Y... APARECIÓ CARTES
1.- ¿EL TRIUNFO DE LA ESPERANZA
SOBRE LA EXPERIENCIA?
Mi alma tiene la
fe del poeta,
la esperanza me
templa la lira,
ese mar con su furia me inspira
y a su estruendo
mi voz se alzará.
José Mármol: “Cantos del Peregrino”
¡Despertad, raza de héroes: el
momento llegó ya
de arrojarse a la
victoria;
ceñíos el casco
fiero y refulgente,
volemos al
combate, a la venganza,
y el que niegue su
pecho a la esperanza
hunda en el polvo la
cobarde frente!
Manuel José Quintana: “Poesías Patrióticas”
………………………………………………….
En la entrega anterior, “El Menguante Poderío del Partido Nacional Republicano hasta su
Caída y sus Consecuencias”, habíamos
finalizado apuntando que “si no
surgía algún evento o extraordinaria personalidad imprevisible, el Coloradismo
seguiría siendo un partido de llanura en vías de desaparecer en el escenario
político como opción de Poder”. Porque
la experiencia amarga de la derrota electoral del Partido Colorado el 20 de
Abril del 2008 dejó a las masas republicanas amargadas, deprimidas, resentidas
y anarquizadas; más aun al constatarse que cientos de miles de correligionarios
habían votado contra su propio Partido. La división era patente; en la
Dirigencia se produjo un tremendo hiato, a tal punto que en el rostro de muchos
dirigentes del Movimiento derrotado en las internas se notaba que acogían con
una sonrisa la caída del Partido.
¿Qué se requería para explicar tal
situación y esperar un resurgimiento a corto plazo? Para comprenderlo mejor es
menester realizar, previamente, un análisis filosófico, sociológico y político
de lo que en la Ciencia Política se ha dado en llamar “el Partido en sí” y “el
Partido para sí”.
El famoso filósofo
existencialista francés Jean-Paul Sartre
en su obra fundamental “El Ser y la
Nada” (L’étre et le néant) analizando filosóficamen te el Ser, encuentra “el
ser del fenómeno” y “el ser de la conciencia” radical- mente otro, cuyo sentido
“requerirá una elucidación particular” a partir de la “revelación revelada” de
otro tipo de ser, el ser-para-sí… y
que se opone al ser-en-sí del
fenómeno. Para Sartre, el “ser en sí” no es pasividad ni actividad, su
consistencia está más allá de lo activo como de lo pasivo, más allá de la
negación como de la afirmación, es una inmanencia que no puede realizarse
porque el ser “está empastado de sí mismo”; de hecho “el ser es opaco a sí
mismo”. El “ser en sí” no tiene un dentro que se oponga a un fuera,
está aislado en su ser y no mantiene relación alguna con lo que no es él; esto
significa que no puede ser derivado de lo posible ni reducido a lo necesario. “No conoce, pues,
la alteridad: no se pone jamás como otro… No puede mantener relación ninguna
con otro”.
La característica de la
conciencia, al contrario, está en que es “una descompresión de ser”, ella, en
efecto, “ha-de-ser lo que es”. Entonces, la ley del “ser-para-sí” como
fundamento ontológico de la conciencia, consiste en ser él mismo en la
forma de presencia a sí. Y esto llega a la superficie por medio de la realidad
humana porque este principio no puede denotar sino las relaciones del ser con
el exterior y comprometido en el mundo. El “para sí” es el fundamento de su
“ser-conciencia o existencia”; y reivindica el “ser-en-sí” para el
“ser-para-sí” en tanto que tal, y para un destino trascendente y superior. El
“ser-para-sí” denota las relaciones del ser con el exterior y comprometido en
el mundo por medio de la realidad humana, consciente, reflexiva. Esto significa
que es el Fundamento de su conciencia y es totalmente responsable de su
ser convirtiendo la vida en “destino”.(1).
Ahora, ¿qué importancia tiene
para nuestro análisis esta disquisición filosófica? Pues, que es importante
comprender que en todo ser humano, y más aún en los individuos que conforman
las masas inmersas en la arena política, existe el sentido irracional, reflejo
y pasivo del “ser-en-sí” y la conciencia reflexiva de existencia, activa y
consciente del “ser-para-sí”.
