sábado, 7 de febrero de 2015

EL P. COLORADO Y STROESSNER (1ª PARTE)

              EL PARTIDO COLORADO Y
                   STROESSNER

               Los acontecimientos del 2-3 de Febrero de 1989, signados por la caída de Stroessner, pusieron de relieve la perenne vitalidad del Partido Colorado y su capacidad de sobreponerse a las más trágicas y terribles circunstancias, pudiendo emerger de su “cautiverio” con sus cuadros intactos, para ofrecer aún al pueblo paraguayo la alternativa más válida de recuperación institucional y democracia participativa. En los prolegómenos de este análisis queremos señalar el mérito, por un lado, del Coloradismo de la resistencia”, el maquis colorado”, que preservó, con singular heroísmo y constancia, la autoridad moral del Partido; así como de un gran sector de la “corriente Oficialista”, que aún teniendo que tascar el freno del stronismo, pudo “mantener el pie” en las estructuras del Poder Partidario y Estatal, conservando la organización del Partido a nivel nacional, evitando la caída a la llanura, para esperar pacientemente el momento en que Stroessner cometiera un error o que la relación de fuerzas Stroessner-Partido favoreciera a éste último para intentar la caída del dictador. Al considerar el tema que estamos tratando, queremos señalar que debemos tener siempre presente, la peculiaridad esencial de la historia política y social del Paraguay, que consiste en el extraordinario Poder del Estado sobre la sociedad nacional. Tal es así, que podemos añadir con propiedad, que mientras en la mayoría de los países latinoamericanos las Oligarquías crearon el Estado, en el Paraguay el Estado ha dado origen a la Oligarquía; incluso el Capitalismo paraguayo nació como una criatura del Estado. La inmadurez pues, de las clases sociales de nuestro país, ha inducido (y sigue induciendo) a los Dirigentes de la intelectualidad y a pequeños grupos de Caudillos políticos, a suplantar al pueblo y a obrar como sus representantes sin consultarlo demasiado.
       Expliquémonos: la formación histórica de la Nación Paraguaya se ha operado de una manera bastante singular y diferente de la mayoría de las naciones latinoamericanas. En efecto, mientras que en el Río de la Plata la conquista española se asentó sobre la explotación de las grandes estancias ganaderas; en el Virreinato del Perú sobre la gran minería extractiva, en las Antillas sobre las plantaciones de caña de azúcar, y en el Brasil la colonización portuguesa sobre las grandes plantaciones de café, por ej., en el Paraguay no había nada de eso. La presencia de los factores que prometían riqueza fácil y extraordinaria, hizo que los conquistadores y sus sucesores –sobre todo los nobles aristócratas que se fueron sumando– sentaran sus reales en los centros antes mencionados. Y formaron la aristocracia hispano-criolla, blanca, noble, que nunca se unió a los naturales; al contrario, sometió a los indios de los Andes, a los negros traídos del África y a los mestizos peones de las estancias de la Pampa húmeda, a una esclavitud no prevista por las Leyes de Indias, degenerando su estirpe con coca, alcohol y hambre; problema social tremendo que aún arrastran los países que han heredado esa masa humana tanto tiempo sometida.
       En el Paraguay, ante la ausencia de posibilidades de riqueza fácil y pronta, los aristócratas y grandes caballeros españoles, pasaron de largo; quedando solamente los segundones, los “hijosdalgos”, los que no tenían los medios adecuados para ocupar un espacio en los ricos Virreinatos. Y tampoco tuvieron mucho desdén hacia los indios como para no unirse con sus hijas y hermanas. Además cuentan los cronistas, que la raza Guaraní pura (que no es la misma que las tribus “guaranizantes” que todavía pueblan nuestra tierra, pues los guaraníes fueron absorbidos casi en su totalidad por la población mestiza