya de los contextos iluministas y positivistas de los
siglos XVIII y XIX. Hay que
entender bien el significado mundial y real del Liberalismo contemporáneo: se debe esclarecer en América Latina
y otras porciones del planeta, porqué la realización de los principios
liberales jus-naturalistas
consagrados en sus Constituciones y las de los Organismos Mundiales, apareja
condiciones agravadas de miseria e inseguridad. Desde esa perspectiva, la plasticidad y fluidez ideológicas del Liberalismo Jus-Naturalista han desmantelado en los ’70 y los ’80 los elementos
cohesivos y unitarios a cuyo Nacionalismo y Estatismo se prestó “perversamente”
(según el jus-naturalismo) el Liberalismo
Racionalista.
A lo largo de 1989, annus mirabilis, se
pregonaba un “nuevo consenso global” y la sustitución universal de la praxis revolucionaria marxista por la pragma mercantilista y empresarial y,
puesto que el Comunismo desaparecía ¿qué caso tenía ya el anticomunismo? Con
todo, apenas en la primavera de 1993, el viejo Establishment anticomunista
anunciaba con el Neo-Conservador Irving
Kristol –quien reivindicaba el Conservadurismo Ideológico de los
siglos XVII y XVIII abandonado a finales del siglo XIX por los Partidos
Conservadores actuales– el comienzo de la verdadera
Guerra Fría, una para la cual “estamos
mucho menos preparados… y somos mucho más vulnerables ante nuestro enemigo de
lo que fuimos en nuestra guerra victoriosa contra la amenaza comunista global”(6). “Para mí no hay ‘después
de la Guerra Fría’. Lejos de haber
terminado, mi Guerra Fría ha crecido en intensidad en la medida en que sector
tras sector de la vida americana ha sido despiadadamente corrompido por el ethos
Liberal. No puede ganar pero puede volvernos perdedores a todos. Hemos alcanzado, lo creo, un punto
crítico de viraje en la historia de la democracia Americana”(7).
¿A qué viraje aludía Kristol y a qué
Liberalismo le declaraba la guerra? Cuando Kristol hablaba de virajes, aludía
al desgajamiento de las dos dimensiones del Liberalismo anteriormente
conciliables al interior del Estado-Nación y ahora contrapuestas por el proceso
globalizador. Las antinomias entre la propiedad y la igualdad, entre la
libertad y la democracia, se despejan descarnadamente cuando de acuerdo a una
lógica que corre de Robert Malthus a
Milton Friedman el Neoliberalismo y
su postmodernismo acentúan las
“desconstrucciones” Estatales y Nacionales y la contención de expectativas
económicas y democráticas a través de la instancia “superior y neutral” del
Mercado, y los grandes complejos de Poder privado, corporativos y
transnacionales, desbancan la vieja esfera pública del Estado pautado según
la idea del bien común. Donde la
toma clave de decisiones y las élites y tecnocracias mismas se transnacionalizan,
el Liberalismo educador, planificador y emancipador parece perder su razón de
ser; porque la pragmática y la dogmática globalistas deben desactivar la
“subversión inmanente” que representa un sistema nacionalmente articulado de
consenso procedente de las conquistas éticas e históricas de la humanidad.
Pero si la convocatoria de Kristol
configuraba un llamado a la polarización que exhibe las paradojas radicales del
Liberalismo, la estrategia Neo-Conservadora no se embarcó en
semejante aventura cuando podía divulgar la armonía subordinada del Liberalismo
humanista al Liberalismo naturalista. Rebuscada y postiza –y por ello no del
todo confiable para Kristol– la síntesis intelectualista y teológica de Francis Fukuyama (protegé y discípulo indirecto), profesará absorber, depurar y
jerarquizar lo mejor y lo más servicial de la tradición liberal occidental sin
meterse en las confrontaciones que Kristol aguijoneaba. Pero ni el determinismo consumista ni el sobrepuesto Hegelianismo
ni el culturalismo realista atajan las tendencias egoístas, atomizadoras y
centrífugas del Capitalismo que triunfa, ni impiden la presencia del “otro Liberalismo”,
el que, asociado a la Ilustración y la Revolución
Francesa pretende trascender los confinamientos del orden hegemónico
material a través de los andamiajes normativos de la razón, la soberanía
popular o los derechos humanos y colectivos. Así, mientras que el Liberalismo Naturalista se vierte en un
ideal administrador (managerial) de
las cosas y las personas y en la pragma
maximizadora de ventajas, el Liberalismo
Racionalista postula el viraje utópico y una praxis emancipadora que involucra el reencuentro del hombre consigo
mismo y con los demás.
