LA INSERCIÓN DEL
PARAGUAY EN EL
NUEVO ORDEN MUNDIAL.
1.- EL “NUEVO ORDEN MUNDIAL”.
El estandarte del
Caballo Blanco siempre ondeó libre,
desplegado por las hordas de Hengist;
en tierras y en mares
no ha cambiado nada de
lo que conmueve al mundo.
No me rindo a un Imperio.
Guardo mi camino para un Rey: mi pueblo.
No me inclino ante la
triple corona,
pero esto…es algo
distinto.
No lucharé contra los
poderes celestiales.
¡Centinela, hazlo pasar!
Que descienda el puente
levadizo: llega el señor.
El soñador cuyos sueños
se hacen realidad.
Rudyard Kipling: “El Emperador”.
……………………………………….
En plena época de los ’90, el siglo XXI se nos
aparecía al filo de un escenario que ha cambiado como nunca lo habríamos
pensado. Al autoaniquilamiento de la vieja Europa, tras la etapa totalitaria de
variado cuño que terminó con la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, siguió
la “Guerra Fría” y la “Coexistencia Pacífica” que terminara con la “implosión”
del totalitarismo remanente que estábamos viendo en completa derrota con el
rápido y dramático proceso de la “Des-Revolución” Rusa. El fin de la tensión
bipolar había dejado con una “victoria pírrica” al ex principal contendiente
occidental si considerábamos su manifiesta debilidad económica comparada a su
potencia militar. Y con Japón emergiendo como excepción al dominio occidental
en el Extremo Oriente liderando a los “tigres del Asia”, ahora la irrupción de
China, más la evidencia de la posibilidad de construirse el sueño del
visionario Charles de Gaulle: una Europa “unida del Atlántico a los Urales”, la
perspectiva de reconstrucción multipolar en el “privilegiado Norte” del
planeta, deviene ya en una realidad presente.
Como ya lo dijimos, se está
comprobando una “mutación civilatoria” por la aceleración de la “Revolución
Científico-Tecnológica” –en las naciones del 1er. Mundo –que está modificando
radicalmente la producción, el modo de realizarla y su cantidad y calidad,
cambiando incluso las relaciones de producción, lo que a la vez conlleva
paralelamente una auténtica revolución cultural, que ineluctablemente se
extenderá a las sociedades agrícolas mudándolas hacia una sociedad global
urbana, industrial y tecnocrática, en un nuevo
tipo de civilización planetaria y ecuménica, que se propagará cada vez más
rápidamente.
Nuestro mundo planetario, aunque
profundamente inarmónico y muy desajustado por la presencia en su seno del
subdesarrollo del ochenta por ciento de la humanidad en el Sur, camina, sin
embargo, hacia una unificación más consciente y más lúcida, y aunque el Norte
desarrollado conduzca lo esencial de este proceso, no le será ya posible
ignorar impunemente la aspiración de todos los pueblos al desarrollo y la
prosperidad que es el “nuevo nombre de la paz”. Y el Occidente actual, acreedor
aún de valores vitales, se autoaniquilaría una vez más, si no se llegara a
convertir a una visión más universal del futuro que la que aún detenta, y si
ella no siguiera un proceso operativo de más equidad a favor del “Bien Común”
de todos los pueblos. La respuesta a estas proposiciones pareciera haber
comenzado a esbozarse con la formulación del “Nuevo Orden Mundial”, que será el
tema que desarrollaremos a continuación.
2.- LA TRILATERALIDAD.
También llamada “Tripolaridad”
por algunos cientistas políticos, revela la configuración de tres importantes
bloques regionales neoeconómicos: el bloque Americano encabezado por EE.UU. y
Canadá; el bloque Europeo con la Comunidad
Europea a la cabeza, y el bloque Asiático de los “tigres del
Asia” liderado por Japón antes y ahora por China. El surgimiento de estos
bloques también nos demuestra que la bipolaridad estratégica del terror nuclear
ha sido reemplazada por la tripolaridad económica, un proceso que puede llevar
a superar los conflictos basados en las exigencias de la seguridad nacional y
la superioridad militar, pero también desembocar en una cada vez más acentuada
competencia económica, capaz de resultar en auténticas “guerras comerciales”.
Es interesante examinar cómo el
acelerado desarrollo económico, acentuado por la revolución
científico-tecnológica, más el derrumbe del competidor socialista, ha
convertido la trilateralidad en una cada vez más terrible rivalidad , que poco
evoca aquella “Comisión Trilateral”, creada
allá por 1973 y que deseamos historiar brevemente como ilustración de la
evolución del hoy triunfante capitalismo occidental.
La Comisión Trilateral
apareció en el escenario mundial al principio como un proyecto Rockefelleriano y con el objetivo de
ofrecer respuestas, dentro del capitalismo, a los problemas económicos y
sociales de la época, sin perder las tradicionales posiciones de fuerza. Es
decir, se intentaban trilateralizar las decisiones del capitalismo industrial
en una etapa de transformación y transnacionalización de la economía. La Comisión Trilateral
se ideó como un centro de investigaciones de los EE.UU., Canadá, Europa
Occidental y Japón, planteándose una posibilidad fáctica: la de vincular en un nuevo organismo las políticas del capitalismo
trilateral. En su sentido estricto, representaba el primer intento de
racionalizar y superar la función que hasta entonces
cumplían una serie de organismos privados en la cima del poder económico y en
sus relaciones con el Establishment político. En la Comisión reaparecían
grupos y hombres, intereses y clases, con un propósito definido: diseñar el
proyecto del capitalismo tecnológico y
científico en una etapa crítica de la economía mundial y con la convicción
de que los EE.UU. ya no podían actuar aislados; necesitaban alianzas a tenor de
los indiscutibles cambios de las sociedades contemporáneas.
Pero lo importante del
“Trilateralismo” es que no solamente contribuyó a una dirección adecuada del
capitalismo occidental, sino que su ideología impregna aún hoy día, toda la
política imperial del único poder universal que queda. Esa ideología está
saturada de MORAL Y DEMOCRACIA LIBERAL con un Estado mínimo pero fuerte, que
impida la caída en una democracia ingobernable. Y la moral es una racionalización
de las necesidades del capitalismo científico-tecnológico, que ha condenado,
por esa causa, “la corrupción que debilita el papel internacional de las
empresas, mina los argumentos a favor del mercado libre y amenaza los valores
esenciales de la democracia”, como reza una declaración de la Comisión Trilateral
realizada luego de su reunión internacional en Ottawa el 11 de Mayo de 1976;
ideología completada con el objetivo de la coordinación y organización de la “globalidad”, como lo expresara
gráficamente por aquélla época, Zbinew Brzezinski, el célebre Consejero de
Seguridad Nacional de Jimmy Carter, “…el espectro de una América aislada y en
un mundo hostil es rechazable. El deseo de un nuevo orden económico mundial es revelador de un estado de
espíritu generalizado. Todo ello exige que América se comprometa y de una
manera cooperativa, en las nuevas relaciones globales a despecho y a causa, a
un mismo tiempo, de las pasiones crecientes que se derivan de la lucha por un
igualitarismo global…”.
Y en el marco de esta globalidad, regida por
un poder militar unipolar, hemos recordado a la “Comisión Trilateral” porque
aunque muchos autores sostuvieron que las tres grandes potencias se encaminaban
a una fase de conflictos económicos, la historia de la Comisión nos señala que,
en las últimas décadas, esos tres grandes actores de la economía mundial fueron
estrechos aliados políticos y económicos, de la cual alianza quedan todavía
importantes mecanismos de cooperación, coordinación y colaboración recíprocos
en las áreas más diversas; y tampoco debemos olvidar que la interdependencia
entre los sistemas financieros y empresas multinacionales de las tres regiones
actúa positivamente en la perspectiva de entendimiento en sentido general. Al
respecto decía, allá por los ’90, Luciano
Tomassini –Director General del programa de estudios conjuntos sobre
relaciones internacionales de América Latina– sobre las principales tendencias
que presentan las relaciones políticas y económicas internacionales: “…Entre
las primeras
(políticas) se cuentan la presencia global adquirida en los últimos cincuenta
años por los EE.UU., la posición de Japón como acreedor, exportador
y difusor de nuevas tecnologías a nivel mundial, y la evidente motivación de
los países Europeos de utilizar su unidad para recobrar liderazgo en el plano
internacional. En el plano económico, esta alternativa es incongruente (se
refiere al conflicto) con el nivel de interdependencia alcanzado a nivel
global, con la tendencia a la redistribución de ventajas compartidas y a la
creciente división del ciclo productivo, con la creciente interpenetración de
los mercados, con la importancia y la volatilidad que ha adquirido el cambio
tecnológico como factor protagónico del crecimiento económico y con la autonomía
que han adquirido los movimientos de capital, es decir, la economía simbólica,
en comparación con la evolución experimentada en el plano de la economía real
“.
Pero, a despecho de la historia
y de todas estas razones, persiste el interrogante de si será tan fácil, en
este siglo XXI, evolucionar rápidamente de tantos años de hegemonía
norteamericana en todos los planos, a una “entente cordiale” y coparticipación
en la toma de decisiones entre los “tres grandes”, a los que hay que incluir al
gigante chino, máxime si atendemos a lo que expresó el célebre profesor de la Facultad de
Administración de Empresas de Harvard: Michael
Porter, que frente a la supuesta “redistribución de las ventajas
comparativas”, se está imponiendo la situación de rivalidad, habilidad y
suficiencia de “las ventajas competitivas de las naciones”, en su libro
homónimo.
Porque, los hechos son claros:
primera sociedad post-industrial de la tierra, los EE.UU. han seguido, sin
embargo, en la post-guerra, un proceso regresivo y declinante: con el 5% de la
población del mundo, controlaban, en 1944, el 50% del P.N.B mundial, que en la
actualidad se ha reducido al 20%, mientras la participación del comercio
internacional en la economía norteamericana se triplicaba y EE.UU. requiere,
cada vez más, de capitales extranjeros para financiar sus déficit externos, su
tasa de crecimiento ha sido superada desde hace más de 30 años por las
economías de Europa y los “tigres del Asia”. Todo lo cual lo convierte en un
Estado que ostenta, por un lado, la única capacidad estratégico-militar de
superpotencia, y por el otro, bastante vulnerable y menos influyente en la
economía mundial. Esto nos lleva a nuestro siguiente acápite, muy importante
para luego ubicar a América Latina en el juego del “Nuevo orden mundial”.
3.- LA
CRISIS DE LA ECONOMÍA NORTEAMERICANA.
Desde
1986 hasta 1996 la
Administración de los Estados Unidos tenía el déficit más
grande de la historia de un país. La autoridad económica aumentó su deuda en
esos años en 221.000 millones de dólares, excediendo lo que se pidió prestado
durante unseptenio para financiar el esfuerzo bélico de la
segunda
guerra mundial. Tan grande era el déficit, que –al decir de un destacado
economista estadounidense– la
Administración no sólo pidió a los norteamericanos
ricos, sino también a los japoneses, los alemanes, los ingleses, los
canadienses, los árabes, los holandeses, los taiwaneses y los coreanos ricos.
EE.UU. estaba (y ahora otra vez
está) sufriendo una paulatina pauperización de la clase media, que siempre ha
sido el soporte de su sistema, donde a los que forman parte de ella, después de
pagar sus impuestos, financiar la educación de sus hijos, y abonar el servicio
de deuda de sus tarjetas de crédito, no les quedaba mucho para ahorrar, lo que
hacía que la tasa de ahorro haya sido entonces la más baja de su historia,
inferior a un cuatro por ciento. Los consumidores y las sociedades de derecho
público debían más de 10 billones de dólares; en cuanto al endeudamiento interior
de la autoridad Federal, para 1988 debía dos billones y medio y seguía tomando
prestado a razón de 200.000 millones al año. Así, si nadie ahorraba. ¿cómo el
país iba a invertir en su futuro y continuar su crecimiento?
En cuanto a la deuda exterior,
los EE.UU. se habían convertido en deudores netos con respecto al resto del
mundo. Después de 1984, último año en que fueron acreedores netos, los EE.UU.
llegaron a deber en sólo tres años, para 1987, casi medio billón de dólares, lo
que superaba la deuda conjunta de México, Brasil y Argentina; y el
endeudamiento exterior ha ido aumentando al ritmo de 150.000 millones de
dólares anuales con lo que, para ese año, ya había rebasado el tope de ½ billón
de dólares. La tasa de ahorro norteamericana, que es hasta ahora una de las más
bajas del mundo, era –y es hoy día– demasiado pequeña para financiar el déficit
del presupuesto federal, y si a eso sumamos el déficit comercial, el de la
balanza de pagos y la crisis de los mercados de valores, podemos comprender que
hoy por hoy, el dólar es el talón de Aquiles del mundo capitalista triunfante
en su confrontación con el “socialismo real”, ¡vaya contradicción, preñada de
grávidas consecuencias! Y mientras el mundo se recomponía sobre las ruinas del
socialismo, el sostén de occidente, el segundo auténtico imperio universal de la
historia –después del Romano– veía dispararse la inflación y el desempleo, el
continuado aumento de impuestos y el deterioro creciente de su nivel de vida,
que provocaron la derrota y caída del “Presidente Imperial” George Bush padre.(1)
Pero, a partir de entonces, y a
raíz de grandes cambios estructurales, la economía norteamericana redujo el
déficit fiscal a cero y el nivel de desempleo a 4,5% para el año 2.000 y se
volvió la más productiva del mundo, pero a un enorme costo social y teniendo
siempre un gran déficit Comercial y de Balanza de Pagos. En efecto, nada
permaneció como antes en la economía de los EE.UU. Para aumentar la
productividad y comprimir los costos, los grandes conglomerados de empresas
pasaron a adoptar una sola estrategia: racionalización y reducción de la hoja
de pagos.
“Downsizing” (disminución de
tamaño), “outsourcing” (contratación de proveedores externos o tercerización) y
“reengineering” (reingeniería o reestructuración interna) son los métodos con
los cuales casi todos los empleados americanos se vieron confrontados. El
resultado pareció justificar el sacrificio.
Diez años después de los grandes cambios, los EE.UU. tenían “la economía más
productiva del mundo” conforme a la revista “Business Week” de fines de 1995.
El Gobierno también exultaba; la economía americana “está tan bien como hace
treinta años no acontecía”, repetía insistentemente el entonces Presidente
Clinton en 1996 durante su campaña electoral para su reelección. Y las
estadísticas estaban a su favor: habían surgido más empleos que los que fueron
perdidos, casi 10 millones de puestos de trabajo, o sea 210.000 por mes; la tasa
de desempleo de 5,3% era inferior a los demás países de la OCDE (2).