ya para mediados del siglo XIX) poseía mujeres atractivas y limpias. Y además los “hijosdalgos” tenían otro motivo poderoso para casarse con las indias: una ley no escrita pero muy respetada de los naturales que obligaba a los “cuñados” a ayudar al marido de su hermana. Demás está decir que los conquistadores –como buenos españoles– se casaban con varias mujeres para tener así un ejército de “cuñados” a su disposición. Esto puede explicar que en el Paraguay no exista problema racial, ni compartimentos estancos entre sus clases, ni “alta aristocracia” excluyente y tradicional. En el Paraguay el que tiene el Poder Político se vuelve “aristócrata”; valga un ejemplo: con el derrumbe del Stronato en   Febrero del ’89, el Club Social más “aristocrático” del país, el CLUB CENTENARIO, quedó acéfalo, pues su mesa directiva estaba compuesta casi en su totalidad por nuevos ricos poderosos de la camarilla de Stroessner.
       Así pues, en el Paraguay, ante la ausencia de todo tipo de grandes explotaciones y unidades económicas, la base de su sociedad fue la pequeña chacra del campesino libre. Esta clase social que por su misma mentalidad e intereses era la que tenía que apoyar la independencia absoluta de la corona española y posteriormente el nacionalismo férreo de la Dictadura del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia. En este mundo agrario, bucólico, de pequeños campesinos, sin “intelligentsia” aristocrática, ni burguesía, ni grandes latifundistas, el Estado adquirió un Poder absoluto. Los 29 años del Dr. Francia en el Poder, de los cuales 24 fueron de suprema Dictadura Perpetua, plasmaron la unidad nacional y dieron al Estado paraguayo su supremacía total y completa iniciativa en la toma de decisiones de todos los aspectos de la sociedad. A la muerte del Supremo Dictador en 1840, y la ascensión al Poder del Pte. Carlos Antonio López, el cambio que se operó fue sólo de grado, no de esencia. El Estado continuó siendo la principal fuente de acumulación de capital así como el impulsor y propietario de las bases de una industria siderúrgica y metalúrgica, el ferrocarril y el comercio de exportación. Con la destrucción del Estado Paraguayo, por la Guerra de la Triple Alianza de 1865-1870, que costó al Paraguay la muerte de las dos terceras partes de su población total y las nueve décimas partes de su población masculina, nuestra Nación adquirió la forma –impuesta por los vencedores– de una democracia liberal de formato constitucional. Pero este sistema nunca pudo funcionar apropiadamente. Y la postración popular luego del genocidio del ’70 hizo que careciese de energías para presionar sobre el Gobierno de un Estado que era débil ante los intereses dominantes pero seguía siendo poderoso en su dominio sobre las masas campesinas bajo la fachada de una pseudo democracia liberal.
       Este sistema funcionó más mal que bien durante casi 32 años de gobierno ininterrumpido del Partido Liberal. Pero las energías latentes de las masas hicieron eclosión a raíz de la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia. Esta guerra fratricida puso al descubierto y agudizó al máximo, todas las falencias del sistema. Y es así como el Ejército toma, por primera vez, participación directa en la dirección de la vida política paraguaya. La cronología comienza con el Golpe de Estado revolucionario del 17 de febrero de 1936, dirigido y liderado por un héroe del Chaco: el Coronel Rafael Franco.
       Hecha esta breve e incompleta sinopsis histórica, necesaria para comprender las peculiaridades de la Nación Paraguaya y de su política, pasaremos a tratar de ilustrar sobre el fenómeno clave: la aparición en el escenario gubernamental del Partido Colorado y el Stronismo. Sin ello no podríamos referirnos a nuestra visión del proceso de transición democrática y nuestras expectativas hasta ahora fallidas.