Aunque Kristol exaltó la propia “herencia revolucionaria” Norteamericana,
no se limitó a franquear la desventaja
estadounidense “en la guerra de las ideologías que abismaron al siglo XX: el paradigma de la “libertad
ordenada” bajo el cual serán internacionalmente viables “tanto la prosperidad
económica como la participación política”. Planteó simple y sencillamente la
recomposición del orden histórico y la sustitución de los viejos paradigmas
revolucionarios(8). “El pensamiento político revolucionario
de los siglos XIX y XX –decía por su parte Hannah
Arendt– ha procedido como si nunca hubiera ocurrido una revolución en el
Nuevo Mundo y como si nunca hubieran habido ni nociones ni experiencias
Americanas en el reino de la Política y el Gobierno dignas de ser pensadas” y hay que “recordar que una Revolución hizo nacer a los Estados Unidos y que
la República no llegó a existir por una ‘necesidad histórica’ ni por un
desarrollo orgánico sino mediante un acto deliberado: el de la fundación de la libertad”(9).
Así se justifica “el fin de la
historia” que Francis Fukuyama
predicó porque los EE.UU. “han triunfado en toda la línea y con él la
Democracia Liberal a la cual ya no hay alternativa”. Entonces, hay que salvar
al hombre económico del “despotismo racionalista” separando a
la Revolución Francesa de la Revolución Norteamericana nacida ésta
para quebrar el espinazo del monolitismo político Europeo.
Así pues, no es sorprendente que Friedrich Hayek (1899-1992) –quien académica y legendariamente en
su libro “The Road to Serfdom” (El
camino de servidumbre) entabla en 1944 las hostilidades contra el Estatismo
agudizado por la Segunda Guerra Mundial– engranase sin disonancias en la Universidad de Chicago porque allí le
esperaba el cenáculo intelectual y financiero de los Rockefeller y los creyentes y practicantes dispuestos a
desmantelar la metafísica política dominante y sus protectorados sociales,
humanistas y democráticos.
Tampoco desentona que, aparentemente a contrapelo del individualismo y el
fragmentarismo metodológicos de Hayek y Karl
Popper, los apóstoles Milton y Rose
Fiedman expliquen a posteriori,
en 1988, el advenimiento del Neoliberalismo
en los términos de una filosofía idealista, personalista y triunfalista de la
historia. Dentro de esas coordenadas, la primera “gran ola” de la Modernidad es
la del ascenso del laissez faire de Adam Smith que, con una leve referencia
a la fisiocracia francesa, despega del siglo XVIII Escocés como la
contracorriente del Mercantilismo y que, precedida por David Hume, labra en “La Riqueza de las Naciones” la “piedra
angular de la economía científica moderna” que sabemos que está errada como lo
demostró John Nash (como ya veremos
en otra entrega). Pero la
clarividencia de Derecha con Friedrich Hayek, Ludwig von Mises, Ayn Rand o los
propios Friedmans triunfa poco a poco en la contienda de los best-sellers.
Si “Camino
de Servidumbre” de Hayek abre en 1944 “la primera brecha efectiva en la
visión intelectual dominante”, hay que notar que el friedmaniano “Capitalismo y
Libertad” (1962) no merece una sola reseña en “ningún periódico popular Norteamericano”
hasta que, en 1980, la influencia de la
Universidad de Chicago y un Premio Nobel hacen de “Libertad de Elegir” de los Friedman
(Milton y Rose), el best-selling
nonfiction book del año, y demuestra las batallas ganadas por la
perseverancia mercadotecnista. Nítidamente metropolitana, nutrida –como hemos
visto– en el empirismo y moralismo escoceses, el liberalismo austríaco, la
influencia y la amistad de Karl Popper, el liberalismo y el monetarismo,
solamente a los Friedman les cabe sustraer la experiencia de Hayek al tiempo,
el espacio y la política.
