EL PARTIDO COLORADO Y
STROESSNER
Los acontecimientos del 2-3 de
Febrero de 1989, signados por la caída de Stroessner, pusieron de relieve la
perenne vitalidad del Partido Colorado y su capacidad de sobreponerse a las más
trágicas y terribles circunstancias, pudiendo emerger de su “cautiverio” con
sus cuadros intactos, para ofrecer aún al pueblo paraguayo la alternativa más
válida de recuperación institucional y democracia participativa. En los prolegómenos
de este análisis queremos señalar el mérito, por un lado, del “Coloradismo de la resistencia”, el “maquis colorado”, que
preservó, con singular heroísmo y constancia, la autoridad moral del Partido; así como de un gran sector de la “corriente
Oficialista”, que aún teniendo que tascar el freno del stronismo, pudo
“mantener el pie” en las estructuras del Poder Partidario y Estatal, conservando
la organización del Partido a nivel nacional, evitando la caída a la llanura,
para esperar pacientemente el momento en que Stroessner cometiera un error o
que la relación de fuerzas Stroessner-Partido favoreciera a éste último para
intentar la caída del dictador. Al considerar el tema que estamos tratando,
queremos señalar que debemos tener siempre presente, la peculiaridad esencial de la historia
política y social del Paraguay, que consiste en el extraordinario Poder del
Estado sobre la sociedad nacional. Tal es así, que podemos añadir con
propiedad, que mientras en la mayoría de los países latinoamericanos las
Oligarquías crearon el Estado, en el Paraguay el Estado ha dado origen a la Oligarquía; incluso el Capitalismo
paraguayo nació como una criatura del Estado. La inmadurez pues, de las clases
sociales de nuestro país, ha inducido (y sigue induciendo) a los Dirigentes de
la intelectualidad y a pequeños grupos de Caudillos políticos, a suplantar al
pueblo y a obrar como sus representantes sin consultarlo demasiado.
Expliquémonos: la formación histórica de la Nación Paraguaya se ha operado de
una manera bastante singular y diferente de la mayoría de las naciones
latinoamericanas. En efecto, mientras que en el Río de la Plata la conquista
española se asentó sobre la explotación de las grandes estancias ganaderas; en
el Virreinato del Perú sobre la gran minería extractiva, en las Antillas sobre
las plantaciones de caña de azúcar, y en el Brasil la colonización portuguesa
sobre las grandes plantaciones de café, por ej., en el Paraguay no había nada
de eso. La presencia de los factores que prometían riqueza fácil y
extraordinaria, hizo que los conquistadores y sus sucesores –sobre todo los
nobles aristócratas que se fueron sumando– sentaran sus reales en los centros
antes mencionados. Y formaron la aristocracia hispano-criolla, blanca, noble,
que nunca se unió a los naturales; al contrario, sometió a los indios de los
Andes, a los negros traídos del África y a los mestizos peones de las estancias
de la Pampa húmeda, a una esclavitud no prevista por las Leyes de Indias,
degenerando su estirpe con coca, alcohol y hambre; problema social tremendo que
aún arrastran los países que han heredado esa masa humana tanto tiempo
sometida.
En el Paraguay, ante la ausencia de
posibilidades de riqueza fácil y pronta, los aristócratas y grandes caballeros
españoles, pasaron de largo; quedando solamente los segundones, los
“hijosdalgos”, los que no tenían los medios adecuados para ocupar un espacio en
los ricos Virreinatos. Y tampoco tuvieron mucho desdén hacia los indios como
para no unirse con sus hijas y hermanas. Además cuentan los cronistas, que la
raza Guaraní pura (que no es la misma que las tribus “guaranizantes” que
todavía pueblan nuestra tierra, pues los guaraníes fueron absorbidos casi en su
totalidad por la población mestiza ya para mediados del siglo XIX) poseía
mujeres atractivas y limpias. Y además los “hijosdalgos” tenían otro motivo
poderoso para casarse con las indias: una ley no escrita pero muy respetada de
los naturales que obligaba a los “cuñados” a ayudar al marido de su hermana.
Demás está decir que los conquistadores –como buenos españoles– se casaban con
varias mujeres para tener así un ejército de “cuñados” a su disposición. Esto
puede explicar que en el Paraguay no exista problema racial, ni compartimentos
estancos entre sus clases, ni “alta aristocracia” excluyente y tradicional. En
el Paraguay el que tiene el Poder Político se vuelve “aristócrata”; valga un
ejemplo: con el derrumbe del
Stronato en Febrero del ’89, el Club Social más
“aristocrático” del país, el CLUB CENTENARIO, quedó acéfalo, pues su mesa
directiva estaba compuesta casi en su totalidad por nuevos ricos poderosos de
la camarilla de Stroessner.
