sábado, 26 de abril de 2014

APARECIÓ CARTES

                   Y... APARECIÓ  CARTES

               1.- ¿EL TRIUNFO DE LA ESPERANZA
                      SOBRE LA EXPERIENCIA?

                              Mi alma tiene la fe del poeta,
                              la esperanza me templa la lira,
                              ese mar con su furia me inspira
                              y a su estruendo mi voz se alzará.
                             José Mármol: “Cantos del Peregrino”

                            ¡Despertad, raza de héroes: el momento llegó ya
                             de arrojarse a la victoria;
                             ceñíos el casco fiero y refulgente,
                             volemos al combate, a la venganza,
                             y el que niegue su pecho a la esperanza
                             hunda en el polvo la cobarde frente!
                             Manuel José Quintana: “Poesías Patrióticas”
                                ………………………………………………….

           En la entrega anterior, El Menguante Poderío del Partido Nacional Republicano hasta su Caída y sus Consecuencias”, habíamos finalizado apuntando que si no surgía algún evento o extraordinaria personalidad imprevisible, el Coloradismo seguiría siendo un partido de llanura en vías de desaparecer en el escenario político como opción de Poder”. Porque la experiencia amarga de la derrota electoral del Partido Colorado el 20 de Abril del 2008 dejó a las masas republicanas amargadas, deprimidas, resentidas y anarquizadas; más aun al constatarse que cientos de miles de correligionarios habían votado contra su propio Partido. La división era patente; en la Dirigencia se produjo un tremendo hiato, a tal punto que en el rostro de muchos dirigentes del Movimiento derrotado en las internas se notaba que acogían con una sonrisa la caída del Partido.
             ¿Qué se requería para explicar tal situación y esperar un resurgimiento a corto plazo? Para comprenderlo mejor es menester realizar, previamente, un análisis filosófico, sociológico y político de lo que en la Ciencia Política se ha dado en llamar “el Partido en sí” y “el Partido para sí”.
              El famoso filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre en su obra fundamental “El Ser y la Nada” (L’étre et le néant) analizando filosóficamen  te el Ser, encuentra “el ser del fenómeno” y “el ser de la conciencia” radical- mente otro, cuyo sentido “requerirá una elucidación particular” a partir de la “revelación revelada” de otro tipo de ser, el ser-para-sí… y que se opone al ser-en-sí del fenómeno. Para Sartre, el “ser en sí” no es pasividad ni actividad, su consistencia está más allá de lo activo como de lo pasivo, más allá de la negación como de la afirmación, es una inmanencia que no puede realizarse porque el ser “está empastado de sí mismo”; de hecho “el ser es opaco a sí mismo”. El “ser en sí” no tiene un dentro que se oponga a un fuera, está aislado en su ser y no mantiene relación alguna con lo que no es él; esto significa que no puede ser derivado de lo posible  ni reducido a lo necesario. “No conoce, pues, la alteridad: no se pone jamás como otro… No puede mantener relación ninguna con otro”.
               La característica de la conciencia, al contrario, está en que es “una descompresión de ser”, ella, en efecto, “ha-de-ser lo que es”. Entonces, la ley del “ser-para-sí” como fundamento ontológico de la conciencia, consiste en ser él mismo en la forma de presencia a sí. Y esto llega a la superficie por medio de la realidad humana porque este principio no puede denotar sino las relaciones del ser con el exterior y comprometido en el mundo. El “para sí” es el fundamento de su “ser-conciencia o existencia”; y reivindica el “ser-en-sí” para el “ser-para-sí” en tanto que tal, y para un destino trascendente y superior. El “ser-para-sí” denota las relaciones del ser con el exterior y comprometido en el mundo por medio de la realidad humana, consciente, reflexiva. Esto significa que es el Fundamento de su conciencia y es totalmente responsable de su ser convirtiendo la vida en “destino”.(1).
               Ahora, ¿qué importancia tiene para nuestro análisis esta disquisición filosófica? Pues, que es importante comprender que en todo ser humano, y más aún en los individuos que conforman las masas inmersas en la arena política, existe el sentido irracional, reflejo y pasivo del “ser-en-sí” y la conciencia reflexiva de existencia, activa y consciente del “ser-para-sí”.