Entonces, financiera, corporativa y
militarmente definida, la “libertad liberal” iusnaturalista, que cobra forma en la policy choice o la decision-making
de “los que saben”, tendrá “una mínima conexión instrumental con el
progreso histórico, los derechos humanos, el nacionalismo ilustrado y la
emancipación de la superstición”(10). “Ni siquiera la filosofía de la
historia con la que Henry Kissinger
pretende corregir la racionalidad seca del administrativo realista ofrece otra
cosa que un gerencialismo teutónico y monumental”. La alta política, resume
Kissinger, “se alimenta de la creación continua, de la constante reformulación
de los objetivos; la buena administración prospera en la rutina, en la
definición de relaciones que puedan mantenerse en la mediocridad”(11). Muy
joven, en su Tesis Harvardiana de Licenciatura, Henry Kissinger rechazaba por
igual el racionalismo de Kant y el
empirismo de Popper y les oponía el
voluntarismo de los que, como Spengler
y Toynbee, hallan en la historia una
condición metafísica y trágica superior(12).
Y Daniel Bell advertía desde 1967,
que “rápida
y esquemáticamente bosquejada, la sociedad del año 2000 será más frágil y más
vulnerable a las hostilidades y la polarización a lo largo de numerosas líneas
diferentes”(13).
Por todo esto algunos Dirigentes
Liberales del PLRA, con Miguel Abdón
Saguier-Blas Llano (en la Centro-Derecha) y Luis Alberto Wagner-Víctor Ríos (en la Centro-Izquierda) a la
cabeza, han adoptado para su base ideológica el Liberalismo Social, entroncado con el Liberalismo Racionalista, heredero de la Revolución de
Independencia Norteamericana de 1776 y de los Jacobinos igualitaristas de la
Revolución Francesa de 1789, superando el Neoliberalismo
y el Liberalismo Clásico, basados
éstos en el Iusnaturalismo, heredero
a su vez de las concepciones libertarias de los primitivos Whigs de la “Gloriosa Revolución” Inglesa de 1688-89 y de la reacción
Termidoriana de 1794. Y no podía ser de otra manera, porque el Neoliberalismo –que pugna por ser la ideología dominante en
el PLRA– propone que la
responsabilidad por los problemas sociales se transfiera del Estado y la
Sociedad a cada individuo dejándole librado a su suerte. En esta concepción
ideológica fundamenta su legitimidad esa sociedad de los excluidos, de lo
descartable, de los residuos, tan exactamente descripta por Viviane Forrester en “El horror económico”. Los imaginativos argentinos idearon
una frase estereotipo para describir a los marginados durante el Régimen Neoliberal
de Menem-Cavallo: “Cayó del
Sistema”.