Efectivamente, los EE.UU.
retomaron la delantera. Mas sus ciudadanos necesitaban pagar amargamente por
eso: el país más productivo y rico del mundo convirtiose en el país de los
salarios más bajos de la economía mundial. Ahora las ventajas de abrir empresas
en Norteamérica ya no eran encontradas en su grande mercado interno o en sus
científicos brillantes, sino en mano de obra barata. Más de la mitad de la
población fue afectada por la pérdida salarial, nuevo modelo americano para
enfrentar la competencia. En 1999, el 80% de todos los empleados y obreros
masculinos del país estaban ganando, por hora de trabajo, 11% menos que en 1973;
para la mayoría, por lo tanto, hace dos décadas que el nivel de vida efectivo
está decayendo(3). En realidad, éste es precisamente el consejo que ofrecían
los seguidores del comercio libre a los trabajadores norteamericanos: “en una
economía mundial” –dijeron– “ustedes tienen que estar más capacitados, trabajar
más, y probablemente aceptar una reducción salarial”(4). El lema es: “Tenemos que ahorrar más, invertir
más, ser más productivos y competitivos en los mercados mundiales”; hasta aquí
todo bien, pero, dice el economista de renombre mundial Ravi Batra: “Nada
importa que en nuestra sociedad acosada por el delito y el divorcio, agobiada
por las deudas y remisa a pagar sus impuestos, estas sugerencias resulten
quijotescas y por lo tanto inútiles. ¿Cuál es el objetivo de concentrarse en
las exportaciones si esta estrategia impone salarios miserables? Las
exportaciones de Estados Unidos se han duplicado durante los años noventa, pero
los salarios reales continúan en baja”(5).
Otrora, John Kennedy, Presidente
en los dorados años ’60, con la expectativa de la creciente prosperidad de las
masas, dijo: “Si la marea sube, todos los barcos en el agua también subirán”.
Pero con la onda de liberalización y desregulación de la era Reagan se produjo
una forma de economía para la cual esa metáfora ya no es válida. Es verdad que
también entre 1973 y 1998 la “renta per cápita” de los americanos creció un tercio;
pero al mismo tiempo los salarios brutos para todos los empleados sin funciones
de liderazgo, o sea para el 75% de la población trabajadora, cayeron un 19%
quedando reducidos a 258 dólares por semana. Esto es la media estadística, pero
para el tercio inferior de la pirámide remunerada la pérdida salarial fue más
drástica: son millares de personas recibiendo 25% menos que hace veinte años.
Pero esto no quiere decir que la sociedad americana está más pobre que antes, sólo que será más desigualmente
distribuida: así hoy por hoy, cerca de medio millón de super-ricos poseen un
tercio de todo el patrimonio particular de los EE.UU. y, por otra parte, el
americano medio contratado precisa trabajar más horas que la mayoría de sus
colegas de Europa, goza de menor protección de seguro social y necesita cambiar
de local de trabajo y de domicilio con frecuencia mayor, pues la modalidad que
está imperando es el de los “empleos temporarios”, pues desde la época de los
’90, el mayor empleador de los Estados Unidos ya no se llama “GENERAL MOTORS”,
AT&T o IBM, sino la empresa MANPOWER proveedora de mano de obra temporaria.
Tal es en descarnada síntesis el “nuevo milagro americano”, que muchos quieren
copiar para nuestra América Latina. Y, sin embargo, a pesar de los ajustes,
actualmente los EE.UU. atraviesan por la que los expertos consideran su peor
recesión desde la “gran Depresión” de 1930.
4.- AMÉRICA LATINA Y EL
FIN DE LA GUERRA FRÍA.
América Latina ha perdido y
ganado a la vez con la terminación de la guerra fría y el fin de la “amenaza
comunista”. ¿Qué ha perdido nuestro sub-continente? En primer lugar, la
posibilidad de “jugar” con la rivalidad de los grandes centros de poder,
enfrentados en una “lucha” de ribetes “ajedrecísticos” para avanzar sus
“piezas” y ganar otras en el tablero mundial de influencia. Al terminar la
bipolaridad, nuestra importancia geopolítica decrece, y ya no es necesario
“adular” y estimular a los gobiernos y factores de presión locales para
defender con más vigor el “mundo occidental y cristiano”; por tanto, disminuye
sustancialmente la capacidad latinoamericana de colocar en el tope de la agenda
de prioridades internacionales sus urgencias e intereses propios; ya no es
posible regatear el apoyo a tal o cual línea de acción política que tantos
dividendos dio a diversos gobiernos que no supieron aprovecharlas en toda su
magnitud y que permitió a líderes de tan diversa extracción y catadura como
Fidel Castro y Alfredo Stroessner mantenerse tantos años en el poder.
Pareciera que América Latina ha quedado al
margen de las zonas de interés geopolítico en este juego de suma cero de la
economía y la política mundial en que la ganancia de uno representa la pérdida
de otro y el lema darwinista “Beggar my neighbour” (mendigo, mi vecino), se
está aplicando con todo en la relación entre el centro y la periferia. Y al
decrecer el interés estratégico producto de la guerra fría, también la
posibilidad de masiva ayuda económica en otra versión de la “Alianza para el
Progreso” parece esfumarse, pues, el apuntalamiento geopolítico, básicamente
antisoviético, de los programas norteamericanos hacia este hemisferio, se
debilitó grandemente. Es obvio que la “Trilateralidad” del poder mundial, se
mostró más interesada en canalizar los fondos oficiales de ayuda hacia Europa
Oriental antes que para América Latina; como ejemplos decisivos del designio de
aquella época, podemos citar los paquetes de ayuda casi
“masiva” votados por el Congreso norteamericano para Polonia y Hungría, así
como la reducción de los préstamos japoneses a Latinoamérica que bajaron de los
diez a cuatro mil millones de dólares durante la década de los ’90, siendo esa
diferencia de seis mil millones asignada a Europa Oriental, y también la
creación de un Banco Europeo de Reconstrucción y Fomento. Y este fenómeno de la
desviación de la atención oficial de los centros de poder hacia el Este
europeo, ejerció indudablemente efectos aún más graves en lo que respecta a las
capacidades del Banco Mundial, como del Fondo Monetario Internacional, para la
provisión de fondos a nuestros países, como nunca tan necesitados en esa etapa
de doloroso ajuste de sus economías y redimensionamiento del Estado. Como
sabemos, la reestructuración de la deuda de aquellos años ha estado basada en
el análisis final de una sustitución o canje (swap) de préstamos comerciales
bancarios tradicionales sobre la balanza de pagos por otros multilaterales. Y
dado que el Banco Mundial no rota los pagos de capital, sino que otorga nuevos
créditos para mantener los flujos positivos con sus receptores, entonces
mayores empréstitos nuevos se convirtieron en una necesidad creciente para los
países de América Latina.
Inclusive los flujos de
inversiones y créditos privados, estuvieron siendo dirigidos, en lugar de hacia
nuestras regiones, para los nuevos capitalismos de la Europa ex socialista que
ofrecían, al parecer, mayor rentabilidad y mano de obra más calificada y barata.
Así, a medida que se desvanecía la motivación geopolítica de los “Poderes
Trilaterales” en relación con Latinoamérica, también se contrajo su componente
económico y ciertos pesimistas futurólogos (¿o tal vez muy realistas?) hablaban
ya en aquel entonces de que teníamos que prepararnos para enfrentar la
perspectiva de una “africanización” o sea, quedar marginados de los flujos
financieros y comerciales del centro y sumergidos en el abandono y la
insignificancia, por causa de la frialdad de los EE.UU., Europa y Japón por
nuestras necesidades, cosa que en gran medida ocurrió.
Mas también hemos dicho al
principio, que algo ha ganado nuestra región con el fin de la guerra fría. Y es
que el apuntalamiento de los sanguinarios regímenes dictatoriales, mayormente
Dictaduras Militares basadas en la doctrina de la “seguridad nacional”, ha quedado
sin sustento ideológico ni fáctico, lo que ha dado lugar a la vuelta del orden
democrático, pero con mayor apoyo y presión de los EE.UU. y Europa, para su
establecimiento y mantención. La disminución de la influencia militar es
evidente, desde aquella época, en la política exterior de las potencias
centrales, lo cual pudo ayudar a que los gastos de defensa de nuestras
empobrecidas naciones pudieran reducirse al mínimo, pudiendo canalizarse más
recursos en la inversión para el desarrollo y bienestar. Aunque ahora Venezuela
está comenzando de nuevo la escalada armamentista como más adelante veremos.
También la conciencia de que
nuestras prioridades no tienen, aún hasta hoy, posibilidad inmediata de
desplazar la atención de los “grandes decididores internacionales” de los
problemas de globalidad que los ocupan, hizo que la integración regional
primero, y luego de toda esa gran nación latinoamericana balcanizada, haya sido
encarada con mayor vigor, decisión y sentido de las proporciones, como la única
forma de lograr crecientes niveles de autonomía y capacidad de reacción frente
a los “poderes fácticos internacionales”. La buena experiencia inicial la
tuvimos ya en nuestro Tratado de Asunción en 1991 para el MERCOSUR, y en la
persistencia y aún ampliación del “Grupo de Río” que se ha convertido, de un
mecanismo informal, en un interlocutor internacional de la “multilateralidad
latinoamericana”, de máxima importancia e influencia de decisión política en
nuestro continente y en la recepción por parte de las potencias del centro.
Por último, la atención que
América Latina recibe del centro por los problemas del creciente narcotráfico,
migraciones ilegales, la degradación ambiental y la violencia insurreccional,
puede llevar a los centros de Poder, sobre todo a los EE.UU. a comprender que
una “ingobernabilidad” generalizada en su “patio trasero”, producto de la
desesperación por la miseria y la impotencia, afectará a la larga sus propios
intereses, seguridad y potencia, para la fuerte competencia trilateral que
existe.
5.- LA “INICIATIVA PARA LAS
AMÉRICAS”
Y LA ADMINISTRACIÓN
CLINTON.
“Corroborando nuestro aserto del
párrafo anterior, la “Iniciativa para las Américas” del ex Presidente George
Bush (senior), pareciera significar la idea que a los EE.UU. menos que a nadie
conviene tener a su lado una legión de vecinos pobres. La intención final de
crear un mercado común desde Alaska hasta el Cabo de Hornos, con una
Latinoamérica plena de inversiones y en franco desarrollo, consumidora –y por
ende importadora de productos norteamericanos– supera todo lo imaginable por
nuestros calenturientos deseos de progreso y libertad.
Según Miguel Ángel Diez en “Las oportunidades de América Latina. El
mundo de la década de los ‘90”, la Iniciativa para las Américas tenía tres aspectos
fundamentales: Inversiones, la
Deuda, y el Comercio. Respecto a lo primero, los EE.UU. se
comprometían a integrar un fondo para estimular las inversiones privadas en la
región aportando anualmente 100 millones de dólares anuales, cifra en sí misma
considerada como insignificante para la magnitud de las necesidades y la
ambición del esfuerzo. Pero EE.UU. esperaba que ese aporte aumentase con
similares colaboraciones de los otros ejes de la trilateralidad: Japón y la Comunidad Económica
Europea, lo que seguramente se conseguiría. Aún así la suma seguía siendo
pequeña y el gran logro sería poder establecer las bases de seriedad y
confianza en nuestros países para que retornasen, con inversión
productiva, los activos de los mismos capitales Latinoamericanos depositados en
Bancos Suizos, Luxemburgueses o Norteamericanos, que se estimaba que podían
equivaler a los 200.000 millones de dólares –según un estudio elaborado, en
Agosto de 1992, por el Departamento de Investigaciones del Fondo Monetario
Internacional– que de conseguirse, resultaría en un aporte de más de quinientas
veces del total del fondo propuesto.
Con respecto a la Deuda Externa, la “Iniciativa” de Bush había propuesto la
continuación del “Plan BRADY” –para el cual, según la CEPAL, se tendría que
triplicar lo asignado de U$S. 30.000 millones– e incorporó algo más: una
condonación importante de la deuda directa de Latinoamérica con el Gobierno de
los EE.UU., la que ascendía a 12.000 millones de dólares. La reducción ofrecida
era del 50% lo que la dejaría en 6.000
millones, equivalente al 1,5% de toda la deuda regional. Esto es importante de
mencionar si atendemos al hecho que en sólo 1.990 (año anterior a la “Iniciativa”)
nuestra región pagó al primer mundo aproximadamente 15.000 millones de dólares
en concepto de servicio de la deuda externa. También la Iniciativa respaldaba
un mayor uso de la conversión de deudas en activos de los países
Latinoamericanos (swap), e incluso propendía el “swap” ecológico o sea la
condonación de deuda por la preservación de selvas.
Pero la clave de la Iniciativa para las
Américas estribaba en el Comercio. Y los EE.UU. ofrecían mejores aranceles y la
eliminación de trabas para el ingreso de mayor cantidad de productos latinoamericanos
a cambio –por supuesto– de una recíproca apertura de las economías regionales.
Pero la estupenda visión de una reedición modernizada, corregida y aumentada de
la “Alianza para el Progreso” tropezó
con la realidad incuestionable de la enorme diferencia entre las economías de
nuestros distintos países, cunado se las comparaba con la de los EE.UU. y se
analizaba la conducta que hasta entonces había observado para con nosotros el
capitalismo norteamericano. Mas, por otra parte, era dable pensar que una
América Latina con mayor desarrollo económico y poder adquisitivo, podía ayudar
a solucionar –disminuyéndolo– el déficit comercial Estadounidense lo que
redundaría en mantener un déficit fiscal cero, menos deuda exterior y no recaer
en la grave recesión interna. En caso de que la rivalidad económica se
agudizara entre los “tres grandes”, a los EE.UU. le quedaría el camino de
oponer al bloque Europeo y al de los Tigres del Asia, el “bloque Americano”,
despertando al gigante dormido con la oportuna corrección de su política
seguida hasta entonces.
En cuanto a la Administración
Clinton, ¿continuó y aún profundizó el esquema descripto en
la “Iniciativa para las Américas” del ex Presidente Bush? Creemos que sí, pero
no debíamos hacernos muchas ilusiones, pues, la “Real Politik” siempre se
impone. Es indudable que la victoria Demócrata significó el rechazo a la ola de
Liberalismo reaccionario a ultranza que
se había enseñoreado en la década de los ’80 de las
sociedades desarrolladas y estaba siendo servilmente imitada, en muchos casos,
por gobiernos latinoamericanos. No analizaremos el aspecto y la perspectiva
interna de aquella administración, pues es menester centrarnos en el análisis
de lo que podía esperar A. Latina.