                                        2.- EL PARTIDO  PARA  SÍ.

                Traducido al ámbito partidario lo que acabamos de analizar: un “Partido Político En-Sí” es una estructura formal que cumple su función vegetativa en la sociedad, pero no tiene conciencia de su lugar en el tiempo-espacio-histórico de esa sociedad, siendo, por tanto, incapaz de concebir su propio interés colectivo e histórico y de subordinar a éste las aspiraciones sectoriales o particulares de sus miembros. Un Partido Político “en-sí” recae fácilmente, una y otra vez, en la inmadurez  política, su Dirigencia se desgarra entre intereses, cálculos y sentimientos en conflicto, sin atisbar los peligros que pueden rebasar su poder ni otear el rumbo político adecuado; sus mandos medios cada vez más afectados y debilitados por el prebendarismo, la desilusión, la confusión y la apatía, solo atinan a apresurarse a ponerse de parte del probable vencedor y a cambiar de bando según las circunstancias; y su masa vuelve a sumirse en la condición inferior de una clase inconsciente de su verdadero interés, e inarticulada.
               Cualquier Partido Político, por más aguerrido y progresista o poderoso que haya sido, puede caer en la condición de “Partido-en-sí” por la imprevisión del devenir histórico y la torpeza, incapacidad, corrupción o haraganería de su Dirigencia. Dos ejemplos patéticos tenemos de muestra: los Partidos tradicionales Chilenos (Conservador, Liberal y Radical) reducidos a la nada por la Democracia Cristiana y el Socialista hacia 1970, en el lapso de una generación; y el todopoderoso PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) cuya Dirigencia “científica” imbuida de la “superior ciencia social Marxista-Leninista” fue incapaz de sospechar siquiera la formidable “implosión”  que su fracaso histórico estaba incubando.
                 En nuestro caso concreto del Paraguay de la transición, (y luego de la caída del coloradismo) todo Jefe que desee regir el timón de la nación en las procelosas aguas del cambio, deberá tener muy presente la capacidad de hacer del Partido o Movimiento que lo sustente, un “Partido o Movimiento para sí”, consciente de su destino histórico, que genere la ideología y la idea-fuerza capaces de aglutinar las mayorías necesarias para la conquista y conservación del Poder. Como así también, deberá escoger los Dirigentes y Consejeros imbuidos de la conciencia reflexiva del “ser-para-sí”, capaces de lograr la autointegración social y la conciencia política del pueblo que harán de él un “pueblo para-sí”. Y deberá ser implacable en dejar de lado a los pseudo-dirigentes rastreros, ignorantes, arribistas y corruptos, cuya conciencia estática y vacía no trascenderá nunca la pasividad amorfa y sin sentido del “ser en sí”. “¡En marcha, pues!”, dice Don Miguel de Unamuno en “El sepulcro de Don Quijote”, de su “Vida de Don Quijote y Sancho”(2). “Y echa del sagrado escuadrón a todos los que empiecen a estudiar el paso que habrá de llevarse en la marcha, su compás y su ritmo”.
                 “Esos que tratarían de convertir el escuadrón de marcha en cuadrilla de baile… Esos no van al sepulcro sino por curiosidad y por divertirse en el camino. ¡Fuera con ellos!Esos son los que con su indulgencia de bohemios contribuyen a mantener la cobardía y la mentira y las miserias todas que nos anonadan…. Son incapaces de casarse con una grande y pura idea y criar familia de ella… ¡Que se vayan al diablo!”.
                   “Echa del escuadrón a todos los danzantes. Échalos antes de que se te vayan por un plato de alubias. Son filósofos cínicos; de los que todo lo comprenden y todo lo perdonan. Y el que todo lo comprende no comprende nada, y el que todo lo perdona nada perdona. No tienen escrúpulos en venderse. Son a la vez Estetas y Perezistas o Lopezistas o Rodriguistas. Son de la baja vida humana, de la vida de tierra… Échalos de tu escuadrón. Ponte en marcha, solo. Todos los demás solitarios irán a tu lado, aunque no los veas. Cada cual creerá ir solo, pero formaréis batallón sagrado: el batallón de la santa e interminable Cruzada”.
                    Hasta aquí Unamuno: ¡qué colofón para nuestra disquisición filosófica-política! Pero tratemos ahora de explicar porqué la aparición de Horacio Cartes ha sido tan impactante en el escenario político nacional y porqué pudo significar el triunfo de la esperanza sobre la experiencia; cómo un “outsider”(3) sin aparente conscripción partidaria ni pertenecer a la Burocracia del Partido mediante la militancia rutinaria pudo, en corto tiempo, posicionarse como primera figura de Caudillo de un Partido tradicional y centenario. Para ello es necesario volver a realizar esta vez un análisis sociológico de las vicisitudes de nuestro pueblo durante la última mitad del siglo pasado hasta la década presente.