Origen del primer Partido Liberal moderno: Ya desde la “Gloriosa Revolución” Inglesa de 1688-89,
surgió con fuerza el implacable juego de los Partidos Políticos, pero la
división entre los Torys (Conservadores) y los Whigs (Liberales) se agudizó desde antes, cuando en 1675 fue fundado en Londres “The
Green Ribbon Club” (El Club de la Cinta
Verde ) que se
convirtió en el núcleo de los que ya se autodenominaban “El Partido del País” y representaban los intereses de la
ascendente clase media de comerciantes, importadores, exportadores,
profesionales e industriales que cuestionaban el modelo paternalista cristiano-medieval
favorable a los Gremios de artesanos y trabajadores y las trabas a la libre
actividad económica del Mercantilismo
sostenido por la Corona, exigiendo
también más Poder para el Parlamento con disminución de las Prerrogativas
Reales, siendo su fundador y Líder Anthony
Ashley Cooper, Primer Conde de
Shaftesbury, (“Discurso contra un
Gobierno Papista y Arbitrario”;1675)
uno de los primeros ideólogos del Liberalismo junto con su protegido John Locke, el “padre del Liberalismo
Clásico” (“Tratado sobre el Gobierno Civil”; Primer y Segundo;1689) y Adam Smith (“La Riqueza de las Naciones”;1776). Frente a ellos se erguía el Partido de la Corte , autodenominado
también “El Partido Honrado” que
defendía la supremacía del Poder Real y representaba a los Caballeros
terratenientes y los pequeños hidalgos rurales así como a los artesanos y
obreros beneficiados por los privilegios que sus Gremios habían obtenido de las
Monarquías; sus principales
ideólogos primigenios fueron George
Savile, 1er. Marqués de Halifax (“El Carácter de
un Contemporizador de Ajuste”;1688), Henry St. John, Vizconde Bolingbroke (“Carta sobre el
Estudio y Uso de la Historia”,1735; “Idea
de un Rey Patriota”,1738; y “Disertación
sobre los Partidos Políticos”,1738),
y Edmund Burke (“Reflexiones sobre la Revolución Francesa ”,1790;
y “Pensamientos sobre las causas del actual
descontento”, 1770). Para 1680, sin embargo, ambos
Partidos ya eran conocidos como Whig (abreviación
de una palabra escocesa Whigamore
que significaba “bandolero”) y Tory (palabra irlandesa que significaba
“ladrón”) que con buen humor las
adoptaron y luego se expandió al resto del mundo como Liberales y Conservadores.
Según un eminente catedrático de Ciencia
Política de la Universidad de Cambridge: “…El Partido Tory enseñó que los fundamentos
de la sociedad eran algo más que la conveniencia y el contrato (afirmación Whig), que la sociedad era un organismo
moral, unido por una tradición y por sentimientos de lealtad que no podían ser
violados o ignorados impunemente. En la reacción Whig se vieron disminuidos
tanto los indispensables Poderes de Gobierno como los instintos sociales de los
hombres; los derechos fueron puestos por delante de las obligaciones, la
conveniencia por encima de la lealtad, y el individuo en un escalón más elevado
que la comunidad. El Conservadurismo filosófico de Bolingbroke y Burke era
necesario para devolver su dignidad a la Constitución ,
reviviendo los elementos místicos y tradicionales de la sociedad… El reemplazo
de la teoría orgánica de la política (Tory) por el concepto
contractual (Whig) debilitó el sentido de obligación política desde
mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX” (I. Deane Jones: “La
Revolución Inglesa”; pág. 431;
Ediciones Siglo XX, Buenos Aires, 1968).
El
Radicalismo en el Partido Liberal: La conferencia entre Bernardino
Caballero y Antonio Taboada, convocada por Otoniel Peña, se llevó a cabo el 27
de Septiembre de 1889. En la ocasión, Caballero manifestó su inquietud por la
virulenta campaña del periódico “La
Democracia” contra los Líderes Republicanos. Taboada aclaró que este
periódico no representaba al “Centro Democrático”; y decía la verdad, porque la
campaña de “La Democracia” era la
primera manifestación de las dos tendencias que luego dividirían profundamente
al Liberalismo: Cívicos y Radicales. La
fracción Radical –conocida
como tal desde la Convención de 1894– encabezada por Emiliano González Navero, concluyó,
en la Convención de 1902 del ya “Partido
Liberal Radical”, que suscribir pactos con el Oficialismo debilitaba el
espíritu de lucha de sus correligionarios y provocaba una apatía general en la
ciudadanía; en consecuencia, el Radicalismo decidió proscribir esta clase de
acuerdos, según informó González Navero a la Convención. Pero, para 1902, los sucesos del derrocamiento
de Emilio Aceval habían producido una quiebra interna en el Coloradismo y
determinado el aislamiento de los “Caballeristas” en el Poder. Todos los demás
sectores políticos: Egusquicistas,
Cívicos y Radicales, se unieron para promover la Revolución, la cual fue
precedida por una feroz e implacable campaña periodística que, al amparo de una
amplia libertad de Prensa, soliviantó los ánimos en la Opinión Pública. Para
organizar la Revolución se unieron las dos fracciones del Partido Liberal en un
acuerdo secreto en el que se constituyó un “Comité Revolucionario”. La fracción
Cívica siguió desempeñando el papel
de oposición legal, incluso con algunos de sus miembros ocupando Cargos en la
Administración Pública; la otra, la Radical, que también tenía algunos
representantes en el Congreso, prestó su decidido apoyo a los trabajos
insurreccionales.