2.- EL
PARTIDO PARA SÍ.
Traducido al ámbito partidario
lo que acabamos de analizar: un “Partido
Político En-Sí” es una estructura formal que cumple su función vegetativa
en la sociedad, pero no tiene conciencia de su lugar en el
tiempo-espacio-histórico de esa sociedad, siendo, por tanto, incapaz de
concebir su propio interés colectivo e histórico y de subordinar a éste las
aspiraciones sectoriales o particulares de sus miembros. Un Partido Político
“en-sí” recae fácilmente, una y otra vez, en la inmadurez política, su Dirigencia se desgarra entre
intereses, cálculos y sentimientos en conflicto, sin atisbar los peligros que
pueden rebasar su poder ni otear el rumbo político adecuado; sus mandos medios
cada vez más afectados y debilitados por el prebendarismo, la desilusión, la
confusión y la apatía, solo atinan a apresurarse a ponerse de parte del
probable vencedor y a cambiar de bando según las circunstancias; y su masa
vuelve a sumirse en la condición inferior de una clase inconsciente de su
verdadero interés, e inarticulada.
Cualquier Partido Político, por
más aguerrido y progresista o poderoso que haya sido, puede caer en la
condición de “Partido-en-sí” por la imprevisión del devenir histórico y la torpeza,
incapacidad, corrupción o haraganería de su Dirigencia. Dos ejemplos patéticos
tenemos de muestra: los Partidos tradicionales Chilenos (Conservador, Liberal y
Radical) reducidos a la nada por la Democracia Cristiana y el Socialista hacia
1970, en el lapso de una generación; y el todopoderoso PCUS (Partido Comunista
de la Unión Soviética) cuya Dirigencia “científica” imbuida de la “superior
ciencia social Marxista-Leninista” fue incapaz de sospechar siquiera la
formidable “implosión” que su fracaso
histórico estaba incubando.
En nuestro caso concreto del
Paraguay de la transición, (y luego de la caída del coloradismo) todo Jefe que
desee regir el timón de la nación en las procelosas aguas del cambio, deberá
tener muy presente la capacidad de hacer del Partido o Movimiento que lo
sustente, un “Partido o Movimiento para
sí”, consciente de su destino histórico, que genere la ideología y la
idea-fuerza capaces de aglutinar las mayorías necesarias para la conquista y
conservación del Poder. Como así también, deberá escoger los Dirigentes y
Consejeros imbuidos de la conciencia reflexiva del “ser-para-sí”, capaces de lograr
la autointegración social y la conciencia política del pueblo que harán de él
un “pueblo para-sí”. Y deberá ser implacable en dejar de lado a los
pseudo-dirigentes rastreros, ignorantes, arribistas y corruptos, cuya
conciencia estática y vacía no trascenderá nunca la pasividad amorfa y sin
sentido del “ser en sí”. “¡En marcha, pues!”, dice Don Miguel de Unamuno en “El
sepulcro de Don Quijote”, de su “Vida
de Don Quijote y Sancho”(2). “Y echa del sagrado escuadrón a todos los que
empiecen a estudiar el paso que habrá de llevarse en la marcha, su compás y su
ritmo”.
“Esos que tratarían de
convertir el escuadrón de marcha en cuadrilla de baile… Esos no van al sepulcro
sino por curiosidad y por divertirse en el camino. ¡Fuera con ellos!Esos son
los que con su indulgencia de bohemios contribuyen a mantener la cobardía y la
mentira y las miserias todas que nos anonadan…. Son incapaces de casarse con
una grande y pura idea y criar familia de ella… ¡Que se vayan al diablo!”.