                                    3.- UNA NECESIDAD HISTÓRICA.
    
               Cada época, cada cultura, cada costumbre y tradición tienen su estilo, poseen sus ternuras y durezas peculiares, sus crueldades y bellezas; consideran ciertos sufrimientos como naturales; aceptan ciertos males con paciencia. La vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero infierno sólo allí donde dos épocas, dos culturas o religiones se entrecruzan… Hay momentos en que toda una generación se encuentra extraviada entre dos épocas, entre dos estilos de vida, de tal suerte que tiene que perder toda naturalidad, toda norma, toda seguridad e inocencia. Es claro que no todos perciben esto con la misma intensidad. Por ejemplo, una naturaleza como Nietszche sufrió la miseria actual una generación antes; lo que él, solitario e incomprendido, vivió hasta la saciedad lo están soportando hoy millones de seres. Horacio Cartes pertenece a quienes se han engarzado entre dos épocas, que se han salido de toda seguridad e inocencia, a aquellos cuyo destino es vivir todos los enigmas de la vida humana en su propia persona. Existe una necesidad de creencias, una apetencia por posibilidades de orientación más humanas para el individuo, por eso surge la importancia de un outsider y de un individualista preocupado por la suerte de su pueblo que no admite concesiones como Cartes. Se le puede aplicar lo que Hermann Hesse(4) dijera alguna vez: “El hecho de que un autor de situaciones tenga resonancia no reside en su maestría técnica, su inteligencia  o su gusto, sino en lo genuino de su naturaleza, en la perfección y energía con que expresa su calidad”. El sueño de Cartes coincide con el sentimiento vital de una nueva generación que se ha apartado de una sociedad autoritaria y rastrera que no satisfacía sus necesidades físicas ni espirituales y busca un estilo de vida menos reaccionaria e inmadura y una diferente orientación. Todavía queda por verse si Horacio Cartes está a la altura de los acontecimientos.
            Pero ¿porqué esa inmadurez  y reaccionarismo de nuestra Dirigencia y del pueblo que la siguió? Pensamos que tal inmadurez de la conciencia social  tiene su raíz en esa peculiaridad de nuestra Nación que campea desde el comienzo de su historia y que consiste en el extraordinario poder del Estado sobre la sociedad paraguaya. Esto ha producido una especie de “Estatolatría” –por llamarla de alguna forma– de  una sujeción al Estado y de un temor y respeto exagerado por el Poder constituido. Creemos que en pocas partes como en el Paraguay, la importancia de ocupar un Cargo Público supera toda descripción. Y este Estado Paraguayo todopoderoso, ha derivado su fuerza, precisamente, de la composición primitiva, amorfa  e indiferenciada del campesinado, base de nuestra estructura social. Esa inmadurez generalizada ha inducido siempre a pequeños grupos de políticos y dirigentes de la intelectualidad, a suplantar al pueblo y obrar como sus representantes sin consultarlo.
                Después del desquicio producido por la Guerra Civil del ‘47, con la clase obrera y campesina incapacitadas para defender su propio interés de clase, el Partido Colorado triunfante y su Junta de Gobierno asumieron el papel de sus custodios. La reducción y dispersión de la clase obrera (que debería ser la clase popular más progresista), características de los primeros años del stronismo, pertenecen ahora al pasado. Pero, con todo, el peso de la clase obrera no se ha hecho sentir hasta muy poco y todavía en forma aislada. Recordemos que durante la Dictadura, la influencia directa de los líderes obreros era incluso inconmensurablemente menor de lo que había sido en las décadas del ’20 al ’50; los trabajadores estaban o eran totalmente impotentes de hacer valer sus opiniones frente a la Burocracia Stronista.
                    ¿Qué explicación puede tener este fenómeno de tan prolongado eclipse de la conciencia social y de parálisis de la voluntad y la lucha política?  No se puede explicar por el terror represivo solamente, ni siquiera ese terror totalitario militar-policial-seccionalero, pues toda represión es eficaz o ineficaz en proporción a la resistencia con que se encuentre o deje de encontrarse. Debió haber habido “algo” en la misma clase obrera que determinara su pasividad.