Consumada la Revolución de 1904, los
Liberales fueron pronto devorados por sus disensiones internas: ya en el Poder, comenzaron a disputar
agriamente Cívicos y Radicales. Una de las primeras
consecuencias fue la temprana separación, dispuesta por el Congreso el 9 de
Diciembre de 1905, del Presidente Juan Bautista Gaona. Y fueron sucediéndose,
los Liberales Cecilio Báez, depuesto el 25 de Noviembre de 1906, reemplazado
por el Cívico Benigno Ferreira hasta el 2 de Julio de 1908 en que asume el
Radical Emiliano González Navero quien gobernó hasta el 25 de Noviembre de
1910; su Gobierno fue de transición para preparar el de su sucesor, el Jefe
indiscutido del Radicalismo: Manuel
Gondra; la Presidencia había sido dada a González Navero porque era un
hombre del Radicalismo, el Movimiento que había aportado la base civil del
Golpe del 2 de Julio. Al mes de la caída de Benigno Ferreira los líderes
civiles del movimiento acometieron la tarea de promover una base política y
civil para el nuevo régimen, y con ese fin los Dirigentes del Liberalismo
Radical convinieron en realizar una “Conferencia Política” en Agosto de 1908.
El objeto era el de reorganizar el Partido sobre nuevas bases y constituir una
organización política. Durante la discusión de los diversos puntos de la
Agenda, se planteó que la nueva agrupación política adoptase el nombre de Partido Radical, que no prosperó y en
el “punto 2” del Acta aprobada se resolvió “Conservar
el Partido así constituido la denominación de Partido Liberal”.
El 25 de Noviembre de 1910 don Manuel
Gondra recibió el mandato Presidencial, y en su discurso de asunción al
mando introdujo un concepto inédito en el Liberalismo: un cuestionamiento “al individualismo Liberal que inspira nuestras leyes, no interesándole
acaso sino su aspecto puramente fiscal, hemos abandonado a las clases
productoras y comerciales al libre juego de sus desiguales y encontrados
intereses y ello ha dado como resultado una defectuosa organización del trabajo
nacional, que asegura el acaparamiento
por unos pocos de la producción de la república… no pienso que las cuestiones sociales que agitan a las naciones del viejo mundo no
hayamos de tenerlas en el futuro”(14). Pero el 17 de Enero de 1911 entregó
su dimisión al Congreso ante el ultimátum del Coronel Albino Jara. Gondra apenas
gobernó 52 días haciendo nacer el dicho popular “ta guapy sapy’aitemí, he’í Gondra”
(me voy a sentar un momentito, dijo Gondra). Y el derrocamiento de Jara el
5 de Julio de 1911 produjo un cambio sustancial en la situación política: obtenida su renuncia, fue convocado
el Congreso urgentemente y designó en su reemplazo al Presidente del Senado,
Liberato Rojas, antiguo Radical y uno de los fundadores del Centro Democrático,
quien gobernó como Presidente Provisional hasta el 28 de Febrero de 1912 en una
de las épocas más caóticas de nuestra historia política.
Después de muchos entreveros, inclusive
sangrientos, (dimisión de Rojas, vuelta de Gondra; Ricardo Brugada fugaz dueño
del Poder; intervención de Jara, nuevamente Rojas que otra vez dimite) el
Congreso nombra Presidente de la Rca. al Dr. Pedro P. Peña –con lo que el Poder pasaba al Partido Republicano– quien
solo pudo permanecer 21 días en el Poder, hasta el 22 de Marzo de 1912, ante el
fuerte ataque militar de los Radicales quienes, dueños desde entonces de la
situación, volvían para quedarse definitivamente hasta 1936.