“Echa del escuadrón a todos
los danzantes. Échalos antes de que se te vayan por un plato de alubias. Son
filósofos cínicos; de los que todo lo comprenden y todo lo perdonan. Y el que
todo lo comprende no comprende nada, y el que todo lo perdona nada perdona. No
tienen escrúpulos en venderse. Son a la vez Estetas y Perezistas o Lopezistas o
Rodriguistas. Son de la baja vida humana, de la vida de tierra… Échalos de tu
escuadrón. Ponte en marcha, solo. Todos los demás solitarios irán a tu lado,
aunque no los veas. Cada cual creerá ir solo, pero formaréis batallón sagrado:
el batallón de la santa e interminable Cruzada”.
Hasta aquí Unamuno: ¡qué
colofón para nuestra disquisición filosófica-política! Pero tratemos ahora de
explicar porqué la aparición de Horacio
Cartes ha sido tan impactante en el escenario político nacional y porqué
pudo significar el triunfo de la esperanza sobre la experiencia; cómo un “outsider”(3) sin aparente conscripción
partidaria ni pertenecer a la Burocracia del Partido mediante la militancia
rutinaria pudo, en corto tiempo, posicionarse como primera figura de Caudillo
de un Partido tradicional y centenario. Para ello es necesario volver a
realizar esta vez un análisis sociológico de las vicisitudes de nuestro pueblo durante
la última mitad del siglo pasado hasta la década presente.
3.- UNA
NECESIDAD HISTÓRICA.
Cada época, cada cultura, cada
costumbre y tradición tienen su estilo, poseen sus ternuras y durezas peculiares,
sus crueldades y bellezas; consideran ciertos sufrimientos como naturales;
aceptan ciertos males con paciencia. La vida humana se convierte en verdadero
dolor, en verdadero infierno sólo allí donde dos épocas, dos culturas o
religiones se entrecruzan… Hay momentos en que toda una generación se encuentra
extraviada entre dos épocas, entre dos estilos de vida, de tal suerte que tiene
que perder toda naturalidad, toda norma, toda seguridad e inocencia. Es claro
que no todos perciben esto con la misma intensidad. Por ejemplo, una naturaleza
como Nietszche sufrió la miseria actual una generación antes; lo que él,
solitario e incomprendido, vivió hasta la saciedad lo están soportando hoy
millones de seres. Horacio Cartes
pertenece a quienes se han engarzado entre dos épocas, que se han salido de
toda seguridad e inocencia, a aquellos cuyo destino es vivir todos los enigmas
de la vida humana en su propia persona. Existe una necesidad de creencias, una
apetencia por posibilidades de orientación más humanas para el individuo, por
eso surge la importancia de un outsider y de un individualista
preocupado por la suerte de su pueblo que no admite concesiones como Cartes. Se
le puede aplicar lo que Hermann Hesse(4) dijera alguna vez: “El hecho
de que un autor de situaciones tenga resonancia no reside en su maestría
técnica, su inteligencia o su gusto,
sino en lo genuino de su naturaleza, en la perfección y energía con que
expresa su calidad”. El sueño de Cartes coincide con el sentimiento vital de
una nueva generación que se ha apartado de una sociedad autoritaria y rastrera
que no satisfacía sus necesidades físicas ni espirituales y busca un estilo de
vida menos reaccionaria e inmadura y una diferente orientación. Todavía queda
por verse si Horacio Cartes está a la
altura de los acontecimientos.
Pero ¿porqué esa inmadurez y reaccionarismo de nuestra Dirigencia y del
pueblo que la siguió? Pensamos que tal inmadurez de la conciencia social tiene su raíz en esa peculiaridad de nuestra
Nación que campea desde el comienzo de su historia y que consiste en el extraordinario poder del Estado sobre la sociedad
paraguaya. Esto ha producido una especie de “Estatolatría” –por llamarla de
alguna forma– de una sujeción al Estado
y de un temor y respeto exagerado por el Poder constituido. Creemos que en
pocas partes como en el Paraguay, la importancia de ocupar un Cargo Público
supera toda descripción. Y este Estado Paraguayo todopoderoso, ha derivado su
fuerza, precisamente, de la composición primitiva, amorfa e indiferenciada del campesinado, base de
nuestra estructura social. Esa inmadurez generalizada ha inducido siempre a
pequeños grupos de políticos y dirigentes de la intelectualidad, a suplantar al
pueblo y obrar como sus representantes sin consultarlo.