Así pues, en el Paraguay, ante la
ausencia de todo tipo de grandes explotaciones y unidades económicas, la base
de su sociedad fue la pequeña chacra del
campesino libre. Esta clase social que por su misma mentalidad e intereses
era la que tenía que apoyar la independencia absoluta de la corona española y
posteriormente el nacionalismo férreo de la Dictadura del Dr. José Gaspar Rodríguez
de Francia. En este mundo agrario, bucólico, de pequeños campesinos, sin
“intelligentsia” aristocrática, ni burguesía, ni grandes latifundistas, el
Estado adquirió un Poder absoluto. Los 29 años del Dr. Francia en el Poder, de
los cuales 24 fueron de suprema Dictadura Perpetua, plasmaron la unidad
nacional y dieron al Estado paraguayo su supremacía total y completa iniciativa
en la toma de decisiones de todos los aspectos de la sociedad. A la muerte del
Supremo Dictador en 1840, y la ascensión al Poder del Pte. Carlos Antonio
López, el cambio que se operó fue sólo de grado, no de esencia. El Estado
continuó siendo la principal fuente de acumulación de capital así como el
impulsor y propietario de las bases de una industria siderúrgica y metalúrgica,
el ferrocarril y el comercio de exportación. Con la destrucción del Estado
Paraguayo, por la Guerra de la Triple Alianza de 1865-1870, que costó al
Paraguay la muerte de las dos terceras partes de su población total y las nueve
décimas partes de su población masculina, nuestra Nación adquirió la forma
–impuesta por los vencedores– de una democracia liberal de formato
constitucional. Pero este sistema nunca pudo funcionar apropiadamente. Y la
postración popular luego del genocidio del ’70 hizo que careciese de energías
para presionar sobre el Gobierno de un Estado que era débil ante los intereses
dominantes pero seguía siendo poderoso en su dominio sobre las masas campesinas
bajo la fachada de una pseudo democracia liberal.
Este sistema funcionó más mal que bien
durante casi 32 años de gobierno ininterrumpido del Partido Liberal. Pero las
energías latentes de las masas hicieron eclosión a raíz de la Guerra del Chaco
entre Paraguay y Bolivia. Esta guerra fratricida puso al descubierto y agudizó
al máximo, todas las falencias del sistema. Y es así como el Ejército toma, por
primera vez, participación directa en la dirección de la vida política
paraguaya. La cronología comienza con el Golpe de Estado revolucionario del 17
de febrero de 1936, dirigido y liderado por un héroe del Chaco: el Coronel Rafael Franco.
Hecha esta breve e incompleta sinopsis
histórica, necesaria para comprender las peculiaridades de la Nación Paraguaya
y de su política, pasaremos a tratar de ilustrar sobre el fenómeno clave: la aparición en el escenario gubernamental
del Partido Colorado y el Stronismo. Sin ello no podríamos referirnos a nuestra
visión del proceso de transición democrática y nuestras expectativas hasta
ahora fallidas.
LA REVOLUCIÓN COLORADA Y EL
STRONISMO.
Después de una irrupción relativamente
breve, pero intensa, de las energías populares, durante las jornadas de 1936 y
la década subsiguiente, el agotamiento de esas energías en la guerra civil de
1947 y la cuasi-desintegración post-revolucionaria de la sociedad, produjeron
un efecto aún más devastador. El ascenso del Coloradismo al poder con la guerra
civil –seis meses de matanzas pavorosas– fue una REVOLUCIÓN. Porque el gran
derrotado: el Partido Liberal –y su
ejército profesional– era el sostén de una rancia Oligarquía que se había ido
formando lentamente por la clase de los grandes estancieros latifundistas,
comerciantes exportadores y abogados o accionistas de las grandes empresas de
capital extranjero. Imitando a su símil Rioplatense, adoptaban los usos y
costumbres europeos, poseían una vasta cultura Positivista y hablaban
correctamente el francés.