La Ideología
Liberal-Radical: Las diferencias entre los dos
sectores del Liberalismo de entonces son difíciles de explicar porque los
discursos y otros documentos de la época no son muy explícitos pero puede
decirse que los Cívicos eran más
democráticos y libertarios, adeptos al “Liberalismo Clásico”, mientras que los Radicales se inclinaban más a lo que
ahora es el “Liberalismo Social”, más autoritarios, preocupados de la “cuestión
social” y adictos a la intervención del Estado en la vida nacional. Su actitud
era, en general, más combativa y firmemente opuesta a todo acuerdo con otros
Partidos. La oposición a los acuerdos con los Gobiernos Colorados vino siempre
desde el sector Radical; en 1904 este sector fue también el centro del rechazo
al “Pacto del Pilcomayo”. Después, fueron también los Radicales, ya en el
Poder, los que rechazaron cualquier acuerdo con los Colorados, como escribió Juan Manuel Frutos (15): “Los Radicales son los que son o no
lo son. Estos son enemigos de toda componenda o pacto de Partido. Nuestros Radicales
son también contrarios a toda transacción, pero de las que tengan que hacerse a
la luz del día, en pleno sol, con las solemnidades del caso. Detestan
Pactos de derecho y celebran Pactos de hecho… Contra los Democráticos
(Cívicos) se tienen también preocupaciones antipatrióticas, es uno de los
puntos de antagonismo entre Radicales y Democráticos, y al mismo tiempo (hay)
un punto de mira común entre Republicanos y Radicales: Radicales
y Republicanos son eminentemente Nacionalistas, tienen cariño al terruño. No
conozco un solo Radical que forme hogar en el extranjero”. Esta actitud deviene
de la misma ideología Radical que define no tanto una corriente política
expresa o un Partido organizado específico, sino que sirve para indicar un
movimiento heterogéneo de ideas con el preciso objetivo de abandonar toda
hipótesis retardataria y toda táctica moderada para dar paso a un proceso de
robusta, y por tanto “radical” renovación en los diversos sectores de la vida
civil y del ordenamiento político. Justamente por esta constante propensión en
favor de reformas auténticas, el término “radical” asume una connotación
polémica para los conservadores reaccionarios que ven en el Radicalismo un
explícito ataque a todas sus pretensiones de mantener el statu quo y los antiguos privilegios.
Tal es la lucha que se observa
actualmente en el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA).--
N O T A S.
(1) M. García Pelayo: “Derecho Constitucional
Comparado”;
Madrid, 1950.-
(2) Hans Kelsen: “Teoría general del
Estado”; Madrid, 1934.-
(3) Ibídem.-
(4) Benedetto Croce: “Ética y Política”; Bs. Aires, 1952.-
(5) Francisco Ayala: “El problema del Liberalismo”; México, 1941. “Introducción a las Ciencias
Sociales”; Madrid, 1952. “Tratado de
Sociología”; Bs. Aires, 1947.-
(6) Irving Kristol: “My Cold
War”; p. 144; The National Interest, Nº 31; Primavera de 1993.-
(7) Ibídem.-
(8) Ibid. “The American Revolution as a
Successful Revolution”; pp.3 y ss.; Doubleday; Garden City, Nueva York,
1976.-
(9) Hannah Arendt: “On Revolution”; pp.
215 a 220; Penguin Books Harmondsworth; Middlesex, 1987.-
(10) José Luis Orozco: “Sobre el Orden Liberal
del Mundo”; p. 212; loco citato et passim; Centro Coordinador y Difusor de
Estudios Latinoamericanos - UNAM; México D.F., 1995.-
(11) Henry Kissinger: “Un Mundo Restaurado”;
pp. 350 a 354; Fondo de Cultura Económica; México D.F., 1973.-
(12) Ibídem: “El significado de la
Historia (Reflexiones sobre Spengler, Toynbee y Kant)”; pp. 5 y ss. y 283 y ss.;
Tesis, Universidad de Harvard; Cambridge, 1950.-
(13) Daniel Bell: “The Year 2000. The
Trajectory of an idea”; en “Toward the Year 2000. Work in Progress”; pp.7 y 8; Beacon
Press, Boston, 1969.-
(14) Periódico “El Nacional”: 7 de Noviembre de 1910;
Año 1, Nº 228.-
(15) Juan Manuel Frutos: “¡Luchad!”; pp.
58-59; Buenos Aires, 1912.-
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