               Pero, ¿qué era ese “algo”? Un ensayo de explicación sería que los nuevos obreros, que empezaron a llegar a las incipientes industrias, venían desde las regiones rurales primitivas, al principio “espontáneamente”, empujados por la superpoblación rural y el minifundio, y después, en el transcurso de aquel desplazamiento de mano de obra a las grandes obras de Itaipú y Yacyretá. Y trajeron consigo el analfabetismo, la inercia, y todo el espíritu fatalista, resignado, de la comunidad rural donde en cada familia impera el autoritario patriarca campesino. Desarraigados y confundidos por el nuevo ambiente, se  vieron atrapados por el mecanismo que había de transformarlos en seres muy diferentes de lo que hasta entonces habían sido, para adaptarlos al ritmo y disciplina de la vida industrial y de ciudad. Intimidados en las fábricas y obras, en sus campamentos de trabajo y en sus barriadas, se encontraron incapaces de resistir las presiones apabullantes de una disciplina cuasi-cuartelera que imponía a toda la población el régimen stronista. Tan violenta fue esa sacudida, tan abrumado por la enormidad de las fuerzas que moldeaban su vida se sentía ese campesino devenido en obrero y ciudadano proletario urbano, que por mucho tiempo no tuvo ni la voluntad ni la fuerza para formarse alguna opinión ni para expresar alguna protesta. Trataba, en consecuencia, de arreglárselas como podía por sus propios medios, sin establecer referencia con su situación de clase. Su individualismo atávico, tanto como la prohibición de hecho de las huelgas o cualquier otro tipo de protesta, le impedían asociarse en defensa propia con sus compañeros y actuar en solidaridad con ellos. Más bien procuraba ingresar en la “clientela” del Dirigente “obrero” partidario, intermediario con el tremendo Poder Estatal. Y así fue como, mientras el campesino libre –dueño  de su chacra, que fue la base sobre la que se formó y asentó la sociedad paraguaya y sostuvo la causa de la independencia nacional y apoyó el régimen de Francia y de los López– ha sido completamente proletarizado por el despojo y el latifundio, nuestra clase obrera y baja clase media –productos de aquél y, por eso mismo– han quedado infectadas por el espíritu del campesinado.
                    Y la dirigencia obrera colorada, no ha comprendido todavía que, con el desarrollo de las fuerzas productivas, el “ser social” de esa clase ha cambiado y, por supuesto, la “conciencia social”, reflejo del ser social, también; y que la activa función de la “superestructura” influye decisivamente en la “infraestructura”; pero ellos continúan aspirando a seguir siendo los intermediarios paternalistas de los trabajadores ante el “omnipotente” Poder del Estado, y granjearse indefinidamente el favor del Gobernante. Es por ello tan mediocre la acción e influencia de los Sindicatos Colorados.
                Con este panorama que hemos esbozado, podemos comprender el desplome del Poder Republicano el 20 de Abril del 2008 y ahora la aparición de un Líder extra-burocrático partidario. Es que, los impulsos y las influencias que determinan el comportamiento del Coloradismo son intrincados y contradictorios, con el resultado de que el temor y la fe, el horror y la ESPERANZA, la desesperación y la confianza luchan en los pensamientos del correligionario colorado, dejándolo enervado, resentido, y sin embargo renuente a abjurar de su partido, rumiando sus agravios en indolente sumisión.
                 El Partido Nacional Republicano, en el que un  Paraguay degradado por el Stronismo y luego por una Transición plagada de Gobiernos inútiles y reacconarios que desembocó en un Gobierno Izquierdista-Liberal trajo disgusto y temor, responderá sin duda de manera muy diferente a un Coloradismo depurado de traiciones, divisiones, corrupción y otras excrecencias bárbaras. En ese coloradismo tendrá que reconocer por fin su propia creación y su propia visión del destino del hombre colorado. Y así la historia completará su círculo hasta que la ESPERANZA ha de crear de la propia ruina de la experiencia fallida, aquel porvenir venturoso que contempla. Tal es la tarea de Horacio Cartes y sus colaboradores.