Después del desquicio producido
por la Guerra Civil del ‘47, con la clase obrera y campesina incapacitadas para
defender su propio interés de clase, el Partido Colorado triunfante y su Junta
de Gobierno asumieron el papel de sus custodios. La reducción y dispersión de
la clase obrera (que debería ser la clase popular más progresista),
características de los primeros años del stronismo, pertenecen ahora al pasado.
Pero, con todo, el peso de la clase obrera no se ha hecho sentir hasta muy poco
y todavía en forma aislada. Recordemos que durante la Dictadura, la influencia
directa de los líderes obreros era incluso inconmensurablemente menor de lo que
había sido en las décadas del ’20 al ’50; los trabajadores estaban o eran
totalmente impotentes de hacer valer sus opiniones frente a la Burocracia
Stronista.
¿Qué explicación puede
tener este fenómeno de tan prolongado eclipse de la conciencia social y de
parálisis de la voluntad y la lucha política?
No se puede explicar por el terror represivo solamente, ni siquiera ese
terror totalitario militar-policial-seccionalero, pues toda represión es eficaz
o ineficaz en proporción a la resistencia con que se encuentre o deje de
encontrarse. Debió haber habido “algo” en la misma clase obrera que determinara
su pasividad.
Pero, ¿qué era ese “algo”? Un
ensayo de explicación sería que los nuevos obreros, que empezaron a llegar a
las incipientes industrias, venían desde las regiones rurales primitivas, al
principio “espontáneamente”, empujados por la superpoblación rural y el
minifundio, y después, en el transcurso de aquel desplazamiento de mano de obra
a las grandes obras de Itaipú y Yacyretá. Y trajeron consigo el analfabetismo,
la inercia, y todo el espíritu fatalista, resignado, de la comunidad rural
donde en cada familia impera el autoritario patriarca campesino. Desarraigados
y confundidos por el nuevo ambiente, se
vieron atrapados por el mecanismo que había de transformarlos en seres
muy diferentes de lo que hasta entonces habían sido, para adaptarlos al ritmo y
disciplina de la vida industrial y de ciudad. Intimidados en las fábricas y
obras, en sus campamentos de trabajo y en sus barriadas, se encontraron
incapaces de resistir las presiones apabullantes de una disciplina
cuasi-cuartelera que imponía a toda la población el régimen stronista. Tan
violenta fue esa sacudida, tan abrumado por la enormidad de las fuerzas que
moldeaban su vida se sentía ese campesino devenido en obrero y ciudadano
proletario urbano, que por mucho tiempo no tuvo ni la voluntad ni la fuerza
para formarse alguna opinión ni para expresar alguna protesta. Trataba, en
consecuencia, de arreglárselas como podía por sus propios medios, sin
establecer referencia con su situación de clase. Su individualismo atávico,
tanto como la prohibición de hecho de las huelgas o cualquier otro tipo de
protesta, le impedían asociarse en defensa propia con sus compañeros y actuar
en solidaridad con ellos. Más bien procuraba ingresar en la “clientela” del
Dirigente “obrero” partidario, intermediario con el tremendo Poder Estatal. Y
así fue como, mientras el campesino libre –dueño de su chacra, que fue la base sobre la que se
formó y asentó la sociedad paraguaya y sostuvo la causa de la independencia
nacional y apoyó el régimen de Francia y de los López– ha sido completamente
proletarizado por el despojo y el latifundio, nuestra clase obrera y baja clase
media –productos de aquél y, por eso mismo– han quedado infectadas por el
espíritu del campesinado.
Y la dirigencia obrera colorada, no ha
comprendido todavía que, con el desarrollo de las fuerzas productivas, el “ser
social” de esa clase ha cambiado y, por supuesto, la “conciencia social”,
reflejo del ser social, también; y que la activa función de la
“superestructura” influye decisivamente en la “infraestructura”; pero ellos
continúan aspirando a seguir siendo los intermediarios paternalistas de los
trabajadores ante el “omnipotente” Poder del Estado, y granjearse
indefinidamente el favor del Gobernante. Es por ello tan mediocre la acción e
influencia de los Sindicatos Colorados.