Para empezar, el estilo de su campaña
y su propuesta laboral, colocaron a Clinton en la más firme tradición del “New
Deal” Rooseveltiano (él llamó a su propuesta “New Covenant”, el Nuevo Contrato) que pudo llevarlo a la apertura,
también, de una “Nueva Frontera” en su política latinoamericana. Pero las
dificultades vinieron por la presión por un neoproteccionismo para la expansión
de puestos de trabajo, debido a la influencia que la central sindical AFL-CIO
tenía en el nuevo Gobierno, y lo que ya se notó en el Tratado de Libre Comercio
con México y Canadá, el cual vio reducida “ab-initio” su efectividad para
volver más competitivo al “bloque norteamericano” (tomando la expresión “norteamericano”
en su real acepción), frente al bloque más proteccionista, cada día, de la Comunidad Económica
Europea, por causa del agregado de “dimensión social”, es decir, las
prestaciones laborales y la protección del medio ambiente, que encarecieron su
aplicación. Es por eso y los otros razonamientos que apuntamos en ítems
anteriores, que creemos que los cambios
en nuestro sub-continente no fueron ni son muy espectaculares en el aspecto
económico-social pero seguirán su curso ascendente, sí, en todo caso
zigzagueante, de desarrollo en espiral, independientemente del Partido que
controle el poder en los EE.UU.; no creímos entonces, ni creemos ahora, que a
corto plazo, A. Latina pueda tener una prioridad estratégica de ayuda de
ninguna administración norteamericana. Debemos llegar al convencimiento que
sólo podremos “salir del pozo tirándonos de nuestros propios cabellos” y de
volver la mirada hacia nosotros mismos y nuestras propias fuerzas en una unión
efectiva de voluntades para evitar el infortunio que siempre nos ha traído el
que acciones desconocidas de otros decidieran por nosotros, y repensemos las
bases mismas de nuestra sociedad, asumiendo la responsabilidad plena de nuestro
destino y libertad, tal como lo soñaron antes tantos próceres y líderes como
Bolívar, Perón, Francia, G.Vargas , Haya de la Torre y tantos otros.
6.- LAS RELACIONES ARGENTINO-PARAGUAYAS
EN EL MARCO LATINOAMERICANO A TRAVÉS
DE LA HISTORIA. CONDOMINIO Y SEPARACIÓN.
6.- LAS RELACIONES ARGENTINO-PARAGUAYAS
EN EL MARCO LATINOAMERICANO A TRAVÉS
DE LA HISTORIA. CONDOMINIO Y SEPARACIÓN.
Nuestra intención no es la de
hacer historiografía, sino un análisis crítico en el marco de una evaluación
prospectiva para el siglo XXI de las relaciones de nuestras naciones dentro del
“gran todo” latinoamericano y mundial. Es así como hemos observado una conducta
histórica ambivalente que ha
significado “mutatis mutandis” un condominio de interés y una continua
tendencia a la separación histórica del Paraguay y la Argentina.
La antigua Provincia del
Paraguay, que los primeros cronistas denominaron “Provincia Gigante de las
Indias” por la vastedad de sus dominios, abarcó en un principio más de la mitad
de América del Sur, limitando al Norte con el Amazonas, al Sur con el Estrecho
de Magallanes, al Este con el “mar Atlántico” y la línea de Tordesillas y al
Oeste con las Gobernaciones de Almagro y Pizarro. Desde el comienzo los
destinos de nuestros pueblos se entrecruzaron y la geopolítica será un factor
gravitante a través de toda nuestra historia. Pero ulteriormente, tanto las usurpaciones
portuguesas como la propia Corona Española, fueron achicando esos límites. La
desmembración de Chiquitos (1590), la separación del Río de la Plata (1617) y el Tratado de San Ildefonso (1777), señalan
algunas de las mutilaciones que sufrió el territorio de la Provincia.
Buenos Aires como “base de paso
obligado” estuvo siempre en un “condominio” de intereses, sueños y aspiraciones
de esa empresa militar –pues ese fue el carácter de su planificación– que era la Conquista Española.
Además de ir afirmando el terreno conquistado para la Corona Española, ocupando
puntos claves que poder hacer valer frente a las pretensiones portuguesas, los
conquistadores pasaban por Buenos Aires y Asunción, rumbo a la codiciada Sierra
de la Plata. Así
fue que los primeros españoles que llegaron a Asunción en 1537, formaban parte
de cuatrocientos hombres capitaneados por Juan de Ayolas, quien dejando una
parte en la futura ciudad comunera de las Indias, rumbea hacia el Perú,
quedando sus huesos en aquella llanura chaqueña. La segunda irrupción de
españoles, en 1541, ya no arriba en son de guerra ni conquista, sino huyendo
del hambre y desolación de la primera Buenos Aires, hasta que más tarde, en 1580,
Juan de Garay repobla Buenos Aires con los “mancebos de la tierra”, salidos de
Asunción.
Hasta finales del siglo XVIII
con sólo dos puertos habilitados para el comercio de las Américas, Veracruz
para el Norte y Portobello, en el istmo de Panamá, para nosotros, todo lo
argentino debía pasar por Asunción en su lento peregrinar hacia el Perú para
Portobello; teníamos un común destino geopolítico. Correspondió a los
“agricultores soldados” defender la integridad territorial de la colonia, como
cuando correspondió a 4.000 guaraníes, comandados por el Gobernador Don Pedro
Lugo de Navarra, contener a los Paulistas invasores en el campo de Kaarupá
Guazú en 1636. Y controlada la invasión portuguesa, iniciaron los mestizos la
fundación de ciudades y fortines por los desiertos circundantes, sufragando de
esta forma la defensa del Río de la
Plata contra los malones, en esa identidad de intereses que
hacía a un condominio de un destino común.
Era aquella la época de la nula
inmigración, lo que apresuró y acrecentó el mestizaje; era también la etapa
histórica del “Mercantilismo” en que la riqueza nacional se identifica con la
riqueza fiscal, con la capacidad de
pago
(en moneda metálica). Era el predominio de la monoproducción, de la Encomienda, de los
pueblos de indios, de las reducciones Jesuíticas y también del
estallido del Movimiento Comunero. Pero para los finales del susodicho siglo
XVIII, se producen cambios económicos muy importantes: la yerba mate deja de
ser predominante y hay diversificación de la agricultura; empieza a exportarse
maderas, tabaco, y productos de la ganadería (cuero y sebo). La política del
comercio libre del Rey Carlos III nos trae un hecho histórico: la apertura del Puerto de Buenos Aires y
de otros 23 puertos habilitados para el comercio exterior en 1776, coincidiendo
con la “Revolución Industrial”. Esto trae aparejado cambios culturales; las
posibilidades para el acceso a la educación de la Provincia se multiplican
y en 1783 se abre en Asunción el Real
Colegio Seminario de San Carlos. Se irá formando una burguesía exportadora
y una “Intelligentsia” nativa “porteñista” interesada en estrechar los lazos
con la “metrópolis europea” que iba creciendo en el Río de la Plata y controlaba el paso
de los productos y la difusión de la cultura en conjunción con Córdoba. El
Paraguay de “condómino” geopolítico e “ideológico” va pasando a una cierta
“dependencia” socio-económica cultural.
7.- DE LA INDEPENDENCIA A
LA DEPENDENCIA.
La Provincia del Paraguay, que en un principio formó
parte del Virreynato del Perú, pasó a depender del Virreynato del Río de la Plata, a la creación de éste
en 1776. La creación del Virreynato determinó el progreso extraordinario de lo
que se llamaba “el Puerto” por
excelencia, de Buenos Aires: y la legislación mercantil liberal de los Borbones
–como apuntáramos– más su privilegiada ubicación, la “llave” de entrada al “Hinterland”
sudamericano, le dieron el poderoso impulso comercial que convirtió al “puerto” en una de las principales
ciudades de la América
española. La acumulación de riquezas, monopolios y privilegios hizo, por
supuesto, que Buenos Aires aspirase a la hegemonía política, pretensión que
generó la desintegradora resistencia de las provincias interiores (incluida la
Prov. Del Paraguay), que ya se sentían en
tren de ser sometidas y explotadas. Como dice Julia Velilla de Arréllaga en “Paraguay,
un destino geopolítico”(6): “Si profundo era el resentimiento paraguayo por
el desamparo en que injustamente lo tenía la Corona Española, después de
haber ganado y conservado para su Rey, con enormes sacrificios, medio
continente, y por el aislamiento a que fue sometido, como castigo por la revolución
comunera; más profunda aún, era la amargura que le producía la actitud
prepotente e ingrata de Buenos Aires. Por el sólo hecho de dominar la llave de
su salida al mundo, Buenos Aires pretendió convertirse en tutor del Paraguay y
actuó arbitraria y abusivamente”. Y el gran historiador paraguayo Julio César Chávez, señala en su obra “Historia de las relaciones entre Buenos
Aires y el Paraguay 1810-1813”(7),
que la revolución del 25 de Mayo de 1810, confirmó los temores sobre la política
de Buenos Aires y acota que “si en
esa hora decisiva para América, Buenos Aires hubiera actuado con sentido
nacional y equilibrado, habría mantenido la unidad del Plata y la formación en el Sur de las Américas de una potencia capaz
de contrapesar en la balanza a la poderosa confederación del Norte”.
Nos hemos detenido un poco en la
historia precisa para significar el meollo de problemas alrededor del cual
girará la historia de los desencuentros en las relaciones de nuestras dos
naciones. A partir de su independencia, el Paraguay irá apartándose de la
influencia Bonaerense, separación que comienza ya con la derrota de Belgrano y
se volverá casi definitiva con la defenestración del Gobierno, y ulterior
destrucción, de la facción “porteñista” por parte del Dictador Francia.
Al advenir la independencia del
Paraguay, tres facciones o “partidos” principales se disputaron la hegemonía de
la conducción política: una aristocracia hispano-criolla incrustada, sobre
todo, en el Cabildo de Asunción; una clase mercantil –importadora y exportadora–
“porteñista” porque estaba interesada en mantener sus negocios con Buenos Aires
y el resto exterior; y una facción “jacobina” cuya cabeza indiscutible era el
Dr. Francia que representaba los intereses de clase del pequeño campesino
libre, aquel heredero del “agricultor-soldado”, que constituyó la base social
de la formación de la nación paraguaya. Con la derrota de las ideas de Juan
José Castelli y la prematura muerte de Mariano Moreno en Buenos Aires, se
impone la política centralista que provoca la anarquía por la resistencia del
interior. Y la consolidación del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia en el
poder del Paraguay, que conservará como Dictador Perpetuo hasta su muerte en 1840,
lleva al Paraguay a un aislamiento creciente que resiste todos los intentos de
hegemonía y aún de aproximación de Buenos Aires, así como evita la anarquía
reinante en el resto de la comarca.
Después de la muerte del Supremo
Dictador, acaecida en 1840, tras un breve período de transición, se afirma en
el poder don Carlos Antonio López, quien comienza cierta modernización
transformadora pero que fue sólo de grado, no de esencia. El “Estado Autóctono”
–como lo llama el nacionalista J.
Natalicio González– seguía siendo la principal fuente de producción y de
acumulación de capital en contraste con el liberalismo mercantilista porteño.
Las relaciones Argentino-Paraguayas, congeladas tanto tiempo por las tentativas
anexionistas de Rosas –que no reconoció nunca la independencia del Paraguay, y
que le valieran esta réplica del Presidente López: “La masa homogénea, fuerte y
compacta de la nacionalidad paraguaya, profesa una aversión profunda contra
todo lo que suene a dominación porteña…”– comenzaron a normalizarse por el
reconocimiento sobrevenido después de Caseros, y se afirmaron plenamente con la
histórica mediación del hijo del Presidente, el entonces Brigadier General
Francisco Solano López, quien evitó el choque cruento entre Buenos Aires y la Confederación, con
el “Pacto de San José de Flores” del
11 de Noviembre de 1859. Pero la tormenta de la Guerra de la Triple Alianza lo trastrocó
todo.
Con la destrucción del Estado
Paraguayo por la hecatombe del ‘65-70’, la “Segunda República Paraguaya”
adquirió el formato constitucional de una democracia liberal. Argentina y
Brasil se disputaron la influencia sobre los gobiernos paraguayos que se
sucedieron. De los grandes Partidos Políticos fundados antes del fin del siglo
XIX, el Partido Liberal era más decididamente “Argentinista” mientras que su
símil, el Partido Nacional Republicano, luego más conocido por Partido
Colorado, balanceaba el péndulo por su afinidad con la política Brasileña. Así
las cosas, la revolución armada de 1904 que significó el fin del predominio
republicano y entronizó en el poder al liberalismo, contó con el apoyo y ayuda
efectiva de elementos del Gobierno Argentino cuyo Presidente Julio A. Roca y su
sucesor el Dr. Manuel Quintana, son sindicados por los Colorados de haber violado
los llamados “Pactos de Mayo”, que Argentina suscribiera en Santiago de Chile
comprometiéndose a no inmiscuirse en los asuntos internos o externos de los
otros países.
El Paraguay fue “satelizado”
desde entonces. El predominio del capital anglo-argentino, ya evidente a fines
de siglo, fue total en el Paraguay, con empresas como “La Industrial Paraguaya”,
“La Fabril”,
“Anderson-Clayton”, “Pinasco”, “Sastre”, y otras, que monopolizando la
industrialización y exportación del tanino, la carne, maderas, tabaco, algodón y
yerba-mate –productos básicos de exportación– pesaban políticamente más que el
propio Gobierno –que, por otra parte, tenía a sus más altos exponentes como
accionistas, abogados o ejecutivos de dichos monopolios– y también lograban que
el Gobierno porteño apoyara siempre los intereses paraguayos en su acción
diplomática, como sucedió cuando el conflicto con Bolivia que deviniera en la Guerra del Chaco.