                         4.- ¿EL HOMBRE DEL DESTINO?

                             …No es vano esfuerzo
                             buscar un hombre entre mil,
                             una de esas almas afines y fuertes
                             perdidas entre la multitud.
                               Novecientos noventa y nueve hombres
                             se embarcarán con nosotros
                             si no hay riesgos o si tenemos asegurado
                             previamente el éxito,
                          pero el milésimo hombre desafía tifón y procela,
                             para salvarse o hundirse
                             en la misma azarosa travesía.
                             No lo determina ningún cálculo sórdido.
                           Novecientos noventa y nueve amigos inseguros
                             que obtuvieron favores y ventajas
                             en días de esplendor,
                             nos venderán por cualquier precio;
                             para el milésimo hombre la amistad
                             no es comercio de trueque ni objeto de soborno.
                              Es incapaz de fugas cobardes
                              y taimadas felonías.
                           Novecientos noventa y nueve adulones serviles
                             y oportunistas en acecho
                             nos dejarán solos en cualquier emergencia,
                          pero el milésimo hombre acompaña a sus amigos
                             hasta el pie de la horca y acaso hasta después.
                               Rudyard Kipling: “El milésimo hombre”.
                               ………………………………………………
              
               ¿Existe el “Hombre del Destino?” Aquél individuo que por una especie de providencia toma, en un momento histórico, la responsabilidad de los sucesos de su pueblo y cuyo camino está signado por dejar surcos en la historia.
                Stefan Zweig, en su libro “Momentos Estelares de la Humanidad”(5), afirma que sí y que cuando llega el momento supremo no debe vacilar, porque de lo contrario, “Nada le redimirá de aquel momento en que fue dueño del Destino y no supo captarlo”.
             “Es una venganza terrible de la ocasión suprema, de esta ocasión que, de cuando en cuando, desciende oportuna hasta la vida de los mortales, entregándose al hombre vulgar que no sabe utilizarla intempestivo”. “Estas cuatro fuerzas que denominamos virtudes ciudadanas: previsión, disciplina, celo y prudencia; magníficas armas en días vulgares y pacíficos, se funden abrasadas por el fuego glorioso del instante del Destino que exige el genio para ser plasmadas en su imagen imperecedera”. “La indecisión es rechazada con desprecio. Únicamente los atrevidos, nuevos privilegiados de la tierra, son encumbrados por los brazos flamígeros del Destino, hasta el cenit de los triunfadores”.
                Aquí cabe recordar a Hegel, el filósofo que percibía un esquema preordenado en la historia, pero no postulaba un fin histórico específico; que afirmaba que sólo retrospectivamente puede el hombre comprender plenamente el papel de los individuos específicos y de los hechos concretos dentro del proceso histórico total, porque solo en visión retrospectiva aparece clara la culminación histórica del ideal de la humanidad. La dialéctica hegeliana deja margen para el error y la tragedia; es por eso que Hegel acierta cuando no exige que cada acto específico tome parte en la construcción de la misión histórica del hombre.
                  La creencia de Hegel en la historia como un proceso orgánico es realmente mística en su origen; no puede proceder de la experiencia sino de la intuición y tal vez debiera describirse como un artículo de fe. Su creencia en la responsabilidad del Líder, del “Hombre histórico universal”, de que ese hombre es portador de una carga que tal vez “sienta” pero sin acabar de comprenderla jamás, y que no puede simplemente reducirse al sentimiento nacionalista o egocéntrico, es el meollo de la visión hegeliana(6).
              Simplificando su idea, podemos decir que un Estado y su Dirigente, no deben simplemente aspirar al poder y a la gloria por sí mismos, sino que deben comportarse de modo que su papel como agentes históricos resulte dignificado. Y el desdén de Hegel por la opinión popular tiene su origen en esa misma creencia: La historia no es obra de las grandes masas, sino de sus Dirigentes; las opiniones del público son tan transitorias y sujetas a súbitos trastornos y cambios que no pueden soportar los rigores momentáneos que caracterizan al movimiento de la historia que se dirige hacia su destino final (7).