Con este panorama que hemos
esbozado, podemos comprender el desplome del Poder Republicano el 20 de Abril
del 2008 y ahora la aparición de un Líder extra-burocrático partidario. Es que,
los impulsos y las influencias que determinan el comportamiento del Coloradismo
son intrincados y contradictorios, con el resultado de que el temor y la fe, el
horror y la ESPERANZA, la desesperación y la confianza luchan en los
pensamientos del correligionario colorado, dejándolo enervado, resentido, y sin
embargo renuente a abjurar de su partido, rumiando sus agravios en indolente
sumisión.
El Partido Nacional
Republicano, en el que un Paraguay
degradado por el Stronismo y luego por una Transición plagada de Gobiernos
inútiles y reacconarios que desembocó en un Gobierno Izquierdista-Liberal trajo
disgusto y temor, responderá sin duda de manera muy diferente a un Coloradismo
depurado de traiciones, divisiones, corrupción y otras excrecencias bárbaras. En ese coloradismo tendrá que
reconocer por fin su propia creación y su propia visión del destino del hombre
colorado. Y así la historia completará su círculo hasta que la ESPERANZA ha de
crear de la propia ruina de la experiencia fallida, aquel porvenir
venturoso que contempla. Tal es la tarea de Horacio Cartes y sus colaboradores.
4.- ¿EL HOMBRE DEL
DESTINO?
…No es vano
esfuerzo
buscar un hombre entre mil,
una de esas almas
afines y fuertes
perdidas entre la
multitud.
Novecientos
noventa y nueve hombres
se embarcarán con
nosotros
si no hay riesgos
o si tenemos asegurado
previamente el
éxito,
pero el milésimo
hombre desafía tifón y procela,
para salvarse o
hundirse
en la misma
azarosa travesía.
No lo determina
ningún cálculo sórdido.
Novecientos noventa y nueve amigos inseguros
que obtuvieron
favores y ventajas
en días de
esplendor,
nos venderán por
cualquier precio;
para el milésimo
hombre la amistad
no es comercio de
trueque ni objeto de soborno.
Es incapaz de
fugas cobardes
y taimadas
felonías.
Novecientos noventa
y nueve adulones serviles
y oportunistas en
acecho
nos dejarán solos
en cualquier emergencia,
pero el milésimo hombre
acompaña a sus amigos
hasta el pie de la
horca y acaso hasta después.
Rudyard Kipling: “El milésimo hombre”.
………………………………………………
¿Existe el “Hombre del Destino?”
Aquél individuo que por una especie de providencia toma, en un momento
histórico, la responsabilidad de los sucesos de su pueblo y cuyo camino está
signado por dejar surcos en la historia.
Stefan Zweig, en su libro “Momentos
Estelares de la Humanidad”(5), afirma que sí y que cuando llega el momento
supremo no debe vacilar, porque de lo contrario, “Nada le redimirá de aquel
momento en que fue dueño del Destino y no supo captarlo”.
“Es una venganza terrible de la
ocasión suprema, de esta ocasión que, de cuando en cuando, desciende oportuna
hasta la vida de los mortales, entregándose al hombre vulgar que no sabe
utilizarla intempestivo”. “Estas cuatro fuerzas que denominamos virtudes
ciudadanas: previsión, disciplina, celo y prudencia; magníficas armas en días
vulgares y pacíficos, se funden abrasadas por el fuego glorioso del instante
del Destino que exige el genio para ser plasmadas en su imagen imperecedera”.
“La indecisión es rechazada con desprecio. Únicamente los atrevidos, nuevos
privilegiados de la tierra, son encumbrados por los brazos flamígeros del
Destino, hasta el cenit de los triunfadores”.