Con el retorno del Partido
Colorado al poder comienzan pronto los primeros roces. Aunque el Gobierno
nacionalista de Perón había ayudado al Gobierno del Gral. Morínigo, apoyado por
el Partido Colorado, durante la guerra civil del ’47, una vez que nuestro
citado J. Natalicio González asume la Presidencia de la Rca., considera como
intervención y como una reedición de las pretensiones anexionistas de Rosas las
intenciones argentinas de conformar una unidad de acción política, diplomática
y económica con los circundantes Paraguay, Bolivia y Chile, para presionar
sobre el Uruguay y oponer un bloque compacto al “destino manifiesto” de
expansión brasileño. Según refiere y denuncia el mismo ex mandatario paraguayo,
en su libro “El Estado Servidor del
Hombre Libre”(8): “Al Presidente Natalicio González correspondió afrontar
las tentativas anexionistas de Perón…” y “…En Enero de 1949 el mandatario
argentino salió con la suya. El Presidente González fue despojado del poder y,
desterrado del Paraguay y de la
Argentina, difamado y perseguido por el gobierno de dos
países a través del continente...”, entonces “…Agentes de Perón se hicieron
cargo de la política paraguaya y el 14 de Agosto de 1953, se firmó el Convenio de Unión Económica
Paraguayo-Argentino que, bajo un sistema de aparente reciprocidad, enajenó
la soberanía de la nación guaraní”. Y agrega en forma terminante, “…El
mecanismo del Convenio estaba calculado para crear una relación de dominante a
dominado. De hecho, por el imperio de compromisos bien precisos, el Gobierno
Paraguayo se avino a someter a los designios de la política argentina su plan
de producciones, la financiación de sus industrias, la construcción de caminos,
la organización de transportes, todo su sistema de comunicaciones. Lo mismo que
sus sistemas monetario e impositivo. Se requería un acuerdo firmado con la Argentina para construir
gasoductos, acueductos y oleoductos, y la realización de estas obras tenían que
responder, indefectiblemente, ‘a las necesidades de intercambio’. La ruta Trans-Chaco y el camino al Brasil,
ya iniciados, desaparecieron por abandono” (el subrayado es nuestro).
Hasta aquí, Natalicio. Pero muy
pronto, con la caída de Perón y la asunción del Gral. Alfredo Stroessner, las
relaciones de política internacional paraguayo-argentina cambian de signo. La
política hostil de la “Revolución Libertadora” que derribó a Perón, hacia el
“régimen afecto al Peronismo” que continuó con el Gobierno de Arturo Frondizzi,
aceleró el acercamiento paraguayo a Itamaratí hasta que al cabo de un par de
décadas de “apertura hacia el Este”, el remate del Tratado de Itaipú ponía de
relieve el fracaso de la diplomacia argentina y la alineación del Paraguay al
Brasil.
8.- ¿ES POSIBLE
OLVIDAR LA HISTORIA?
Con el largo régimen colorado
del Gral. Stroessner, la historia del Partido Nacional Republicano
“brasileñista” pareció reeditarse. Paraguay se convirtió en apoyatura
importante de la geopolítica brasilera en su tesis “Travassos-Golbery” del
“cerco a la Argentina”
que examinaremos más adelante. Y el apoyo sustancial brindado por el Gobierno Radical
de Raúl Alfonsín, en los últimos años del stronismo y más abiertamente después,
a la oposición del Partido Liberal Radical Auténtico, parece llevarnos a la
conclusión de que la historia se repite y que –como lo dijera Napoleón al
regresar a París para la “saga de los cien días” y observar otra vez el “Dios
salve al Rey” en lugar del lema, ya tan caro a los franceses, “libertad,
igualdad, fraternidad” y en vez de la tricolor la escarapela blanca de los
Borbones, : “Los Borbones, ¡siempre los mismos. No han aprendido nada, no han olvidado
nada!”– aún no es posible superar sus avatares y aquilatar sus enseñanzas. Debe
Argentina “ponerse en cero” y comenzar una nueva era de relaciones bilaterales
con la nación guaraní en el marco integrador del MERCOSUR sin preferencias
especiales por Gobiernos que en adelante deberán ser relativamente alternativos
y aún efímeros, pues debemos apuntar decididamente por la consolidación y
expansión del ciclo democrático como parte de la globalidad de las relaciones
internacionales cada vez más interdependientes dentro de un “NUEVO ORDEN
MUNDIAL”. En este caso tenemos que tener presente lo que dijera el célebre
filósofo del Pragmatismo norteamericano,
George Santayana: “Los pueblos que
olvidan la historia, están obligados a repetirla”.
9.- LA REGIONALIZACIÓN
DEL PODER.
Para evaluar este tema entramos
decididamente en el terreno de la Geopolítica.
Y de inmediato nos preguntamos, ¿la Geopolítica es algo
más que “ciencia ficción”? ¿puede confundirse con la Geoestrategia? ¿es
válida para la apreciación política en tiempos de paz?. Trataremos de dar
alguna respuesta a estos interrogantes a medida que vayamos analizando –aunque
someramente, dada la índole más general de este trabajo– sobre el terreno de la
praxis de nuestros días, los fenómenos de las relaciones entre el espacio y el
poder, así como la evolución del concepto “espacio económico” y de los
comportamientos sociales y políticos a través del tiempo.
En ésta etapa histórica que aún
vivimos, el sistema permanece dentro del marco nacionalista y la realidad
objetiva del Poder gira alrededor de tres metas principales y prácticamente
universales: la primera es la seguridad;
la segunda es la prosperidad; y
la tercera el poderío y prestigio o
sea la decisiva influencia. Esta
realidad del mundo de los siglos XX y XXI da la pauta de las relaciones
internacionales que lo lleva a una situación de competencia y que, en el mejor
de los casos, desemboca en un marco de coexistencia pacífica, pero deja abierta
la puerta a situaciones conflictivas como hemos visto en Afganistán, Irak,
Libia, ahora Siria, y en general el oriente de la “Primavera Árabe”. El sistema
implica ineludiblemente que unos Estados quieran modificar el “statu quo”
internacional, mientras que otros lo quieren mantener. Permanecemos todavía
dentro del esquema de espacio caracterizado por el Estado-Nación –cuya crisis ha comenzado– concepto que apareció
después del período Feudal y se desarrolló paralelamente a la primera
revolución industrial. Pero se puede suponer que el Estado nacional no será la
forma definitiva de organización que utilice el ser humano para gobernarse, y
que el nacionalismo, a pesar de su
recrudecimiento actual, ha de evolucionar hacia formas superiores de
organización y sentimiento. Estamos viviendo la paradoja de una época histórica
de transición entre el nacionalismo exasperado y la idea cada vez más aceptada
del Estado supranacional, en su
carácter más favorecido, el de la Gran
Federación
Continental con miras a la globalidad. Tenemos aquí, y ya lo estamos
viviendo, el primer eslabón de los grandes cambios que afectarán a los Poderes
soberanos en el futuro del siglo XXI como se nota ya en ésta primera década.
Ahora bien, ¿cuál es la
situación política que enfrentan los países periféricos en el contexto del
“Nuevo Orden Internacional” de la post-guerra fría?. Según John Chipman, politólogo norteamericano(9), ella es producto de la
interacción entre el nuevo carácter de las relaciones internacionales y los
desafíos internos de los países del llamado tercer mundo. Con la atención que precisan los nuevos problemas surgidos del
derrumbe del “socialismo real” en Europa Oriental, se estuvo asistiendo a una
disminución, en la destinación específica y en magnitud, de los auxilios para
el tercer mundo (que a veinte años de ese derrumbe resulta obvio); está claro
que para las superpotencias trilaterales los tratamientos de los conflictos
regionales son menos urgentes; ya no existe la posibilidad de enfrentar al Este
contra el Oeste, y los Estados sub-desarrollados luchan por saber cómo maniobrar,
dada su insignificancia política ante los grandes. En general, enfrentados a la
realidad de una inestabilidad local permanente, esos Estados no podrán
conseguir fácilmente apoyos externos. Y habiendo disminuido la importancia de
la competencia por el patrocinio de las superpotencias de antaño, nuestros
Estados tienen que confiar en su propia fuerza para tratar de alcanzar sus
objetivos de desarrollo y aún su identidad y nacional.
En el nuevo orden internacional
en que el interés del centro por jugar un papel protagónico en los problemas
regionales decayó, se nota que la conducción de su política para el tercer
mundo dejará que esos problemas sean tratados localmente y que se dé la
paradoja que, mientras los grandes conflictos (como los países del medio
oriente que hemos citado) sean resueltos en el centro unipolar, los sub-centros
de poder, es decir, los protagonistas regionales tendrán creciente autonomía
para manejar los retos de las exigencias externas en materia de cambios, con un
acrecentamiento de la “regionalización del poder”.
10.-
GEOPOLÍTICA DEL BRASIL.
Aquella famosa frase de Richard Nixon, que a muchos
sudamericanos y en especial a los argentinos pareció ominosa, “hacia donde se incline el Brasil se
inclinará Latinoamérica”, parecía confirmar las teorías que, arrancando del
Gral. Mario Travassos culminaron en
la famosa “Doctrina de la Seguridad Nacional”
magistralmente expuesta –para nuestra desgracia– en el libro “Geopolítica del Brasil”, de su
discípulo el Gral. Golbery do Couto e
Silva(10), considerado hasta hoy el más brillante e influyente de los
geopolíticos brasileños. Estas teorías, ampliadas y actualizadas por la década
de los ’60 en la Escuela
superior de Guerra (La “Sorbona”) del Brasil, se transformaron luego en la
misma estrategia de Itamaratí, y así tomaron cuerpo conceptos tales como “el
destino manifiesto” de Brasil, las “frontera ideológicas”, el “satélite
privilegiado”, las “fronteras vivas”, el control del Atlántico Sur, la Comunidad Afro-Luso-Brasileña,
y el “cerco antagónico sobre la
Argentina”.
No se trata aquí de analizar el
libro del General Golbery a la luz de las teorías de la geopolítica; esa es
tarea de los especialistas y contribuiría muy poco al objetivo de nuestro
trabajo que es la comprensión del pasado y la previsión del futuro. Lo que deseamos
es verificar qué elementos conformaron su visión especial del proceso brasileño y, teniendo
en cuenta el papel desempeñado por el autor en la conducta política de los
gobiernos militares, desde Castello Branco en 1964 hasta el antecesor de Figueiredo,
examinar si la acción gubernamental de ese período estuvo al servicio de
aquellos principios inspirados en la “Geopolítica del Brasil” y hasta dónde
cumplieron con aquello que se denominó “Poder nacional” y con los “objetivos
nacionales permanentes”.
El fundamento del pensamiento
geopolítico en el Cono Sur en general y en Brasil en particular, ha sido el
concepto orgánico de la “Nación-Estado” el cual sostiene que las
“naciones-estado” son análogas a organismos vivientes que nacen, crecen, buscan
espacio y recursos para vivir, con el fin de aumentar su poder y, luego,
finalmente decaen y perecen. Golbery do Couto e Silva, como defensor de ese
concepto, tiene un punto de vista pesimista y darwiniano de las relaciones
internacionales, en el que los Estados poderosos se hacen más fuertes y los
débiles se someten o perecen, y los militares imbuidos de la Doctrina de la Seguridad Nacional
han tendido a identificarse fuertemente con esta “Nación-Estado-Orgánica” y
creyeron que su principal deber era el de asumir firmemente la defensa de ese
Estado tanto de sus enemigos externos como internos.
Ese elemento fundamental que se
nota en la conducta de los Gobiernos militares brasileros, se advierte
significativamente en el libro del Gral. Golbery, especialmente en la
introducción titulada “El problema vital de la seguridad nacional”, “Un eterno
dilema del hombre, animal social”, donde es patente la influencia de Hobbes,
ese filósofo del “gran miedo”, cuando literalmente expresa: “…El Estado
soberano, surgido de las fuentes profundas del Miedo, para proveer la seguridad
individual y colectiva en la
Tierra, pasaría a afirmar su voluntad omnipotente sobre los
destinos de todos los súbditos que lo habían creado...” Y “…Hobbes puede ser
considerado como el patrono, reconocido u oculto, de las modernas ideologías
políticas que amenazan, por todos lados, al mundo decadente de un liberalismo
impotente y exhausto”. “…Hoy, la inseguridad del hombre es la misma, quizá
todavía mayor…” y “…el eterno dilema que lo aflige… tiende a solucionarse de
nuevo… por el completo sacrificio de la libertad en nombre de la seguridad
individual y colectiva”. El miedo, pues, de que nuestra civilización cristiana
occidental desaparezca y, con ella, nuestro Estado-Nación, inspira todo el
concepto de la “Seguridad Nacional” desarrollado en el libro de Golbery y lo
lleva a un antiliberalismo reaccionario, entremezclando los principios del
Estado de Derecho del siglo XIX con la Escuela de Manchester y los principios meta-jurídicos
que informan la normatividad del Derecho y la Seguridad Jurídica,
exaltando la Libertad,
no como atributo del individuo ante el Estado, sino como fundamento de la
“Seguridad Nacional”, es decir, puramente instrumental y no moral.
Otro elemento que agrega la
geopolítica brasileña es la idea que ningún grupo social era capaz, en aquélla
época, de dar apoyo a la acción del Estado para reformular las estructuras
sociales y las suyas propias para adecuarlas a las exigencias del momento,
lograr la racionalización de la economía y cumplir con el destino intuido de la
nación, y que por lo tanto las Fuerzas Armadas eran llamadas a ocupar el núcleo
de poder en el Estado. El elemento “desarrollista” dio lugar también , a una
variante que, frente a los aspectos más agresivos, hostiles e imperiales de la Doctrina de la Seguridad Nacional,
puso énfasis, no sólo en el desarrollo de los recursos nacionales y de su
voluntad de poderío, sino también a acercamientos cooperativos hacia los
Estados vecinos. Pero la mentalidad geopolítica de Couto e Silva, condujo, por
la lógica interna de la proposición inicial, a una política de Poder con el fin
de fortalecer el Estado frente a todo lo demás y, por ende, a una política
nacionalista tendiente al expansionismo, que podemos señalar claramente citando
estos párrafos de la edición traducida por Paulo Schelling, conocido
nuestro(11), “…el hecho fundamental que se debe considerar, en el conjunto del
panorama internacional, es que cada Estado se mueve bajo el impulso potente de
un núcleo de aspiraciones e intereses, más o menos definidos con precisión en
un complejo jerárquico de Objetivos. Para los Estados-naciones de nuestra
época, son sus objetivos nacionales”, y “…el Brasil está magistralmente bien
situado para realizar un gran destino tan incisivamente indicado en la
disposición eterna de las masas continentales, cuando suene, al final, la hora
de su efectiva y ponderable proyección más allá de las fronteras”(12).
