¿FUE
SARTRE UN PLAGIARIO DE HEIDEGGER?
El periódico digital “EL
COLORADO” ha aumentado mucho su nivel intelectual; y como en dicho Medio de
Comunicación se ha publicado en fecha 13 de Noviembre: “Jean Paul Sartre, el mismo personaje plagiador de lo que él llamó
“existencialismo” (ver Pigmalión y la cosa sucede) como si hubiera descubierto
la piedra roseta y que ante el temor de su muerte inminente afirmó haberse
equivocado al negar a Dios durante su existencia (Fuente: CRISTO HOY, Semanario Católico)”; vamos a tratar, en dos
entregas, de dilucidar ambas cuestiones.
En la comprensión Heideggeriana,
el hombre es el ente abierto al ser, pues sólo a él “le va” su propio ser, es
decir, mantiene una explícita relación de co-pertenencia con él. La forma
específica de ser que corresponde al hombre es el “ser-ahí” (Dasein), en cuanto se halla en cada caso abocado al mundo, lo cual
define al “ser-ahí” como “ser-en-el-mundo” o “estar-en-el-mundo”. De esa estructura parte
la analítica existencial del Dasein,
que en Ser y Tiempo juega
el papel de ontología fundamental. La distinción de la filosofía moderna,
desde Descartes, entre un sujeto encerrado en sí mismo que se enfrenta a
un mundo totalmente ajeno es inconsistente para Heidegger: el ser del hombre se define por su relación con el mundo,
relación cuya forma de ser no consiste en un “comercio” entre sujeto y objeto,
o en una teoría del conocimiento que también los implique, sino que es propia
de la existencia (Dasein)
como “ser-en-el-mundo”, y encuentra su fundamento ontológico en el “Cuidado”
o "Cura". Estas
categorías (en rigor, existenciales o existenciarios [Existenzialien])
le sirven para comprender por dónde pasa la diferencia entre una vida auténtica,
que reconozca el carácter de “caída” que tiene la existencia (propiedad), es
decir, la imposibilidad de dominar su fundamento (el ser), y una vida
inauténtica o enajenada, que olvida el ser en nombre de los entes concretos
(impropiedad). Ahora bien, si en Heidegger el Dasein es un “ser-ahí”, arrojado al mundo
como “eyecto”, para Sartre el humano en cuanto “ser-para-sí” es un
“pro-yecto”, un ser que debe “hacerse”. “El hombre es el único que no sólo
es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe
después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la
existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer
principio del Existencialismo” (“El
Existencialismo es un Humanismo”).
Sartre
elucida la cuestión del Ser-en-Sí y
el Ser-para-Sí. Analizando
filosóficamente el Ser, encuentra “el ser del fenómeno” y “el ser de la
conciencia” radicalmente otro, cuyo sentido “requerirá una elucidación
particular” a partir de la “revelación-revelada” de otro tipo de ser, el ser-para-sí… y que se opone al ser-en-sí del fenómeno. Para Sartre, el
“ser en sí” no es pasividad ni actividad, su consistencia está más allá de lo
activo como de lo pasivo, más allá de la negación como de la afirmación, es una
inmanencia que no puede realizarse porque el ser “está empastado de sí mismo”;
de hecho “el ser es opaco a sí mismo”. El “ser en sí” no tiene un dentro que se oponga a un fuera, está aislado en su ser y no
mantiene relación alguna con lo que no es él; esto significa que no puede ser
derivado de lo posible ni reducido a lo necesario. “No conoce, pues, la alteridad;
no se pone jamás como otro… No puede mantener relación ninguna con otro”.
La característica de la conciencia, al
contrario, está en que es “una descompresión de ser”, ella, en efecto,
“ha-de-ser lo que es”; así Husserl
ha puesto claramente de relieve el hecho de que “solo la conciencia reflexiva
puede desolidarizarse de lo que pone la conciencia refleja”. Entonces, la ley
del “ser-para-sí” como fundamento ontológico de la conciencia, consiste en ser
él mismo en la forma de presencia a sí. Esta “presencia a sí” –dice Sartre–“ha
sido tomada a menudo por una plenitud de existencia”, pero para nuestro
filósofo “la presencia del ser a sí mismo implica un despegue del ser con
respecto a sí” Y esto llega a la superficie por medio de la realidad humana porque
este principio no puede denotar sino las relaciones del ser con el exterior y
comprometido en el mundo. El “para sí” es el fundamento de su “ser-conciencia o
existencia”. Esto significa que se determina a sí mismo pero no puede fundarse
sino a partir del “en-sí” y contra el “en-sí”. Así, la realidad humana se capta
en su venida a la existencia como ser incompleto, “es perpetuo trascender hacia
una coincidencia consigo misma que no se da jamás”.
Consecuentemente, para Sartre, en el ser
humano “la existencia precede
a la esencia”,
que explica con un ejemplo: si un artesano quiere realizar una obra, primero
«la» piensa, la construye en su cabeza: esa prefiguración será la esencia de lo
que se construirá, que luego tendrá existencia. Los seres humanos, no son el
resultado de un diseño inteligente, y no tenemos dentro nuestro algo que nos
haga “malos por naturaleza” o “tendientes al bien”–como diversas corrientes
filosóficas y políticas han creído– y continúa: “Nuestra esencia, aquello que
nos definirá, es lo que construiremos nosotros mismos mediante nuestros actos”,
éstos nos son ineludibles: no actuar es un acto en sí mismo puesto que nuestra
libertad no es algo que pueda ser dejado de lado: ser es ser libres en situación, ser
es ser-para, ser como “proyecto”.
¿Fue
Sartre un simple plagiario, un divulgador de ideas ajenas? Claro que no. "El Ser y la Nada" no es una
traducción al francés de "Ser y Tiempo",
como apresuradamente sugirieron muchos críticos, sino un Ensayo Filosófico que
habla del entrelazamiento de la
facticidad y el proyecto, idea que surge, casualmente, del desencuentro
de su autor con Heidegger. Hay que destacar que Sartre
se forma en la Fenomenología de Husserl y en la filosofía de Heidegger (discípulo éste de aquél). Pero se
observa en su obra la influencia que
ejerce sobre Sartre el Racionalismo Cartesiano. En este punto se diferencia de Heidegger, quien deja fuera de juego a la conciencia.
Es
cierto que Sartre, como todo intelectual, tenía muchas deudas: con Heidegger, con Gide, con Bergson,
con Céline, con Nietzsche. Pero por ninguna de ellas hipotecó su
originalidad.
“En los ataques constantes de Periodistas y
Escritores del Establishment –en los noventa– toda clase
de infundios, calumnias y verdades a medias se dijeron sobre Sartre… ‘que sólo fue un plagiario de Heidegger’, ‘que no lo entendió’…” “De pronto, y
justo en el año 2000, uno de sus detractores más acérrimos, Bernard-Henri Lévy, publica un homenaje
explosivo y apasionado de casi 600 páginas:
“El Siglo de Sartre”, especie de declaración póstuma de amor, ceremonia de
arrepentimiento, ‘mea culpa’ esplendoroso y abundante: resulta que ‘ese terremoto llamado Sartre’ fue “el intelectual
más grande e indiscutible de su época”. (SARTRE Y NOSOTROS por Alicia Ortega Caicedo: Editorial El Conejo; 337 págs.,
Quito, Ecuador, 2007).-
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