martes, 25 de noviembre de 2014

¿FUE SARTRE UN PLAGIARIO?

       ¿FUE SARTRE UN PLAGIARIO DE HEIDEGGER?

      El periódico digital “EL COLORADO” ha aumentado mucho su nivel intelectual; y como en dicho Medio de Comunicación se ha publicado en fecha 13 de Noviembre: “Jean Paul Sartre, el mismo personaje plagiador de lo que él llamó “existencialismo” (ver Pigmalión y la cosa sucede) como si hubiera descubierto la piedra roseta y que ante el temor de su muerte inminente afirmó haberse equivocado al negar a Dios durante su existencia (Fuente: CRISTO HOY, Semanario Católico)”; vamos a tratar, en dos entregas, de dilucidar ambas cuestiones.
         En la comprensión Heideggeriana, el hombre es el ente abierto al ser, pues sólo a él “le va” su propio ser, es decir, mantiene una explícita relación de co-pertenencia con él. La forma específica de ser que corresponde al hombre es el “ser-ahí” (Dasein), en cuanto se halla en cada caso abocado al mundo, lo cual define al “ser-ahí” como “ser-en-el-mundo”  o “estar-en-el-mundo”. De esa estructura parte la analítica existencial del Dasein, que en  Ser y Tiempo  juega el papel de ontología fundamental. La distinción de la  filosofía moderna, desde Descartes, entre un sujeto encerrado en sí mismo que se enfrenta a un mundo totalmente ajeno es inconsistente para Heidegger: el ser del hombre se define por su relación con el mundo, relación cuya forma de ser no consiste en un “comercio” entre sujeto y objeto, o en una teoría del conocimiento que también los implique, sino que es propia de la existencia (Dasein) como “ser-en-el-mundo”, y encuentra su fundamento ontológico en el “Cuidado” o "Cura".              Estas categorías (en rigor, existenciales o existenciarios [Existenzialien]) le sirven para comprender por dónde pasa la diferencia entre una vida auténtica, que reconozca el carácter de “caída” que tiene la existencia (propiedad), es decir, la imposibilidad de dominar su fundamento (el ser), y una vida inauténtica o enajenada, que olvida el ser en nombre de los entes concretos (impropiedad). Ahora bien, si en Heidegger el Dasein es un “ser-ahí”, arrojado al mundo como “eyecto”, para Sartre el humano en cuanto “ser-para-sí” es un “pro-yecto”, un ser que debe “hacerse”. “El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del Existencialismo” (“El Existencialismo es  un Humanismo”).
    Sartre elucida la cuestión del Ser-en-Sí y el Ser-para-Sí. Analizando filosóficamente el Ser, encuentra “el ser del fenómeno” y “el ser de la conciencia” radicalmente otro, cuyo sentido “requerirá una elucidación particular” a partir de la “revelación-revelada” de otro tipo de ser, el ser-para-sí… y que se opone al ser-en-sí del fenómeno. Para Sartre, el “ser en sí” no es pasividad ni actividad, su consistencia está más allá de lo activo como de lo pasivo, más allá de la negación como de la afirmación, es una inmanencia que no puede realizarse porque el ser “está empastado de sí mismo”; de hecho “el ser es opaco a sí mismo”. El “ser en sí” no tiene un dentro que se oponga a un fuera, está aislado en su ser y no mantiene relación alguna con lo que no es él; esto significa que no puede ser derivado de lo posible ni reducido a lo necesario. “No conoce, pues, la alteridad; no se pone jamás como otro… No puede mantener relación ninguna con otro”.
    La característica de la conciencia, al contrario, está en que es “una descompresión de ser”, ella, en efecto, “ha-de-ser lo que es”; así Husserl ha puesto claramente de relieve el hecho de que “solo la conciencia reflexiva puede desolidarizarse de lo que pone la conciencia refleja”. Entonces, la ley del “ser-para-sí” como fundamento ontológico de la conciencia, consiste en ser él mismo en la forma de presencia a sí. Esta “presencia a sí” –dice Sartre–“ha sido tomada a menudo por una plenitud de existencia”, pero para nuestro filósofo “la presencia del ser a sí mismo implica un despegue del ser con respecto a sí” Y esto llega a la superficie por medio de la realidad humana porque este principio no puede denotar sino las relaciones del ser con el exterior y comprometido en el mundo. El “para sí” es el fundamento de su “ser-conciencia o existencia”. Esto significa que se determina a sí mismo pero no puede fundarse sino a partir del “en-sí” y contra el “en-sí”. Así, la realidad humana se capta en su venida a la existencia como ser incompleto, “es perpetuo trascender hacia una coincidencia consigo misma que no se da jamás”.
        Consecuentemente, para Sartre, en el ser humano “la existencia precede a la esencia”, que explica con un ejemplo: si un artesano quiere realizar una obra, primero «la» piensa, la construye en su cabeza: esa prefiguración será la esencia de lo que se construirá, que luego tendrá existencia. Los seres humanos, no son el resultado de un diseño inteligente, y no tenemos dentro nuestro algo que nos haga “malos por naturaleza” o “tendientes al bien”–como diversas corrientes filosóficas y políticas han creído– y continúa: “Nuestra esencia, aquello que nos definirá, es lo que construiremos nosotros mismos mediante nuestros actos”, éstos nos son ineludibles: no actuar es un acto en sí mismo puesto que nuestra libertad no es algo que pueda ser dejado de lado: ser es ser libres en situación, ser es ser-para, ser como “proyecto”.
      ¿Fue Sartre un simple plagiario, un divulgador de ideas ajenas? Claro que no. "El Ser y la Nada" no es una traducción al francés de "Ser y Tiempo", como apresuradamente sugirieron muchos críticos, sino un Ensayo Filosófico que habla del entrelazamiento de la facticidad y el proyecto, idea que surge, casualmente, del desencuentro de su autor con Heidegger. Hay que destacar que Sartre se forma en la Fenomenología de Husserl y en la filosofía de Heidegger (discípulo éste de aquél). Pero se observa en su obra  la influencia que ejerce sobre Sartre el Racionalismo Cartesiano. En este punto se diferencia de Heidegger, quien deja fuera de juego a la conciencia.
       Es cierto que Sartre, como todo intelectual, tenía muchas deudas: con Heidegger, con Gide, con Bergson, con Céline, con Nietzsche. Pero por ninguna de ellas hipotecó su originalidad.
      “En los ataques constantes de Periodistas y Escritores del Establishmenten los noventa– toda clase de infundios, calumnias y verdades a medias se dijeron sobre Sartre… que sólo fue un plagiario de Heidegger’, ‘que no lo entendió’…” “De pronto, y justo en el año 2000, uno de sus detractores más acérrimos, Bernard-Henri Lévy, publica un homenaje explosivo y apasionado de casi 600 páginas: “El Siglo de Sartre”, especie de declaración póstuma de amor, ceremonia de arrepentimiento, ‘mea culpa’ esplendoroso y abundante: resulta que ‘ese terremoto llamado Sartre’ fue “el intelectual más grande e indiscutible de su época”. (SARTRE Y NOSOTROS por Alicia Ortega Caicedo: Editorial El Conejo; 337 págs., Quito, Ecuador, 2007).-


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