Ese elemento nacionalista ha dotado
al pueblo brasileño de una “visión de futuro” diferente y superior a la de sus
congéneres latinoamericanos; y eso no es un elemento desdeñable; el escritor
holandés Fred Polak describe muy
bien, en su libro “The Image of the
Future” lo que concierne a la relación que existe entre el progreso de las
naciones y la imagen que éstas tenían de su futuro. Polak quería saber qué
existió primero: si la idea que esa nación tenía de su futuro o el desarrollo
mismo a que esa nación llegaba. Lo que él descubrió en sus investigaciones fue
que, en gran medida, una visión de futuro precedía al éxito. Una y otra vez
pudo confirmar que primero un país tenía que tener una imagen convincente del
futuro al que quería llegar y ésta imagen, generalmente, era sugerida por los
líderes; luego, la comunidad hacía suya esa visión de futuro y le brindaba su
apoyo; así, en forma conjunta, convertían ese sueño en realidad. Tal lo
sucedido con Brasil; a pesar de todos los tropiezos y problemas que enfrenta,
es actualmente la nación líder de Latinoamérica y la sexta potencia industrial
del mundo.
La ideología nacionalista
impregna toda la obra de Golbery do Couto e Silva; pero ahí también puede estar
su talón de Aquiles, pues, en prosecución
de
un nacionalismo que “…es todavía toda nuestra nobleza. Y si no lo es
concientemente, es muy importante que lo sea” (p. 121), y que “…Por lo tanto, el nacionalismo es, debe ser, sólo puede ser
un absoluto, en sí mismo un objetivo último” (p.124) para “…lograr el nivel
superior de un nacionalismo ya maduro, realista y crítico y, en otras palabras,
aséptico, que ya no se unirá más a la corruptora histeria demagógica y
bloqueará, al fin, la endemia desvitalizadota de la teorización hueca y
superada” (p. 126), Golbery llega a descreer de la capacidad creadora del
pueblo, el cual debe ser empujado, conducido –aún a su pesar– hacia la
construcción de la grandeza del Brasil, siendo no precisamente el sujeto de la
historia del país sino el objeto de la acción del Estado, porque –y aquí encontramos
otro elemento–para el “ethos” burocrático-militar de quien escribió la
“Geopolítica” y de los Gobiernos que se inspiraron en ella, la guerra y la
política son partícipes de la misma naturaleza, de ahí su propensión al empleo
máximo de la violencia y el sacrificio de factores
esenciales de la política como la flexibilidad de la acción, las tácticas
de marchas y contramarchas y el contacto permanente con las masas.
Ese “corsé” ideológico le
impidió a Golbery contar con una teoría del Estado adecuada para presidir la
elaboración de su doctrina, y por considerar solamente a la fuerza social
hegemónica que debía ser privilegiada para organizar la racionalización de la
economía y la visión de futuro de la nación, el régimen inaugurado en 1964 sólo
pudo durar el momento de la dominación del Estado por su instrumento o sea, el
tiempo que la sociedad tuvo capacidad de soportar esa dominación; no pudo
proyectarse como proyecto diferente al liberalismo capitalista signado por un
Estado “carterial”, al cual volvió, porque las FF.AA. no pueden realizar la función por
antonomasia del Partido Político: organizar la sociedad, ligar las
fracturas, optar por alguna de las diferentes fuerzas que componen el cuadro
social, vencer el miedo a la crítica de la sociedad y finalmente pasar de la
crítica de la sociedad a su organización en una nueva relación de las fuerzas
presentes.
Con todo, si el Brasil sigue
desarrollándose y paulatinamente supera, o por lo menos alivia los rigores de
su deuda externa, la inflación (como parece estar consiguiéndolo), el desempleo
y la marginalización creciente de las mayorías sin estancar la renta per cápita
ni regresar a una economía de rasgos primario-exportadores, entonces el régimen
político basado en la Doctrina
de la Seguridad Nacional
por un cuarto de siglo casi, habría rendido sus frutos en una etapa crítica de
su historia para volver a diluirse en las aguas más quietas de la corriente
democrática universal.
11.- EL CICLO
DEMOCRÁTICO.
América Latina en las décadas
precedentes ha sufrido el flujo y reflujo de las mareas que traían y alejaban
de nuestras costas Gobiernos Democráticos y Dictaduras Militares. Después del
vuelco marxista de la
Revolución Cubana, una trepidante sucesión de Golpes de
Estado fue llenando
el
continente de gobiernos militares o militaristas afectos a la doctrina de la
seguridad nacional. Fue así que, en Sudamérica –nuestro espacio geopolítico– para
mediados de la década del ’70, todos los regímenes, excepto Venezuela y
Colombia, eran militares o dominados por ellos. A las acciones paramilitares de
la guerrilla rural y al terrorismo de la guerrilla urbana, los ejércitos
nacionales respondieron con la singular dureza del terrorismo de Estado en el
marco de una generalizada e indiscriminada represión.
Pero la década de los ’80 trajo
nuevamente el flujo democrático. Los gobiernos militares se agotaron por el
cumplimiento del objetivo primario pregonado para la toma del Poder: la
derrota, el desmantelamiento o la neutralización de los Movimientos
guerrilleros urbanos o rurales; también por la imposibilidad de resolver los
graves problemas económicos y sociales; por las contradicciones surgidas en las
mismas FF.AA. a causa de la apertura de una “interna” política, dada la
actividad supletoria del Partido Político asumida; y la presión internacional
de las potencias centrales. Además, como las Fuerzas Armadas no llegaron a
formular una nueva teoría del Estado ni una ideología que superase los marcos
de la Democracia Liberal,
su proclamada intención fue siempre –en vez de la creación de un nuevo tipo de
Estado– la vuelta a los moldes institucionales democráticos propios del
capitalismo occidental y la devolución del poder a la civilidad.
La Perestroika soviética
y el posterior derrumbamiento del “socialismo real” aceleraron y afirmaron el
flujo democrático en América Latina, por la desaparición del “peligro de
subversión comunista” enarbolado por la doctrina de la seguridad nacional y el
papel ya menos importante asignado a los ejércitos nacionales en el juego
político del tablero internacional. En los tiempos que corrían, pues, los
militares retornaron por doquier a sus cuarteles y tomaron una posición de
aparente prescindencia política. Pero este repliegue no los apartó por completo
de un papel político más o menos encubierto, y su aparente ausencia del primer
plano de la política –como se pudo observar claramente en Argentina, Paraguay y
Chile de principios del ’90– no los privó de ejercer una acción sostenida y de
gran alcance en la vida cotidiana de las instituciones y aparatos del Estado y
aún, como en el caso Paraguayo, de los Partidos Políticos.
Ahora bien, en la euforia de la
libertad reencontrada, pocos parecieron advertir los problemas que la
transición a la democracia tenía que resolver. Para una gran mayoría, la
transición terminaba con el juramento Presidencial del nuevo gobernante civil.
En un alegre “wishful thinking” (13) olvidaron, silenciaron o pasaron por alto,
los ítems de la agenda aún por llenar con soluciones las más de las veces
urgentes. Así se tenía el problema de la inserción de una Fuerzas Armadas
fuertemente politizadas en un régimen político cuya liminaridad doctrinaria no
podía reconocerlas como otro actor político; también el problema de la clausura
del pasado signada por el descubrimiento inevitable de los “secretos sucios” y
los juicios por violaciones de
los derechos humanos; la dificultad de la clase política para hallar un
discurso que interpretase a la mayoría de la población; la presencia inmanente
de ese “legado de miedo” con la pérdida aparejada de ese sentimiento de
seguridad, que es el elemento sustancial que permite en la democracia liberal
el ejercicio pleno y responsable de los derechos y obligaciones del ciudadano;
y los problemas que por sí mismos limitaban la transición cuales son los
económicos y propiamente políticos.
Siguiendo el razonamiento de Carina Perelli(14) encontramos tres legados del pasado que es menester
tener siempre presente y analizarlos con sumo cuidado para comprender a
plenitud los problemas del ciclo democrático y poder realizar una prospectiva
razonablemente exitosa de su evolución y posibilidades de consolidación y desarrollo.
El primer legado del pasado sería “una
nueva visión civil del mundo” en la cual por la memoria societal, a causa
de la prolongada represión implementada como medio de control de la población,
en la conciencia ciudadana se conceptualizó la reificación del poder monologal
y la concomitante demonización, a nivel del imaginario social, de todo
ejercicio demasiado desnudo o abierto, del poder. Esto se expresa en la
práctica por la conversión de los problemas políticos en contiendas éticas y se
plantea como una fuerte ruptura del marco de cultura política hegemónica
anterior produciéndose una creciente pérdida del distanciamiento propio de lo
estrictamente político, distanciamiento que es lo que permite el encuadramiento
de los problemas públicos dentro de los parámetros doctrinarios y de las
estructuras organizativas de los partidos políticos y del juego político “tout
court” (15). Porque “…cuando lo personal es político, entonces lo político deja
de ser analizado a la luz de la propia razón, del cálculo realista, del
encasillamiento ideológico, de la tradición partidaria. Lo político pasa
también a ser vivido como personal, y a regirse por las normas que gobiernan en
esencia la vida privada: los principios éticos” (p. 78).
Esta nueva visión civil del
mundo trae aparejada una doble consecuencia: por un lado, provoca problemas a
nivel de la presentación de intereses por parte de una clase política que
continúa operando con los referentes de cultura política anteriores ( por ej. En las elecciones internas de
1992 para la designación del Candidato a Presidente de la Rca. del partido gobernante
en Paraguay, el Colorado, la corriente oficialista que postulaba a Wasmosy
fracasó a causa del grave error de cálculo de operar sobre la base de la “seguridad
infalible” que otorgaba el referente anterior del “apoyo del Ejecutivo y los
Mandos Militares” , teniendo que verse en la necesidad de despojarlo a Argaña
de su triunfo por medio de un violento fraude que más bien constituyó un “Golpe Manu Militari”), básicamente estableciendo una
fuerte distinción entre la ética y la política, y buscando soluciones políticas
a problemas diagnosticados como políticos de acuerdo a este esquema. Por otro
lado, en el caso paraguayo, la nueva visión del mundo tendió a la ruptura del
esquema referencial hegemónico propio de las sociedades tradicionales y provocó una disonancia cognitiva que hace y
hará vivir en un permanente conflicto de interpretaciones de la historia de los
últimos 60 años.
Otro insoslayable legado del
pasado se refiere a “los cambios
internos de la institución militar”. Debemos tener siempre presente para
nuestro análisis, que en nuestros países –como dice la autora que estamos
siguiendo– “…la carrera militar no es un ‘job’, un trabajo más, en el que se
puede progresar y se tiene el horizonte económico más o menos asegurado”(16), “…Por
el contrario, la corporación castrense constituye una institución en el sentido
más abarcativo del término. Ello implica, a su vez, la constitución de una
visión del mundo y de una identidad propia, diferente de la predominante en el
ámbito no castrense”(17). Sobre la base
de esa cosmovisión, cuando las Fuerzas Armadas se constituyen en actor político
y en la medida en que van ejerciendo el poder durante un período prolongado,
tienden a ir perdiendo su monolitismo institucional. Dentro de la misma
organización militar, comienza a desarrollarse una especie de sistema político,
se forma su propia “interna” con facciones y corrientes definidas. Eso da lugar
a posiciones cambiantes de la postura oficial y por último, en su forma más
extrema, apeligra la misma existencia de la corporación como institución. Y en
éste proceso, que indudablemente desgasta la imagen militar, afloran claramente
en su seno, vertientes políticas, doctrinarias y éticas, que se agrupan en
torno de los militares “institucionalistas” pragmáticos a ultranza, y los
Oficiales “políticos” imbuidos del “fundamentalismo militar”. La administración
de éste legado fue otra de las cuestiones que el “ciclo democrático” de
transición debió resolver.
Por último, tenemos el tercer
“legado” que nos presenta la
Perelli: el de “una
clase política con dificultades para adaptarse a la nueva situación”. Esto
sucede porque, con la vuelta del juego político, afloran, por una parte, los
políticos novatos con ninguna experiencia en la gestión directa del gobierno ni
tampoco –por imperio mismo de las circunstancias anteriores– en las lides que
se suscitan en el ruedo político del marco democrático. Por otra parte, vuelven
o continúan aquellos viejos políticos, con su carga de tradicionalismo,
experiencia y continuidad de gestión, pero que utilizan como referente y guía
para la acción, la cristalización de su vieja visión del mundo. Al respecto
dice Carina Perelli: “…El referente de cultura política que así se maneja está
caracterizado por su atemporalidad, su secularización, y su temeroso
desencadenamiento. A la definición de la política como arte de lo posible, se
le agrega el matiz del miedo: lo posible, la democracia, ha de conservarse a
cualquier precio… Como anverso de la medalla surge la reificación del valor
instrumental: la ingeniería política se transmuta en liturgia democrática. El
ejemplo más notorio es la insistencia en la reforma política y constitucional
como vía central de resolución de todos los problemas que aquejan a la República”.
Así pues, en una dinámica
intrínsecamente perversa, que la notamos primero en Argentina y luego en
Paraguay, la clase política al no lograr potenciarse como el eje articulador de
las distintas demandas, ha pasado a convertirse en el elemento potenciador de
las mismas crisis que teme provocar. Y ello sucede porque los líderes, en lugar
de comportarse como estrategas, que debieran ser, se comportan como meros
operadores políticos, aumentando los grados de incertidumbre, dada la
heterogeneidad de su conducta –algunos pasaron a convertirse en serviles
ordenanzas de los Poderes fácticos y otros en extremos y celosos “Catones
Censores”– con el resultado que, en vez de aprovechar el “tiempo de gracia” de
la euforia democrática, para elaborar una “solución política negociada” para
todos los problemas que hemos reseñado anteriormente, ese tiempo fue empleado
más bien en la implementación de diversas estrategias, a menudo antagónicas,
que satisfacían intereses parciales –individuales o grupales– que no han
resultado en la definición y resolución de los “legados del pasado”. De la
comprensión de éstas premisas devinieron, a tropezones, las soluciones de los legados
y los ,problemas apuntados y por ende la continuidad del ciclo democrático,
pues, como colofón debemos reafirmar que no se debe esperarlo todo de la
voluntad política del “Imperio unipolar” ni del resto de las potencias
centrales; ellos sólo obrarán directamente cuando sientan afectados sus
intereses vitales; en la resolución de los conflictos locales de la periferia la
regionalización del poder es ya hoy una realidad fáctica bastante autónoma.
12.- SITUACIÓN POLÍTICA, ECONÓMICA
Y SOCIAL
DEL CONO SUR.