                    En un famoso curso de conferencias dado en la Universidad de Berlín –y que luego fueron reunidas en su libro “Filosofía de la Historia”– Hegel había señalado, como ya lo dijimos, el papel de los “individuos históricos universales” como los agentes por medio de los cuales se desarrolla el plan de la Providencia: “la Voluntad del Espíritu Universal”. Decía “Estas individualidades pueden ser llamadas héroes, en cuanto han derivado sus fines y su vocación, no del curso apacible y normal de las cosas, sancionado por el orden vigente, sino de una fuente oculta, de aquel Espíritu recóndito, todavía oculto bajo la superficie, que choca con el mundo exterior como sobre un caparazón y estalla hecho pedazos. Tales fueron Alejandro, César, Napoleón. Estos fueron hombres políticos prácticos, pero al mismo tiempo fueron pensadores que penetraron en las exigencias de una época que estaba madura para el desarrollo. Esta fue la Verdad auténtica de su época, de su mundo… A ellos les tocó conocer este principio emergente, el paso inmediatamente posterior, directa y necesariamente orientado hacia el progreso, que su mundo tenía que dar; hacer de éste su aspiración y gastar su energía en impulsarlo. El hombre histórico-universal, los héroes de una época, deben ser por lo tanto reconocidos como los dotados con más clara visión: sus hechos, sus palabras, son lo mejor de su época…(8). Una fuerza tan poderosa –agrega en otra parte– necesariamente tiene que atropellar muchas flores inocentes , aplastar y hacer pedazos muchos objetos en su camino”.
                  El “Hombre del Destino” debe tener lo que designa una palabra alemana: Fingerspitzgefühl (“sensibilidad en la punta de los dedos”), esa presciencia que describe perfectamente el sentido de la oportunidad y de la cronometración de los acontecimientos. Ahora, ¿puede Horacio Cartes ser “el hombre del destino” y el “héroe histórico universal” para esta época de nuestro Partido y nuestra Patria? Todavía creemos que puede que sí, pero a diferencia de Hegel, Cartes no comparte su desdén por la opinión de las masas… Él tiene un gran respeto por la opinión popular y comparte más bien la idea del Príncipe Metternich, que ya en 1808 expresaba: “hay que tener muy en cuenta la Opinión Pública, sobre todo en esta época que es el siglo de las palabras”(9). Y con una gran intuición, el Líder ausculta la dirección que llevan las masas y se les pone delante para guiarlas.
                  Sea o no el Hombre del Destino o el Héroe Hegeliano, no hay duda alguna que Horacio Cartes es un “hombre de acción”: su liderazgo en el campo empresarial y deportivo y ahora en la política, así como toda su vida personal lo demuestran. Y como todo hombre de acción es un realista porque tiene una obra que realizar; y para obrar en el mundo real es preciso no tener ilusiones. Si el hombre de acción conoce mal a los seres humanos, si en lugar de verlos tal como son él se los imagina, como hacen los mediocres, como él quisiera que fuesen, fracasará. Si renuncia por sentimentalismo a cometer actos duros –necesarios– fracasará también. Si se conforma con representar  en una comedia heroica y brillante el papel del General histórico, en lugar de realizar las necesidades difíciles e insulsas del General verdadero, él no sería ni César ni Wellington, ni Napoleón. En  “El héroe y el soldado” de George Bernard Shaw(10),  el héroe no es el soldado, y a esto se reduce todo el tema de la obra. Y Cartes lo sabe: el héroe es un gran hombre; pero no un “héroe tradicional”. Él dice lo que los otros no se atreven a decir; perdona todo –excepto la deslealtad– porque no tiene tiempo de sentir rencor; es generoso porque desea algo más que los bienes que ambicionan los hombres ordinarios; en “César y Cleopatra”, Shaw hace que le responda en una ocasión en que ella trata de seducirle: “Ahora, no. Tengo que trabajar”. César era, ante todo, un realista hombre de acción como lo notamos en Horacio Cartes: ni por un momento nos lo imaginamos como un joven-maduro romántico. El es un verdadero hijo de esta tierra, con la obstinación y el buen sentido de los triunfadores; igual que ellos acepta sin idolatría y sin snobismo a los grandes señores, sean reyes o prelados. En una ojeada percibe hasta qué punto pueden servirle éstos en sus planes individuales… Del mismo modo habla a toda la gente, a los trabajadores como a un rey, sin afectación ni embarazo. Y les obliga o persuade a hacer lo que él quiere, siempre que no fuesen pusilánimes ni depravados. Su palabra, amable y afilada, sabe halagar y fustigar al mismo tiempo. Es un verdadero Jefe nato.