El advenimiento del Coloradismo,
significó el ascenso popular al poder; o como otros lo prefieren, el ascenso
del populismo. Muchos de sus Jefes y sobre todo sus mandos medios, no poseían
una cultura exquisita: por primera
vez se escuchaba en los pasillos del Palacio de Gobierno y en los Ministerios,
voces que hablaban en guaraní o en un mal castellano mezclado, el “jopará”. Entonces, ¿porqué esta Revolución
Popular Colorada, que había derrotado incluso –con su milicia de “pynandíes”–
al Ejército profesional, no pudo llevar a cabo las transformaciones que sus
mismos Estatutos y sus Caudillos prometían? Esta es la pregunta que trataremos
de responder, porque, a nuestro juicio, de este fracaso deviene la larga noche
stronista.
Entre 1947 y 1954, con los demás
Partidos derrotados, incapacitados para defender sus posiciones, el Partido
Colorado y su Junta de Gobierno asumieron el papel de custodios del orden y la
legalidad. La lógica de este “sustitutismo republicano” los llevó a establecer
el monopolio mucho más estrecho de la facción “Guión Rojo” y luego la “Democrática”.
Y éste fenómeno agudizó el ya prolongado eclipse de la conciencia social de
las masas, y devino en una verdadera parálisis de la voluntad política del
Partido, reflejada en su fragmentación, confusión y falta de identidad política
con sus bases, pudiendo ser descripto –en terminología Sartriana– como un
“Partido en sí”, pero no un “Partido para sí”. Expliquémoslo: un “Partido en sí” cumple su función política en la sociedad, pero no
tiene conciencia de su lugar en dicha sociedad, es incapaz de concebir su
propio interés colectivo e histórico y de subordinar a éstos las aspiraciones
particulares de sus miembros, especialmente de sus Dirigentes. Esos Dirigentes
habían supuesto –sin expresarlo nunca directamente– que, una vez que el Partido
Colorado lograra el pleno Poder y la autointegración social que ello implicaba,
conseguiría también, automáticamente, esa conciencia política que haría de él
un “Partido para sí”; y que se
mantendría en adelante en esa posición sin recaer en la inmadurez, que
atribuían a los 40 años de llanura. Pero, en lugar de eso, el Partido Colorado,
después de derrocar a la rancia Oligarquía liberal y a su Ejército de élite, y
afirmar su preeminencia sobre todos los demás adversarios, volvió a sumirse en
la condición de una clase política inconsciente de sus verdaderos intereses y
objetivos, e inarticulada.
Así pues, sobrevino la reacción
“Bonapartista”(1) de Stroessner, quien aprovechó el hecho de que los impulsos y
las influencias que determinaban el comportamiento del Partido eran intrincados
y contradictorios, con el resultado de que el temor y la fe, el horror y la
esperanza, la desesperación y la confianza, luchaban en los sentimientos de las
masas coloradas, dejándolas enervadas, resentidas, y sin embargo renuentes a
resistir la autoridad del Estado y de la Junta de Gobierno, remitiéndose a
rumiar sus agravios en indolente sumisión. Y Stroessner tuvo el campo orégano.
Y entonces, el deseo febril de poner
orden, de lograr la expansión económica –por un lado– más la inestabilidad
general, el eclipse de la conciencia social de las masas y la extenuación de la
voluntad política del Partido –por el otro– formaron el trasfondo del
desarrollo posterior mediante el cual el
gobierno de una facción partidaria se convirtió en el gobierno de un solo Jefe.
A los Colorados les tocó el turno de descubrir, horrorizados algunos, que,
después de haber privado de libertad a todos sus adversarios, se habían privado
de libertad ellos mismos y se habían puesto a merced de su propio Jefe. Después de proclamar que el Partido debía
ser monolítico o no sería Colorado, Stroessner insistió en que su propia
facción debía ser monolítica o no sería stronista. Y el Partido Colorado dejó
de ser una “asociación de hombres libres” o la expresión de un grupo político: se convirtió en el interés, la
voluntad y el capricho personal de Stroessner.
Y
mientras más poderoso parecía, y mientras más enérgicamente hablaba y procedía
Stroessner, y mientras más abyectamente se arrastraban ante él sus nuevos
partidarios y muchos antiguos colorados, más delirante se hacía su obsesión por
el Poder y más incansablemente trabajaba para que todo el Paraguay compartiera
su obsesión de perpetuidad. El frenesí con que llevó adelante su empresa,
convirtiéndola en la preocupación capital de su Gobierno, supeditando a ella
todos los intereses políticos, tácticos, intelectuales y de cualquier género,
supera toda descripción; no existe
en toda nuestra historia otro caso en que recursos tan inmensos de Poder y Propaganda
hayan sido empleados para un solo individuo.
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