La CEPAL acuñó la frase “la
década perdida” para señalar la grave situación en que se encontraba América
Latina al término de los años ’80. Y no era para menos: en 1990 el nivel del
producto por habitante era igual o menor que el que se registraba 13 años atrás
y fue poco lo que cambió en los diez años posteriores. El retroceso había sido
de una trágica enormidad e hizo disminuir drásticamente los índices de la
calidad de vida en sociedades ya brutalmente dializadas de las que ningún país
era una excepción. A la pregunta de porqué Latinoamérica había quedado tan
catastróficamente rezagada, se podía responder sólo en parte citando las
negligencias políticas y económicas del pasado inmediato y la crisis de la
deuda. Nuestra tesis es que el sujeto de
un desarrollo de largo plazo en una economía mundial descentralizada es la
sociedad estatal nacional en general, es decir, la totalidad de los factores que determinan la productividad relativa
de la economía nacional. En este plano social global deberíamos
preguntarnos si cuál es el “círculo vicioso” que ha impedido e impide el
desarrollo de América Latina. La respuesta del Cientista Social alemán Michael Ehrke, del Instituto
Iberoamericano de Hamburgo, coincide en
gran parte con la nuestra, y es que las sociedades latinoamericanas no han producido los “logros
de integración” que deben anteceder a un proceso de desarrollo económico
exitoso, o si lo han hecho fue insuficientemente. Y sin esos logros de
integración en que lo político, lo social y lo económico se entrelazan sin
solución de continuidad, Latinoamérica reaccionó tardíamente ante las radicales
transformaciones ocurridas en la economía y la sociedad mundial durante los
años ’70 y que estuvo acompañada por un cambio de forma en la economía del
globo. El “juego” de sumas positivas de los años ’50 y ’60, en el que muchos de
los participantes pudieron sacar partido de la creciente conexión económica
internacional, se convirtió en un “juego de suma cero”, un implacable concurso
de aniquilación entre economías nacionales bien pertrechadas y del cual
quedaron excluidos los débiles, es decir los subdesarrollados del tercer mundo
a los cuales fueron traspasadas sistemáticamente las repercusiones de las
crisis a partir de la crisis del petróleo de los años ’70. Estos países fueron
los que cargaron con los gastos de los déficits y del endeudamiento, que se
dispararon a las alturas cuando los países industrializados completaron su
ajuste a las nuevas condiciones de la economía mundial.
En las naciones periféricas, a
diferencia de las naciones centrales, la industria no ha surgido como la
expresión final de un lento y trabado desenvolvimiento económico, desde el
artesanado a la gran producción capitalista. Por el contrario, las
posibilidades de nuestros países han sido rigurosamente limitadas por la
introducción masiva de la producción extranjera. Sólo ha podido irrumpir a
través de las fisuras abiertas en el sistema del mercado mundial por los golpes
de las crisis o los conflictos militares internacionales, y cuando esas fisuras
se cierran el peso de las contradicciones recae con más fuera sobre la región
en desarrollo más avanzado en el proceso de industrialización. Tal es el caso
de América Latina, que, dentro del maremagnum del tercer mundo, era el
continente más desarrollado y de cuyos principales países –México, Brasil y
Argentina, que en 1980 produjeron entre ellos casi el 80% de las manufacturas
del tercer mundo– se creía que ya estaban en condiciones, a mediano plazo, de
trasponer el umbral de la industrialización.
Pero a pesar de ello, las
economías latinoamericanas resultaron sumamente vulnerables a los grandes
cambios de los años ’70 y posteriores. Con un sector industrial sin la suficiente
capacidad competitiva internacional, con una elevadísima cuota de materias
primas para exportar y con una alta dependencia de importación de bienes de
capital, no pudo resistir la ventaja competitiva de otras naciones en ésta
moderna versión “darwinista” en que se convirtió la lucha por tajadas del
mercado internacional.
La situación, pues, no es muy
halagüeña para América Latina. Aunque el retorno a regímenes democráticos –en
gran parte todavía “tutelados”, en los ’90, por unas fuertemente politizadas
Fuerzas Armadas– sugería un alivio al problema bárbaro de las violaciones de
los derechos humanos y el estado de resistencia y fragmentación social que ello
acarreaba, con la esperanza de lograr esa integración de
las sociedades, tan necesaria para el “despegue”. Sin embargo, precisamente los
procesos de ajuste y saneamiento económico, ejecutados en nuestras regiones,
han acentuado el drama por haber recaído sobre el segmento más pobre de la
población. Así, por ejemplo, en la mayoría de los países latinoamericanos el
salario real disminuyó un 20% y se estimaba que la recuperación del nivel que
tenía a principios de los ochenta llevaría unos seis años (pero llevó más);
según los datos de la CEPAL,
en 1980 había unos 130 millones de latinoamericanos en la pobreza mientra que
diez años después, la cifra se elevó a cerca de 200 millones y no ha disminuido hasta ahora en pleno siglo
XXI; la participación activa del valor de las exportaciones en el comercio
mundial era de un 12% hace cuarenta años y en la actualidad se sitúa en torno
al 4% (¡!); y por si esto fuera poco, los expertos de la CEPAL señalan que los países
industrializados aumentaron su productividad durante las dos décadas pasadas,
mientras que Latinoamérica mostró un decrecimiento importante y una tendencia
al estancamiento. Además, durante ese lapso, la necesidad de incrementar la
producción condujo a una destrucción progresiva de los bosques tropicales de la
región donde se desforestan unas diez millones de hectáreas al año.
En el Cono Sur, aún en el período de
auge, el crecimiento concentrador y excluyente generó posturas críticas que
planteaban la necesidad de innovar las políticas económico-sociales; y ya en la
década del ’80 –como ya hemos visto– se advirtió, con gran intensidad, la
necesidad de replantear las relaciones Estado-economía-sociedad como se sigue
haciendo en nuestros días.
La grave crisis interna que
afecta las esferas económica y social, presenta a los diversos sectores de la
sociedad la necesidad de replantear las políticas públicas, y los mismos
Gobiernos perciben la obligación de adaptarse a la reestructuración económica
que se da a nivel mundial. Por otra parte, los recursos manejados por el Estado
disminuyen con la crisis, con lo que se completa el círculo de las tendencias,
marcado por el aumento de las demandas derivadas de la crisis y de la capacidad
creciente de expresión de los actores; en éstas circunstancias aumenta la
ingobernabilidad económica y política y se limita la capacidad de acción del
Estado, siendo ya en Sudamérica –nuestro espacio geopolítico– la respuesta el
retorno a un autoritarismo estatista.
A medida que se consolidaron los
procesos de transición a la democracia, la gobernabilidad económica y política
se tornó más difícil, y ciertamente se
requiere un suerte de pacto entre actores sociales y políticos, en un contexto
dentro del cual la crisis dificultará aún más la legitimación de la gestión
estatal y ya está planteando esfuerzos crecientes en la construcción del
consenso.
El carácter marcadamente
autoritario de los regímenes anteriores a la apertura de los ’80, que parece
querer regresar, bloqueó durante décadas toda discusión pública y en esa medida
dificultó la comprensión de la naturaleza de los procesos socio-económicos y de
sus tendencias. Pero los estudios de base efectuados
a partir de las transiciones democráticas, demuestran que, según las tendencias
observadas, los obstáculos pueden ser
superados a partir de nuevos estilos de desarrollo que sólo podrán
intentarse si se logra la integración, en un gran consenso, de esa relación
triangular que abarque al Estado, los distintos sectores de la economía y los
diversos sectores sociales. Las posibilidades de consolidación de nuestras noveles
democracias están de ésta forma fuertemente condicionadas por la fluidez de la
discusión y posibilidad de poner en ejecución políticas alternativas, toda vez
que la agenda de discusiones y proyectos incluya tanto las insuficiencias de
nuestra estructura socio-económica como de las fórmulas para encarar la crisis.
De todos modos, por ahora todo
parece indicar que América Latina está apostando por la democracia y la
economía de libre mercado. El modelo adoptado en la década de los ’90 era
evidente y los propulsores de un neoliberalismo económico asumieron el poder:
se llevaron a cabo, contra viento y marea, las privatizaciones de empresas
públicas; los presupuestos se equilibraron y la inflación se mantuvo baja
aunque al precio de un alto costo social; los capitales que se habían fugado
regresaron en parte; las exportaciones aumentaron y el crecimiento parecía una
realidad. Los EE.UU. y los Bancos comerciales volvieron a ayudar para afirmar
la implementación de las recomendaciones del “Consenso de Washington”; los
acuerdos de reducción de la deuda conforme al “Plan Brady” se pactaron con
México, Bolivia, Uruguay, Venezuela, Argentina, Costa Rica y Brasil, debiendo
agregarse que Chile y Colombia no los necesitaban. Pero inquietaba el alto
costo social que produjo dos intentos de Golpe en Venezuela, hizo muy difícil
la neutralización de “Sendero Luminoso” en Perú, alentó el cultivo de la coca
en Bolivia (donde 23.000 mineros quedaron parados por el cierre de las minas
improductivas) y era un factor primigenio de una inestabilidad social
permanente, además de ofensivo para la misma concepción ideológica de la
“Economía Social de Mercado”, como lo señaló, en oportunidad de su visita a
nuestro país, el entonces Presidente de
la Internacional Liberal, Conde Otto
Lambsdorff: “…El capitalismo que proponemos desde Alemania, en base a
nuestra experiencia, es la Economía Social de Mercado, con su fuerte componente
de justicia social y cuidado del medio ambiente… hoy por hoy, nuestra sociedad
tiene la cadena más extensa de servicios sociales que expande el bienestar a
una gran mayoría de los ciudadanos;”
y refiriéndose a Chile el “ejemplo sudamericano”, señaló: “…Chile es una maravilla desde el punto de vista macroeconómico.
Los números son correctos, el crecimiento es ideal, la moneda fuerte, la
inflación baja o casi controlada. Pero se toma un automóvil y ni bien se sale
de los suburbios residenciales de Santiago, uno se encuentra con barriadas
pobres sin luz ni agua, sin infraestructura escolar. Y esto es ofensivo…” (ABC Color; p. 8; 12 de Julio de 2002).
Ahora, ¿existía acaso otro
camino que la dureza del ajuste?, ¿puede transitarse hacia la economía social
de mercado, que parecía ser la dirección a que
nos llevaba el ímpetu de la historia, por medio de cierto Keynesianismo
renovado que acentuase el crecimiento de lo social antes que dejar libradas
nuestras sociedades al total y salvaje libre juego de la tesis
“mercadocéntrica?. El tiempo dijo que no, pero mientras tanto nos preguntamos
todavía hoy, si Latinoamérica en general y el Cono Sur en particular, están ya en condiciones de aprovechar el
aumento (con altibajos) del crecimiento mundial, si superarán definitivamente
la ola de neoliberalismo que nos azotara despiadadamente, si seguirán
profundizando reformas con equidad y por sobre todo –volviendo a nuestra
afirmación del principio– si lograrán ese “contrato social” que produzca el
consenso social básico, ese “logro de integración social” que reemplace ese
excesivo individualismo socioeconómico –ese enaltecimiento del éxito personal
sin ataduras sociales ni nacionales de nuestras clases dirigentes, la débil
identificación con instituciones y proyectos de largo alcance, la excesiva
dualización y ruptura entre pobres y ricos– por un nuevo sistema de referencia
metaeconómico, una instancia diferenciada que represente los intereses de toda
la sociedad con normas sociales obligantes que se transformen en tradiciones e
instituciones permanentes.
13.TRADICIONALISMO Y MODERNIZACIÓN
TRANSFORMADORA EN LA DECLINACIÓN
DE LAS RIVALIDADES DE PODER.
TRANSFORMADORA EN LA DECLINACIÓN
DE LAS RIVALIDADES DE PODER.
Tras la pintura de la situación
de nuestras naciones, pasemos a analizar las presiones que soportan los Estados
de nuestra subdesarrollada Latinoamérica, que ahora son muchísimo más sutiles y
salen a la luz después de estar ocultas por el simplismo geométrico del
concepto articulador de la rivalidad “Este-Oeste” y de explotación “Norte-Sur”,
pues la definición de las relaciones regionales ya no corresponden
sencillamente a las reglas de la geografía. Tenemos así la persistencia de
estructuras semifeudales o tradicionales que chocan con los deseos de
introducir nuevos sistemas y métodos de administración estatal; las
aspiraciones de lograr independencia económica y política frente a la realidad
de depender de la ayuda externa y la buena voluntad de los “Poderes Fácticos
Internacionales”; la tendencia de las potencias centrales a desligarse de los
problemas locales de la región; la aspiración de mantener el predominio de su influencia,
siempre presente, de las Fuerzas Armadas (Ej. de Venezuela, Chile, Brasil); el
apremio de más democracia contra la necesidad que advierten los líderes
políticos de mantener formas autocráticas para salvaguardar la disciplina
social; y las amenazas no bélicas a la seguridad (narcotráfico, ecología, migraciones ilegales), que examinaremos más atentamente en capítulo aparte.
En los últimos tiempos, la
política nacionalista de “gran potencia” ha ido dando paso a lo que llamaríamos
“la declinación de las rivalidades de poder” por una más justa comprensión de
nuestra debilidad intrínseca y de los daños
que causa, para la negociación con las potencias centrales, esa “balcanización”
de la gran nación latinoamericana.
Las luchas intestinas entre los
grandes Estados Latinoamericanos y su tendencia a imponer su supremacía, se
encaminan inexorablemente hacia un ocaso que esperamos sea definitivo. Nuestros
centros de poder regionales ya no pueden agotarse en enfrentar situaciones
conflictivas onerosas, porque se hallan ubicados en una situación defensiva y
de difícil equilibrio que ya no enmascara las duras realidades de un mundo en
profunda mutación, y por eso no pueden darse el lujo de perder de vista las
verdaderas trabas al desarrollo armonizado de las sociedades que gobiernan.
Tenemos el ejemplo de la Argentina, que con todas
las cualidades para el despegue hacia los planos de una potencia del primer
mundo al término de la 2ª Guerra Mundial, enmarañada en sus problemas internos
y en rivalidades regionales, por haber dejado pasar la ocasión de las grandes
confrontaciones globales, se ha visto colocada –en menos del lapso de una
generación– ante enfrentamientos que sus Dirigentes no habían previsto y que
los obligarían a realizar revisiones desgarradoras porque la voluntad de
poderío había eclipsado la solución de los verdaderos problemas.