Aquí cabe recordar a Hegel, el filósofo que percibía un
esquema preordenado en la historia, pero no postulaba un fin histórico
específico; que afirmaba que sólo retrospectivamente puede el hombre comprender
plenamente el papel de los individuos específicos y de los hechos concretos
dentro del proceso histórico total, porque solo en visión retrospectiva aparece
clara la culminación histórica del ideal de la humanidad. La dialéctica
hegeliana deja margen para el error y la tragedia; es por eso que Hegel acierta
cuando no exige que cada acto específico tome parte en la construcción de la
misión histórica del hombre.
La creencia de Hegel en la
historia como un proceso orgánico es realmente mística en su origen; no
puede proceder de la experiencia sino de la intuición y tal vez debiera
describirse como un artículo de fe. Su creencia en la responsabilidad del
Líder, del “Hombre histórico universal”, de que ese hombre es portador de una
carga que tal vez “sienta” pero sin acabar de comprenderla jamás, y que no
puede simplemente reducirse al sentimiento nacionalista o egocéntrico, es el
meollo de la visión hegeliana(6).
Simplificando su idea, podemos
decir que un Estado y su Dirigente, no deben simplemente aspirar al poder y a
la gloria por sí mismos, sino que deben comportarse de modo que su papel como
agentes históricos resulte dignificado. Y el desdén de Hegel por la opinión
popular tiene su origen en esa misma creencia: La historia no es obra de las
grandes masas, sino de sus Dirigentes; las opiniones del público son tan
transitorias y sujetas a súbitos trastornos y cambios que no pueden soportar
los rigores momentáneos que caracterizan al movimiento de la historia que se
dirige hacia su destino final (7).
En un famoso curso de
conferencias dado en la Universidad de Berlín –y que luego fueron reunidas en
su libro “Filosofía de la Historia”– Hegel había señalado, como ya lo dijimos,
el papel de los “individuos históricos universales” como los agentes por medio
de los cuales se desarrolla el plan de la Providencia: “la Voluntad del
Espíritu Universal”. Decía “Estas individualidades pueden ser llamadas héroes,
en cuanto han derivado sus fines y su vocación, no del curso apacible y normal
de las cosas, sancionado por el orden vigente, sino de una fuente oculta, de
aquel Espíritu recóndito, todavía oculto bajo la superficie, que choca con el
mundo exterior como sobre un caparazón y estalla hecho pedazos. Tales fueron Alejandro,
César, Napoleón. Estos fueron hombres políticos prácticos, pero al mismo tiempo
fueron pensadores que penetraron en las exigencias de una época que estaba
madura para el desarrollo. Esta fue la Verdad auténtica de su época, de su
mundo… A ellos les tocó conocer este principio emergente, el paso
inmediatamente posterior, directa y necesariamente orientado hacia el progreso,
que su mundo tenía que dar; hacer de éste su aspiración y gastar su energía en
impulsarlo. El hombre histórico-universal, los héroes de una época, deben ser
por lo tanto reconocidos como los dotados con más clara visión: sus hechos,
sus palabras, son lo mejor de su época…(8). Una fuerza tan poderosa
–agrega en otra parte– necesariamente tiene que atropellar muchas flores
inocentes , aplastar y hacer pedazos muchos objetos en su camino”.
El “Hombre del Destino” debe
tener lo que designa una palabra alemana: Fingerspitzgefühl
(“sensibilidad en la punta de los dedos”), esa presciencia que describe perfectamente el sentido de la oportunidad
y de la cronometración de los acontecimientos. Ahora, ¿puede Horacio Cartes ser “el hombre del
destino” y el “héroe histórico universal” para esta época de nuestro Partido y
nuestra Patria? Todavía creemos que puede que sí, pero a diferencia de Hegel,
Cartes no comparte su desdén por la opinión de las masas… Él tiene un gran
respeto por la opinión popular y comparte más bien la idea del Príncipe
Metternich, que ya en 1808 expresaba: “hay que tener muy en cuenta la Opinión
Pública, sobre todo en esta época que es el siglo de las palabras”(9). Y con
una gran intuición, el Líder ausculta la dirección que llevan las masas y se
les pone delante para guiarlas.