                    LA REVOLUCIÓN COLORADA Y EL STRONISMO.

       Después de una irrupción relativamente breve, pero intensa, de las energías populares, durante las jornadas de 1936 y la década subsiguiente, el agotamiento de esas energías en la guerra civil de 1947 y la cuasi-desintegración post-revolucionaria de la sociedad, produjeron un efecto aún más devastador. El ascenso del Coloradismo al poder con la guerra civil –seis meses de matanzas pavorosas– fue una REVOLUCIÓN. Porque el gran derrotado: el Partido Liberal –y su ejército profesional– era el sostén de una rancia Oligarquía que se había ido formando lentamente por la clase de los grandes estancieros latifundistas, comerciantes exportadores y abogados o accionistas de las grandes empresas de capital extranjero. Imitando a su símil Rioplatense, adoptaban los usos y costumbres europeos, poseían una vasta cultura Positivista y hablaban correctamente el francés.
       El advenimiento del Coloradismo, significó el ascenso popular al poder; o como otros lo prefieren, el ascenso del populismo. Muchos de sus Jefes y sobre todo sus mandos medios, no poseían una cultura exquisita: por primera vez se escuchaba en los pasillos del Palacio de Gobierno y en los Ministerios, voces que hablaban en guaraní o en un mal castellano mezclado, el “jopará”. Entonces, ¿porqué esta Revolución Popular Colorada, que había derrotado incluso –con su milicia de “pynandíes”– al Ejército profesional, no pudo llevar a cabo las transformaciones que sus mismos Estatutos y sus Caudillos prometían? Esta es la pregunta que trataremos de responder, porque, a nuestro juicio, de este fracaso deviene la larga noche stronista.
       Entre 1947 y 1954, con los demás Partidos derrotados, incapacitados para defender sus posiciones, el Partido Colorado y su Junta de Gobierno asumieron el papel de custodios del orden y la legalidad. La lógica de este “sustitutismo republicano” los llevó a establecer el monopolio mucho más estrecho de la facción “Guión Rojo” y luego la “Democrática”. Y éste fenómeno agudizó el ya prolongado eclipse de la conciencia social de las masas, y devino en una verdadera parálisis de la voluntad política del Partido, reflejada en su fragmentación, confusión y falta de identidad política con sus bases, pudiendo ser descripto –en terminología Sartriana– como un “Partido en sí”, pero no un “Partido para sí”. Expliquémoslo: un “Partido en sí” cumple su función política en la sociedad, pero no tiene conciencia de su lugar en dicha sociedad, es incapaz de concebir su propio interés colectivo e histórico y de subordinar a éstos las aspiraciones particulares de sus miembros, especialmente de sus Dirigentes. Esos Dirigentes habían supuesto –sin expresarlo nunca directamente– que, una vez que el Partido Colorado lograra el pleno Poder y la autointegración social que ello implicaba, conseguiría también, automáticamente, esa conciencia política que haría de él un “Partido para sí”; y que se mantendría en adelante en esa posición sin recaer en la inmadurez, que atribuían a los 40 años de llanura. Pero, en lugar de eso, el Partido Colorado, después de derrocar a la rancia Oligarquía liberal y a su Ejército de élite, y afirmar su preeminencia sobre todos los demás adversarios, volvió a sumirse en la condición de una clase política inconsciente de sus verdaderos intereses y objetivos, e inarticulada.
       Así pues, sobrevino la reacción “Bonapartista”(1) de Stroessner, quien aprovechó el hecho de que los impulsos y las influencias que determinaban el comportamiento del Partido eran intrincados y contradictorios, con el resultado de que el temor y la fe, el horror y la esperanza, la desesperación y la confianza, luchaban en los sentimientos de las masas coloradas, dejándolas enervadas, resentidas, y sin embargo renuentes a resistir la autoridad del Estado y de la Junta de Gobierno, remitiéndose a rumiar sus agravios en indolente sumisión. Y Stroessner tuvo el campo orégano.
      Y entonces, el deseo febril de poner orden, de lograr la expansión económica –por un lado– más la inestabilidad general, el eclipse de la conciencia social de las masas y la extenuación de la voluntad política del Partido –por el otro– formaron el trasfondo del desarrollo posterior mediante el cual el gobierno de una facción partidaria se convirtió en el gobierno de un solo Jefe. A los Colorados les tocó el turno de descubrir, horrorizados algunos, que, después de haber privado de libertad a todos sus adversarios, se habían privado de libertad ellos mismos y se habían puesto a merced de su propio Jefe. Después de proclamar que el Partido debía ser monolítico o no sería Colorado, Stroessner insistió en que su propia facción debía ser monolítica o no sería stronista. Y el Partido Colorado dejó de ser una “asociación de hombres libres” o la expresión de un grupo político: se convirtió en el interés, la voluntad y el capricho personal de Stroessner.
      Y mientras más poderoso parecía, y mientras más enérgicamente hablaba y procedía Stroessner, y mientras más abyectamente se arrastraban ante él sus nuevos partidarios y muchos antiguos colorados, más delirante se hacía su obsesión por el Poder y más incansablemente trabajaba para que todo el Paraguay compartiera su obsesión de perpetuidad. El frenesí con que llevó adelante su empresa, convirtiéndola en la preocupación capital de su Gobierno, supeditando a ella todos los intereses políticos, tácticos, intelectuales y de cualquier género, supera toda descripción; no existe en toda nuestra historia otro caso en que recursos tan inmensos de Poder y Propaganda hayan sido empleados para un solo individuo.  

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