En ésta declinación de las
rivalidades de poder “…Los cambios económicos, tecnológicos y político-sociales
que están ocurriendo a nivel global, y la consiguiente desestructuración
(atomia) del mundo clásico y su reemplazo por un sistema internacional más
diversificado, fluido e interdependiente, confrontan a los países
latinoamericanos con el desafío de estructurar sistemas políticos, sociales, y
economías modernas y flexibles, abiertas al mundo, y capaces de adaptarse a él
y de desarrollarse, a partir de una capacidad endógena…” expresa la ponencia de
nuestro ya citado Luciano Tomassini en
el Seminario patrocinado por el Instituto de Altos Estudios de América Latina
(IAEAL) para reflexionar sobre “el futuro de Latinoamérica” y llevado a cabo en
la Universidad
de los Andes de Bogotá, Colombia, en Noviembre de 1992. Y en ese contexto, los
problemas de estabilidad política, de seguridad y desarrollo, son muchas veces
condicionados por ciertas formas de competencia entre el Poder Central y otras
influencias más tradicionales dentro de sus límites geográficos. Así, hasta la
percepción de la identidad nacional y el orden interno son afectados por la
tensión que se crea ante la voluntad de introducir métodos modernos de gobierno
y la realidad de prácticas locales muy antiguas, porque los instrumentos de
organización política, como la burocracia y los partidos, no suelen poder desplazar
–sobre todo a corto o mediano plazo– los sistemas más arcaicos de orden social
subsistentes. Las fuerzas tradicionales que pretenden la desaceleración de la
historia y aún el retroceso de los avances de la modernización transformadora,
buscando instintivamente un regreso al pasado que conocen mejor, son
potencialmente peligrosas para el desarrollo y la inserción en el nuevo orden
mundial con posibilidades de éxito, pues éstas fuerzas, guiadas por sus
creencias e ideologías, si llegaran al Poder, defenderían
cierto grado de aislamiento frente a los asuntos exteriores y relegarían las
técnica contemporáneas de orden político y avance social.
Por ejemplo de lo antes dicho:
Los obstáculos que encuentra en nuestras latitudes el encaramiento del tránsito
hacia una auténtica Economía Social de Mercado, en vez del simple liberalismo
salvaje con altísimo costo social, se debe en gran parte a lo apuntado “ut supra”.
Y es que los sostenedores de estas obsolescencias, contemplan –aunque jamás lo
admitirían explícitamente– que el proceso de crecimiento y acumulación de
nuestras economías debe verificarse a través de la Burguesía intermediaria.
Ésta política ha privilegiado siempre, en todos loa países donde se la ha
adoptado, al sector conexo al comercio exterior, es decir, los intermediarios,
exportadores e importadores y el sector del capital financiero; así, el sector
primario exportador (una de las clases políticamente más reaccionarias) domina
las actividades productivas en detrimento de todo el proceso de
industrialización, y nos referimos tanto al mercado externo como a la
sustitución de importaciones. Ese tipo de Neoliberalismo, disfrazado de
Economía Social de Mercado, está sustentado por las clases que conforman el
sector de la oligarquía latifundista –agroexportador y financiero– las cuales
no están interesadas en el desarrollo industrial, la reforma agraria profunda,
ni mucho menos en la modificación estructural del sistema socioeconómico.
Estas viejas fuerzas decadentes son
enemigas naturales de la integración y de los intereses nacionales, porque
aceptan pasivamente la forma de inserción en el mercado internacional que les
ofrecen los países industrializados, pues sus miembros son los privilegiados de
ésta situación de dependencia; por tanto, jamás considerarán que el éxito del
desarrollo de las economías nacionales periféricas se producirá únicamente en
la medida en que a los países industrializados se les arrebaten cuotas en la
riqueza económica. Para ellas el Neoliberalismo consiste, simplemente, en
disminuir la asistencia social del Estado, mantenerlo en el máximo de
subsidiariedad y garantizar a las empresas altas tasas de ganancias por medio
de un salario disminuido, la mayor desregulación de las actividades
económicas y un bajo nivel de tributación, sin mentar en absoluto la Reforma Tributaria
(con impuesto a la renta personal incluido), cierta vigilancia del Estado con
protección e impulso a la productividad, y la participación sindical y social
que implica la aplicación de la Economía
Social de Mercado en su auténtica expresión.
Y hemos citado como ejemplo la
versión más “modernizada” de las fuerzas retrógradas y cómo pueden operar para
trabar o distorsionar la modernización transformadora del Estado, cuando que
sabemos que las oligarquías semi-feudales se apoyan precisamente en los
elementos más tradicionales y reaccionarios de la sociedad para entorpecer
seriamente los avances
modernizadores de los Gobiernos, confundiendo intencionalmente su propia
seguridad y la de sus intereses con la del Estado que enfrenta las crecientes exigencias de liberalización y
democratización. El manejo de la estabilidad regional depende, entonces, de
garantizar que los avances de la modernización no destruyan la estructura
social, y que las posturas tradicionales no sean tan retrógradas ni tengan
tanta fuerza como para impedir que el país logre su inserción exitosa en un
mundo cada vez más interdependiente, con una buena cuota de beneficios en el
Nuevo Orden Mundial.
14.-
EVALUACIÓN PROSPECTIVA.
Evaluaremos los retos de la
democracia y la dirección del Poder Estatal con sus principales tendencias. La
terrible crisis económica, social e institucional de nuestros pueblos más la
desaparición del “peligro comunista de subversión”, por el derrumbe de los
regímenes de “Socialismo real”, ha resultado en todo el continente en una
verdadera aplicación de la “teoría del dominó” a la kinética democrática. Uno a
uno, país por país, las crisis mencionadas derivaban en crisis políticas
irreversibles que terminaban con los regímenes autoritarios basados en la
doctrina de la seguridad nacional. También ha aumentado la “intervención” más
directa y desembozada de los EE.UU. y la Comunidad Europea
(y aún del Japón, todavía un poco tímidamente en el Perú) en la defensa de los
derechos humanos y la instauración y consolidación de la democracia.
Pero en la mayoría de los casos,
la capacidad de los gobiernos democráticos de regir verdaderamente sobre las
sociedades que gobiernan, está muy condicionada todavía por el tutelaje militar
y los grandes intereses económicos (que el pueblo ha dado en llamar la “patria
financiera”) que también “rigen” al
lado, como “cabalgando al costado” y dispuestos a tomar en cualquier momento
las riendas del carruaje gubernamental.
Y si llama la atención que reiteradamente mencionemos el “poder militar”
aunque diera la impresión de que éstos se han retirado definitivamente a sus
cuarteles, sin embargo siguen manteniendo su fuerte presencia de tal modo que
en Venezuela el Presidente Chávez se
apoyó en las que llamó “mis Fuerzas Armadas” y el Comandante en jefe de ellas
ha expresado enfáticamente que “las FF.AA. no aceptarán un gobierno que no sea
Socialista”, mientras que en el Cono Sur (excepto Argentina), Las FF.AA. se
mantienen “intocables”, y hurgando en el pasado reciente de hace una década,
vemos cómo los Jefes Militares Brasileños
han expresado duras críticas al gobierno de Fernando Henrique Cardoso,
defendiendo el nacionalismo y oponiéndose a la privatización del petróleo por
considerarlo “estratégico”, de las comunicaciones por “intocables”, a la
apertura a la empresa privada de la navegación de cabotaje y la marina
mercante, y a la reforma del sistema de Previsión
Social. Las críticas han sido públicas y el Jefe del Estado Mayor Conjunto
(EMFA) declaró: “…Nosotros no queremos más de lo que siempre existió: el
reconocimiento de que el militar es diferente. Siempre fue así, desde el tiempo
del Imperio y de la
República”(18). Y nadie pidió una censura del Congreso ni del
Ejecutivo. Y hasta ahora nadie se mete con ellos a pesar de algunas
declaraciones petulantes de Dilma Rouseff. En Chile, las FF.AA. se reservaron el poder real y la autonomía de su
esfera interior, para evitar casos extremos y el saqueo del país, regulando el
proceso, y los resultados están a la vista: gran transparencia, mucha
honestidad en el manejo de la cosa pública, pero con un solo grupo económico
dominante (“la Derecha”) –desde 1982, en que el “crash”
económico hizo que el Gobierno de las FF.AA. determinase el cambio de rumbo
hacia una economía social de mercado en vez del neoliberalismo capitalista
liso, llano y brutal que se estaba aplicando, excluyendo además de la dirección
económica a los “Chicago Boys” que intentaban monopolizarla– y un sostenido
crecimiento económico alabado por propios y extraños que, aumentando cada año
su inversión en gastos sociales, desde la llegada al poder de la oposición
civil, está caminando hacia la verdadera Economía Social de Mercado que,
reiteramos, significa: “crecimiento
económico, con equidad, avance social, concertación entre los diferentes
actores sociales (Estado, Sindicatos, Patrones, Consumidores y Fuerzas Armadas)
y equilibrio ecológico, todo en democracia”,
que aún no se da porque Chile es una
Democracia tutelada por la Derecha y las FF.AA. y sigue siendo un país de
pobres manejado por un puñado de super-ricos.
La “Lección” de Augusto Pinochet todavía sigue intimidando a los “Socialistas” chilenos. Pero al menos las FF.AA. chilenas han abandonado al equipo
de asesinos de Pinochet y conservan su monolitismo institucional profesional y
autónomo hasta nuestros días. Por su parte, en Bolivia, Evo Morales está rearmando y equipando aceleradamente sus
FF.AA. con dinero venezolano y se apoya cada vez más en ellas como su par
venezolano. En Argentina, los
militares han quedado totalmente desmoralizados por las revelaciones
escandalosas de la criminal “guerra sucia” y su fracaso en la guerra de las
Malvinas, que aún no han recobrado su personalidad suficiente para ser tenidas
en cuenta. En Paraguay, donde el
canciller de Venezuela instó a los militares a dar un golpe de Estado para
evitar la destitución de Fernando Lugo, se buscó desde la asunción a la Presidencia de Juan
Carlos Wasmosy, el retroceso continuo de las FF. AA. en todas
las esferas de la sociedad, crearles un complejo de culpa e inferioridad
para desmoralizarlas –a pesar de ser ellas las que trajeron la democracia– y
poder someterlas a la condición de simple “Guardia Nacional” como en las
republiquetas sin tradición militar de Centroamérica. Y ésta campaña de
desprestigio debemos asociarla con la política neoliberal que se intentaba
imponer al Paraguay, cuyo objetivo principal ( que se cumplió en parte) era
traspasar las empresas estatales a grupos de poder económicos muy reducidos y
concentrados que permitiría el dominio
de la República,
en lo económico como en lo político, por el grupo denominado “los Barones de
Itaipú Wasmosystas” en contubernio con ciertos grupos económicos
internacionales. Para que ello fuere posible, debían destruir o “neutralizar”
(para utilizar la expresión del Vicepresidente Seifart) a los dos obstáculos
irreductibles: el Partido Colorado unido y reconciliado consigo mismo y con su
destino, y unas Fuerzas Armadas poderosas, cohesionadas, con gran prestigio y
autoridad moral e influencia política. Pero ello ha fracasado y hoy tanto el
Partido Colorado como las FF.AA. están cada cual unido y cohesionado respetando
la institucionalidad democrática de la República, aunque éstas últimas necesitan mayor
modernización y equipamiento.
15.- LA
TEORÍA DE HUNTINGTON.
Ante la posibilidad de una
vuelta al autoritarismo que se nota en los países del “ALBA” acaudillados por
Hugo Chávez, recordemos al célebre politólogo Samuel P. Huntington que ha esbozado su teoría según la cual el
proceso de democratización se da de la siguiente manera: a una ola democratizadora siempre le sucede una contraola autoritaria. Y si contemplamos en retrospectiva la
historia reciente Latinoamericana, vemos que, desde la post-guerra mundial, en
nuestro continente –con las lógicas excepciones– comenzó hacia la década del
cincuenta una ola democrática, después, ante el impacto de la Revolución Cubana
(1959) y las guerrillas y agitaciones subsecuentes, advino una ola autoritaria
que se extendió hasta comienzos del ’80, en que nuevamente una “década
democrática” sucedió, y que ahora parece entrar en una crisis que esperemos no
sea el “principio del fin”. ¿Por qué?.
Someramente enunciadas las
causas principales pueden ser tres: 1) La
fuerte tradición autoritaria latinoamericana, históricamente comprobada y muy
estudiada, que deviene de la conquista española y el tipo de sociedad
implantada en América en contraste a la colonización anglosajona simbolizada en
los peregrinos del “Mayflower”. 2) El
severo programa de ajuste “Neoliberal” que con el eufemismo de “la reforma del
Estado” sin embargo ha implantado un crudo liberalismo decimonónico con el
consiguiente descontento generalizado de la población y las tensiones de los
actores sociales. 3) La corrupción
de la case civil dirigente que hasta ahora está echando por tierra la
credibilidad de los “Gobiernos Civiles” democráticos, a los cuales el pueblo,
sometido a un severo y doloroso ajuste económico, ve en tanto, pelearse a
dentelladas por negocios y prebendas, amén de mostrar una debilidad endémica
ante los problemas de gobernabilidad y disciplina social, así como una abyecta
sumisión ante ciertos gobiernos extranjeros.
La impresión popular sobre los
Gobiernos democráticos que han sucedido a las Dictaduras es que están regidos
por Presidentes débiles y faltos de honestidad y carácter, y… eso en América
Latina (y más aún en Paraguay) es imperdonable. La tradición paraguaya y
latinoamericana hace que los pueblos esperen Presidentes casi “monárquicos” que
lo resuelvan todo trayendo a sus países el desarrollo económico y eficiencia, y
piensen que si no hay un “Hombre Fuerte” no hay Gobierno. Entonces se combinan
la tradición autoritaria y ese ciclo de control no democrático para que la
gente los vea como una salida. Eso tal vez explique el éxito de Hugo Chávez,
Correa y otros de su mismo sesgo.
16.- COLOFÓN: SITUACIÓN DEL CONO SUR
DESDE LA APERTURA DEMOCRÁTICA
HASTA EL PRESENTE DEL SIGLO XXI.
DESDE LA APERTURA DEMOCRÁTICA
HASTA EL PRESENTE DEL SIGLO XXI.