Sea o no el Hombre del
Destino o el Héroe Hegeliano, no hay duda alguna que Horacio Cartes es un “hombre de acción”: su liderazgo en el
campo empresarial y deportivo y ahora en la política, así como toda su vida
personal lo demuestran. Y como todo hombre de acción es un realista porque
tiene una obra que realizar; y para obrar en el mundo real es preciso no tener
ilusiones. Si el hombre de acción conoce mal a los seres humanos, si en lugar
de verlos tal como son él se los imagina, como hacen los mediocres, como él
quisiera que fuesen, fracasará. Si renuncia por sentimentalismo a cometer actos
duros –necesarios– fracasará también. Si se conforma con representar en una comedia heroica y brillante el papel
del General histórico, en lugar de realizar las necesidades difíciles e insulsas
del General verdadero, él no sería ni César ni Wellington, ni Napoleón. En “El
héroe y el soldado” de George
Bernard Shaw(10), el héroe no es el
soldado, y a esto se reduce todo el tema de la obra. Y Cartes lo sabe: el héroe es un gran hombre; pero no un “héroe
tradicional”. Él dice lo que los otros no se atreven a decir; perdona todo
–excepto la deslealtad– porque no tiene tiempo de sentir rencor; es generoso
porque desea algo más que los bienes que ambicionan los hombres ordinarios; en “César y Cleopatra”, Shaw hace que le
responda en una ocasión en que ella trata de seducirle: “Ahora, no. Tengo que
trabajar”. César era, ante todo, un realista hombre de acción como lo notamos
en Horacio Cartes: ni por un momento
nos lo imaginamos como un joven-maduro romántico. El es un verdadero hijo de
esta tierra, con la obstinación y el buen sentido de los triunfadores; igual
que ellos acepta sin idolatría y sin snobismo a los grandes señores, sean reyes
o prelados. En una ojeada percibe hasta qué punto pueden servirle éstos en sus
planes individuales… Del mismo modo habla a toda la gente, a los trabajadores
como a un rey, sin afectación ni embarazo. Y les obliga o persuade a hacer lo
que él quiere, siempre que no fuesen pusilánimes ni depravados. Su palabra,
amable y afilada, sabe halagar y fustigar al mismo tiempo. Es un verdadero Jefe
nato.
Es que en los últimos años,
entre convulsiones y convenciones partidarias, nació un Caudillo; y es
un fenómeno universal que el Caudillo, el Partido y la Nación siempre están
buscándose instintivamente a través del tiempo y del espacio hasta sintonizar
en una simbiosis sensacional que estremece hasta sus cimientos una sociedad a
la deriva. Es lo que sucede en el Paraguay en esta época tan rica en discursos
históricos como pobre en el cumplimiento de sus programas y promesas y de su
destino. Y en este devenir el Partido Colorado debe sincerarse consigo mismo y
con la República; porque en las últimas décadas, su cinismo, oportunismo e
hipocresía llegaron a ser tan completos, y eso es inadmisible. Nuestra
generación ya no debe permitir que el Partido ni la administración
gubernamental sigan siendo una feria, donde solamente campeen los mediocres,
los caraduras y los astutos, ni que sigan estando al servicio de aquellos
ineptos, que siempre sienten un temor y odio supersticioso hacia todo lo
elevado, y se pasan combatiendo a todos los ciudadanos que no les sirven
directamente a sus intereses y a todo lo que no entienden. Como dice el
dramaturgo noruego Ibsen en su obra teatral “El Enemigo del Pueblo”: “…todavía
queda por verse si la maldad, la estupidez y la cobardía pueden sellar los
labios de un hombre libre y honrado”.
Hay que preocuparse, y no es
para menos, porque la vieja Dirigencia Partidaria prebendarista y reaccionaria
–y en el plano nacional la extrema Izquierda Luguista y la reaccionaria Derecha
Liberal– pareciera padecer una
escasez y debilidad en sus reacciones
nerviosas y pobreza alarmante de recursos políticos y aún espirituales. Casi
todos ellos dan la impresión de personas abrumadas por sus tareas, pero al
mismo tiempo renuentes a ceder siquiera una pequeñísima parte de su poder y
derechos que son incapaces de usar. Dan la impresión de que les es más fácil
estar yendo al abismo –que algunos juzgan de todos modos inevitable– con los
ojos bien cerrados y la corona encasquetada, como esos Macbeths trágicos de la
historia, pues a la marejada histórica que nos está sacudiendo, y que está
trayendo sus oleadas cada vez más cerca de las puertas del Palacio de Gobierno,
ellos solo oponen una torpe indiferencia.