               Es que en los últimos años, entre convulsiones y convenciones partidarias, nació un Caudillo; y es un fenómeno universal que el Caudillo, el Partido y la Nación siempre están buscándose instintivamente a través del tiempo y del espacio hasta sintonizar en una simbiosis sensacional que estremece hasta sus cimientos una sociedad a la deriva. Es lo que sucede en el Paraguay en esta época tan rica en discursos históricos como pobre en el cumplimiento de sus programas y promesas y de su destino. Y en este devenir el Partido Colorado debe sincerarse consigo mismo y con la República; porque en las últimas décadas, su cinismo, oportunismo e hipocresía llegaron a ser tan completos, y eso es inadmisible. Nuestra generación ya no debe permitir que el Partido ni la administración gubernamental sigan siendo una feria, donde solamente campeen los mediocres, los caraduras y los astutos, ni que sigan estando al servicio de aquellos ineptos, que siempre sienten un temor y odio supersticioso hacia todo lo elevado, y se pasan combatiendo a todos los ciudadanos que no les sirven directamente a sus intereses y a todo lo que no entienden. Como dice el dramaturgo noruego Ibsen en su obra teatral “El Enemigo del Pueblo”: “…todavía queda por verse si la maldad, la estupidez y la cobardía pueden sellar los labios de un hombre libre y honrado”.
               Hay que preocuparse, y no es para menos, porque la vieja Dirigencia Partidaria prebendarista y reaccionaria –y en el plano nacional la extrema Izquierda Luguista y la reaccionaria Derecha Liberal– pareciera  padecer una escasez  y debilidad en sus reacciones nerviosas y pobreza alarmante de recursos políticos y aún espirituales. Casi todos ellos dan la impresión de personas abrumadas por sus tareas, pero al mismo tiempo renuentes a ceder siquiera una pequeñísima parte de su poder y derechos que son incapaces de usar. Dan la impresión de que les es más fácil estar yendo al abismo –que algunos juzgan de todos modos inevitable– con los ojos bien cerrados y la corona encasquetada, como esos Macbeths trágicos de la historia, pues a la marejada histórica que nos está sacudiendo, y que está trayendo sus oleadas cada vez más cerca de las puertas del Palacio de Gobierno, ellos solo oponen una torpe indiferencia.
                   Estas palabras son muy duras, pero son empleadas movidas por el amor al Partido y a la República, y la adhesión y fe inconmovibles al proceso democrático. Y porque creemos que reflejan el sentimiento de esa gran corriente de opinión en la que estamos inmersos, y vemos que los Paraguayos de todas las corrientes nos estamos asemejando en nuestro punto de vista, a tal punto que los rasgos distintivos parecen desvanecerse, ya que comprendemos que el peligro es demasiado grande y próximo, y, por supuesto, a una cosquilla cada persona reacciona de manera diferente, pero a un hierro candente todos reaccionamos igual.
                   Sabemos también que estas frases y consideraciones sabrán a veneno para muchos “distinguidos viejos jefes y militantes partidarios”; eso nos recuerda a Bolingbroke, Duque de Hereford, aquel personaje de Shakespeare, que en “El Rey Ricardo II” dice: “el veneno no gusta a quienes lo necesitan”. Tal vez Bolingbroke era, como cualquier Republicano auténtico de ahora, UN HOMBRE LIBRE.
                  ¿Y porqué Horacio Cartes aceptó tomar sobre sus hombros la pesada carga, preñada de intenso trabajo, peligros y acechanzas, de luchar por la Presidencia de la Rca.? Pues al parecer ya lo tiene todo: liderazgo empresarial, deportivo, y realización personal. Es indudable que la respuesta nos la da ese genial escritor, político y guerrero que fue André Malraux(11), en su fundamental obra que es una de las mejores que se han escrito en el mundo: “La Condición Humana”, cuya idea central, que domina todo el libro, es que “solo un propósito sobrehumano, por el cual el hombre estaría dispuesto a pagar con su vida, puede dar sentido a la existencia personal”.