En Argentina, frente a la gran capacidad de maniobra del ex Presidente
Carlos Menem, que logró, con sucesivos compromisos, domeñar los encrespados
ánimos militares, más el audaz ingreso al concierto diplomático del primer
mundo por la “alineación” de su política internacional y un plan económico que
al principio pareció dar frutos, (lo que le valió la reelección) asistimos, sin
embargo, en la mitad de su segundo mandato, a un desquicio sin paralelo de la
economía argentina a causa de la
aplicación irrestricta de las recetas neoliberales sugeridas por el “Consenso
de Washington” que provocaron un colapso y “default”, lo que provocó la caída
del gobierno radical de Fernando de la
Rúa y su remplazo por el Peronismo donde al final de muchas
idas y venidas triunfó Néstor Kirchner, con
una política económica más “Keynesiana” que sacó del pozo a su país logrando un
crecimiento sostenido de casi el 9% anual con más justicia y equidad social, y
logró la continuidad del poder con la elección de su esposa Cristina Fernández,
falleciendo luego muy joven para un estadista pero dejando a su esposa un
legado que le dio la reelección por amplio margen de votos pero que ésta
comenzó a mal administrarlo en su segundo mandato como veremos en el próximo
capítulo. Ahora está alineada con los países del “ALBA” por necesidad y
convicción.
En Chile, tenemos una diferente solución “a la chilena” donde a un
decisivo despegue económico que ha hecho ingresar definitivamente a Chile en el
moderno mundo de las “ventajas competitivas” de las naciones, se contrapuso, al
principio de su transición democrática, un extraño e incómodo maridaje con el
Poder anterior, que no impidió, sin embargo, un lento pero seguro andar hacia la
plena afirmación democrática. Éste es el caso que afirmáramos anteriormente,
donde la clase política optó por la negociación y cohabitación con el poder
fáctico antes que empecinarse en transitar exclusivamente por la fría lógica
del Derecho. En la actualidad Chile sigue desarrollándose pero existe una
fuerte protesta social que reclama más obligaciones del Estado hacia la
sociedad en lugar de la prescindencia heredada del Neoliberalismo que aún
subsiste.
En otros Estados del Cono Sur la
transición se presentó más clara: en Uruguay,
la negociación entre una civilidad –realmente representada por su clase
política– y las Fuerzas Armadas, se llevó “hasta las últimas consecuencias”, en
una solución contractual llamada “Pacto del Club Naval” que “sacramentó” los
acuerdos e hizo viable la transición pacífica con la relativamente pronta
solución del “Tema Militar” mediante la aprobación por el Congreso de la Ley de caducidad de la pretensión punitiva del
Estado y de la Ley de Amnistía, que en 1.989 el pueblo mantuvo, en histórico
referendum, en una clara y contundente opción por el futuro y la pacificación,
pero que ahora ha sido anulada por la Justicia y el Congreso, abriéndose así el camino
para el castigo de las violaciones de los Derechos Humanos durante la Dictadura Militar.
El tema de la liberalización económica ha tenido cierto tropiezo con el rechazo
popular a las privatizaciones indiscriminadas, lo que obligó a una mayor
prudencia y reajuste del plan y que fue uno de los factores que incidiera en la
llegada al Poder del izquierdista “Frente Amplio” que es afín ideológicamente
con el “Socialismo del Siglo XXI” aunque no vaya hacia el autoritarismo político
ni la estatización económica. Pero su progreso hacia un mayor bienestar es
lento.
En Brasil, la transición democrática consistió en la apertura del
mismo sistema, que se abrió a las reivindicaciones políticas que propugnaban el
reencuentro del Estado con la Nación. La
apertura tuvo dos características que no se deben pasar por alto: no violencia y gradualismo; fue un
proceso de resocialización de los grupos políticos importantes y tuvo de
trasfondo el hecho de que a pesar del cuarto de siglo de régimen militar, la
sociedad brasileña no se contaminó de militarismo. Y a ésta altura de los
acontecimientos, aún con la crisis, al comienzo de la transición, de la
institución Presidencial, la democracia siguió desarrollándose y todo el sistema
siguió funcionando, y toda vez que los desafíos económicos no se vuelvan
insuperables, la democracia tiene buena chance. Brasil en estos tiempos obtiene
un respetable superávit comercial y está en buen pie con sus acreedores; la
privatización fue lenta pero se hizo bastante con el gobierno de Fernando
Henrique Cardoso; la cuestión es si cuánto tiempo más aguantarán los brasileños
marginales y pobres vivir pendientes del futuro del “país mais grande do mundo”
en una sociedad injusta y bajo gobiernos incompetentes para la justicia
distributiva. Brasil es ya la sexta potencia industrial del mundo, habiendo
desplazado a Gran Bretaña, pero su ingreso per cápita no llega siquiera a la
mitad de los 24.000 dólares que tienen los habitantes del Reino Unido. Su retórica
con el Partido de los Trabajadores en el gobierno es izquierdizante y necesita del
comercio con Venezuela, pero seguirá siendo, como hasta ahora, un país
pragmático.
Bolivia, que pareció un tiempo el furgón de cola del convoy
latinoamericano, fue sin embargo, uno de los primeros y más dramáticos
conversos a la democratización y las reformas económicas, y mantuvo una férrea
dirección y su fe en ellas a pesar de las muchas y terribles presiones internas.
Aunque el costo social y político era extraordinariamente alto, el juego
electoral democrático con alternancia en el poder se ha respetado, y parecía
que en forma lenta, pero constante, se atraía la inversión extranjera, que los
capitales nacionales retornaban y su economía comenzaba a crecer. Pero el Neoliberalismo
no es la solución para nuestras naciones y en Bolivia sucedió lo mismo que en
Argentina: un desastre
socioeconómico de proporciones incalculables durante los gobiernos de Sánchez
de Lozada, que en su segundo período no pudo aguantar la furibunda reacción
popular, jalonada por muchos muertos, y debió renunciar, haciendo que las
elecciones siguientes las ganara el Líder cocalero Evo Morales, un indio aymara
de pura cepa, que con un amplísimo margen de popularidad ocupó el Palacio Quemado,
y de inmediato echó por la borda el Neoliberalismo, aplicando una política
izquierdista de acción popular alineándose pronto con Hugo Chávez y su
“Socialismo del siglo XXI”. Hasta ahora mantiene un alto índice de popularidad
pero el nivel está bajando, hay mucha resistencia en la “medialuna” de
Departamentos que son contiguos al Dpto. de Santa Cruz, foco principal, existen
muchas denuncias de violaciones de los Derechos Humanos y de las reglas de la
democracia, y ya se manifiesta bastante descontento popular porque las reformas
no están dando el resultado esperado, pues Bolivia tiene problemas muy
ingentes. El tiempo dirá si las recetas “chavistas” pueden enderezar el rumbo
de la economía y la sociedad boliviana, aunque hay mucho escepticismo al respecto,
y si pueden hacerlo rápido ya que la gente se impacienta.
Esperamos que Paraguay no sea otra vez la excepción a
la regla. Con 35 años de supervivencia
de un régimen dictatorial prebendarlo de características totalitarias, que
escapaba al común denominador de los autoritarismos tradicionales
latinoamericanos, ha sido la última nación, junto con Chile, en ingresar al
“Club Democrático”. Pero aunque no podrá eludir el cerco de democracia que
rodea Latinoamérica, está aún por verse si esa marcha hacia el progreso será
lineal o sujeta a detenciones, desviaciones o inclusive retrocesos, como
ocurrió durante el gobierno de Lugo. En el caso paraguayo no hubo “pacto” entre
las Fuerzas Armadas y la civilidad como en el caso uruguayo; ni hubo “otorgamiento”
de la apertura democrática como en el Brasil; ni negociaciones de “Real
Politik” como en Chile; ni derrota militar como en Argentina; o derrocamiento
del entorno militar mafioso por sublevación cívico-militar como en Bolivia. No.
En Paraguay las FF.AA. –más aún, la cúpula militar gobernante– dieron el golpe
de Estado que derrocó la dictadura. Y allí mismo está el origen de las
indefiniciones tanto en materia económica como en el avance del proceso
político; el problema estribó en que “a Stroessner lo derrocaron sus propios
socios”. Ahora, Paraguay soporta una grave crisis social y económica; la
liberalización económica ha sido tímida y parcial, insuficiente; no hubo gran
privatización de entes públicos, y las privatizaciones que se hicieron, durante
el gobierno Wasmosy, resultaron un desastre para el Estado y terminaron en
sucios negociados. Y el proceso de transición
aparece excesivamente “tutelado” por el entorno empresarial (y hasta delincuencial)
que a toda costa pretende mantener las riendas del poder real en sus manos –aún
violando las reglas del “fair play” democrático– que sostiene todo el entramado
de intereses oligárquicos que manejan la República. Como a la Derecha Liberal,
que llegó al Poder con la destitución de Lugo, le sucedió un Partido de “Centro-Izquierda”
popular, que si llega a ser un nuevo y moderno Partido Nacional Republicano las
cosas podrían ir mejor y se asegurará el futuro para los hijos de la nación.
Concluyendo, se puede decir que,
pese a las dificultades, los gobiernos democráticos están logrando salir
adelante, ordenando en principio sus economías y cierto acomodamiento con las
Fuerzas Armadas; se trata de un proceso aún precario pero que ha permitido
alejar el fantasma del golpe de Estado. Algunos académicos llaman a esto
“Democracia tutelada”, “semi-democracia”, “Democracia de salvadores” o
“Democracia delegativa”. Como última característica novedosa, tenemos la
emergencia, en varios casos exitosa, de los candidatos de Movimientos
Independientes que basan gran parte de su actuación en la crítica sin cuartel a
los Partidos Políticos tradicionales y apelan a una especie de “neo-populismo”
para hacerse elegir. Mas la dura realidad se impone siempre, y tanto éstos
“independientes” que proclaman “un nuevo modo de hacer política”, como los
demás líderes que alegremente prometen una “nueva sociedad”, no pueden escapar
a los parámetros impuestos por la globalización y la tecnocracia internacional,
y aplicarán los programas de ajuste y reforma del Estado pese a lo que digan
sus propuestas de acción gubernativa.
17.- LA INTERDEPENDENCIA
DEL DESARROLLO
Y LA PLURALIZACIÓN ECONÓMICA.
Y LA PLURALIZACIÓN ECONÓMICA.
Hemos entrado decididamente en
la era de la “economía sin fronteras”. Con el fracaso, en Latinoamérica, de
aquel valor ordenador comenzado en los años cincuenta –que pretendía el
desarrollo económico y la modernización social sobre la base de los populismos
desarrollistas, con la esperanza de la industrialización acelerada, el autoabastecimiento,
el aislamiento de un nacionalismo mal entendido y peor implementado, que
buscando la substitución de importaciones impuso un “super-proteccionismo” a las “industrias nacionales”, que no
disminuyó la pobreza pero creó grandes millonarios “industriales nacionales”– los
muros que separaban a nuestros Estados entre sí y a todos del mundo, se han ido
volviendo cada vez más bajos y delgados, entrelazando inexorablemente las
cuestiones domésticas y las relaciones exteriores de todos los países.
Hoy ya es imposible e impensable
que un Estado pretenda llevar a efecto su propio planteamiento, no solamente
macroeconómico sino también de bienestar
social, como su política fiscal, monetaria y tributaria –que aún no hace mucho
tiempo se consideraban parte de la sagrada Soberanía Nacional– sin tomar en
cuenta el posible impacto regional o mundial que puedan causar, pues todo ello
ha pasado a la agenda de “cuestiones internacionalmente negociables”.
Y la era de la economía sin
fronteras, es también la de la política sin fronteras. La integración se
expande y se consolida; las diferentes regiones forman sus comunidades
económicas como preludio de una comunidad política. El ejemplo de la Comunidad Económica
Europea cunde: al Mercado común del Norte, responde el Mercado común Centroamericano,
y al Grupo Andino, el Mercado común del Sur. Y en éstas áreas se irá
enseñoreando una relación económica, política y cultural que traspasará todos
los confines de nuestros Estados surgidos de la destrucción del ideal
Bolivariano: la gran Nación Latinoamericana. En éste inédito ámbito histórico,
las entidades oficiales nacionales y las empresas privadas deben asumir un
papel de creciente trascendencia, porque la interdependencia no se dará
solamente entre los Estados de la región sino entre lo privado y lo público
dentro de los Estados nacionales y su proyección en la integración. Porque aún
con la interdependencia creciente de la integración y la pluralización de las
economías sin fronteras, cada Gobierno nacional seguirá siendo responsable del
bienestar de su pueblo y deberá arbitrar los medios para que los diversos
sectores locales no lleguen a perder su competitividad en el mercado mundial,
pues, el fracaso de uno, afectará sin duda al todo. A nadie conviene un vecino
pobre.
N O T A S
(1)
Ravi Batra: “Cómo Sobrevivir a la Gran
Depresión de 1.990”;
pp. 19 a
22 y 39 a
42; Edit. Grijalbo S.A.,; Bs. Aires, 1989.-
(2)
Hans Peter Martin y Harald Schumann: “La Trampa de la Globalización”; pp.
164-165; Editora Globo S.A.; Sao Paulo,
1997.-
(3)
Ibídem.
(4)
Ravi Batra: “El Mito del Libre Comercio”; p. 182; Javier Vergara Editor S.A. Buenos
Aires, 1994.-
(5)
Ibídem.
(6)
Julia Velilla de Arréllaga: “Paraguay, un destino Geopolítico”; IPEGEI;
Asunción, 1987.-
(7)
Julio César Chávez: Op. cit.; Ed. Nizza; Asunción, 1959.-
(8)
J. Natalicio González: Op. cit.; Ed. Guarania; México D.F., 1960.-
(9)
John Chipman: “The Washington Quarterly”; Winter, 1991.-
(10)
Golbery Do Couto e Silva: “Geopolítica del Brasil”; José Olimpio Editora; Río de Janeiro, 1967.-
(11)
Paulo Schilling: “Obra citada. Traducción”; p. 29; El Cid Editor, México, 1978.-
(12)
Ibídem: p. 232.-
(13)Wishful
Thinking: Creencia fundada en los deseos más que en los hechos.-
(14) Carina Perelli: “Los legados de las transiciones a la democracia en Argentina y Uruguay” en “Los Militares y la Democracia”; Montevideo,1992.-
(14) Carina Perelli: “Los legados de las transiciones a la democracia en Argentina y Uruguay” en “Los Militares y la Democracia”; Montevideo,1992.-
(15)
Tout court: Nada más.-
(16)
Charles Moskos: “From Institution to Occupation; Trend in Military
Organization” en “Armed Forces and
Society”; 12 de Marzo de 1986.-
(17)
Hans Blumenberg: “Work on Myth”; MIT Press; Cambridge, Massachusetts, 1985.-
(18)
Diario Noticias; p. 36; Sábado 15 de Abril de 1995.-
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