Estas palabras son muy
duras, pero son empleadas movidas por el amor al Partido y a la República, y la
adhesión y fe inconmovibles al proceso democrático. Y porque creemos que
reflejan el sentimiento de esa gran corriente de opinión en la que estamos
inmersos, y vemos que los Paraguayos de todas las corrientes nos estamos
asemejando en nuestro punto de vista, a tal punto que los rasgos distintivos
parecen desvanecerse, ya que comprendemos que el peligro es demasiado grande y
próximo, y, por supuesto, a una cosquilla cada persona reacciona de manera
diferente, pero a un hierro candente todos reaccionamos igual.
Sabemos también que estas
frases y consideraciones sabrán a veneno para muchos “distinguidos viejos jefes
y militantes partidarios”; eso nos recuerda a Bolingbroke, Duque de
Hereford, aquel personaje de Shakespeare, que en “El Rey Ricardo II” dice: “el
veneno no gusta a quienes lo necesitan”. Tal vez Bolingbroke era, como
cualquier Republicano auténtico de ahora, UN HOMBRE LIBRE.
¿Y porqué Horacio Cartes aceptó tomar sobre sus
hombros la pesada carga, preñada de intenso trabajo, peligros y acechanzas, de
luchar por la Presidencia de la Rca.? Pues al parecer ya lo tiene todo:
liderazgo empresarial, deportivo, y realización personal. Es indudable que la
respuesta nos la da ese genial escritor, político y guerrero que fue André Malraux(11), en su fundamental obra que es una de las mejores que se han
escrito en el mundo: “La Condición
Humana”, cuya idea central, que domina todo el libro, es que “solo un propósito sobrehumano, por el cual
el hombre estaría dispuesto a pagar con su vida, puede dar sentido a la
existencia personal”.
N
O T A S
(1)
Jean-Paul Sartre: “ L’étre et
le néant”; pp.32-36-124-142-145; loc. cit. et pássim. Librairie Gallimard. París, 1943.-
(2)
Miguel de
Unamuno: “El sepulcro de Don Quijote” (Vida de Don Quijote y Sancho); Presses
de la Cité. París, 1967.-
(3)
Outsider:
Vocablo inglés cuyo sentido para nosotros sería “forastero, venido de afuera”.-
(4)
Hermann
Hesse: Célebre escritor alemán, una de cuyas obras, “El Juego de Abalorios”,
trata en forma alegórica la lucha por la conquista del Poder.-
(5)
Stefan
Zweig: “Momentos Estelares de la Humanidad”; pp.51-52; Editorial TOR. Bs.
Aires, 1954.-
(6)
Guillermo
Federico Hegel: “Filosofía de la Historia”; p.57; Ed. Zeus. Barcelona, 1971.-
(7)
Ibídem: p.60
et pássim.-
(8)
Ibídem:
p.57.-
(9)
Príncipe
Metternich: Genial diplomático y Ministro de Relaciones Exteriores austríaco,
que tuvo un papel preponderante en la derrota final de Napoleón y fue el
artífice de la política del “equilibrio del Poder” pergeñada en el Congreso de
Viena y que dio un siglo de paz a Europa.-
(10) George Bernard Shaw: Gran escritor
Irlandés autor de obras teatrales de alcance mundial.-
(11) André Malraux: Rara mezcla de
intelectual y hombre de acción. Peleó en la Guerra Civil Española, en el Maquis
francés durante la resistencia, tuvo un gran protagonismo político para el
retorno del Gral. De Gaulle al Poder, de quien fue Ministro de Cultura, y escribió
numerosas obras de fama universal.-