                                            N O T A S

(1)            Jean-Paul Sartre: “ L’étre et le néant”; pp.32-36-124-142-145; loc. cit. et pássim. Librairie Gallimard. París, 1943.-
(2)            Miguel de Unamuno: “El sepulcro de Don Quijote” (Vida de Don Quijote y Sancho); Presses de la Cité. París, 1967.-
(3)            Outsider: Vocablo inglés cuyo sentido para nosotros sería “forastero, venido de afuera”.-
(4)            Hermann Hesse: Célebre escritor alemán, una de cuyas obras, “El Juego de Abalorios”, trata en forma alegórica la lucha por la conquista del Poder.-
(5)            Stefan Zweig: “Momentos Estelares de la Humanidad”; pp.51-52; Editorial TOR. Bs. Aires, 1954.-
(6)            Guillermo Federico Hegel: “Filosofía de la Historia”; p.57; Ed. Zeus. Barcelona, 1971.-
(7)            Ibídem: p.60 et pássim.-
(8)            Ibídem: p.57.-
(9)            Príncipe Metternich: Genial diplomático y Ministro de Relaciones Exteriores austríaco, que tuvo un papel preponderante en la derrota final de Napoleón y fue el artífice de la política del “equilibrio del Poder” pergeñada en el Congreso de Viena y que dio un siglo de paz a Europa.-
(10)      George Bernard Shaw: Gran escritor Irlandés autor de obras teatrales de alcance mundial.-
(11)      André Malraux: Rara mezcla de intelectual y hombre de acción. Peleó en la Guerra Civil Española, en el Maquis francés durante la resistencia, tuvo un gran protagonismo político para el retorno del Gral. De Gaulle al Poder, de quien fue Ministro de Cultura, y escribió numerosas obras de fama universal.-



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